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Francisco Morales Lomas: <i>Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (II)</i> (Ediciones Carena, 2009)

Francisco Morales Lomas: Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (II) (Ediciones Carena, 2009)

    AUTOR
Francisco Morales Lomas

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Campillo de Arenas (Jaén, España), 1957

    BREVE CURRICULUM
Catedrático de Lengua y Literatura. Sus últimas obras: La lírica de Valle-Inclán, Tránsito, Noche oscura del cuerpo, El extraño vuelo de Ana Recuerda, Travesías de la lírica española, Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (I) y La última hora

    PREMIOS
Finalista del Premio Nacional de Ensayo Literario en 2006, en los años 1998, 1999 y 2002 del Premio Nacional de la Crítica y del Premio Andalucía de la Crítica en 1998. Premio Joaquín Guichot de la Consejería de Educación, Premio de Periodismo del Mº de Economía y Premio Doña Mencia de Salcedo de teatro




Creación/Creación
Francisco Morales Lomas: Entre el XX y el XXI. Antología poética andaluza (II)
Por Francisco Morales Lomas, miércoles, 1 de julio de 2009
Existen una serie de principios de los que me he dotado para llevar a cabo esta selección. El primero y fundamental: rehuir de capillas literarias. Tanto en el volumen anterior como en este se integran escritores que en el pasado han formado parte de frentes literarios distintos, incluso llegando a una encarnizada controversia surgida en Andalucía a lo largo de la década de los noventa y trasladada más tarde al ámbito nacional.. En consecuencia, mi propósito es integrar, complementar, completar, ofrecer una imagen --nunca dividir— siguiendo criterios de equilibrio y sensatez literaria en los que creo firmemente y proyectando la obra hacia el futuro, y no hacia un momento transitorio del conflicto poético (Francisco Morales Lomas)

Luis García Montero (Granada, 1958)

Poética

El tono que me gusta adoptar al escribir poemas es también una decisión ideológica. La modernidad surgió con la dignidad renacentista del ser humano y con la fe ilustrada en el progreso técnico y en la felicidad pública. Sin embargo, por las paradojas de la historia, la estética contemporánea suele utilizar el concepto de modernidad para referirse a los autores que desconfían de la sociedad, del progreso técnico, de la razón y su lenguaje. En la época que vivimos, marcada por la vuelta a los irracionalismos, el fin de las utopías, las sectas religiosas y la desarticulación pública, me parece conveniente regresar, aunque con ojos críticos, al sentido original de la modernidad. Precisamente por eso me siento postmoderno. Escribir poesía es para mí lo mismo que trabajar por una recuperación de los vínculos sociales. Elaboro el poema como una cita, un lugar autónomo que a veces consigue unir las soledades del autor y el lector.

TÚ me llamas amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.

Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardan la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.

Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir,
pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.

(De Diario cómplice, 1987)

VIII

A Francisco Brines



Parece que soy yo quien hasta mí se acerca,
quien erguido camina rodeando mis piernas,
apoyando la piel sobre mi pecho,
cuando se acercan ellos, los recuerdos,
esos gatos sonámbulos del tiempo
que vigilan reunidos,
como palabras dichas,
caídas en el blanco
mantel de aquellas fiestas.

¿Dónde está la memoria,
detrás de qué latido se levanta
para enseñar su rostro,
el tesoro que lleva en sus ojeras
de canciones perdidas, de promesas
que nos tiran de pronto hacia otra parte?

Mi historia no es un libro, como dices,
es la esquina doblada de una página,
porque pensar también lo que no he sido
me define de un modo más exacto
por elecciones
o presentimientos,
porque hay versos que nunca se llegan a escribir
y la fidelidad que tengo a la poesía:
es demasiado débil
ni siquiera respeta su nostalgia.

Perdóname. ¿Recuerdas
el juego de crecer en soledad,
una voz que te llama por tu nombre?
La vida no traiciona, sólo existe
de un modo diferente al esperado
y es justo que se cuide, pues la cito
cuando tengo interés en malgastarla.

