Laguna en el circo de Mampodre (foto de José Luis
Rodríguez)
LA CORDILLERA CANTÁBRICA La
cordillera Cantábrica es un mundo aparte dentro del contrastado y variopinto
esquema orográfico ibérico. A vista de pájaro aparece como un formidable y
prolongado espinazo montañoso que discurre próximo a la costa. Son
aproximadamente medio millar de kilómetros los que ocupa de este a oeste, desde
Galicia hasta el País Vasco. Los geógrafos la dividen en tres partes: el macizo
asturiano, la montaña cántabra y los montes vascos. Sus mayores cotas se
registran en la primera de las partes citadas, donde el relieve es más abrupto.
El techo es Torre Cerredo, con 2.648 metros de altitud, y a su alrededor se
elevan numerosas cimas que sobrepasan los 2.400 metros, en tanto que en la
montaña cántabra y en los montes vascos no se superan los 1.750 y los 1.550
metros respectivamente.
Los montañeros que alcanzan una y otra vez estas
montañas no dejan de extrañarse ante el hallazgo de restos fósiles de diversos
animales marinos incrustados entre las rocas. Y no hace falta ser un entendido
en ciencias biológicas para plantearse mil preguntas sobre el origen de tales
criaturas petrificadas o sobre el modo en que llegaron hasta allí. La respuesta
a sus interrogantes nos lleva, de la mano de la geología, nada menos que 300
millones de años atrás, a un pasado remoto en el que toda la zona estaba ocupada
por el mar. Esta época recibe el nombre de periodo Carbonífero, dentro de la era
Paleozoica. A finales de dicho periodo, la orogenia hercínica fue especialmente
activa y produjo los plegamientos, con sus consiguientes elevaciones, que
propiciaron la retirada del mar. Toda la cordillera recién surgida quedó muy
fragmentada y plagada de cuencas muy cerradas en las que se acumulaban
sedimentos de manera incesante. Las condiciones climatológicas favorables
crearon bosques de plantas gimnospermas y helechos arborescentes, los cuales,
una vez empantanados y carentes de oxígeno, fueron convirtiéndose en las masas
de carbón que hoy se explotan en estas latitudes.
Pero la imagen actual
de la cordillera Cantábrica no se debe a la mencionada orogenia hercínica, sino
a la que volvió a actuar sobre la cordillera más tarde, concretamente hace 40
millones de años, y que recibe el nombre de orogenia alpina, artífice al mismo
tiempo de las elevaciones de montañas cercanas tan importantes como los Pirineos
o los Alpes.
La
vegetación es escasa a partir de 2.200 metros (foto de José Luis
Rodríguez)Durante el periodo Cuaternario, hace 500.000-700.000
años (dentro de la más «moderna» era Cenozoica), la actividad de las
glaciaciones se hizo notoria en forma de numerosos glaciares, a su vez
favorecidos por las intensas precipitaciones que caían sobre la región. Así han
llegado hasta nuestros días glaciares como los del Cares, Duje, Deva, Urdón,
Bulnes y los que discurren por las faldas del Cornión. Esta última zona cuenta
hoy con abundantes muestras de la referida actividad en forma de valles, circos
y morrenas terminales, tanto de las denominadas de retroceso como de fondo. Los
lagos Ercina y Enol están ubicados en sendas cubetas excavadas por los
glaciares, y la del Enol es un buen ejemplo de las catalogadas como «en artesa»,
con perfil en forma de «U». De distintas longitudes, estos glaciares alcanzaron
distancias increíbles, como en el Cares y el Deva, donde todavía se conservan
restos que permiten establecer la longitud de estas lenguas en torno a los diez
kilómetros.
