Prólogo haitiano
Issa El Saieh es una leyenda. Era el comerciante de arte más conocido de
Haití. Prácticamente todas las guías turísticas hacían mención de su Galería
Issa, «donde el ambiente es tranquilo, sosegado, nunca pesado […] Issa les va a
encantar, o a provocar, con sus opiniones, y no acepta regateo». Allí reinaba el
caos entre una multitud de maravillosos cuadros estilo naïf de colorido
vivísimo. El techo se desplomó a principios de los setenta y casi cuarenta años
después, unos maderos siguen sosteniéndolo de manera provisional.
En los
años cuarenta y cincuenta, Issa tenía una big band en Puerto Príncipe. Issa El
Saieh et son Orchestre interpretaban una mezcla de música haitiana y afrocubana,
sweet y jazz. Issa había estado en Estados Unidos y se había codeado con los
grandes personajes de la época del bebop. En su casa podía verse una foto de él
junto a Charlie Parker. Issa tocaba el saxo tenor y el clarinete. Había
aprendido a hacer arreglos de Eddie Barefield y Budd Johnson, y tomado clases de
saxo tenor con Foots Thomas. Era amigo de Don Byas. Había hecho el amor con Ida
James, quien había cantado con Erskine Hawkins, y bebido Sneaky Pete con Paul
Gonsalves. Issa había pasado un mes en las prisiones de Papa Doc Duvalier
denunciado por tres traficantes de armas, que le habían estafado a Papa Doc un
cuarto de millón de dólares y necesitaban una cabeza de turco. Graham Greene se
había basado en su historia para crear uno de sus personajes de Los
comediantes: Hamit, el sirio. Conocí a Issa en 1969, en el Grand Hôtel
Oloffson de Puerto Príncipe, el Hotel Trianon de Los comediantes. Nos
veríamos varias veces a lo largo de los años, y cuando nos era imposible,
manteníamos el contacto por teléfono, si las líneas funcionaban. No hay que
olvidar que Issa vivía en Haití.
«¿Cómo le va a Bebo?», preguntó de
pronto Issa en una de nuestras conversaciones a principios de los años noventa.
«¿Quién carajo es Bebo?», fue mi respuesta. «Bebo Valdés, mi pianista. Es que
vive en Suecia.» «¿De verdad? ¿Dónde?» «En Estocolmo.» «Déjame ver la guía
telefónica –le dije–. Pero aquí no hay ningún Bebo. Te equivocas.» Sin embargo,
Issa insistió. Bebo estaba en Suecia. Y siempre que hablábamos, me preguntaba
por él.
El 7 de febrero de 1991, en Estocolmo, vi por casualidad un
cartel que anunciaba: «Hot Salsa en Fasching, con la actuación de Bebo Valdés».
Esa noche fui a Fasching para intentar dar con Bebo antes del concierto. No
tardó mucho en aparecer un mulato de uno noventa de estatura, que entraba con
aire despreocupado. «Tú tienes que ser Bebo Valdés», le dije. «Pues sí.» «Es que
tenemos un amigo en común.» «¿Quién?» «Issa El Saieh.» «No, Issa no es amigo. Es
hermano», contestó Bebo algo solemne.
Issa y Bebo se habían conocido en
la década de los cuarenta. Bebo había llegado a Haití a finales de octubre de
1947 para tocar el piano en la orquesta de Issa, y se quedó hasta finales de
febrero de 1948. Cuando logré localizar a Bebo, Issa y él no se habían visto
desde hacía veinte años. Issa vino a Suecia en 1993 por la fiesta de San Juan.
Daba clara muestra de nerviosismo ante el reencuentro con su viejo amigo.
«Tienes que venir. Yo no hablo español y Bebo no sabe mucho inglés.» «Pero,
entonces, ¿cómo se comunicaban antes?» «Con la música.» Bebo estaba tan
nervioso, o más, por la misma razón. Pero una vez juntos todo fue sobre ruedas.
Issa en español y Bebo en inglés. Y yo, con mi nuevo amigo: Bebo Valdés.
BEBO RIDES
AGAIN
Pronto aprendería que Bebo Valdés no era un
amigo cualquiera. Yo no sabía mucho de él, pero en el libro Salsiology
redactado por Vernon Boggs había una foto de Bebo a toda página tomada en el
Sergel Plaza Hotel de Estocolmo a finales de los ochenta. Boggs habla de él en
el prefacio con agradecimiento, pero no pude encontrar nada sobre él a lo largo
del texto. Bebo siguió siendo un misterio musical para mí hasta 1995. Aquel año
lanzó al mercado un CD, Bebo Rides Again, grabado en noviembre del año
anterior; su primera verdadera grabación en treinta y cuatro años cuyo título
llevaba su propio nombre.