(De Diario cómplice, 1987)

***



Antonio Enrique (Granada, 1953)

Poética

Un poeta es quien interpreta en la Naturaleza los signos del porvenir. Si la mayor aspiración del novelista consiste en hacer hablar a los muertos, la del poeta es integrar el cosmos en la dimensión humana. El poeta lee en la Naturaleza y nos lo trasmite en tanto que nosotros, los seres humanos, formamos parte integral de ella. La poesía es, por esto mismo, la más alta expresión del lenguaje, que a su vez lo es del pensamiento. De esta forma, la poesía (de poiéo, yo hago) alcanza su razón última de ser en la profecía (de phemí, yo digo).

¿A DÓNDE iba esa mujer de negro
tan sola bajo los soportales de la plaza?
A la hora de nadie, y tan de luto,
ella se encamina, vorazmente
sola. Arrastra un capacho
con la cena. La espera nadie
en su casa. Cuando llega
cierra los pestillos, atranca la puerta.
Jadea, se asfixia de tanto ver
las cosas como las dejara.
La luz es débil, sobre la mesa
derrama su enteco fulgor
en la loza. Un vaso con agua
aguarda sus labios marchitos.
Tañe una campana vieja
la hora de los sueños.
La anciana no quiere acostarse.
Está tan desesperada
que no tiene sueño.
Y reclina la cabeza
contra el vacío de sí misma.
Así el suspiro, hondo,
es más sordo aún. De animal
herido, de pantera expulsada,
confinada hasta la dentellada final,
letal, de la soledad, el despecho, la fatiga.

(De Viendo caer la tarde)


EN LA ALBORADA del mundo
se vio a las mujeres de negro
recorriendo las tumbas que refulgían
al sol del nuevo siglo.
El calor maduraba los pétalos en el aire
de manera que, aunque quieto,
soplaba un ventarrón de nardos;
el viento era una cosa y el aire otra
en el mismo instante.
Y la arena otros tantos miles de ojos
esparcidos por el aire, y mil bocas más
el viento porque estaba bramando.
Hemos llegado al fondo de un mar
sin agua: los barcos hundidos
están a la vista de todos.
Y el hierro sabe más a odio
y la sangre a hierro.
Los cementerios no se distinguen
de las ciudades a vista de los pájaros.
Ya no queda tiempo
para el ultraje de la tierra devastada.
Unos hombres se levantan de las sepulturas,
y no se les ve porque la luz lo impide.
Unos hombres se levantan
y buscan errantes la sombra del homicida.
Hubo perros ahorcados
de los árboles más frondosos;
y hubo otros con apariencia humana
apaleados hasta el desollamiento.
En la alborada del nuevo siglo
nadie canta, nadie esparce
el corazón en un delirio.
Tan sólo mujeres de negro
de un sitio a otro con flores blancas
en las tumbas que refulgen, y son de tierra.

(De Viendo caer la tarde)

***



Aurora Luque (Almería, 1962)

Poética

Tres poemas a modo de poética


Hybris (1)

En la cima, la nada.
Pero todo se arriesga por la cima
del amor o del arte.


Nuevo caso de hybris (2)

Arte:
una letra de a-mor
y tres de mue-rte.


Del descifrar (3)

Fluir en la corriente sagrada de los versos
de una noche a otra noche
y ser atropellada, ser mordida
por la negra belleza que estalla en las palabras.
Y qué saturación sentir el aire
de otros mundos, la hoja que temblaba
en la lluvia con sol, los astros asomados
a la leve escritura,
un aroma olvidado de la infancia
o un placer sumergido
en las aguas más hondas de la vida:

Carne que se entreviese
-erótico fulgor rosado y denso-
bajo el encaje oscuro del poema.


La leyenda del cuerpo

Reconstruir un cuerpo
fragante en la memoria:
ingresa en el recuerdo semidiós
y en el olvido, viento.

El tacto: narraciones
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos del fuego, la conciencia
suprema de la piel.

El cuerpo amado nunca
es solamente un cuerpo.

Brindis

Qué deshecha la vida
si entresaco la vida.
Frutas verdes o frutas
acaso malolientes.