De la estructura del estrato rocoso y del suelo de la
cordillera Cantábrica cabe destacar la presencia de las típicas rocas calizas
paleozoicas mezcladas con areniscas y pizarras negras. La fragilidad de estos
materiales, especialmente sensibles a la erosión originada por el agua, se
explica a través de la reacción química que tiene lugar entre el dióxido de
carbono disuelto en el agua de lluvia o del deshielo y el carbonato cálcico de
que se compone mayoritariamente la roca caliza. Lo que ocurre, a grandes rasgos,
no es otra cosa que la disolución de la roca madre para dar lugar a fenómenos de
karstificación (formación de poros de mayor o menor tamaño, a veces en forma de
cuevas y galerías de más de un kilómetro de longitud), que a su vez propician la
filtración y la aparición de corrientes de agua de caudal diverso.
Contrariamente a lo que ocurre con las glaciaciones, el fenómeno erosivo
generador de oquedades en las rocas sigue vivo y continúa actuando día a día,
minuto a minuto, en la cordillera Cantábrica, con una fuerza semejante a la
gelifracción (rotura de las rocas por la expansión del hielo en las grietas) en
lo que a poder modelador se refiere. Estos caprichos de la naturaleza convierten
la zona en una auténtica esponja capaz de absorber toda el agua que les llega
del cielo. Quizá este hecho pueda explicar la ausencia de fuentes y manantiales
en las zonas altas, así como el gran caudal que presentan algunas surgencias en
distintas zonas medias y bajas. Sin embargo, en la cordillera Cantábrica —y
particularmente en los Picos de Europa— sí son frecuentes las dolinas
—denominadas
soplaos por los pastores—, fosas o cubetas en forma de
embudo colmatadas de agua debido a la obstrucción de las vías de desagüe
internas por acumulación de arcilla. El régimen de estas dolinas suele ser
estacional en la mayor parte de los casos, contando con agua desde el otoño
hasta la primavera y permaneciendo prácticamente secas en verano. Estas dolinas
también pueden intervenir en los cursos de los ríos para originar curiosos
fenómenos de desaparición y surgencia de los cauces. Un claro ejemplo lo
encontramos en la zona de Comeya, donde un
soplao recoge las aguas
procedentes del de-sagüe del lago Enol, que permanecen ocultas en un trayecto de
ocho kilómetros para volver a la superficie por una cueva existente a un escaso
kilómetro del santuario de Covadonga. En la altiplanicie de Orandi, el cauce de
río de las Mestas desaparece en el fondo de un valle ciego, en lo que viene a
ser otra dolina, para reaparecer a una latitud mucho más baja, cual poderosa
cascada, junto a la cueva de Covadonga.
Ruta de la Faena en el valle del río Ibias (foto de José Luis
Rodríguez)
LA FLORA Considerada como la
España verde, toda la cornisa Cantábrica atesora una riqueza botánica
excepcional. Árboles, arbustos, praderas alpinas y también los más modestos
prados de siega del fondo de los valles configuran paisajes en los que si algo
sobresale es, aparte de un verdor permanente, el equilibrio y la armonía de su
organización espacial, todo ello debido a un proceso evolutivo favorecido por su
singular ubicación geográfica. Pero antes de pasar a analizar tan extraordinario
panorama floral hay que hacer, obligatoriamente, un pequeño inciso sobre
climatología. Porque nada se deja influenciar tanto por los fenómenos
atmosféricos —sobre todo temperatura y humedad— como la cubierta vegetal de un
determinado lugar. A grandes rasgos, el clima de esta región, clasificado como
típicamente atlántico, se caracteriza por la ausencia de estaciones secas, por
su elevada pluviosidad y por la humedad ambiental. El influjo del océano cercano
se manifiesta, sobre todo, en forma de borrascas invernales,mientras que en
verano es el anticiclón de las Azores el encargado de aportar el aire húmedo y
templado que, a su vez, se convierte en la clásica niebla tan habitual en la
comarca. Visto en cifras, las precipitaciones anuales medias se sitúan en torno
a los 700 mm en los valles meridionales, para ascender progresivamente hasta los
2.500 en las cumbres, pasando por los 1.500 en las zonas bajas septentrionales.
