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Herta Müller: <i>En tierras bajas</i> (Siruela, 2009)

Herta Müller: En tierras bajas (Siruela, 2009)

    TÍTULO
En tierras bajas

    AUTOR
Herta Müller

    EDITORIAL
Siruela

    OTROS DATOS
Madrid, 2009. 182 páginas. 14,90 €



Herta Müller

Herta Müller


Reseñas de libros/Ficción
Herta Müller: En tierras bajas (Siruela, 2009)
Por Eduardo Laporte, martes, 1 de diciembre de 2009
La academia sueca eligió en 2009 la voz de la rumana Herta Müller (1953) para el Nobel de Literatura. Una elección que sorprendió en las latitudes más meridionales de Europa, donde su nombre no era tan conocido como en la Centroeuropa postcomunista, sobre todo en Alemania, país en el que reside y cuya lengua ha adoptado para su producción literaria. La editorial española Siruela ya editó, en 1990, En tierras bajas, obra que Müller publicó en 1984 y que se reeditó en España en 2007 y, por tercera vez, el pasado octubre. En ella, la escritora describe el mundo rural de su infancia en una aldea enclavada al oeste de Rumanía, en la región de los suabos del Bánato, cerca de Hungría y Serbia. La descripción, descripción poética, con una mirada que no se aparta ante las asperezas, marca el ritmo de la obra. Una descripción en la que la narradora mantiene una distante posición, en la que hay todo menos nostalgia. Müller disecciona ese rico pero desolado universo rural en el que no hay espacio para la risa, la ternura o la esperanza. El tono del libro, escrito en alemán en su versión original, es fiel a esa realidad. No hay risa, ni ternura, ni apenas esperanza.
Antes de comentar nada sobre En tierras bajas, cabría preguntarse si es una novela. Cabría preguntarse también qué debe tener una novela para ser considerada tal cosa. ¿Eran las novelas de Josep Pla, La calle estrecha, novelas? El propio Pla ponía en entredicho que, en efecto, lo fueran. Con En tierras bajas pasa como con muchas obras de Pla, que no sabemos si es novela (yo diría que no) sino algo más cercano a la ficción autobiográfica, guste o no el término, ficción producida con el material de la memoria. Porque la 'novela' de Müller no pretende contar ninguna historia, seducir al lector con ningún ardid narrativo, ni armar ningún artefacto argumental sostenido en una trama que avance hacia algún lado. Que lo sepa el lector antes de enfrentarse a esta lectura.

¿Qué pretendió Herta Müller al escribir esta obrita? No parece que tuviera similares intenciones a las de Josep Pla, por seguir con el paralelismo. No se intuye esa vocación de fijar aquel universo vivo de la Cataluña rural que el autor del Cuaderno gris llevó a cabo en obras como la citada La calle estrecha. No hay ese afán de precisión, aunque fuera una precisión poética, y por tanto, didáctica en cierta manera, de Pla en el texto de Müller. La autora de origen rumano se apoya tan sólo en la descripción como recurso narrativo, y lo que quiere es denunciar ese universo cerrado y en cierta manera miserable, en el que creció. Un universo miserable no por la riqueza de lo concreto, de las mil y una sensaciones que el campo provee (“las hojas carcomidas vuelan por el aire como hongos invisibles”), sino por el poco entusiasmo que sus habitantes encuentran en él. Es un canto curioso, el de Müller, porque a pesar de todo se implica en la descripción de aquel mundo rural que conoce como un veterinario conoce la anatomía de un caballo. Curioso porque es aséptico, distante, pero a pesar de todo es, merece la pena ser escrito. Genera páginas, hay vida a pesar de todo. La vida en la ciudad, la vida en la ciudad a la que llega la chica de pueblo, no parece en cambio poseer toda esa fuerza misteriosa, como sugiera el final del libro.

La no resignación, la literatura como forma de denuncia y el rechazo a la crudeza del mundo en que creció constituyen las señas de identidad de este libro, un cóctel literario muy del agrado de la academia sueca

Si uno se acerca a las notas biográficas de Müller encuentra un perfil en absoluto pasivo con la realidad político-social en la que le tocó vivir (postrimerías del comunismo) y una actitud de resistencia ante lo que ella considera siempre una opresión: cualquier forma de dictadura. Así, se negó a cooperar ante la Securitatea Statului, la Stasi rumana, y fue despedida de un empleo y llevada a declarar en más de cincuenta ocasiones. Muchos de sus libros fueron prohibidos o parciamente censurados en su país y estudió y vivió en Timisoara, la ciudad que fue testigo de la revolución que acabó con el régimen opresor de Ceaucescu. No obstante, ella residía desde hacía dos años en Berlín.

