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Ferran Gallego: El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977) (Crítica, 2008)

Ferran Gallego: El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977) (Crítica, 2008)

    TÍTULO
El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977)

    AUTOR
Ferran Gallego

    EDITORIAL
Crítica

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 850 páginas. 35 €



Ferran Gallego Margalef (1953) es profesor de historia contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado numerosos trabajos sobre la extrema derecha y el fascismo

Ferran Gallego Margalef (1953) es profesor de historia contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado numerosos trabajos sobre la extrema derecha y el fascismo

Patricia Gascó Escudero es Licenciada en Historia. Se especializa en el estudio de las élites políticas en la Transición democrática española (caineta@homail.com)

Patricia Gascó Escudero es Licenciada en Historia. Se especializa en el estudio de las élites políticas en la Transición democrática española (caineta@homail.com)


Reseñas de libros/No ficción
Ferran Gallego: El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977) (Crítica, 2008)
Por Patricia Gascó Escudero, lunes, 2 de marzo de 2009
Las obras de Ferran Gallego, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, se pueden enmarcar en una máxima que él mismo expresó en una conferencia a propósito de Auschwitz: “La primera trampa que nos tiende el pasado es serlo del todo; es decir, ser olvido, ser material de archivo”. De nuevo, su último libro publicado, El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973-1977), parece seguir este criterio al ocuparse de un tiempo histórico que, en la estela de los mitos fundacionales, resplandece de imágenes construidas para el futuro.
Bajo esa premisa no es de extrañar que, desde las primeras páginas, el autor haga un esfuerzo encaminado a distinguir el discurso dirigido a la opinión pública de los verdaderos intereses que pudieron mover a la elite del tardofranquismo a recorrer el camino de la reforma política que conduciría a una democracia liberal. En este punto la contundencia de Gallego es absoluta al afirmar que el proyecto reformista puede constituir un precedente cronológico de la democracia en España, pero nunca un precursor político. No sólo la propuesta de Carlos Arias Navarro de permitir una estructura asociativa, sino todos los proyectos reformistas del periodo, que son analizados con detenimiento en este estudio, estaban encaminados al mantenimiento de la elite política y de las reglas de juego que el franquismo había establecido. Pese a los giros semánticos de sus discursos, se hace evidente la incompatibilidad con una democracia verdaderamente representativa.

En opinión del autor, la heterogeneidad de planteamientos del espectro político franquista, que anticipa la competencia de liderazgo de los meses siguientes generando proyectos que iban desde el claro continuismo promovido por el Movimiento, hasta el reformismo de Arias, pasando por las propuestas de los democristianos o del propio Manuel Fraga, no lleva a establecer una dicotomía entre aperturistas e inmovilistas cuando moralmente compartían la aceptación del espíritu del 18 de julio y se amparaban bajo su legitimidad, sino una línea divisoria entre los integrantes del franquismo, independientemente de su color político, y la oposición, tal como fue evidente tras los fusilamientos del 27 de noviembre de 1974.

A continuación, se ocupa del periodo posterior a la muerte de Franco, momento en el que el nuevo monarca habría de buscar un proyecto propio que lograra la implantación efectiva de una monarquía encarnada en D. Juan Carlos. Su punto de partida era una legitimidad que en aquel momento provenía directamente de la designación de Franco y de sus leyes, lo que constituía, al mismo tiempo, un importante límite en su gestión, y que sólo superaría representando la liberalización política.

No trata de relativizar las dificultades y logros de los gestores políticos partícipes del proceso de democratización, pues nadie puede dudar de que en la Transición se hallan las bases para la actual democracia, indiscutiblemente consolidada, y a la que ya no es necesario agregar el gentilicio “española” para justificar su espíritu, como tampoco se puede negar –ni el autor lo pretende- la importancia de la Corona en el proceso

Esto no debe hacernos olvidar que la continuidad se refiere no únicamente a la Corona, sino también a un importante bloque franquista, incluido el propio Arias Navarro; a menudo este bloque también estaba investido del poder que procedía de una designación directa de Franco, poder que se hacía ondear de manera reverencial hasta la saciedad. A este respecto, Gallego llama la atención sobre la tendencia a considerar a Adolfo Suárez como la verdadera elección de D. Juan Carlos para la Presidencia del Gobierno, obviando que hubo un primer gobierno de la Monarquía, con métodos y objetivos propios, que se definía por favorecer el entendimiento entre los sectores procedentes del franquismo, a diferencia del segundo gobierno, cuando se buscaba establecer una relación entre el reformismo más avanzado y la oposición.

La presión que constituyó esta oposición, que se incrementaba al calor del retraso de la reforma planteada, llevó a la Corona a buscar nuevas opciones que se concretaron en el nombramiento de Suárez como nuevo presidente del Gobierno por diversas causas, entre las que destaca, por un lado, que carecía de un proyecto propio y, por tanto, contaba con una posición más flexible para afrontar los nuevos retos, y, por otro lado, que le asistía el apoyo del Movimiento y de su clientela política, a lo que sumaba la discreción y su conocida intuición política.

