Y de repente, gracias a estos sucesos dados en la inmediatez rotunda del
día, he dado muy probablemente con una de las principales razones que explican
el porqué ha pasado de alguna manera desapercibida la novela póstuma de uno de
los más grandes escritores en castellano de la últimas décadas. Me refiero, como
alguno ya habrá adivinado, a la novela
La ninfa inconstante (Galaxia
Gutenberg, 2008) de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005).
Cabrera
Infante, sí el Premio Cervantes de 1997, nació en la isla de Cuba (provincia de
Oriente, como un bisabuelo mío), y llegando incluso a ser agregado cultural del
gobierno revolucionario de Castro con destino en Bruselas, renunció pronto a la
diplomacia de su país al percatarse de los derroteros por los que deambulaba
borracho ya de sí mismo el castrismo, y tras regresar a la isla en 1965 para
asistir al entierro de su madre, decidió exiliarse definitivamente en Europa, e
iniciar así una carrera de denuncias permanentes y rigurosas contra la
oligarquía revolucionaria y liberticida de Fidel y los suyos.
En La ninfa inconstante
Cabrera imposta, inventa o agranda un amor literario y obsceno que es sólo
introducción, introito, telón de escena que se levanta para dejar ver tras él la
verdadera historia que se quiere contar: también un amor total e inolvidable, un
amor también con nombre de mujer, de movimiento de caderas, de labios
entreabiertos y ardientes, de humedades y calor vital…, el amor por La
Habana
Y claro, a la todopoderosa e
influyente intelectualidad progresista hispana Cabrera Infante nunca le cayó
bien, nunca le tuvieron como uno de los suyos, más bien al contrario, lo
catalogaron con la etiqueta de singular traidor a la causa, de reaccionario
indomable y ultramontano, un tipo al que había que desactivar a través del
olvido y el silencio.
Sin embargo el talento y la obra de calado es
complicada de ningunear del todo, y a lo largo de los años Cabrera Infante fue
dejando varios botones de muestra de su indudable altura literaria: las novelas
Tres tristes tigres (1964), o
La Habana para un infante difunto
(1979); sus cuentos recogidos en el volumen
Todo está hecho con espejos
(1999); ensayos de denuncia política como
Mea Cuba (1992): o libros sus
sobre cine
Arcadia todas las noches (1978) o
Cine o sardina
(1997).
La cuestión que planteo es que ni la política ni lo que
entendemos por progresía pudieron en definitiva con Cabrera Infante, o dicho con
más exactitud, con su literatura, con su magnífica literatura. Y además, para
colmo, la última carcajada la ha lanzado al aire el escritor con esta última
novela. Él ganó el pulso final, el de los buenos lectores. Ya le llegarán
tiempos mejores, a no dudarlo.
Y por medio de su peculiar y
personalísimo uso del lenguaje, del español, el escritor Cabrera logra su
propósito: construir una máquina del tiempo levantada con vocablos para vivir el
tiempo pasado. Una máquina que es la memoria, y la memoria es la palabra, la
palabra hecha verbo literario, literatura
Al
parecer era un secreto no muy bien guardado el que durante el tiempo que
precedió a su desaparición, el cubano estaba escribiendo una obra que iba a
acompañar a sus dos obras maestras anteriores:
Tres tristes tigres y
La Habana para un infante difunto, dos trabajos, dos historias que
materializan el fresco narrativo y memorialístico de Cabrera sobre su Habana, su
Cuba, las anteriores a la revolución de 1959.
Y en efecto,
La ninfa
inconstante es una novela que viene a completar la trilogía, el fresco
habanero del más grande escritor habanero postrevolucionario. Pero ¿estamos de
verdad ante una novela?, o como en los casos anteriores estamos ante trabajos de
difícil calificación por géneros. Pues más bien esto último.
La ninfa
inconstante es un libro de memorias, o una autobiografía si se quiere, pero
unas memorias noveladas en su engorde y contadas narrativamente como novela, con
sus trucos y retrucos.
La ninfa…, no cuenta nada, sólo cuenta La
Habana entera. Es la historia de una ciudad recordada, y por tanto, ensoñada,
imaginada, perdida y buscada.
La ninfa…, no tiene apenas trama. Él es un
crítico de cine que escribe en la revista habanera
Carteles. Tiene ya
unos años y está casado. Pero un día él vislumbra a Estelita, una adolescente
sensual y carnosa, una Lolita de El Malecón por la que lo deja todo (es decir,
nada), y recorre con ella La Habana de bar en bar, de habitación de hotel en
habitación de hotel, de bolero en bolero. El amor irracional por Estelita le
sirve a él para explicarnos su amor racional y desmedido por La Habana, una
ciudad pegajosa como un bolero bien cantado, unas calles tan inolvidables como
el primer amor.
No, no es lo más importante en la
literatura de Cabrera el suma y sigue de la narración. Lo decisivo de verdad, el
recurso básico es la exploración del lenguaje, el zumo que brota cuando el
talento lo exprime
Y es que Estelita, la
ninfa inconstante, es sólo una anécdota, un recuerdo tal vez preciso, tal vez
inventado, para que él, el él del relato que no es otro que el yo de Cabrera
Infante, ponga en marcha la máquina prodigiosa de su memoria, y con ella, a
través de ella, fabule, haga ficción, pero también historia y memoria. En
La
ninfa inconstante Cabrera imposta, inventa o agranda un amor literario y
obsceno que es sólo introducción, introito, telón de escena que se levanta para
dejar ver tras él la verdadera historia que se quiere contar: también un amor
total e inolvidable, un amor también con nombre de mujer, de movimiento de
caderas, de labios entreabiertos y ardientes, de humedades y calor vital…, el
amor por La Habana.
Y este amor, esta ninfa inconstante de nombre
Estelita/Habana, lo recuerda él, lo recuerda yo, lo recuerda Cabrera con su
memoria selectiva, fresca y rica de ficciones y recuerdos contantes y sonantes,
y plasma el resultado en palabras, en frases, en párrafos que sólo pueden ser
obra de él, de yo, de Cabrera. Y por medio de su peculiar y personalísimo uso
del lenguaje, del español, el escritor Cabrera logra su propósito: construir una
máquina del tiempo levantada con vocablos para vivir el tiempo pasado. Una
máquina que es la memoria, y la memoria es la palabra, la palabra hecha verbo
literario, literatura.
Cabrera recuerda su pasado, a su Habana
inconstante, a su Estelita adolescente y de carnes sudorosas, y lo hace sin
darnos los detalles precisos de una historia al uso. No, no es lo más importante
en la literatura de Cabrera el suma y sigue de la narración. Lo decisivo de
verdad, el recurso básico es la exploración del lenguaje, el zumo que brota
cuando el talento lo exprime.
La literatura de Cabrera Infante es aquí,
al igual que en sus otras grandes obras, juego de palabras, riesgo, carga de
referencias culturales, cine, literatura ajena concentrada en píldoras, lenguaje
popular, exquisiteces expresivas, humor sin seriedad por él mismo…
La
adolescente Estelita, la ninfa inconstante con nombre de ciudad isleña, La
Habana, el amor, la memoria y los recuerdos, la autobiografía de Cabrera. La
obra póstuma del cubano es una lectura gozosa que nos recuerda lo hermoso,
elástico y infinito de nuestro idioma, y de la máquina portentosa que puede ser
la memoria.