Lo que era olvidable,
la basura de horas
como polvo levanta
el vuelo decisivo.

Desmedida cosecha
de minutos cerrados.
La plenitud se agota
en fugaces rocíos,

un despojo de instantes,
un calendario breve
de pulsos detenidos
o milagros puntuales.

¿Es acaso esperable
otra trama más rica,
un repentino cambio
audaz de vestidura?

No se estrena la vida
en cada temporada,
ni fácilmente acepta
desnudarse el olvido.

Pero en cierta ternura
cuando brindan los ojos
la basura de horas
es de polvo dorado.

***



Domingo F. Faílde (Linares, Jaén, 1948)

A modo de poética

La realidad, sin duda, puede ser percibida por todos, pero es interiorizada por cada uno. La poesía, pues, añade a lo unívoco una luz humanizadora, en virtud de la cual el poeta recrea el universo. La poesía es expresión de lo plural singularizado.
El tiempo, sin embargo, y la experiencia personal de éste, que es la edad, van depurando viejas concepciones, moviéndome a apostar –como bien apuntaba el citado Torés- por una poesía que pueda netamente adscribirse al espacio de la emoción.
Lejos de la teoría, se me antoja más útil dejar aquí un poema que sea certificado de lo expuesto:

B I O P S I A

Mirad con microscopio los poemas.
Descomponedle al alma los tejidos.
Id tras cada oración, verso, palabra.
Diseccionad la idea y extraedle
los ecos, las traiciones,
los panales de miel y los frisos de mármol.

Si le encontráis la sangre,
si veis que se deshace su luz en la mirada,
si el río de la música
como un potro sin bridas se desboca,
si el corazón cocea nuestros labios,
dejad de preguntaros si así es
la rosa, porque habremos descubierto
cuerpo, sangre y divinidad
de esa extraña criatura
que llamamos poesía.
En esta operación a vida o muerte,
es preciso llegar hasta el abismo.
Y cortar por lo sano.

Jerez de la Frontera, febrero, 2007.

Epigramas
Confiabas, necio, en la posteridad,
y al juicio de la historia
legabas tus minutos. Al trueque del futuro
inmolaste el presente, renunciando
a la gozosa potestad del acto, al impagable
deleite de morir en cada gesto.
La sentencia del tiempo
no mostrara mayor benevolencia.
Mas ahora eres viejo y no es posible
reescribir el pasado ni te queda una página,
un último minuto para rectificar.
¡Qué error, así, la vida!
Aguardar hasta el fin la absolución,
en tanto te maldices tú mismo y te condenas
a morir esa muerte
que habías, sin saberlo, continuamente muerto:
Los ríos, muchas veces, son el mar.

(De Náufrago de la lluvia, 1995)

***


Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954)

Memoria y ficción (una poética)

La poesía fija su mirada atenta sobre ese mundo, intenta percibir relaciones que están más allá de las apariencias o de las superficies, distingue una base de realidad a través de la dispersión y se instala, así, en la complejidad de la vida. Esa misma paradoja tiende a reforzar el sentido creador de la memoria: alguien que recuerda también está inventando, en parte, su propio pasado, y lo lleva al territorio de la fábula. Sólo en esta línea puedo admitir el significado de una “poética de la experiencia”; trasladadas al ámbito de la ficción, la autobiografía y la crónica exceden la naturaleza del documental. Si la actualidad es la materia sobre la que trabaja el periodismo, la poesía se centra en el presente, que lleva en sí la duda y la nostalgia, las huellas de la historia, los sueños, aquello que nunca llegó a suceder, las otras vidas. El carácter ficticio del presente, su continua disolución, es nuestra única certeza posible. Me resulta imposible entender la poesía al margen de la vida; es evidente que la poesía no va a cambiar el mundo, pero ayuda a situarse en él, a hacerse siempre la misma pregunta: cómo explicar ahora este desorden.

Cruz de Quirós



A Andrés Soria Olmedo


I

No se veía el mar desde la casa.

