Antes de comentar nada sobre
En tierras bajas, cabría preguntarse si
es una novela. Cabría preguntarse también qué debe tener una novela para ser
considerada tal cosa. ¿Eran las novelas de Josep Pla,
La calle estrecha,
novelas? El propio Pla ponía en entredicho que, en efecto, lo fueran. Con
En
tierras bajas pasa como con muchas obras de Pla, que no sabemos si es novela
(yo diría que no) sino algo más cercano a la ficción autobiográfica, guste o no
el término, ficción producida con el material de la memoria. Porque la 'novela'
de Müller no pretende contar ninguna historia, seducir al lector con ningún
ardid narrativo, ni armar ningún artefacto argumental sostenido en una trama que
avance hacia algún lado. Que lo sepa el lector antes de enfrentarse a esta
lectura.
¿Qué pretendió Herta Müller al escribir esta obrita? No parece
que tuviera similares intenciones a las de Josep Pla, por seguir con el
paralelismo. No se intuye esa vocación de fijar aquel universo vivo de la
Cataluña rural que el autor del
Cuaderno gris llevó a cabo en obras como
la citada
La calle estrecha. No hay ese afán de precisión, aunque fuera
una precisión poética, y por tanto, didáctica en cierta manera, de Pla en el
texto de Müller. La autora de origen rumano se apoya tan sólo en la descripción
como recurso narrativo, y lo que quiere es denunciar ese universo cerrado y en
cierta manera miserable, en el que creció. Un universo miserable no por la
riqueza de lo concreto, de las mil y una sensaciones que el campo provee (“las
hojas carcomidas vuelan por el aire como hongos invisibles”), sino por el poco
entusiasmo que sus habitantes encuentran en él. Es un canto curioso, el de
Müller, porque a pesar de todo se implica en la descripción de aquel mundo rural
que conoce como un veterinario conoce la anatomía de un caballo. Curioso porque
es aséptico, distante, pero a pesar de todo
es, merece la pena ser
escrito. Genera páginas, hay vida a pesar de todo. La vida en la ciudad, la vida
en la ciudad a la que llega la chica de pueblo, no parece en cambio poseer toda
esa fuerza misteriosa, como sugiera el final del libro.
La no resignación, la literatura
como forma de denuncia y el rechazo a la crudeza del mundo en que creció
constituyen las señas de identidad de este libro, un cóctel literario muy del
agrado de la academia sueca
Si uno se acerca
a las notas biográficas de Müller encuentra un perfil en absoluto pasivo con la
realidad político-social en la que le tocó vivir (postrimerías del comunismo) y
una actitud de resistencia ante lo que ella considera siempre una opresión:
cualquier forma de dictadura. Así, se negó a cooperar ante la Securitatea
Statului, la Stasi rumana, y fue despedida de un empleo y llevada a declarar en
más de cincuenta ocasiones. Muchos de sus libros fueron prohibidos o parciamente
censurados en su país y estudió y vivió en Timisoara, la ciudad que fue testigo
de la revolución que acabó con el régimen opresor de Ceaucescu. No obstante,
ella residía desde hacía dos años en Berlín.
No tuvo lo que se puede
considerar una infancia feliz: su padre sirvió para la SS en la Segunda Guerra
Mundial y su madre fue deportada a la Unión Soviética, a un campo de
concentración, durante cinco años.
Unas biografías marcadas por la
guerra, la carestía y la pesadumbre generales que fueron el paisaje humano
habitual de las escenas que describe Müller en
En tierras bajas. La no
resignación, la literatura como forma de denuncia y el rechazo a la crudeza del
mundo en que creció constituyen las señas de identidad de este libro, un cóctel
literario muy del agrado de la academia sueca. Unos mimbres que se traducen en
un libro de lectura algo difícil, tan difícil como puede ser la poesía, pues
toda la obra es un gran poema, un poema descriptivo, en el que se van sucediendo
distintas imágenes. Así, los animales domésticos, las flores, los tejidos, las
hojas, las ranas (“cuando las charcas pierden profundidad, a las ranas se les
seca el lomo”) son los verdaderos protagonistas. Son imágenes de un lirismo muy
comedido, que cobran valor al ser escritas, al ser elegidas entre otras muchas,
pero que no revisten unos velos poéticos especialmente pensados. No hay
retórica, es una prosa poética desnuda, cuyo tono puede parecer, como ya se ha
dicho, casi impersonal, lejano; no se sabe si hay celebración o repudio, y bajo
esa dicotomía bascula el lector a lo largo de todas las páginas. Esa posición
híbrida de la autora hace, pues, que el lector no llegue a empatizar del todo
con un texto que, siendo más precisos,
celebra repudiando, si es que eso
es posible. (“Cuando mamá va a sacar dinero, no levanta las persianas de las
ventanas. Enciende la luz en pleno día y el candelabro de cinco brazos alumbra
desde una sola bombilla opaca. Sus otros cuatro brazos son ciegos”).
Entre toda esa evocación campestre,
que en opinión de este crítico resulta más bien excesiva, se cuelan algunos
pasajes sugerentes, que sumergen al lector en un mundo nuevo e
intenso
La descripción (que no narración) no
es especialmente densa, se limita más a retratos certeros del universo rural que
a evocaciones inspiradas. No obstante, el pulsar el nombre de todas esos
elementos y su función desde la visión de una niña (flores lilas, bichos, flores
de acacia, cordones, gatitos, cerezas, trenzas, vainas de mazorca, tallos de las
gramíneas, vajilla vieja), todos esos elementos, decimos, como la rosa al
pronunciarse en boca del poeta, “rosa”, no dejan de resultar evocadores. Y la
evocación es poesía, y la poesía, en el formato de la prosa, puede generar
cierto desasosiego en el lector que busque la agilidad de la narración. Müller
hace prosa póetica.
Entre toda esa evocación campestre, que en opinión
de este crítico resulta más bien excesiva, se cuelan algunos pasajes sugerentes,
que sumergen al lector en un mundo nuevo e intenso. La intensidad del
descubrimiento de la muerte en la joven niña, que le llegaba en forma de música
los días laborables por la tarde. Pero hay más intensidad cuando la autora
abandona el retrato de los conejos y las moscas que se pegan a las patas del
ganado, para poner el ojo análitico sobre sus seres cercanos. Sus comentarios
acerados sobre el carácter agrio y casi bárbaro de sus padres condensa una gran
fuerza literaria.
O el pasaje en que la niña describe el 'cuadro' que
forman los excrementos, juntos, secos y de diferentes tonalidades en el 'váter'
familiar. “Vi unas bolitas de caca negras y supe que la abuela estaba otra vez
estreñida”.
Ofrece la Nobel Herta Müller una inmersión poética al mundo
de su infancia rural en
Las tierras bajas bañado de un humor oscuro, de
una melancolía por una infancia que no fue ninguna arcadia feliz, ninguna
patria. Un echar la mirada atrás a un mundo que, aunque no implicara la mejor de
las existencias posibles, encuentra una suerte redención gracias a la
literatura, aunque no fuera la mejor de las existencias.