Participé en el pasado número de julio de la revista
Ojos de
Papel con una reseña del
tercer y
último volumen de la ya célebre serie Millennium del escritor y
periodista sueco
Stieg
Larsson. Y escribo ahora la reseña para el número de septiembre de
la última novela de la inglesa P. D. James,
Muerte en la clínica privada
(Ediciones B, 2009). Ambos libros pueden ser enmarcados dentro del género
policiaco o novela negra, y sin embargo, las diferencias entre ambos más que
notables deben calificarse de abismales. ¿Entonces? Es sencillo, un trabajo se
adscribe a un determinado género cuando en él concurren dos o tres
circunstancias básicas. En el caso de la novela negra o policiaca (insisto,
conceptos que habría que matizar, y mucho) la cosa está clara: debe haber un
delito (preferiblemente uno o varios asesinatos) y una posterior investigación
que aclare los hechos y descubra al o a los culpables. En los dos títulos aquí
aludidos estas premisas se dan, sólo que la forma de narrar y desarrollar los
sucesos es muy diferente. En cuanto al “estilo” Millenium/Larsson
sólo cabe remitirme
a lo ya escrito. Pasemos ahora a
Muerte en la clínica privada
y a P. D. James.
P. D. James (Oxford, 1920) es hoy sin lugar a dudas la gran
dama de la novela policiaca británica, puesto en el que ha relevado a autoras
como Agatha Christie o
Dorothy L.
Sayers. La literatura inglesa parece haber disfrutado siempre, al
menos desde los estertores de la era victoriana, de la singular presencia de una
gran escritora del género policiaco. Escritoras que cuando alcanzan fama y
difusión internacional, por regla general, tienen el aspecto de adorables
ancianas con las que uno se imagina plácidamente sentado en su melancólico
jardín situado a las afueras de Londres, mientras escucha hablar del cultivo de
rosas y toma un espléndido te con pastelitos de jengibre. La dama de la novela
policiaca británica es un patrimonio cultural
british que debería estar
protegido por la ley, es una obviedad.
Estas escritoras británicas presentan además una
característica común absolutamente apreciable y distintiva: crean un personaje
que pasa a la historia de la literatura policiaca. Si la Christie se inventó al
detective belga Hercules Poirot y a la entrañable Miss Marple; si la Sayers al
detective aficionado Lord Peter Wimsey; P. D. James tiene el indudable mérito de
haber creado al policía londinense Adam Dalgliesh, además un excelente poeta que
protagoniza la gran mayoría de las casi dos decenas de obras de ficción de la
escritora oxoniense.
Dalgliesh es un personaje inolvidable. Alto,
oscuro, atractivo y viudo, es un personaje tranquilo, cerebral, meditativo, con
una cierta tendencia a la melancolía y a la reflexión de carácter lírico. Un
hombre serio y formal, paciente y metódico, esencialmente triste ante la
contemplación de un mundo en el que la maldad encuentra siempre recovecos para
hacerse notar.
Como su principal personaje, el estilo narrativo de P. D.
James es moroso, contemplativo, reflexivo. La presencia atmosférica de los
paisajes y su pormenorizada y psicológica descripción es una nota permanente y
muy característica. P. D. James crea atmósferas en las que siempre hay
denominadores comunes muy reconocibles: grisura, humedad, verdes, lluvia,
carreteras secundarias, prados, edificios aislados, escenarios apacibles y
románticos... Inglaterra en estado puro. Una Inglaterra casi de postal o de guía
turística, en la que no faltan los consabidos abismos sociales, el te de las
cinco, todos los rituales y esencias que conforman lo británico (
tweed,
caballos, mermeladas imposibles...). Y en estos escenarios casi idílicos y
serenamente confortables, surgen la maldad, el rencor, la envidia, la
venganza..., que desembocan invariablemente en un asesinato horrendo e
inexplicable que para su resolución necesita del concurso desolado, triste,
lento, metódico, poético de Dalgliesh y su brigada.
