Con una larga obra a sus espaldas traducida a quince idiomas y con muchos
de sus libros editados en bolsillo, David Morley es uno de los pensadores
británicos más brillante de su generación. Nacido en 1949, comenzó sus estudios
universitarios en la London School of Economics (LSE). Corrían los primeros años
70 y la actividad política de esos años, 1972 y 1974, estaba marcada por las
gigantescas huelgas impuestas por los sindicatos mineros británicos. El gobierno
conservador de Ted Heath tuvo que declarar la “semana de tres días”: únicamente
había electricidad para mantener la industria británica tres días a la semana.
En este clima de crisis política, Morley creyó oportuno enfocar su doctorado
hacia el papel de los medios de comunicación en el conflicto. En la LSE no fue
capaz de encontrar un director de tesis, y algo semejante le sucedió en el
Goldsmith College, influenciado sobre todo por la etnometodología de Harold
Garfinkel. Tras varios intentos, contactó con Stuart Hall y el llamado
Media
Group en Birmingham
, que en aquellos años se reunía los miércoles por
la mañana. Como es bien sabido, Stuart Hall era entonces el director académico,
y alma mater, del legendario Center for Contemporary Cultural Studies (CCCS), de
la Universidad de Birmingham. En el hoy, por desgracia, clausurado CCCS llevó a
cabo en la década de los 70 una investigación destinada a analizar el popular
programa televisivo de la BBC
Nationwide. Dicha investigación se ha
convertido en un referente obligado para quien esté interesado en el análisis de
las audiencias en televisión.
Profesor en el Goldsmith College de la
Universidad de Londres, Morley ha enseñado y dado conferencias en numerosas
universidades esparcidas por todo el mundo. Desde su interés inicial en los
análisis de la audiencia y la recepción de la televisión, Morley ha ido
ampliando su horizonte de investigación y reflexión hasta alcanzar las
diferentes formas de consumo audiovisual y mediático. Al mismo tiempo ha entrado
de lleno en uno de los territorios sagrados de las ciencias sociales inglesas y
norteamericanas, el de los estudios culturales. Cuestiones planteadas por la
llamada postmodernidad -postmodernismo para muchos- o por las políticas de la
identidad han sido abordadas por Morley con osadía y
brillo.
Morley entra en el debate sobre la
modernidad para argumentar que el proyecto de progreso que se inicia en Europa
con la Ilustración no debe contemplarse desde una perspectiva
eurocéntrica
Medios, modernidad y
tecnología apareció en 2007 bajo el prestigioso sello británico Routledge.
Por desgracia, la editorial Gedisa ha tenido la desvergüenza de suprimir, y no
decirlo, las dos primeras partes de la edición inglesa. En total se han cargado
desde la página 15 hasta la página 132. En la primera de las partes suprimidas,
Morley comienza por establecer la relación entre los estudios culturales y las
ciencias sociales. Tras esta introducción, el lector se encuentra con una
excelente entrevista realizada en Berlin en 1997 por Johannes von Moltke. En la
segunda parte suprimida, Claudio Flores, profesor de la Universidad Autónoma de
Barcelona, presenta una excelente entrevista en torno a los problemas
metodológicos y a las prácticas de investigación de los estudios sobre medios de
comunicación. Este texto, en el que ambos autores discuten el trabajo cotidiano
de análisis e interpretación, así como el de observación de los medios en su
influencia social, hubieran enganchado especialmente a quienes leen con el lápiz
en la mano. No dudamos de las restricciones comerciales que sufren las
editoriales, pero el lector especializado requiere un trato más transparente, y
en Gedisa llueve sobre mojado. Hace unas semanas sacaron a la calle
La
fotografía y otros ensayos, una más que excelente recopilación de Siegfried
Kracauer (Frankfurt, 1889 - Nueva York, 1969), tomada de su obra
Das Ornament
der Masse con criterios que no quedan del todo claros.
Nuestro
volumen comienza, tras una Introducción que ofrece una visión de conjunto de la
obra, presentando la importancia de los datos empíricos en la construcción de
los estudios culturales. En esta primera parte, titulada “La geografía de la
modernidad y la orientación del futuro”, Morley entra en el debate sobre la
modernidad para argumentar que el proyecto de progreso que se inicia en Europa
con la Ilustración no debe contemplarse desde una perspectiva eurocéntrica. En
su opinión, el origen chino de innovaciones como la del papel y la imprenta, la
pólvora y la brújula magnética dan pie a considerar, junto al conocimiento
aportado por la ciencia musulmana medieval, que la geografía de la modernidad no
es fruto exclusivo de la Europa Occidental.
La desoccidentalización de la
modernidad la contempla Morley como un requisito necesario para entender la
actualidad de los estudios culturales e, incluso, como algo indispensable para
hacer inteligible el mundo actual
Morley
pretende demostrar que si la modernidad económica se encarnaba en la Venecia del
siglo XV, el Amsterdam del XVII, el Londres del XVIII o el Nueva York del XX,
hoy la modernidad de Asia oriental es tan central como la que configuran Europa
y Estados Unidos. La desoccidentalización de la modernidad la contempla Morley
como un requisito necesario para entender la actualidad de los estudios
culturales e, incluso, como algo indispensable para hacer inteligible el mundo
actual.