Por lo que respecta a la temperatura, previa constatación de que su suavidad se
debe a la amortiguación propiciada por la proximidad del océano, las cifras se
sitúan entre los 4º C y los 23º C como medias de mínima y máxima respectivamente
en los valles situados por debajo de los 500 metros de altitud. Conforme se
asciende, estas cifras bajan del orden de 0,6º C cada 100 metros. Para los
biogeógrafos (que estudian la distribución de las formas vivas en la superficie
terrestre), la península Ibérica cuenta con dos grandes áreas o regiones de
vegetación, determinadas por los valores medios anuales en cuanto a temperaturas
y a distribución de la pluviosidad. Por un lado, la región mediterránea, que
acapara el 80 por ciento del territorio, y, por el otro, la eurosiberiana, con
el 20 por ciento restante circunscrito a Galicia, Asturias, Cantabria, País
Vasco y Pirineos.
El aislamiento geográfico de una determinada zona
durante cientos o miles de años hace que aparezcan los denominados endemismos,
criaturas vivas —animales o plantas— evolucionadas de distinta manera al patrón
común descrito para una especie concreta. Aparecen así los endemismos con
categoría de subespecie. También puede ocurrir que se trate de seres distintos a
los restantes, exclusivos de la zona de estudio. Son, entonces, endemismos con
la categoría de especie. En el caso de las plantas, dada su natural inmovilidad,
todo depende de sus posibilidades de dispersión a través de la reproducción y de
si pueden superar las barreras naturales que encuentran en su camino. Por esta
razón cuentan con endemismos la mayor parte —por no decir todas— de las altas
montañas españolas.
Sin embargo, con demasiada frecuencia los botánicos
no se ponen de acuerdo en el reconocimiento y descripción de los endemismos, y,
mientras que unos los consideran especies, otros sostienen que se trata de
simples subespecies. Sea como fuere, en la cordillera Cantábrica esta
diferenciación se reduce bastante, sobre todo por su cercanía geográfica con los
Pirineos. Se dan, de esta manera, numerosos endemismos comunes entre ambas
cadenas montañosas. Se han descrito al menos una docena de especies, entre las
que destacan dos saxifragas (
aretioides y
praetermissa), una
lechetrezna (
Euphorbia chamaebuxus) y la bellísima azucena silvestre
(
Lilium pyrenaicum). Propios de la cordillera Cantábrica encontramos,
entre otras, dos nuevas saxifragas (
conifera y
canaliculata), el
narciso asturiano (
Narcissus asturiensis), un sauce (
Salix
cantabrica) y una campanula (
C. rotundifolia, subsp.
legionensis), además de los endemismos picoeuropeanos
Cardus
cantabricus,
Helianthemum apeninum subsp.
Urrielense y
Festuca picoeu ropeana.
Las
Cabriteras en otoño (foto de José Luis Rodríguez)En todas las
montañas de cierta altitud se hace imprescindible analizar los distintos pisos o
estratos de vegetación a la hora de esbozar los rasgos característicos de su
flora y, sobre todo, de hacer un rápido recorrido por sus especies más
destacables. Los científicos los denominan
pisos bioclimáticos y en la
cordillera Cantábrica se reducen a cuatro, a saber, colino, montano, subalpino y
alpino. En cada uno de ellos, si las plantas han alcanzado evolutivamente el
equilibrio perfecto con las condiciones climatológicas y edafológicas, se dice
que están en estado de
clímax; si, por el contrario, el equilibrio está
forzado (bosques repoblados, porejemplo), se habla de
disclímax. El
término de
paraclimácico o
azonal se emplea para designar los
estados donde dichas comunidades vegetales no dependen tanto de los factores
climáticos como de los edáficos o hidrológicos (por ejemplo, un soto que
atraviesa un prado).
