I
Igual que tú, hermano,
todos lo mismo en esta
interminable
calle de suspiros.
Perseguidos por el ojo avizor
del
tiempo que no olvida
y camina, cobrando una por una
su hora o su minuto,
su segundo.
Igual que tú:
con el grito desgajándome la sangre
en mi
hora infinita de tinieblas.
Inamovible y trágica fuerza
que nos impulsa,
¿hacia dónde?
Abrojos o tierra movediza, falsa
tierra de pantanos que
atrapa mis pies.
¡Oh, soles; oh, cielos; oh, brisas; oh, tardes!
¿Todos
fantasías de mi ansiedad?
Igual que tú, hermano;
sola en este pozo con mi
noche a cuestas
y el corazón golpeándome las sienes.
Triste destino,
acosándonos.
Prisioneros en nuestra piel adentro;
siempre peregrinos y
sedientos de verdad.
Extraños en la gigantesca babel.
Nos miramos sin
vernos
y el lamento se nos quiebra en las entrañas
y así
continuamos
mientras el viento silba a nuestra espalda
o dibuja un arco
iris de sonrisas.
Oscuridad que nos absorbe
de ancestrales pasos,
de
aullido de lobo desperado.
Igual que tú, hermano:
con mi soledad de
siempre, de todos,
hasta que la muerte
nos selle con su rosa del
destino.
II
La voz se me escapa
en los punzantes ojos del tiempo
y corre
por valles sombríos
y laderas puntiagudas y desfiladeros asesinos;
por
fiordos de blanco virgen,
por lagos traicioneros y pestilentes
cloacas,
por retozones afluentes
y grandes ríos contaminados.
Mi voz se
me escapa
y me huye por la copa de un pino
o de una encina loca
y se
enrola en el canto del cuco desmemoriado.
Mi voz me abandona
y se va a
jugar con las noches oscuras
y feas de la mar
mientras bebe la inmundicia
de las olas.
III
Y llegaré a cientos de planetas
y beberé en las ansias de
sus colores
y bucearé en sus eternidades radiactivas,
saturaré mis
tímpanos del inmenso
silencio de un tiempo sin relojes ni horas.
Palparé
en las galaxias
y en las rocas milenarias y muertas
o en ese polvo aún
joven
que un día será feroz volcán.
Sublime panorama ante mis
ojos,
ante mis pies, mejor, contemplaré.
Y con orgullo seré el rey de
todo, ¡de todo!
El “no más allá” pasará a ser mito.
Con sorna y desprecio
tal vez lo recuerde.
Sólo echaré de menos una cosa:
a ti, hermano, que
seguirás en tu galaxia,
desconociéndome, ajeno a mi llamada,
igual que
aquí en la tierra;
continuarás ocupado en tus mundos, en tus
atmósferas
porque, en el fondo, no quieres molestarte por mí.
Pero seremos
dos reyes coronados
con la aureola de sueños y vaciedad.
IV
Andas sin rumbo delineado
aunque te engañe el espejismo
que
rodea, vana promesa, tu cerebro
angustiado, ausente de toda
realidad,
arrastrando el dolor psíquico
de siglos.
La mirada
escudriñando el infinito.
La sonrisa aceptada.
El vacío del pecho como
signo.
Así, vamos por los caminos;
contando, ¿para qué?, el largo
recorrido.
Ya ves, amigo
la vida es así; inevitable,
sin
remedio.
Que no podemos cambiar ni tú ni yo.
Que seguirá invariable con su
lucha
y un día nos vencerá.
Ya ves, ¿de qué, tu evasión y mi
estoicismo?
Quieres negarte a la inquietud
que te devora.
Luchas e
intentas algo grande
y al fin caes.
Después no deseas interrogarte;
te
consuelas
con el vaso de whisky
o con las drogas.
Así te supones
liberado
de algo que no te abandonó
porque va contigo en tu destino.
Ya
ves; yo acepté esta misión
desde siempre.
Por eso camino
con mis pies
sobre la tierra
y la pupila perdida en un recuerdo.
Nota de la Redacción: Estos poemas pertenecen al primer volumen de
la Obra poética
completa: Diálogo con la soledad (Ediciones
Carena, 2008), libro de la escritora Dolores de la Cámara.
Queremos hacer constar nuestro agradecimiento al director de Ediciones
Carena, José
Membrive, por su gentileza al facilitar su publicación en
Ojos de
Papel.