Éramos huéspedes forzosos del cansancio,
igual que aquellas sombras exteriores,
casi olvidadas de nosotros.

Cuántas veces he vuelto a sentir
su olor de mantas viejas,
la resaca de un ron mezclado con los sueños
de amores imposibles,
signos de libertad,
banderas clandestinas.
Y el calor de los días últimos de junio,
cuando el deseo nos acercaba más
a sus propios fantasmas,
como un presagio de la despedida.

Después de algunos años aprendí
que el exilio es también una costumbre,
que no se puede conciliar
esa pasión de quien empieza
a descubrir un cuerpo
y la serenidad ambigua, triste,
que suele atribuirse a la experiencia,
una dudosa dádiva del tiempo.

Calle Cruz de Quirós,
una casa cerrada y un invierno.

Después de algunos años,
quise volver con ella:
me salvaba su voz,
su luz inesperada,
el recuerdo del mar desde sus ojos.


II

Deseo que seas locamente amada
André Breton



Aquella tarde fue también su casa.
Yo le hablé del zaguán,
del patio con macetas de aspidistra,
de los cuartos sombríos
y las hojas de yedra en las ventanas
que nunca pudo abrir.
Le hablé de aquellas noches
como si fueran parte de otro mundo.

Reconstruir la historia
era un presentimiento del vacío.
Sabíamos los dos que no bastaba
una conversación sobre el pasado,
un olvido fugaz en bares sórdidos
donde los rostros no eran más que niebla
y un vaho de alcohol en la penumbra.
Ya no era suficiente una mirada
ni un gesto de complicidad.

Y sin embargo,
aquella tarde fue también su casa,
entre el frío y la luz
intensa de febrero.
Quise volver con ella,
le deseé que siempre fuese amada.

***


Rosa Romojaro (Algeciras, Cádiz, 1948 )

Poética

Quizás fuera la temática amorosa que predominaba en mis primeros textos la que me llevaba a lo barroco, y de aquí a lo hermético, en un intento de encubrir lo erótico mediante la metáfora, e incluso la alegoría. Pero, a la par, existía otra tendencia que apuntaba a lo esencial, a la contención, a la claridad. En mí se cumple aquello que decía Borges de que el poeta comienza siendo barroco y que, más tarde, “si los astros le son favorables”, intenta alcanzar, “no la sencillez, que no es nada“, decía él, sino “la modesta y secreta complejidad”. Aquí me sitúo. En esta búsqueda.

Cámara lenta

Los arqueros afinan
la punta de sus flechas:
Sebastián mira.

No ven el arco
los ojos en la altura:
sólo la lluvia.

Terso el costado:
la flecha de marfil
acierta el blanco.

En la tormenta
un cuerpo como un álamo:
Sebastián: blanco.

Dura un instante
lo que dura un silbido
y el cuerpo es río.

(De Agua de luna)


Diplomacia

Anochecida.
El pinar se disuelve
en trementina.

(De Agua de luna)


Tránsito

El cuerpo se hace un muro de nieve entre las cosas:
papel parafinado donde resbala el signo.
Como un tapiz vacío la voluntad se extiende
en oquedades. Nada pesa:

el humo del cigarro escribiendo en el aire
un epigrama, el hilo del teléfono
-ne me quitte pas-, la ceniza en el folio.
En el claror del cuarto una sombra de nube

insegura planea. Es un país sin nombre
la mañana: fugaz fondeadero
o ciudad fronteriza. Como desconocidos
en una calle ajena, se abren paso los ojos:

“¿Quién está ahí?” La mano se detiene
en la página muda: un salón desolado.

(De La ciudad fronteriza)

***


Alberto Torés (París, 1958)

¿Poética, autocrítica o estancias de protocolo?