Comenzamos por el primero, por el piso inferior, el
colino, que se sitúa entre las cotas más bajas (prácticamente a nivel del mar) y
los 500 metros de altitud; lo más destacable de su cobertura vegetal son las
denominadas
carballedas, masas donde la especie predominante es el roble
carballo. Muy afectadas por la influencia humana a lo largo de las últimas
décadas, estas carballedas, lejos de tapizar laderas enteras, subsisten en
pequeños rodales donde aún se aprecia el trabajo del hacha en los ejemplares
centenarios. Arraclanes y castaños conviven con dichos robles, sustituidos en
algunos puntos por bosques mixtos de tilos y fresnos. Las zonas de degradación
de este piso, lamentablemente más abundantes que las ocupadas por los propios
bosques, están ocupadas por matorrales a base de zarzas, endrinos, majuelos,
cornejos, etcétera. En este piso se sitúan, asimismo, la mayor parte de los
prados de siega utilizados por el hombre, considerados como resultantes de la
degradación —artificial, por supuesto— de los matorrales antes citados. En ellos
aparecen especies tan interesantes como la aguileña, el garbasón, la cresta de
gallo y distintas orquídeas.
Como vegetación paraclimática o azonal de
este piso se reconocen las comunidades de los roquedos, pedregales y bosques
galería (arropando cauces fluviales). Como especies representativas encontramos
la siempreniña, la hierba o valeriana de san Jorge, también denominada
milamores, la endémica boca de dragón de Braun Blanquet y la campanilla de León,
también endémica del noroeste peninsular, además de la insectívora grasilla allí
donde persista la humedad la mayor parte del año. En los bosques galería, aparte
de fresnos y carballos, prosperanalisos y álamos blancos.
Por encima del
límite del piso colino y hasta los 1.600-1.800 metros se sitúa el montano, cuya
formación vegetal principal es el hayedo, considerado como el más espectacular
de los bosques, tanto por las formas de los árboles centenarios como por los
bellos colores que presentan durante el otoño. El haya es un árbol notable,
capaz de alcanzar los cuarenta metros de altura, con hojas características en
forma y aspecto. Comparte su biotopo con el avellano, también de porte arbóreo,
y con numerosas especies herbáceas, entre ellas la singular anémona, que tapiza
grandes extensiones de suelo, junto con jacintos estrellados y
verónicas.
Hoces de Vegacervera y pico Atalaya (foto de José Luis
Rodríguez)En las zonas de solana, el haya puede aparecer mezclado
con roble albar, localmente denominado
arecha, hasta el punto de dominar
este último, en cuyo caso los bosques reciben el nombre de
arechales.
Puede ocurrir, asimismo, que sean el roble melojo o rebollo o el quejigo las
especies predominantes en determinadas zonas deeste piso, con lo que nos
encontramos con rebollares y quejigales. La degradación delos bosques de este
estrato da lugar a piornales, espinares y brezales.
El siguiente peldaño
o piso de vegetación se establece entre los 1.600 o 1.800 metros de altitud y
los 2.200. Esta banda altitudinal soporta condiciones atmosféricas extremas, con
fuertes vientos, cambios bruscos de temperatura, nieves persistentes y alta
exposición a los rayos ultravioletas, lo que supone un claro impedimento para el
correcto desarrollo de las especies arbóreas que colonizan laderas más bajas. El
clímax de este piso lo constituyen, por tanto, las formaciones arbustivas, en
las que el papel predominante le corresponde al enebro rastrero, a la gayuba, el
escaramujo y la salamunda.
En los prados alpinos, también denominados
prados de cumbre, por encima de los 2.200 metros y hasta las mismísimas cimas,
el terreno queda reservado para un puñado de especies muy resistentes a las
bajas temperaturas y perfectamente adaptadas al denominado efecto iglú a que se
ven sometidas durante mucho tiempo al estar cubiertas por completo por la nieve.
Entre estas especies destacan el oxitropo y la elina, aparte de una arenaria —la
purpurascens—, la silene sin tallo y la jurina humilde, todas ellas
plantas de reducidas dimensiones que obligan al excursionista interesado en la
flora a pegar la nariz al suelo si desea descubrirlas e identificarlas.
