Leyendo Los poemas del hospital, me viene a la mente un anterior
libro de Eudald dedicado a otra mujer, salvo esta reiteración, tengo que decir
que no parecen escritos por el mismo autor. La poesía de Eudald Escala tiene un
antes y un después muy diferenciado. Personalmente me quedo con esta última
etapa.
Creo conocer algo al autor de estos versos; él mismo me lo
confirmó a la hora de pedirme este prólogo. Eudald es un personaje, dentro y
fuera del contexto literario. Ya alguien lo equiparó a Pessoa en un trabajo
universitario. Su estética no pasa desapercibida: sus eternas gafas de sol, sus
sombreros y su abrigo negro. Un hombre que vive en el arcén de la vida y no
encaja en un mundo diseñado para la mayoría. De una personalidad tortuosa en
búsqueda constante de paz. En sus repetidos descensos al submundo, cuando sus
temporadas en el averno duran más de lo deseable, me pide: “dile a tus ángeles
que me echen un cable”.
Tres son los personajes de esta espiral de
locura, de odio y amor. Un amor pasional que el protagonista se niega a
compartir con el hijo-rival de su amada. Su hostil enemigo que le roba a la
mujer-diosa, la mujer adorada, idolatrada, admirada… Ese hijo que lo ha
expulsado del paraíso: llevo más de cuatro meses / expulsado del paraíso…/ El
hijo que lo acusa de ser el diablo. Personaje que él llega a adoptar en el poema
XV: en mi loco corazón de diablo / hay una cueva de odio maldito…
El
amante celoso recrimina a la madre su enfermizo vínculo. Incisivo y malvado, le
amenaza: un día te dejaré / para que puedas / ser feliz con tu hijo / entonces
seréis / la pareja perfecta / los dos locos. El hijo la insta a que repudie al
intruso que le desvalija de su cariño. Y ella, madre y amante, se debate en el
purgatorio, incapaz de elegir entre el amor maternal y el pasional.
En
esta espiral viciosa los sentimientos de los tres se contaminan de deseos
perversos y pensamientos destructivos. La enajenación acaba tocando en mayor o
menor grado a los tres protagonistas de la historia, imposibilitándolos a salir
de esta atmósfera venenosa donde se acomoda el desasosiego: vuestro amor
enfermizo / corrompe cuanto lo rodea / y tú te dejas llevar / por los cantos de
sirena / que te han vuelto loca / que os han enloquecido /.
La pandemia
infecta la poesía de reproches, amenazas y acusaciones tan tenebrosas, que
llegamos a aborrecer al autor por un libro tan impúdico e inmisericorde. Para
acto seguido volver a apiadarnos de la salud física y mental del protagonista,
en esas hirientes noches en las que juega a los naipes con los monstruos que
nunca lo dejan solo, temerosos de que lleve a cabo, por fin, uno de sus
repetidos adioses con los que nos amenaza.
A lo largo de este monólogo
donde repudia a su musa una y otra vez, a pesar de necesitarla para respirar; le
miente y se miente a sí mismo: ahora tengo otro escondite secreto / otro paraíso
mágico / otro jardín de paz y luz / en el que tú nunca entrarás / solamente hay
sitio para mí / y además si entraras por error / no sabrías salir / es peligroso
/ no lo intentes /.
Consciente de que todo se hunde, no puede soportarlo
y, en un nuevo intento por recuperarlo, se interna en las estrategias del
victimismo: ya te dejo / mi gran amor / tengo que irme / posiblemente / no nos
veamos / nunca más / pero al fin / la muerte / será un alivio /…
Se
vuelve a contradecir nuevamente en el poema XLIII: no vamos a llorar / la vida
sigue / y es maravillosa… El desconcierto en el que nos encharca es tan
desequilibrante, que nos hace desear abandonar el poemario y dejarlo a su
suerte.
***
A Miguel Ruiz In Memoriam
I
miro las fotos
en las que sonreíamos
casi
felices
ya no queda nada
sólo un milagro
podría salvar esto
II
tu hijo mejora
(eso dices tú)
muy
lentamente
llevo más de cuatro meses
expulsado del paraíso
¿a costa
de qué
ha mejorado
tu pobre hijo loco?
III
mi salud
tanto física como psíquica
se
ha resentido
de esta situación kafkiana
no me juzgues
he hecho más
de lo que podía
IV
nadie en su sano juicio
habría aguantado tanto
me han aconsejado
que te olvide
que te deje
incluso tú misma
me lo has dicho
cuando estabas hundida
me he negado siempre
ahora empiezo a considerarlo
muy seriamente
V
creo que no sabes
no has sabido valorar
mi
gran esfuerzo
¿merece la pena seguir con algo
que murió hace tiempo?
¿quién puede vivir
con un cadáver?
VI
no soy nada
no soy nadie
sólo cuenta tu
hijo
lo sé
me lo avisaste
y no me importa
ya no me importa
sigo mi camino
en silencio
muy de vez en cuando
miro hacia atrás
pero sólo para ver
mis huellas de perro
VII
cada vez voy más
ligero de equipaje
pronto podré ser
un ángel de verdad
como siempre he deseado
mi
misión toca a su fin
las lágrimas nos hacen libres
VIII
libertad para todo
para cuanto quiera hacer
para reír
para llorar
para ir desnudo
para morir en soledad
echando de menos
tus manos pequeñas
IX
ya nadie me habla
desde arriba
mis
pupilas isocóricas
escupen tristeza
¿dónde estás Ana María?
te echo
tanto de menos…
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de la
selección de poemas del libro de
Eduald Escala,
Los poemas del
hospital (Ediciones Carena, 2009).