Y ahora que empieza la función (sus páginas de antología) os diré que Albert Torés murió una noche de invierno en el interior de una limusina negra, frente al Puente de Brooklyn, entre las dos y las tres de la madrugada. A su entierro acudieron algunos compañeros detectives, unos músicos, todavía ebrios de improvisar sonidos y caricias, destemplanzas y sangres, y, unos cuantos amigos poetas. Theresa Brown cantó lágrimas de medianoche con esmeraldas de miel dedicadas a un ocaso sin refugio. Cantó desconsoladamente cada rincón que Torés recorrió, dudoso aunque pletórico. En su rodar, cada nota era el tibio cobijo de la pasión, sin lámparas ni sábanas ni memorias a las que acudir. Cada acorde las uñas clavadas en plena razón. Cada silencio todos los gritos de todos los tiempos.

Homenaje a Blas Infante

De Casares a Leningrado, piden
clemencia los poemas tan efímeros
como furiosos, porque sus impresos
laberintos fluyen en dolor múltiple.

De lavanda sus pétalos secretos
que nos reconstruyen para decirte
memoria y mar de pésames tristes
como viento sin medida. Me acerco

a tus salobres diamantes que reciben
fuego, nobleza, tréboles, acero
y la escritura del lugar certero,
avivando fragancias, los jazmines

que Andalucía muerde como texto
dibujando amor felino más libre
que los extremos de la luna, tinte
de niebla, señales del alfabeto

respirando trazos irresistibles
de ausencias y fortunas, quizá tormento
quebradizo en salmos y testamentos,
quizá en claves solitarias que viven

plazas, rostros, fronteras que desvelo
con la razón del pasado y la estirpe,
a media tarde en un vano intento
de saberme infante al postrarse simple

la noche. No hay gozo ni lamento
sino recuerdo que no nos lastime,
el amparo de la rosa que exhibe sueños y
[cordilleras al viajero.


El regreso

Regresé a mis países con un lazo
de silencio tan denso como cadena de nácar,
con más papel, más tinta y más vida
pero sin un solo texto digno de mención.
Regresé tras haber dormido en bibliotecas
y parques de medio mundo, haber leído
diarios extranjeros, revistas de moda, periódicos
de cine y cuadernos de historia,
pero no aprendí los manuscritos en carácter Braille.
Regresé, no recuerdo en qué año, empero
la literatura negra de Harlem y el rap de Jamaica
llenaban portadas, cartas de ajuste y vallas publicitarias,
mientras los dirigentes africanos eran encarcelados.
Regresé desde la geografía más cosmopolita
para hallarme con el relato más reducido:
en color de pasa de corinto, los apagones,
en tinta sepia, las noches se incendiaban
y cada sollozo que perforaba el alba
era como un verso de Mallarmé, presintiendo
dolor y placer, gozo y sufrimiento,
mascotas alineadas por fuerzas del amor,
cayendo desde el vértigo del poema o la vida.

Regreso al 23 de la avenida de la torre de la ciudad,
en el cruce con la cúpula de oro y la escuela militar
y a expensas de un castaño majestuoso entierro mi miseria.


Homenaje a Cervantes

De tantos años venimos corriendo
O postrando venturas en atónitas
Noches de satén que libro ya somos.

Quedan también los años celebrados,
Una suerte de poema, de música
Imperiosamente hallada, h/fermosa,
Juntando escritura y sentimiento,
Otras artes siempre con libertad
Total, templando nuestras existencias
Entre el dolor y el placer de ser.

De la vida, su escritura, que da la
Escritura su vida nos embarga.

Los rubios lugares en los que fuimos
Amados con la fiereza de los tiempos.

Me parece que ya confundíamos
A los mares con los secretos, molinos,
Naves y noticias de nuestras damas
Cabalgando lozanas los episodios,
Horizontes o vértices poblados
A golpes de las hazañas de Cervantes.

