Este despliegue hercúleo de voces o
tramas, con los hilos conductor básicos y omnipresentes en casi permanente
primer plano de Mikael, Lisbeth y la revista Millenium, está realizado
por Larsson con ritmo y precisión. Y ahí, creo yo, reside la clave principal del
éxito popular de tamaña saga
Y para alcanzarlo recurrió a fórmulas viejas y manidas pero
que, como las del buen melodrama, siempre funcionan. A saber. La creación de una
pareja de protagonistas en principio antagónicos entre sí desde muchos aspectos
que, sin embargo, acaban complementándose a las mil maravillas aunque siempre
con roces superlativos (Quijote y Sancho, no hace falta ir muy lejos). Me
refiero claro está a Mikael Blomkvist y a Lisbeth Salander: hombre/mujer,
distintas generaciones, distintos oficios, distintas clases sociales, distintas
personalidades, distintas procedencias, distintas educaciones sentimentales y
puestas en escena... Un acierto pleno eso de juntar a dos personajes tan
dispares. Después, a lo largo de toda la trama desarrollada en la anchísima
trilogía Larsson mezcla con paciencia y sabiduría asuntos que casi siempre han
funcionan juntos o por separado a lo largo de la historia de la creación popular
de los dos últimos siglos: asesinatos en serie, investigación policial,
investigación periodística paralela, sexo, drogas, trata de blancas, mafias,
negocios fraudulentos multimillonarios, servicios secretos, imperios políticos
que se desmoronan, residuos elocuentes de fascismo, pistas falsas,
persecuciones, seguimientos, etc, etc... Sólo que Larsson ha optado por mezclar
las “distintas voces”, las distintas tramas presentadas (a veces sin aparente
conexión entre sí), la ingente cantidad de personajes dibujados, la montaña de
pistas y situaciones paralelas entre sí y por sí, con la mismísima habilidad
armónica con la que por ejemplo Rossini escribía determinados fragmentos de sus
óperas en los que un cúmulo variopinto de voces se van sumando con la misma
frase o frases distintas, en forma de creciente espiral, hasta desembocar en una
apoteosis vocal espectacular, rítmica y repito, muy armónica.
Insisto,
si Rossini le hace cantar al tenor ligero una frase, a la que le suma encima la
de la soprano, y a esta se le suma a la vez la de un bajo, y a todas la del
barítono, y a todas las formadas ya y en pleno esfuerzo la de la mezzo, y
finalmente, en un estallido prodigioso y casi inconcebible, un coro completo se
une al canto de los cinco protagonistas, así ha procedido Larsson en la
construcción de sus novelas. Sí, ha ido acumulando tramas distintas y
aparentemente inconexas entre sí, cada trama aporta sus propios personajes
principales, secundarios y terciarios, creando una especie de espiral narrativa
enrevesada en su geografía pero relativamente fácil de seguir en una lectura
atenta. Y esa espiral narrativa llega a su clímax o apoteosis en La reina en
el palacio de las corrientes de aire, en cuyo final sinfónico y coral todas
las tramas planteadas y desarrolladas encuentran por fin un hilo conductor
común, una única senda principal cuyo atento recorrido aclara todo, todo lo
coloca en su sitio. Evidentemente no voy a desvelar casi nada al respecto. Y
evidentemente, por mucho que Larsson no lo quisiera dejar claro, Millenium
requiere (quizá no exija) la lectura completa de la trilogía, desde la página
uno del primer libro a la última del tercero.