En la cordillera Cantábrica, los valles y laderas abiertos hacia el sur
experimentan un claro influjo mediterráneo y meseteño. Su clima se considera
subhúmedo y registran temperaturas más frías en invierno y más calurosas en
verano. Estos contrastes con respecto a los orientados hacia el norte
representan un cambio en la fisonomía del terreno debido a la presencia de
nuevas especies. Entre éstas predomina la encina, que configura bosquetes
relictos (como ocurre en la Liébana y en el desfiladero del Cares) situados en
cotas generalmente inferiores a los 600 metros. Comparte suelos, tanto calizos
como silíceos, con madroños, laureles, jazmines silvestres y rústicos enebros de
la miera.
Ruta a la base de peña Ubiña (foto de José Luis
Rodríguez)PREPARACIÓN Y EQUIPO La mayor
parte de las rutas que proponemos son aptas para cualquier persona, es decir,
que pueden llevarlas a cabo tanto los niños desde los siete u ocho años como los
adultos hasta los 65 o setenta, siempre que se trate de personas sanas, sin
ningún problema de salud que les impida hacer un esfuerzo moderado (caminar)
durante varias horas. Estas rutas están catalogadas como de dificultad baja. Las
rutas de dificultad media necesitan cierta forma física, bien para caminar por
terrenos abruptos o para superar cuestas prolongadas. Este grupo equivaldría a
la tipología de iniciados. Finalmente, las pocas rutas de esta guía catalogadas
de dificultad alta están reservadas a auténticos montañeros, en cuerpo o
espíritu, a los que no les importa sufrir la dureza de la montaña. Se trata,
como bien puede suponerse, de itinerarios largos y de trazado ascendente, ya sea
total o parcialmente.
En todos los casos, es decir, tanto en las rutas
de dificultad baja como las medias o las altas, el equipo es fundamental y debe
incluir, como primer elemento, un buen calzado, a ser posible botas de media
caña con forro interior transpirable e impermeable (hoy muy de moda con marcas
bien conocidas: isotex, goretex, sofitex, etcétera). Dependiendo de la
climatología, hay que llevar ropa ligera o de abrigo. En este último supuesto,
lo ideal es ponernos ropa interior térmica, muy cómoda y transpirable, que evita
que el sudor se quede frío al pararnos. Los forros polares también son muy
recomendables, sobre todo si llevan membrana antiviento. Gorro, gafas de sol o
de ventisca, guantes, incluso bastón o piolet, son complementos del anterior
equipamiento.
No hay que olvidar llevar comida y bebida si la ruta
precisa más de tres o cuatro horas para la ida y la vuelta. En este caso
evitaremos las pesadas latas de conservas y recurriremos a las livianas y
modernas tabletas de proteínas y carbohidratos, diseñadas para deportistas, así
como a las bebidas isotónicas, que reponen las sales minerales y los iones
perdidos durante el ejercicio de manera mucho más rápida que el agua o los
refrescos.
Es asimismo imprescindible llevar a cabo ciertos preparativos
antes de ponerse a caminar, incluso antes de desplazarse hasta el espacio
natural donde se ubica la ruta. Esta preparación consiste en documentarse
previamente sobre el lugar o la comarca, en reservar plaza en el hotel o la casa
rural más cercana, y también, por supuesto, en conocer las especies de flora y
fauna que se pueden encontrar, los detalles del itinerario y hasta la previsión
meteorológica. Con excepción de esto último, todo lo demás se puede encontrar en
esta guía, que pretende ser útil antes y durante la realización de los
itinerarios.
Duración: media jornada.
Dificultad: baja-media.
Época recomendada: de primavera a otoño.
Punto de
partida: Posada de Valdeón.
Tipo de itinerario: lineal.
Flora y fauna: Durante el recorrido podemos ver especies arbóreas
tan interesantes como el haya, los robles y el acebo. Abundan los arbustos, y
entre las especies florales destacan las saxifragas, las gencianas, los lirios y
diversas orquídeas. Respecto a la fauna, cabe reseñar la presencia del lobo en
la zona, la abundancia de corzos en los bosques y rebecos en las alturas, y la
visita esporádica del oso.