No tuvo lo que se puede considerar una infancia feliz: su padre sirvió para la SS en la Segunda Guerra Mundial y su madre fue deportada a la Unión Soviética, a un campo de concentración, durante cinco años.

Unas biografías marcadas por la guerra, la carestía y la pesadumbre generales que fueron el paisaje humano habitual de las escenas que describe Müller en En tierras bajas. La no resignación, la literatura como forma de denuncia y el rechazo a la crudeza del mundo en que creció constituyen las señas de identidad de este libro, un cóctel literario muy del agrado de la academia sueca. Unos mimbres que se traducen en un libro de lectura algo difícil, tan difícil como puede ser la poesía, pues toda la obra es un gran poema, un poema descriptivo, en el que se van sucediendo distintas imágenes. Así, los animales domésticos, las flores, los tejidos, las hojas, las ranas (“cuando las charcas pierden profundidad, a las ranas se les seca el lomo”) son los verdaderos protagonistas. Son imágenes de un lirismo muy comedido, que cobran valor al ser escritas, al ser elegidas entre otras muchas, pero que no revisten unos velos poéticos especialmente pensados. No hay retórica, es una prosa poética desnuda, cuyo tono puede parecer, como ya se ha dicho, casi impersonal, lejano; no se sabe si hay celebración o repudio, y bajo esa dicotomía bascula el lector a lo largo de todas las páginas. Esa posición híbrida de la autora hace, pues, que el lector no llegue a empatizar del todo con un texto que, siendo más precisos, celebra repudiando, si es que eso es posible. (“Cuando mamá va a sacar dinero, no levanta las persianas de las ventanas. Enciende la luz en pleno día y el candelabro de cinco brazos alumbra desde una sola bombilla opaca. Sus otros cuatro brazos son ciegos”).

Entre toda esa evocación campestre, que en opinión de este crítico resulta más bien excesiva, se cuelan algunos pasajes sugerentes, que sumergen al lector en un mundo nuevo e intenso

La descripción (que no narración) no es especialmente densa, se limita más a retratos certeros del universo rural que a evocaciones inspiradas. No obstante, el pulsar el nombre de todas esos elementos y su función desde la visión de una niña (flores lilas, bichos, flores de acacia, cordones, gatitos, cerezas, trenzas, vainas de mazorca, tallos de las gramíneas, vajilla vieja), todos esos elementos, decimos, como la rosa al pronunciarse en boca del poeta, “rosa”, no dejan de resultar evocadores. Y la evocación es poesía, y la poesía, en el formato de la prosa, puede generar cierto desasosiego en el lector que busque la agilidad de la narración. Müller hace prosa póetica.

Entre toda esa evocación campestre, que en opinión de este crítico resulta más bien excesiva, se cuelan algunos pasajes sugerentes, que sumergen al lector en un mundo nuevo e intenso. La intensidad del descubrimiento de la muerte en la joven niña, que le llegaba en forma de música los días laborables por la tarde. Pero hay más intensidad cuando la autora abandona el retrato de los conejos y las moscas que se pegan a las patas del ganado, para poner el ojo análitico sobre sus seres cercanos. Sus comentarios acerados sobre el carácter agrio y casi bárbaro de sus padres condensa una gran fuerza literaria.

O el pasaje en que la niña describe el 'cuadro' que forman los excrementos, juntos, secos y de diferentes tonalidades en el 'váter' familiar. “Vi unas bolitas de caca negras y supe que la abuela estaba otra vez estreñida”.

Ofrece la Nobel Herta Müller una inmersión poética al mundo de su infancia rural en Las tierras bajas bañado de un humor oscuro, de una melancolía por una infancia que no fue ninguna arcadia feliz, ninguna patria. Un echar la mirada atrás a un mundo que, aunque no implicara la mejor de las existencias posibles, encuentra una suerte redención gracias a la literatura, aunque no fuera la mejor de las existencias.
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