De nuevo, el problema de la legitimidad se hacía patente en el nuevo gobierno pues, como expresó John Locke en su Ensayo sobre la tolerancia, “nadie puede ni está obligado a permitir que alguien pretenda ejercer un poder más allá de lo que él pueda demostrar que le corresponde”. Es así como Ferran Gallego entiende algunas de las medidas que llevó a cabo el gobierno de Suárez, tales como la amnistía política, la legalización del Partido Comunista o la Ley para la Reforma política, pues, acompañadas de una retórica populista a la que aún no somos ajenos, le permitían recuperar la iniciativa política y proclamarse como el “Gobierno del cambio”, mientras causaba desunión entre las filas de una oposición que no supo aprovechar las ventajas que hubiera podido rentabilizar en el periodo anterior. Suárez habría podido así mantener el control del proceso, de modo que pudiera garantizar las condiciones que favorecían la presencia de una buena parte de la elite que procedía del régimen anterior.

La conclusión la conocemos todos: había otros caminos posibles; la democracia no estaba predeterminada. En El mito de la transición se argumenta que tampoco la democracia era un objetivo en sí mismo para el bloque reformista

Bajo este punto de vista, esta estrategia implicaba dos elementos que no son menores puesto que, por un lado, alejaba el debate de algunos de los puntos que habían estado en las reivindicaciones iniciales de PSOE y PCE, y que no habían podido ser “absorbidos” por el Gobierno; por otro lado, esta estrategia tendía a crear un rasgo de complicidad con la oposición, permitiendo desdibujar la anterior línea divisoria, aunque sin necesidad de una conversión de posiciones ni la renuncia a su origen político. Los límites de estas reformas, que estaban en función del objetivo de la continuidad, explican algunos de los elementos que hoy asociamos abiertamente como consecuencias del proceso de transición, tales como la cuestión territorial o un particular sistema de representación electoral.

Por tanto, El mito de la transición constituye un estudio de elites, un análisis agudo de los grupos de poder político y de sus estrategias, encaminado a poner las decisiones políticas en la perspectiva adecuada y explicar, parafraseando al autor, “por qué se tomó ese camino y no otro”. No se trata de relativizar las dificultades y logros de los gestores políticos partícipes del proceso de democratización, pues nadie puede dudar de que en la Transición se hallan las bases para la actual democracia, indiscutiblemente consolidada, y a la que ya no es necesario agregar el gentilicio “española” para justificar su espíritu, como tampoco se puede negar –ni el autor lo pretende- la importancia de la Corona en el proceso.

En definitiva, el verdadero objetivo de esta investigación no son las propias acciones políticas, sino las motivaciones que llevaron a ellas. En este sentido, Ferran Gallego, basándose en un exhaustivo y meticuloso estudio de las fuentes y de los documentos del periodo, que cuenta, no sólo con fuentes bibliográficas a las que quizás estamos más acostumbrados, sino también con fuentes hemerísticas que abarcan la práctica totalidad del amplio espectro político de 1974 a 1978, analiza una realidad política desde un planteamiento que no sólo es crítico con la elite que provenía del franquismo –de la que afirma que sin la movilización popular y sin el temor a perder la iniciativa política hubieran impuesto medidas de un alcance significativamente menor-, sino también, y especialmente, con la elite opositora, pues no supo imponer un mayor alcance de la democratización, dividida como estaba por la lógica de los propios partidos una vez se vislumbró el horizonte de las elecciones generales. Subyace, además, que la clase política en general no supo interpretar la realidad de la sociedad española y, por tanto, adoleció de errores tácticos fruto de ignorar que el franquismo contaba con una importante base social pero no política, base que pronto evolucionó hacia el eclecticismo ideológico y el pragmatismo político.

Por otro lado, constituye un valor añadido a la obra la honestidad de los planteamientos de Gallego, si bien resulta indudablemente complejo tratar de delimitar la voluntad democratizadora y su plasmación en los límites de los proyectos políticos -pensemos por ejemplo en la figura de Suárez, su sagacidad para anticipar respuestas y en el carácter que imprimió finalmente a la reforma-, especialmente al tratarse de proyectos de claro perfil personalista.

La conclusión la conocemos todos: había otros caminos posibles; la democracia no estaba predeterminada. En El mito de la transición se argumenta que tampoco la democracia era un objetivo en sí mismo para el bloque reformista. Como decíamos, los mitos no son ya ciudadelas inexpugnables, y ni tan siquiera los mitos fundacionales consiguen hoy escapar de la inescrutable mirada de la historia. Sobre la mesa queda diseccionado un ayer siempre rico en matices e interpretaciones, que nos permite reflexionar, no sólo sobre el pasado, sino también sobre la realidad de nuestro presente, sobre la forma en que revisitamos la Historia desde una memoria a menudo cómoda y conformista.
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