APENAS
ves el cielo
y el horizonte golpea
el rostro,
ya aletean los brazos
y la respiración empieza a alzar los
cabellos.
Cantan las hojas en la lluvia nueva
y el rostro de la
tierra
entrega maravillas
de mariposas
a los espacios del alma
donde una raíz filial
pone frutos magnéticos dentro de los tinteros.
Tropezando, con los pies mojados,
me miro en el espejo de la tierra.
Alrededor comienzan los labios
en su larga superficie
y el
tiempo se hace paseo de corazones
en la cita.
Comienza el viaje por el
cristal de las simientes
apenas libertadas. Nacidas.
LA ESTATUA DE LA LIBERTAD,
vista desde
lejos, bajo la bruma
y en lo alto del aire. Bajo las lentas olas del mar,
vista desde la sombra negra.
Oscurecido su alrededor, no tiene cielos ni
cristal
en los portones y rejas
de las noches y plazas retorcidas.
Bajo el amor mordido por los tiburones,
la primera visita
tostaba la
sorpresa temerosa
que caía de las terrazas.
No era la imagen de los
sueños por las calles.
¡Era, era el alto brazo de la voz!,
para decir
ese dolor de animal
que carcome los nervios de las navajas.
Las ventanas
de la serenidad que flota
en los cariños.
Un poco para los buenos
pobres.
¡Oh! Dura madera de la espalda en las canciones de los niños.
Las olas que fracasan y el mordisco del cielo.
¡La piedra, la piedra
que encadena los ojos!
Las plantas de los pies
enterradas
en el
inmenso espacio de la tierra.
Inmóvil.
SON LOS
DÍAS,
todavía el plácido tiempo golpea junto al mar
con la
brisa de un pensar asediado.
Por los cauces de tiempo, que nos tocan,
pasa, de la mañana al correr de la tarde,
del amanecer suave de este
otoño
al clamoroso tornasol de la puesta del sol.
Y piensas, agobiado
por los ruidos,
por el empuje de los trabajos,
por la latente
incomprensión de las caras y los gestos
que el vulgar alrededor,
desconcertante y rígido,
rezuma ampliamente por la corteza resecada
de
este mundo.
Vas caminando por el sereno paseo adornado
con las
acacias palo rosa y las palmeras,
con baobabs palo ebrio,
junto al mar
que sostiene el ocaso
coloreado y luminoso
que funde la altura solemne y
la humilde pisada
sobre el agua.
Paseos por la ribera de este
crepúsculo del mar nuestro,
todo quietud
(que dice Aleixandre) bajo las
orientales brisas que recuerdan
el trasiego de hombres, tiempos
y
paisajes impregnando el alma como una fundición
de piedras antiguas.
Paisajes modelados por el viento y la marina.
Esta ribera entre la arena
en quiebra...
entre el fresco mirar tan quijotesco…
el puerto recosido
de corsarios,
el lejano correr de los recuerdos.
Junto a este mar
que acude siempre
al vuelo de la imaginación y el ansia.
Años de caída
al torbellino.
Puente hacia la muerte.
RECUERDO
INFANTIL
En la sala bailaban, todos los días,
incubando
acuciantes deseos.
Las risas infantiles creaban atmósferas de pícaras caras.
Los pueriles zarpazos lloraban hacia
el golpe del rubor.
Es la
clase.
Los niños se mezclan
Con la luz blanca del balcón.
(La gasa
del recuerdo me rodea ahora.)
El recurso infantil, tan débil,
de
aquellos emocionados días.
Rubor o irreal palabra
salida de los labios
para ocultar el instante
en que te desbordan las cosas.
Y la voz
ronca del maestro:
¡Niños no hagáis picardías!
PASEO
POR LA TARDE
Las personas que miran, el paisaje movido por el
viento,
el entorno de los pasos y el de los pensamientos.
Años inmensos
del mar, de este ardiente mar de la ciudad,
contemplado en las olas felices
de la tarde.
Todos los sentidos desnudos yaciendo por la arena
que
inunda acompasadamente el vuelo de la angustia.
Las manos pintan gaviotas de
agua oscura en los pulmones.
El aire se suspende, tierra adentro, en un
suspiro
del ocaso arropando el cuerpo
y saciando los deseos de la tarde
serena.
La sed del paraíso deseado
que se contempla en un imposible
mar sin horizontes.
RECUENTOS
Siempre
la lejanía
oscilando en los trozos del espacio
que junta y revuelve los
hilos del sentido.
El aire limpio que ha formado
capas de oscuridad. El
aliento tembloroso
que rueda por los escalones
de los rayos de cristal
de las estrellas.
De la vista. Traspié y largo camino.
Coloreada el
alma retuerce los índices
y los pies doloridos empiezan cada vez el inicio.
La abrupta pendiente agota al cuerpo
en sus esfuerzos.
Mirar y
remirar el recuerdo
como una retorcida antorcha
que a veces ilumina
profundos recovecos
en los abandonados túneles del latido.
El
olor de la música que dicta las palabras
al corazón, sostiene las huellas
en la tierra
y abraza como una camisa de seda
el cuerpo.
Y hace
huir los días del laberinto de la muerte.
RAÍCES
que horadan el agua de la vida.
De donde vienes y adonde vas en el bosque
intrincado de los días.
Al
que preguntas, simplemente, el nombre de las cosas.
Raíces que persisten
tras el viento
que crepita en los árboles. Que sacuden el amor de mis
ensueños.
¡Que en cualquier huerto florezcan los delirios
y la
solemne canción del viento, hable en la habitación
celeste de los secretos!
Yo sé que estoy hablando sin certeza del aire.
Que hay tijeras en la
vida que cortan la lluvia
que cae en los corazones.
Pero solo la
luz,
cuando lava el cordial temblor de las calles
y deshila fibra a
fibra todas las ansias,
recoge los empujones solitarios.