(De Los Acordes del Diablo)

***

Álvaro García (Málaga, 1965)

Poética

Interpretar la vida en un sentido amplio puede implicar que el poeta se metamorfosee –fundamentalmente en Nadie-, con tal de asegurarse el proceso que le reintegra a una relación metafórica más pura con la realidad. El poeta pone su trabajo al servicio de algo anterior a los sobrentendidos. Sólo así puede ver de verdad y no repetir percepciones que ya realizan de por sí la época o la tradición o el ambiente. El poema puede ser estatuario por ajustarse a un molde, por conformarse con imágenes o palabras o recursos previamente muy legitimados por la tradición o por el presente.
La poesía no estandariza la voz individual ni crea un personaje a propósito para que en él se identifique el mayor número de lectores: método de los programas electorales. El estado poético, ejercido a fondo, es más político que la política: la poesía debe reflejar el espíritu de una época, pero no con la voz que ya tenía esa época, sino con la que aún no tenía. La poesía, como estado del ser en un amplio sentido, tiene por horizonte el estado poético: crear una segunda naturaleza: una revolución que, por descontado, también es política. La poesía no tiene que ser reflejo de una política, sino crear una política.

Regreso
Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya somos,
y este trozo de piedra es un regreso.

La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Cuánta vida en lo inerte de este cuarzo
que es cristalización de los milenios.

El tacto es humildad.
Los dedos no conocen: reconocen;
comprueban un origen, se aseguran
de ser tan realidad como la roca.
Cuando los dedos rozan los sillares
en una catedral de umbría y siglos,
rozas casi al descuido los orígenes,
comulgas más que otros que comulgan.

Aquel niño buscaba con su cara
el frío intemporal del mármol frío.
Pegada su mejilla a la columna,
parecía escuchar en la pared
no el rumor que hay tras ella, sino a ella.
Sobre la mesa, el cuarzo, luz oscura,
su noticia que llega con retraso.
¿Cuántos siglos tendrá, tan silencioso,
tan delante de mí, tan en sí mismo?
Aprendo a ser lo que de hecho soy,
fugaz parte del mundo,
viendo el cuarzo.
Esta piedra secreta, antigua y súbita,
este trozo de mundo en la mañana.

(De Para lo que no existe, 1999)


Galeones

Tesoro de un naufragio es el naufragio mismo,
su memoria callada y encallada,
su silencio abisal y su misterio
transitado despacio por los peces.
Se naufraga para algo.
Lo que ahí abajo late sin latir
es el haber perdido
flotación en la historia y ser sustancia
de la que el tiempo se alimenta.
Los siglos no andan solos,
comen derrotas,
trizas de pabellones,
afanes que navegan y que un día se hunden.

Cuando el mar le hace sitio al barco,
la memoria no es sólo
astillería húmeda que pasa del abismo
a la mañana del museo.
Es también galeones que yacen en lo oscuro.

La luz le duele un poco
al fragmento de barco que vuelve con poleas y
derramando olvido.

El tiempo se despieza y es algo más que piezas.
No es ajuar en vitrinas y es temblor.
Es vida oscura o luminosa.
O algo intermedio,
que tal vez sea el espíritu y que escapa
mientras secamos piezas con un rótulo al lado,
como piratas de nosotros mismos.

(De Para lo que no existe, 1999)

***


José Sarria (Málaga, 1960)

Poética

El poeta italiano Vittorio Sereni (1913-1983) escribía lo siguiente, en 1965: “Se hacen los versos por quitarse un peso / y pasar al siguiente. Pero hay siempre / algún peso de más, y nunca hay / ningún verso que baste”.
Esta podría ser la perfecta descripción de mi enfrentamiento ante el papel en blanco. Soy consciente de que la salvación está en garabatear, con versos, el espacio que ofrecen las hojas o la pantalla del ordenador, a la vez que reconozco que esta salvación es efímera, transitoria, tan leve como los besos de un ángel. Y a esa experiencia me entrego, a pesar de saber que su fugacidad no irá más allá de la frontera que limitan los días inmediatos.
Soy, al mismo tiempo, sabedor de que este mensaje no es nuevo, que ya viene de antiguo, que pertenece a otros, como una llama que se transmite de mano en mano, a través de todas las generaciones. Y en ese mensaje me reconozco y reconozco la voz de los que antes de mí experimentaron estas mismas sensaciones, esta misma necesidad de ser rescatado.

Prostituta

 

A ti, desnuda ante la lámpara rosa
LUCIANO FOLGORE


Desnuda, bajo un haz de luz sombría
mi cuerpo ha sido género
fresco y lascivo
para hombres anónimos.