Este despliegue hercúleo
de voces o tramas, con los hilos conductor básicos y omnipresentes en casi
permanente primer plano de Mikael, Lisbeth y la revista Millenium, está
realizado por Larsson con ritmo y precisión. Y ahí, creo yo, reside la clave
principal del éxito popular de tamaña saga. Larsson supo tener la habilidad
literaria, de inteligencia, digámoslo ya, el talento, de que la estructura
plúmbea y quizá grandilocuente y enrevesada de su aparato narrativo fuera
construida con materiales ligeros, asequibles, “baratos”, y que su despliegue
ante la mente del lector se haga a un ritmo trepidante, con una cadencia de
dosis justas y precisas para no embotar y ser asimiladas sin esfuerzos
mayúsculos. Ese es el acierto como escritor de Larsson: crear un elefante con
plumas, y además hacer que algunas plumas lleven incluso consigo su letal carga
de ácido sulfúrico social y político.
Resumiendo. Los personajes
levantados sobre el papel por Larsson son planos, esquemáticos, sin desarrollo
ni espiritual ni vital, son folletinescos en el peor sentido de la palabra en su
propia concepción, pero también son variopintos y vienen a reflejar con alguna
precisión lo complejo de una opulenta sociedad contemporánea
Y es que, lo tengo que adelantar en una sola pincelada a
vuelapluma, discúlpenme amables lectores, el culpable último del pandemonium
criminal y complejamente delictivo que plantea Larsson en la trilogía y resuelve
en La reina en el palacio de las corrientes de aire, es el propio
gobierno sueco, o para ser más precisos o exactos, algunas tuberías
incontroladas e incontrolables del estado sueco que llegan a usar del crimen, a
tolerarlo o fomentarlo en otros, en nombre de una supuesta defensa de la
democracia y el bienestar del Suecia, esa sociedad para muchos ejemplo perfecto
del más alto grado de desarrollo humano sobre la faz de la tierra.
Resumiendo. Los personajes levantados sobre el papel por Larsson son
planos, esquemáticos, sin desarrollo ni espiritual ni vital, son folletinescos
en el peor sentido de la palabra en su propia concepción, pero también son
variopintos y vienen a reflejar con alguna precisión lo complejo de una opulenta
sociedad contemporánea. El cúmulo de tramas y subtramas confeccionado con
sapiencia artesanal por Larsson le da cierta apariencia de complejidad
intelectual a las tres novelas, lo que hace que muchos lectores se sientan
inteligentes y secretamente agradecidos por ello al autor. Pero el artesano
Larsson logra que su enrevesada propuesta no se transforme en pieza rijosa,
plúmbea e inaccesible, al contrario, la construye con ligereza y ritmo
frenético, muy bien dosificado. Y por último, a los más sempiternos asuntos del
melodrama y de la literatura más popular y masificada elaborada siempre con
ingredientes de los pecados capitales (en este caso lujuria, avaricia, ira,
soberbia y envidia) que acaban siempre en asesinato, sexo, poder y dinero,
Larsson logra inocularse además trazas visibles propios de temas “culturalmente
más serios y respetados”, como la denuncia de eternos residuos de fascismo, de
intolerancia racista, del maltrato a la mujeres, de poderes ocultos y
manipuladores dentro de los llamados estados democráticos, de la corrupción
generalizada en las grandes empresas y los grandes negocios, del control
político y económico de la opinión pública por parte de los distintos poderes,
de la corrupción judicial, de las mafias policiales conchabadas con las
organizaciones de delincuentes, del desmoronamiento incontrolado de los antiguos
países bajo dominio soviético, etc...
Ni Stieg Larsson ni su(s)
novela(s) pretenden quedar incorporados a próximas ediciones del Canon
occidental del atildado Harold Bloom. Larsson y su obra pretendían cuando
surgieron a la luz pública vender muchos ejemplares, entretener, concienciar a
la masa lectora de algunas realidades y mantener cierto espíritu crítico
despierto con respecto a su entorno (por idílico que pudiera parecer) entre
quienes leen libros, aunque sólo sea para llamar al sueño. ¡Enhorabuena señor
Larsson, lo ha conseguido con creces! Donde quiera que se encuentre puede usted
descansar tranquilo. Ah!, y muchas gracias por tan buenos
ratos.