De estos aspectos y otros muchos trata la excelente monografía de Marc Servitje, redactor de la revista de información cinematográfica
Imágenes de Actualidad, publicada por Ediciones Carena, sello que inicia con este libro su colección sobre cine que va seguida de la
biografía Martin Scorsese, obra Tomás Valentí.
El libro de Servitje maneja y dosifica con destreza y amenidad los datos biográficos y la carrera del actor, los entresijos del funcionamiento de la industria cinematográfica estadounidense y los aspectos del contexto sociológico en el que se desarrolla, y hasta se apoya, el mundillo del cine. Del contenido del libro se deduce que la capacidad de un actor para cosechar millones de dólares se interrelaciona de forma estrecha con los objetivos más inmediatos de los productores y magnates, de tal forma que el reforzamiento de la popularidad de la estrella multiplica las ganancias y hasta las asegura frente a todo riesgo. En contrapartida, su preeminencia le da progresivamente cada vez más poder de decisión si actúa con inteligencia respecto a los proyectos por los que decide apostar y, por supuesto, si no dilapida la rentabilidad que produce su resonancia mundial como imán para los espectadores de todo el orbe.
Junto a esto, se detectan fenómenos asociados. El aliciente en la utilización de la popularidad de la estrellas de Hollywood va desde la lógica explotación por las marcas comerciales de dicha fama, pasa por la implicación de aquéllas con las causas altruistas --sin que se sepa bien del todo si es realmente una muestra sincera de desprendimiento o un recurso más para ampliar la reputación—, hasta alcanzar el interés por parte de determinados grupos o entidades por captar celebridades y popularizar a escala planetaria sus creencias o ideologías. En el caso de Cruise se trata de una confesión religiosa con aparentes rasgos sectarios.
Una de las cuestiones que el autor despeja con más claridad es que Tom Cruise, que nunca tuvo padrinos en las alturas, es, por tópico que parezca, un representante prototípico del sueño americano, un auténtico self made man
Cruise (Syracuse, New Jersey, 3 de julio de 1962) procede de un hogar más que modesto, con un padre alcohólico, algo que complicó su infancia y adolescencia. En compensación, siempre tuvo el apoyo incondicional de su madre y hermanas. De joven tuvo dificultades relacionados con la dislexia. Lo importante es que esas circunstancias vitales ayudaron a modelar un carácter de por sí emprendedor y perseverante ante las dificultades y retos. Al terminar el instituto, se trasladó a Nueva York con el propósito de convertirse en actor. Allí trabajó en muy diferentes oficios para sufragar los gastos de las clases de interpretación. Una de las cuestiones que el autor despeja con más claridad es que Tom Cruise, que nunca tuvo padrinos en las alturas, es, por tópico que parezca, un representante prototípico del sueño americano, un auténtico self made man. Al igual que en tantos otros casos es la prueba de que el talento y el esfuerzo obtienen el éxito en una sociedad donde el ascenso social (y el descenso) es relativamente fácil si lo comparamos con los estándares europeos.
Después de algún buen papel como secundario (Taps. Más allá del honor, 1981), entremezclado con un fracaso estrepitoso, tuvo la inmensa fortuna de participa en Rebeldes (1983), del director de la sublime trilogía de El Padrino, Francis Ford Coppola. En esa película participó junto a actores de la talla de Mat Dillon, Diane Lane, Rob Lowe, Emilio Estévez y otros más que serán muy conocidos del público más adelante. Dos años después, a los 23, tenía el mayor caché de los actores de su generación, un millón de dólares por película. La razón, el enorme éxito de Ricky Business (filmada en 1983), que recaudó más de 95 millones de dólares en total, donde había conseguido el papel como primer protagonista. Además, su trabajo fue reconocido por la crítica y le valió una nominación a los Globos de Oro.
En los últimos años, la figura de Cruise no resulta simpática a los medios, su pugna (...) Aquí el autor, Marc Servitje, con bastante fundamento, plantea la cuestión en sus justos términos: “Resulta más chocante aún (y hasta censurable) que la mayoría de las críticas que reciba sean de carácter personal, cuando en realidad sólo debería preocuparnos su capacidad y carisma como intérprete”
No mucho después, tras algún altibajo, vino el definitivo salto a la fama mundial. Se produjo con
Top Gun (1986) y
Días de Trueno (1990), ambas producidas por el famoso Jerry Bruckheimer y el ya olvidado Don Simpson, la pareja de productores más exitosa de Hollywood en los 80 y principios de los 90. De Don Simpson, “que poseía un olfato infalible para reconocer qué quería ver la gente en una pantalla de cine” (pág. 42), traza Marc Servitje un retrato inspiradísimo que da cuerpo al ambiente del mundo del cine durante toda esa época de tremendos excesos. Realmente son unas páginas imprescindibles.
La carrera de Cruise progresa con grande títulos entre los que destacan
Rain Man (1988),
Nacido el cuatro de julio (1989),
Jerry Maguire (1996) --año a partir del cual se convierte en productor de sus propias películas (en asociación con la Paramount) y de otros proyectos (Elisabethtwon, 2005)--, la formidable
Eyes Wide Shut (1999) y
Minority Report (2002), sin olvidar
Misión imposible (1996) y sus dos secuelas (2000 y 2006). Las recaudaciones son millonarias y la influencia del actor alcanza su apogeo.
La dimensión pública de Tom Cruise, cultivada con distintos propósitos, sobre todo en el ámbito religioso, hace difícil separar su faceta profesional de la meramente personal. Es él mismo quien se expone al escrutinio público cuando aprovecha su notoriedad para fines puramente personales como el negocio con su imagen o el proselitismo
La biografía, no puede ser de otra manera, viene acompañada de información sobre la vida sentimental del actor (sin entrar en la cada vez más repulsiva penumbra rosa), algo completamente lógico ya que sus compañeras y esposas fueron artistas como Mimi Rogers, Rebecca De Mornay, Nicole Kidman, Penélope Cruz o Katie Holmes.
Los problemas para Cruise estallaron por su vinculación cada vez más estrecha a la iglesia de la cienciología, que provocó la ruptura con la Paramount, cuyos directivos denunciaban que se había volcado más en la promoción de su confesión religiosa que en la de la película
La guerra de los mundos (2005),
dirigida por Steven Spielberg. En los últimos años, la figura de Cruise no resulta simpática a los medios, su pugna con los tabloides, alguna que otra excentricidad y ese fervor religioso tan acusado y específico, le han restado popularidad. Aparecen síntomas de decadencia. Aquí el autor, Marc Servitje, con bastante fundamento, plantea la cuestión en sus justos términos: “Resulta más chocante aún (y hasta censurable) que la mayoría de las críticas que reciba sean de carácter personal, cuando en realidad sólo debería preocuparnos su capacidad y carisma como intérprete” (pág. 122).
Este argumento es muy razonable, aunque en realidad la dimensión pública del actor, cultivada con distintos propósitos, a lo que se ha aludido en sentido general más arriba, sobre todo en el ámbito religioso, hace difícil separar su faceta profesional de la meramente personal. Es él mismo quien se expone al escrutinio público cuando aprovecha su notoriedad para fines puramente personales como el negocio con su imagen o el proselitismo. Será el tiempo el que provea de la perspectiva suficiente para encarar con mayor neutralidad este tipo de cuestiones. Esperemos que sea Marc Servitje, un profesional competente y objetivo, quien se encargue de nuevo del proyecto.