En la segunda parte, “Domesticidad, mediación y tecnologías de
lo nuevo”, Morley se deshace de la carga filosófica con la que abordaba su
reflexión sobre la modernidad para bajar a niveles más concretos de las
cuestiones que construyen la identidad personal y colectiva desde la
cotidianidad tomada en sus aspectos más simbólicos y domésticos. Este segundo
tramo del libro pone al lector frente a las tecnologías que conforman y, por qué
no decirlo, determinan su vida. El interés de Morley se centra en las “historias
íntimas” de cómo vivimos los nuevos medios de comunicación y los distintos
aparatos y recursos que se utilizan en el día a día de cualquier persona. El
televisor, la nevera, el ordenador y, por fin, el teléfono móvil como centro del
universo quedan expuestos ante el lector con una sagacidad ante la que no cabe
más que descubrirse y asombrarse.
En la tercera parte,
“Tecno-antropología: iconos, tótems y fetiches”, se vuelve y revisa desde una
perspectiva simbólica una serie de objetos como el televisor, el ordenador o el
teléfono móvil, a los que Morley ya se había referido y ahora se empeña en
deconstruir. Para ello recoge la crítica de videoartistas como Nam June Paik o
Bill Viola, que muestran lo que la televisión tenía de fetiche en los años
cincuenta. Ahora los tótems de las “tecnotribus” de la modernidad son el
teléfono móvil, los reproductores portátiles de MP3, iPods, iPhones o ciertos
ordenadores.
La posición de Morley se desliza
hacia una negación de distintas dicotomías que han sustentado un buen número de
posiciones académicas y políticas. De este modo, la contraposición Este/Oeste
queda difuminada. Lo mismo sucede con la clásica dicotomía tradición/antigüedad
o, incluso, moderno/premoderno
Por último, en
el segmento de texto que el autor ha denominado “Coda” se comienza por desmentir
la teoría tanto hegeliana como weberiana que contempla el proyecto ilustrado
como esfuerzo de modernización paralelo a una tensión secularizadora de la
sociedad. Morley ve a Estados Unidos como una sociedad intensamente religiosa.
Dicha fe, por paradójico que pueda parecer, habría tenido mucho que ver con el
“fundamentalismo del mercado”, consecuencia del maridaje entre la economía
positivista, apoyada en la creencia en la “teoría de las elecciones racionales”,
y un “modelo despojado de subjetividad humana en la forma de hombre económico”.
Dicho racionalismo científico tendría su origen, para Morley, en el culto
decimonónico del positivismo debido a Augusto Comte y al conde de Saint-Simon.
Aunque podría parecer que
Medios, modernidad y tecnología pierde
tracción debido a que varios de sus capítulos están rehechos a partir de
escritos elaborados a lo largo de varios años, lo cierto es que esa amenaza de
incoherencia se salva en la medida en que Morley se agarra siempre al
significado e importancia que los estudios culturales tienen para comprender la
actividad humana. Al mismo tiempo el lector goza de la aguda capacidad de Morley
para establecer relaciones entre los objetos que amueblan nuestra vida. Al igual
que John Hartley, Morley afirma que no se puede analizar el contenido de los
programas de televisión sin considerar otros muebles domésticos como la nevera,
la lavadora o el teléfono móvil.
Como les sucede a un buen número de los
académicos dedicados a los estudios culturales, una perspectiva básicamente
anglosajona, Morley es un decidido defensor del “giro geográfico”, según el cual
el modelo occidental ha perdido su potencial explicativo y su capacidad para
proporcionar instrumentos de análisis a la historia y a las ciencias sociales.
La lectura eurocéntrica de la historia es criticada y rechazada constantemente
en este volumen. Algo que al lector en español no puede extrañarle tras la
lectura de la compilación de Morley, Curran y Walkerdine
Estudios culturales
y comunicación (Paidós, 1998), en la que se hace una cerrada defensa de la
hibridación cultural. Es evidente que la posición de Morley se desliza hacia una
negación de distintas dicotomías que han sustentado un buen número de posiciones
académicas y políticas. De este modo, la contraposición Este/Oeste queda
difuminada. Lo mismo sucede con la clásica dicotomía tradición/antigüedad o,
incluso, moderno/premoderno.
Junto a esta capacidad provocadora, que
también es evocadora, el lector vuelve a gozar en este volumen con la especial
capacidad para mezclar el análisis micro con la perspectiva macro. Morley tiene
el don de amalgamar el detalle concreto tomado de su aguda visión de la vida
cotidiana con la gran teoría. Nos hace entender con claridad y viveza tanto el
significado de la pérdida de un teléfono móvil como la gran teoría de
Wallerstein sobre la decadencia de Estados Unidos.