No era un CD común y corriente, por decirlo de
alguna manera. El disco empieza con Al Dizzy Gillespie, un homenaje
formidable al trompetista, en el que desborda alegría, y con un solo del trombón
de Juan Pablo Torres que echa chispas y una obertura de knockout que
termina con el riff de Salt Peanuts. En treinta y seis horas, Bebo había
compuesto unas cuantas piezas nuevas, buscado y desempolvado otras tantas, hecho
el arreglo de ocho de sus propios temas y dos más, escritos por otros
compositores: el bolero Veinte años de María Teresa Vera –cantado por
Omara Portuondo y Compay Segundo en Buena Vista Social Club– y La
comparsa, de Ernesto Lecuona. El hijo de Bebo, Chucho, director de fama
mundial de la big band Irakere y ganador de premios Grammy, había arreglado
Pa gozá.
La instrumentación de Bebo Rides Again varía, en
función de la pieza, de un piano solo a diez instrumentos. Y no son unos
principiantes, digamos, quienes tocan: Paquito D’Rivera, el organizador de la
grabación, al saxo alto y clarinete; Patato Valdés a los bongós,
tumbadoras y maracas; Carlos Emilio Morales, el guitarrista de siempre de
Irakere y, sobre todo, un Juan Pablo Torres en plena forma, no sólo en la
primera pieza, sino, incluso más, en Veinte años, donde toca a dúo con
Bebo. En Felicia, el bolero lento bautizado con el nombre de la nieta
sueca de Bebo, el argentino Diego Urcola ofrece una interpretación lírica en el
fliscorno contrastando con Bebo al piano. Hilvana un largo y vivo solo –bebop a
lo cubano– en To Mario Bauzá, un tema al estilo de la descarga
tradicional cubana, en homenaje a Mario, fallecido poco antes de que se empezara
a grabar Bebo Rides Again.
Pierre Jamballah es un joropo
venezolano en compás de 3/4, inspirado en una ceremonia vodú presenciada por
Bebo en Haití en la que se rendía homenaje al luá (espíritu) del mismo
nombre. Todos los solistas bailan: Paquito al clarinete, Torres con sordina,
Morales con Bebo, Urcola también con sordina; el mismo Bebo, especialmente, con
su estilo característico. Oleaje, un solo de piano, se grabó después de
salir los demás músicos del estudio. «Faltaba un minuto de música.» Bebo no
quedó satisfecho. «La mano izquierda no tocaba como debía.» Pero eso sólo puede
saberlo Bebo. Los que desconocemos qué quería, estamos agradecidos por que lo
incluyera en el disco.
Bebo Rides Again es uno de los mejores
discos de Bebo, grabado a los setenta y seis años. Es relajado y lleno de ritmo
y sin rastro de falta de tiempo en su concepción. Fernando González, crítico de
música pop del Miami Herald, lo calificaba de «una clase de maestría de
swing afrocubano […] que requiere talento, conocimiento, gracia, y la sabiduría
que viene con la edad para poder crear estos gozos tan falazmente sencillos». El
diseño gráfico del mismo CD muestra un monigote en diferentes posturas, haciendo
piruetas. Y Bebo, de verdad, hace piruetas, maravillosas piruetas. No se nota el
más leve bajón en ningún instante en Bebo Rides Again. Bebo había hecho
su reaparición en el escenario internacional de la música.
BUENA VISTA SOCIAL CLUB
Bebo hizo su
comeback en el momento justo. En marzo de 1996 se
marcharon juntos a Cuba el guitarrista americano Ry Cooder y Nick Gold, de World
Circuit Records de Londres. Cooder había estado en La Habana para escuchar el
son en la década de los setenta y tenía la idea de producir un disco de «músicas
del mundo» con los músicos cubanos de antaño, músicos de Malí, Ry Cooder mismo y
su hijo Joachim tocando diferentes tipos de tambores árabes. Los africanos, sin
embargo, se quedaron atrapados en París y el disco se hizo solamente con los
cubanos y los dos Cooder. En La Habana, Juan de Marcos González había reunido a
unos cuantos viejos músicos y cantantes. Varios de ellos habían ya abandonado su
carrera musical o actuaban en pequeños y más o menos oscuros lugares. Compay
Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo constituían los
pilares de
Buena Vista Social Club, que Ry Cooder y Nick Gold grabaron en
La Habana en marzo de 1996.8 El disco tuvo un éxito tremendo. De golpe la música
tradicional cubana se había convertido en una de las categorías más cotizadas en
el mercado mundial.
