Las primeras reacciones al libro de Marie-Anne Lescourret no han podido ser más negativas. Maxime Rovere en Le Magazine Littéraire y un peso pesado del nivel de Didier Eribon en Le Nouvel Observateur han sido especialmente críticos. Acusan a la autora de haber realizado un trabajo superficial, carente de investigación y totalmente repetitivo. Como no podía ser de otra manera Marie-Anne Lescourret se ha defendido y, en medio de una gran polvareda, se ha organizado una polémica que tiene visos de continuar y extenderse dada la centralidad de la figura y obra de Pierre Bourdieu en las ciencias sociales.
Mientras llevamos a cabo la lectura sosegada que requiere Bourdieu (se va a traducir al español) y, añadamos, todo lo relacionado con el sociólogo francés, conviene sumarse a la reacción que se ha producido en Francia: releer su obra. Este es el lado bueno de todo este conflicto, estudiar la obra de un intelectual cuya vigencia sigue en pie.
La obra de Pierre Bourdieu (1931-2002) es extensa, compleja y difícil. Su influencia trasciende el campo de la sociología y va más allá de la cultura francesa. Desde su primer libro sobre Argelia, escrito en 1958 a los veintiocho años, su obra ha estado empeñada en arrojar luz sobre problemas tales como la desigualdad o la dominación social, los vínculos entre el individuo y la sociedad, o las estructuras sociales y los procesos a través de los cuales se conforma la cultura.
En opinión de Bourdieu, la acción concreta incluye la contingencia, la improvisación o la innovación a cargo del sujeto. Esto no quiere decir que crea en un sujeto puro, abstractamente autónomo de las condiciones sociales en las se desarrolla su acción
Sus grandes argumentaciones totalizadoras no son fáciles de entender y seguir en todos sus matices. Su manera de escribir con frases largas y periodos argumentativos extensos requiere abordar sus textos con lápiz y papel. Sus objetos de estudio han sido muchos y de muy distinta índole. Con frecuencia es reiterativo y un tanto monolítico.
El legado de Bourdieu ha dado lugar a distintos equívocos a lo largo de su vida y obra. Es el caso de la recepción que ésta tuvo entre los antropólogos norteamericanos. Mientras el impacto de Lèvi-Strauss o de Marc Augé en la antropología estadounidense puede calificarse de moderado, el de Bourdieu ha sido de mayor peso. Igual sucede con los estudios culturales. A Bourdieu se le ha recibido con el entusiasmo que han suscitado Baudrillard, Deleuze, Derrida, Foucault o Lyotard, lo cual ha espoleado tanto a quienes lo abandonan por pretencioso como a los que sienten el deseo intelectual de profundizar en su obra. Al mismo tiempo ha dado pie a confusiones e interpretaciones erróneas de su pensamiento. Es el caso de parte de la corriente llamada postmoderna y de ciertas corrientes postpositivistas que en los noventa tomaron a Bourdieu como un apoyo para hacer palanca contra la concepción académica de la ciencia.
En realidad, la posición de Pierre Bourdieu se mantuvo en un término medio entre el determinismo y el subjetivismo. Si por un lado admite la existencia de estructuras objetivas, independientes de la consciencia y de la voluntad de los agentes sociales, lo cierto es que se desmarca de los estructuralistas. Ni el mito (Lèvi-Strauss) ni el lenguaje (Lacan) le proporcionan modelos fiables para abordar las prácticas sociales. En su opinión, la acción concreta incluye la contingencia, la improvisación o la innovación a cargo del sujeto. Esto no quiere decir que crea en un sujeto puro, abstractamente autónomo de las condiciones sociales en las se desarrolla su acción.
Radical e independiente, Bourdieu muestra cómo construye su visión del mundo, visión en la que frente a las grandes figuras de la sociología norteamericana como Parsons, Merton y Lazarsfeld elige a Cicourel, menos conocido del gran público, como incardinación de trabajo científico y riguroso
Para entender la idea de acción social en Pierre Bourdieu es necesario considerar los tres conceptos clave acuñados a lo largo de su obra. El espacio social, articulado en campos (la educación, la economía, el arte, etc.); el capital, bien sea económico, social (el tejido relacional) o cultural; y, en tercer lugar, el “habitus”, una manera de ver el mundo, de reaccionar ante determinadas situaciones.
Ahora bien, para repensar la obra de Pierre Bourdieu en su totalidad lo mejor es comenzar por el final, por lo último que escribió. En este sentido, el origen de Autoanálisis de un sociólogo hay que entenderlo como el deseo de Bourdieu de aclarar aspectos de su biografía y de su obra que, como venimos señalando, se han prestado a confusión. Antes de entrar en sus páginas conviene subrayar la nota del editor francés con la que se abre nuestro volumen. En ella precisa que el texto fue redactado entre octubre y diciembre de 2001; es decir, que sus páginas se concluyeron pocas semanas antes de que el cáncer que padecía Bourdieu acabase con su vida, aun cuando su concepción venga de su último curso en el Collège de France.
Aunque, como señaló Bourdieu en distintas ocasiones, el género autobiográfico no le interesase y a estas páginas las denominara “un autoanálisis”, lo cierto es que en ellas describe sus orígenes familiares y su infancia en Denguin, pequeño pueblo cercano a los Pirineos en el que su padre trabajaba de cartero. Asimismo relata sus años de estancia en un primitivo internado, experiencia que le llevó “a una visión realista (flaubertiana) y combativa de las relaciones sociales”. Brillante estudiante, su “mal carácter” y su rebeldía ante las reglas del internado serían después una constante vital en su “habitus” que no le impidieron, sin embargo y como él mismo señala, alcanzar los máximos honores académicos y ser una figura mediática. Tras un servicio militar que le lleva a Argelia y a su primer libro sociológico, Bourdieu narra el ambiente intelectual y académico en la Francia de finales de los años 50 y comienzos de los 60. Sartre, Aron, Lèvi-Strauss, Foucault o Canguilhen son traídos a estas páginas desde su recuerdo. El comienzo de su carrera sociológica desde la filosofía, un saber que por entonces gozaba de mayor prestigio, y sus primeras investigaciones empíricas son dibujados con nitidez en la variopinta atmósfera académica e intelectual francesa tan marcada por el marxismo y el estructuralismo. Radical e independiente, Bourdieu muestra cómo construye su visión del mundo, visión en la que frente a las grandes figuras de la sociología norteamericana como Parsons, Merton y Lazarsfeld elige a Cicourel, menos conocido del gran público, como incardinación de trabajo científico y riguroso.
En definitiva, de este volumen puede afirmarse sin miedo a error que proporciona al lector el mejor modo de acceder a la obra de un Bourdieu, quien sin duda redefinió la articulación entre ciencia y sociedad. Al rechazar la propuesta de Sartre que politiza la posición del intelectual hasta extremos intolerables, Pierre Bourdieu entiende la posición del sociólogo, ante el cambio social, como la de alguien capaz de desvelar las estrategias de dominación y a la vez proporcionar a los agentes sociales los instrumentos adecuados para el cambio social.