Lobo (foto de José Luis Rodríguez)EL
LOBOSe trata de una de las criaturas más mitificadas y al mismo
tiempo temidas y odiadas de cuantas comparten con el hombre la faz de la Tierra.
El lobo tiene el aspecto de un perro grande, con la cabeza maciza, el
hocico puntiagudo, los belfos rasgados y los ojos triangulares de color dorado o
ambarino. Deja huellas y señales fáciles de identificar, con excrementos gruesos
y romos de 10-12 centímetros de longitud por 3 de anchura. Aparecen sobre
elementos prominentes o en los claros de los bosques, lugares con clara
finalidad de demarcación territorial. Las huellas marcan cuatro almohadillas
grandes, separadas. En esta especie el celo tiene lugar entre finales de enero y
mediados de marzo, época en la que más se escuchan sus típicos aullidos. La
gestación dura 60 días y los partos son de 5 a 7 cachorros, que tienen un
periodo de lactancia de 3 a 5 semanas.
ITINERARIO
Pocas rutas por
el valle de Valdeón ofrecen la posibilidad de obtener panorámicas de esta parte
de los Picos de Europa como la que ahora proponemos. Desde arriba las vistas son
inmejorables y cuesta trabajo iniciar el descenso. Por el camino nos sorprenderá
el cambio que experimenta el manto vegetal para adaptarse a la altitud, con
rincones que invitan a permanecer, a integrarse en la
naturaleza.
Para situarnos en el punto de partida, debemos salir de
Posada de Valdeón por la carretera de acceso y tomar el primer desvío
(camino) que sale por la derecha. No tiene pérdida, ya que cuenta con un
indicador de la ruta que pretendemos realizar. Este camino conduce primero a
Soto de Valdeón y después a
Caldevilla. Son poco más de dos
kilómetros los que recorreremos en este primer tramo, cómodo y prácticamente
horizontal, atravesando praderas y huertas con abundante arbolado.
Una
vez en el casco urbano de Caldevilla, nos dirigiremos a la parte final del
pueblo, a la zona suroeste, por donde cruzamos un puente sobre el arroyo. Junto
a dicho puente, detrás y a la izquierda, parte la pista forestal que sube a la
vega de Llos. Aparece un indicador con la leyenda «PR. PN. PE-12, Vega de Llos,
Majada de Vegabaño». El camino gana altura entre zarzales de gran porte,
avellanos y robles. Concluido el primer kilómetro, el camino gira a la derecha y
asciende por la parte derecha del
valle de Argolla. Abundan los brezos.
Abajo quedan praderas frecuentadas por los corzos al amanecer y al atardecer.
Tras cubrir los dos primeros kilómetros (desde el comienzo de la pista
en Caldevilla), encontramos las primeras hayas y, poco después, (a 800 metros)
alcanzamos la majada de Argolla, para continuar ascendiendo por una zona donde
abundan los acebos. Entramos a continuación en un denso hayedo. De vez en cuando
la vegetación nos deja disfrutar del paisaje serrano, con la
Torre del Friero
como elemento referencial del macizo Central que se recorta en el horizonte
norteño. Concluido el cuarto kilómetro, llegamos a una fuente (
zona de
Bustiello) y al indicador que señala que por la derecha llega un sendero
procedente de Soto de Valdeón. La pista se hace cada vez más empinada y
atraviesa una zona de escobas antes de penetrar en un frondoso hayedo que
refleja la huella del hacha en el pasado, ya que de los tocones cortados han
brotado grandes ramas laterales hoy transformadas en auténticos árboles. Un par
de curvas empinadas nos sacan del hayedo para alcanzar enseguida las praderas de
la vega de Llos, a 5,5 kilómetros del inicio de la pista en Caldevilla. Delante
de nuestros ojos tenemos la formidable mole pétrea del macizo de
peña
Bermeja, con las murallas de La Travesina y La Travesona en primer término.
Con unos buenos prismáticos, descubriremos, sin tardanza, la silueta de
numerosos rebecos que corretean por las alturas.