La ola se había puesto en movimiento. A los tres
primeros discos con los músicos y cantantes de
Buena Vista Social Club
seguirían varios más. Lo más importante de todo era, sin embargo, que
Buena Vista Social Club recibiera un Grammy en 1998. Los
oldtimers
cubanos se convirtieron en estrellas de categoría universal y empezaron a
hacer giras por el mundo entero. En 1999 se hizo una película, con el mismo
nombre, dirigida por Wim Wenders, y en 2000 salió un libro. La película
entremezcla secuencias tomadas de los conciertos en Ámsterdam y Nueva York con
escenas de la vida de los músicos del reparto e instantáneas de las calles de La
Habana y Santiago de Cuba. Es irresistible. Los vocalistas dan rienda suelta a
sus emociones. Exprimen todo el sentimentalismo de las canciones sin sonrojarse
lo más mínimo. Es realmente increíble: Ry Cooder con una interpretación y un
estilo de guitarra que es una mezcla de
country and western y música de
Hawái, una
rara avis para los cubanos. Pero todo funciona y Cooder es el
catalizador.
Es increíble la trascendencia que ha tenido
Buena Vista
Social Club para el renacimiento de la música cubana en los escenarios del
mundo. En la película dice el trompetista Manuel Mirabal Vázquez,
El
Guajiro: «si no hubiera sido por
Buena Vista esta gente [habría sido]
prácticamente [olvidada]. Si no surge
Buena Vista y eso, nadie se
acordaría de Ibrahim Ferrer, Rubén, Compay Segundo…». Y no sólo eso. Sin
Buena Vista Social Club la música cubana no hubiera vuelto a estar de
moda en todos los rincones del mundo.
El músico que por razones obvias
no participó en la grabación de
Buena Vista Social Club fue Bebo Valdés.
Había salido de Cuba en 1960 y estaba viviendo en Suecia desde 1963. Bebo, sin
embargo, también fue arrastrado por el reciente interés por la música cubana que
arrasaba por el mundo como una ola a finales de la década de los noventa y a
principios del siglo XXI. Ry Cooder y World Circuit Records tuvieron su Grammy
en 1998. Sólo era cuestión de tiempo que también Bebo recibiera uno. Cuando
Bebo Rides Again salió al mercado, Cristóbal Díaz Ayala constató que el
disco merecía un Grammy, pero también señaló que no se había empleado una
estrategia de lanzamiento suficiente para que se diera a conocer. En 1997,
Paquito D’Rivera escribió sin rodeos en un artículo en la
Latin Beat
Magazine: «“Famoso, laureado e influyente.” Tres conceptos que, aunque
debieran, no necesariamente son siempre sinónimo de calidad, si tenemos en
cuenta la creciente cantidad de artistas mediocres y superficiales que
rápidamente han llegado a estar, y se han mantenido a lo largo de los años,
entre la gente más conocida y popular, y por lo tanto influyente del planeta.
Preocupante, ¿verdad?».
Paquito señaló que algunos artistas de la talla
de Celia Cruz, Machito y Dizzy Gillespie o bien no recibieron premios Grammy, o
en el caso de que los recibieran, ni las ocasiones ni las obras fueron muy
acertadas. En el club de los no galardonados Bebo Valdés ocupaba un lugar muy
especial: «Bebo Valdés sobresale de entre todos ellos». Porque aunque parezca
mentira,
Bebo Rides Again no obtuvo ningún premio.
Bebo no
conseguiría su Grammy hasta 2002, después de grabar
El arte del sabor –un
disco en trío, con Cachao y Patato–. Fue entonces cuando consiguió dos premios
seguidos en un breve intervalo. En 2003 se le concedió un disco de platino en
España por
Lágrimas negras, un álbum grabado en colaboración con el
cantaor de flamenco Diego el Cigala. Fue también nominado para el mejor disco
español del año. En 2004, ese álbum le daría el tercer Grammy; y más tarde, en
2005, recibiría el cuarto premio al mejor disco de jazz latino:
Bebo de
Cuba; un quinto, en 2006, por el mismo disco; un sexto por su disco en
solitario
Bebo;19 y un séptimo, por el DVD
Blanco y negro con
Diego el Cigala,20 los dos también en 2006.
Bebo de Cuba narra la
vida y carrera de Bebo Valdés: su largo camino hacia los siete Grammy que, muy
merecidamente, recibió entre 2002 y 2006, y su aplastante éxito, sobre todo, en
España. Y también recoge los rasgos más importantes del mundo en que ha vivido.
Sólo así puede entenderse la importancia de Bebo Valdés.
Nota de la Redacción: Este texto corresponde al prólogo del libro de
Mats Lundahl,
Bebo
de Cuba. Bebo Valdés y su mundo (RBA Libros,
2008). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a
RBA
Libros por su gentileza al facilitar la publicación en
Ojos de
Papel.