Noches y días
de caricias fingidas,
besos de Judas
que por treinta monedas
entregué de mis labios
sin probar la ternura
fecunda de otros labios.

La calle se hace extensa como el eco de Dios
y sus esquinas púas
que atraviesan la carne
y los sentidos
sabiendo prisionera
que alrededor de mí no se queman las alas
sino tan sólo el alma.

(De Prisioneros de Babel)


Canción de la amada



Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
si halláis a mi amado,
que le hagáis saber que estoy enferma de amor.

Cantar de los Cantares de Salomón



Por entre la rendija del deseo
observaba la desnudez
de tu cuerpo en las termas.
Nunca vi torre
más fuerte que tus muslos
ni valles tan ingentes
como tu espalda.
Mi amado es blanco
como el mármol de las efigies
su piel como los lirios entre cedros
del Líbano y sus ojos
dos palomas que beben
en las fuentes de En-gadi.
Miel y leche debajo de su lengua
encuentro cada vez
que sus labios reposan en mi boca.
Por mi vientre fluye la mirra
al saberme buscada
y en mis pechos prendieron
flores de alheña.
Vendré a la media tarde
hasta tu alcoba
ataviada con sedas y perfumes
de jazmines y nardos
para ofrecerte
los frutos que en mis viñas
guardaba para ti.

Yo os conjuro doncellas
de Israel, que no desveléis,
hasta que quiera, el sueño del amor.

(De Sepharad)


***


Fernando de Villena (Granada, 1956)

Poética

Mirar, sentir, vivir despacio ciertos instantes y saber comunicar la emoción de lo entrevisto: ese es el trabajo del poeta. Existe una realidad más hermosa o más terrible detrás de muchas cosas junto a las que pasamos. El hombre vive demasiado velozmente. El poeta debe detenerse a indagar esa otra realidad y, aunque nunca pueda explicarla, podrá trasmitir la emoción que le sacude durante su búsqueda. Nuestro equipaje para dicha aventura es el lenguaje y cuanto mejor sea nuestra formación, más posibilidades tendremos de comunicar esa experiencia.


Adiós

La vida se nos iba
en días inocentes
de mansa lluvia y frío en los tejados.
Leíamos sin orden, amábamos a veces…
El vano conversar y la esperanza incierta
nos llevaban el resto.

En días soleados
las fieles estaciones al paso por los chopos
-ya verdes, ya dorados, ya desnudos-
silentes nos decían la vida se nos iba.

Y se nos fue la vida, ¡tan callando!,
sin traer una nueva primavera
después del largo y doloroso invierno.


El patio del colegio

En los días de cielo encapotado
está más triste el patio y sus balcones
con maderas de viejos cuarterones
y baranda muy negra en mal estado.

Es un patio sombrío, encajonado,
y vencidos están sus canalones;
tiene sombras de hospicio en los rincones
y líquenes de sangre en el tejado.

En sus cuatro parterres frente a frente,
bajo humildes naranjos y rosales,
crece hierba salvaje hacia la puerta.

En el centro y de piedra una gran fuente
muestra pútridas aguas en la cuales
flota esta tarde una paloma muerta.


Estación de aldea

La tarde moría sobre las acacias.
Del campo venía la brisa aromada;
las aves callaban, los grillos cantaban…
La tarde moría.

Las rosas en sombra formaban guirnaldas
por sobre los arcos, junto a la campana,
y con sus agujas lento las flechaba
el reloj añoso.

La luna en creciente y estrellas clavadas
en un firmamento turquesa y de nácar.
El reloj añoso los sueños contaba.
La tarde moría.

Estrépito grande y una luz lejana.
Un temblor del aire por las enramadas.
Un silbo furioso: el tren que llegaba.
Las rosas en sombra.
Un ángel huía. La noche reinaba.



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de esta selección de poemasl de la Antología poética andaluza (II). Entre el XX y el XXI, cuya editor es Francisco Morales Lomas.
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    Las esquinas del aire, de Juan Manuel de Prada (reseña de Alfonso Gota)
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