A los
veintitrés años se traslada a Nueva York y encuentra trabajo como fotógrafo de
moda en
Harper’s Bazaar. Un año después, en 1948, viaja a Perú, Bolivia,
Francia y España. Ya en ese periplo dispara con una Leica. En esos años los
grandes fotógrafos de exteriores trabajan en blanco y negro y con las ligeras y
precisas leicas. Es el caso de Robert Capa, Henri Cartier-Bresson, Eugene Smith
o William Klein. Con el paso de los años cambiarán las cosas y en la guerra de
Vietnam se produce la consagración de las cámaras Nikon, pero esa es otra
historia y lo que conviene resaltar es la estrecha relación que se produce entre
un fotógrafo y su instrumento de trabajo. Cada cámara ofrece unas posibilidades
distintas, y del mismo modo que las Rollei Flex o las Hasselblat, con su visor y
su formato 6x6 determinan la fotografía de Bailón o Alberto García-Alix, la
Leica le permite a Robert Frank fotografiar con una sola mano y colarse en
lugares que sólo un aparato tan silencioso y discreto como es la serie M, la
Leica por antonomasia, puede permitir.
Con las fotos de
Perú, Robert Frank se autopublica un segundo libro que pasa tan desapercibido
como el primero. En 1950 vuelve a Nueva York, se casa y conoce a Edward
Steichen, personaje crucial en el desarrollo de la fotografía del siglo XX, el
cual le incluye en la exposición del Museo de Arte Contemporáneo (MOMA) de Nueva
York,
51 American Photographers. Continúa viajando, sobre todo a París, y
en 1953 le encontramos trabajando como
free lance para revistas como
McCall´s, Vogue o
Fortune. Gracias, en buena medida, a la
influencia de un fotógrafo tan colosal como Walter Evans consigue en 1955 una
beca de la Fundación John Simon Guggenheim Memorial. El objetivo de dicha beca
es amplio y difuso: fotografiar Norteamérica en todas sus dimensiones y
aspectos.
Robert Frank es
en 1955 un judío/suizo, relacionado sobre todo con esa elite intelectual, judía
en gran medida, que vive en la Costa Este desde Nueva York hacia Canadá. Su
pesado acento centroeuropeo no le impide hacer amistad con el poeta Allen
Ginsberg y otros miembros de la llamada
beat generation. Sin demasiados
recursos económicos, embarca a su familia en el proyecto de la beca y, para
ello, recorre América de cabo a rabo durante los dos años siguientes. De vuelta
en 1957 con 28.000 fotos, la Fundación Guggenheim queda horrorizada a la vista
del material que trae Robert Frank y decide no publicar ni exponer sus fotos. A
la salida de un
party, en la acera se tropieza con Jack Kerouac y le
enseña sus fotos. Queda fascinado el autor de
En la carretera y le
promete escribir el prólogo.
Aunque Robert
Frank trata de publicar un libro con sus fotos no lo consigue en Estados Unidos.
Tiene que ser en Francia. Robert Delpire publica
Les Américains y, por
fin, en 1959 el sello Grove Press saca
The Americans con la introducción
de Jack Kerouac. Al principio las ventas fueron escasas y la crítica de revistas
como
Popular Photography se quejó de la falta de rigor formal de las 83
fotografías seleccionadas para componer el volumen. Poco a poco
The Americans
fue cogiendo vuelo y en 1961 y 1962 Robert Frank fue homenajeado con dos
exposiciones en el Art Institute de Chicago y en el MOMA. Bien es verdad que la
sensibilidad del aficionado a la fotografía estaba cambiando entonces gracias al
trabajo de varios fotógrafos. No puede olvidarse que en 1956 apareció
New
York (Lunwerg, 1995) de William Klein (Nueva York, 1928), un libro que rompe
tabúes fotográficos tanto en la composición como en el enfoque y el uso de la
luz. Conviene recordar asimismo que
The Family of Man, la increíble
exposición que organiza Eduard Steichen en el MOMA, es de 1955 y en dicha
exposición (la onceava impresión del catálogo acaba de salir a la venta en la
magnífica tienda del museo) no se ahorra la crítica social en mucha de la obra
expuesta del excelente grupo de fotógrafos reunidos por Steichen para la
ocasión.
Frank, al igual
que Klein, se sintió atraído por las enormes posibilidades de la cámara
cinematográfica. Ambos hacen un cine independiente, escaso de medios, que apenas
sale de circuitos minoritarios.
Pull my
Daisy data de 1959,
The Sin of Jesus es de
1961 y después vendrán
Coversations in Vermont (1969);
Cocksucker
Blues (1972), un
documental sobre los
Rolling Stones;
Keep Busy (1975);
Home
Improvements (1985);
Moving Pictures (1994) o
San Yu (2000).
Con toda esta filmografía en su haber, a Frank se le siguió considerando un
fotógrafo a pesar de que abandona la fotografía entre 1960 y 1972. En dicho año
publica
The Lines of my Hand, una autobiografía visual, y en esta vuelta
a la fotografía introduce un profundo cambio en su estética fotográfica.
Substituye la toma directa por imágenes construidas y collages cuya intención es
construir estructuras narrativas.
Tras su divorcio
en 1969, la tragedia golpea a Robert Frank. Muere su hija Andrea en Tikal,
Guatemala, en un accidente de avión en 1974, y su otro hijo, Pablo,
esquizofrénico, fallece en 1994. Casado de nuevo, Robert Frank vive alejado de
los fastos de su fama entre una casa en la costa canadiense y Nueva York. De vez
en cuando acepta encargos y recoge premios.
Con motivo del
cincuentenario de la primera edición de
The Americans comenzó a
prepararse en 2007, con la colaboración del propio Frank, esta cuidada edición
de Steidl que, impresa en Alemania, aparece en España en 2008 editada por La
Fábrica. El texto de Jack Kerouac, glosando las fotografías de su amigo, se
reproduce íntegro siguiendo el plan primitivo que consiste en reproducir las
fotos en las páginas de la derecha y las escuetas localizaciones en las páginas
de la izquierda. En esta excelente edición el lector está en las mejores
condiciones para contemplar y pensar un trabajo irrepetible. Un trabajo que en
ocasiones se ha querido comparar con el famoso
La democracia en América
de Tocqueville por constituir una visión crítica extensa y profunda de la
sociedad norteamericana.
Las 83
fotografías seleccionadas recogen gestos esenciales de la nervadura social
norteamericana. Robert Frank muestra una habilidad excepcional para colarse en
lugares en los que nadie más podría hacer una fotografía. Cierto que le ayuda su
Leica y su capacidad para medir –a ojo cuando es necesario- la luz y los
encuadres. Su fotografía es siempre natural, no manipula ni prepara sus tomas,
como hace por ejemplo Eugene Smith. Sin embargo, paga un precio. Trabaja en
condiciones precarias de luz, con objetivos muy abiertos y lentes que se
aproximan al gran angular. Al utilizar película de mucha sensibilidad los
positivos salen con grano y todo ello redunda en una calidad formal por debajo
de la que consigue Smith, por no citar a otros coetáneos. Con todo la
melancolía, la soledad o el gusto por el dinero que reflejan sus tomas es
insuperable. Si a ello añadimos su visión de las desigualdades sociales y
raciales nos daremos cuenta de que tenemos entre las manos una obra
imprescindible en la historia de la fotografía.