Es puro P. D. James de principio a
fin, quizá incluso un P.D. James un tanto amanerado y sin la atractiva tensión
de otras entregas. Estamos ante un mecanismo de precisión anticuado, al que le
falta diseño, colores, lustre de marca glamurosa, al que se le ven las
costuras
En
Muerte en la clínica
privada P. D. James ha llevado hasta el paroxismo, hasta la caricatura
prácticamente todos los tópicos de la novela policiaca inglesa desarrollada por
sus eminentes predecesoras. Les cuento sin desvelar. Imaginen una antigua
mansión aislada en el campo convertida en clínica privada. Médicos, enfermeras,
jardineros, cocineros y demás personal de servicio se dan cita en el escenario,
que cuenta además con una antigua leyenda fantasmal de brujas y hogueras
nocturnas. En ese consabido escenario una paciente es misteriosamente asesinada
por la noche. Una dama de la alta sociedad londinense es huésped de la clínica y
reclama a las altas esferas políticas la presencia del mejor policía para
resolver el desagradable caso. Scotland Yard manda a su mejor hombre, a su mejor
brigada de homicidios. Dalgliesh y su equipo llegan y se ponen a investigar. El
asesino sólo puede estar entre las personas pertenecientes de un modo u otro al
ámbito de la clínica privada que la noche de autos se encontraban en la aislada
mansión. Dalgliesh comienza la investigación, incluida la más que tópica reunión
de sospechosos en la biblioteca. Las investigaciones, con todas sus peripecias y
descubrimientos paralelos, terminan cuando se desvela la identidad del asesino.
Fin de la historia.
Estamos pues ante un cúmulo de tópicos del
género narrativo policiaco que remiten al subgénero británico por excelencia:
asesinato en mansión de campo (el asesino sólo puede ser una de las personas que
estaba en la mansión la noche fatal). Todos los tópicos los reúne James en la
coctelera de su talento narrativo y no les da muchas vueltas. Eso sí, insisto en
ello, los tópicos se colorean con las ya conocidas características de la autora
y de su personaje principal. Me refiero a la presencia protagónica de los
paisajes, a la tendencia a la introspección reflexiva de Dalgliesh, a la a veces
confusa acumulación de muchos personajes y sus muchas y variopintas
circunstancias, a la narración lenta y pausada de James (tendente al detalle a
veces nimio), a la ausencia de “espectacularidad” en la sucesión de
acontecimientos narrados, a la “naturalidad” y verosimilitud de la historia que
se despliega ante nuestros ojos, a la ausencia de armas y sofisticadas
tecnologías a la hora de hacer avanzar la resolución del caso... Esta claro que
“las policiacos” de P. D. James están concebidas y desarrolladas a la antigua
usanza, y los casos se resuelven tomando notas y revisando las declaraciones de
los sospechosos, dialogando con ellos hasta hacerlos caer en contradicción, o
hasta lograr que se descubran ellos mismos a través de su pasado o de una
verbalización innecesaria.
P. D. James resuelve sus historias, digámoslo
así, alrededor de una humeante taza de te, o mientras Dalgliesh conduce su
jaguar por una sinuosa carretera secundaria y cavila sobre la información de la
que dispone. No hay ni una sola sorpresa en
Muerte en la clínica privada.
Es puro P. D. James de principio a fin, quizá incluso un P.D. James un tanto
amanerado y sin la atractiva tensión de otras entregas. Estamos ante un
mecanismo de precisión anticuado, al que le falta diseño, colores, lustre de
marca glamurosa, al que se le ven las costuras. Pero eso sí, este mecanismo de
precisión da todas las horas, y señala meticulosamente los minutos, incluso los
segundos. Estamos ante una máquina absolutamente fiable de la que no pueden
esperarse emociones fuertes, pero sí una marcha confortable, segura y que te
lleva a destino sí o sí.
El lector debe elegir. Al asiduo a Dalgliesh y
sus historias esta
Muerte en la clínica privada ni le va a conmocionar ni
le va a defraudar. Será un peldaño más, una muesca más en las aventuras del
policía poeta. A los recién llegados a P. D. James y Dalgliesh les recomiendo
que empiecen por el principio, por otro título más “joven” y robusto, éste muy
probablemente no les enganche desde el principio, nos les ayude a convertirse en
seguidores acérrimos de Dalgliesh. Insisto, este reloj da las horas sin retraso,
aunque hay que darle cuerda de vez en cuando. Ah, ¿será el asesino el mayordomo?
Si les interesa dar respuesta a esta clásica pregunta, lean
Muerte en la
clínica privada: hay asesino, asesinatos, mayordomo, detective, y reunión de
sospechosos en la biblioteca.