Prefacio Escribo porque la vida no es suficiente. Leo y escribo poemas porque añaden belleza a lo bello y vida a la vida. Aunque no sé si estos versos son buenos o malos desde el punto de vista estético o vital. Sí sé, no obstante, que cuando los escribí, me sentí menos solo. Quizás ese, y no otro, sea el verdadero sentido de estos versos: aumentar la conciencia que tengo de mi propia soledad y de mi propio tedio. Los poemas contenidos en este volumen, y muchos otros que todavía conservo inéditos con pudor, fueron escritos a lo largo de la última década del siglo pasado. Sin duda, algo del hombre marchito de ayer está todavía demasiado presente en el hombre de hoy, aunque claro está que el paso del tiempo hace que todo se matice y se diluya en una visión menos complaciente de uno mismo y, por supuesto, mucho más tolerante de los demás.
En este
Desayuno de tedios con café y azúcar quizá llame la atención la mayor presencia del elemento contemplativo sobre el activo, del solipsista y apolíneo sobre el proyectivo y dionisíaco, pero no puedo evitarlo. La vida es imperfecta e incompleta y cada uno intenta a su modo convivir con ella de la mejor manera que puede, haciéndola más acogedora y entrañable para sí.
Todo aquel que publica deja por fin, para bien o para mal, de corregir originales. En cierta manera dimite de su obra. Ser leído por los demás es como hacer un
strip-tease público, permitirse un narcisismo doloroso, sobre todo cuando se es tímido. Estos borrones inconexos que ansían ser poesía, estos versos dispersos, fragmentados en cientos de semillas y apuntes todavía por germinar, constituyen el mejor pasaporte para mi bienestar íntimo, solitario y sosegado.
Escribir es el único espacio de libertad que me queda; el único refugio donde puedo saciarme de justicia humana hasta reventar. Hacer arte es lo más parecido a decir la verdad, que tanto escasea en los tiempos que corren, donde se glorifican la mediocridad, la impostura y las medias verdades. Estoy plenamente de acuerdo con el Flaubert que decía: “Hay que hacer arte para uno mismo, para uno solo, igual que se toca el violín”.
Zamir Bechara
Esplugues de Llobregat, abril de 2007
1. ENFERMO DE SENTIR EL MUNDO
Porque estoy enfermo de tanto sentir este mundo
definitivo y tozudo cerraré todas las ventanas.
En mis aposentos clausuraré la luz
Y tapiaré las puertas a toda compañía.
Fascinado, con los ojos abiertos de par en par,
volveré al húmedo útero,
a la tumba fría
como el inmigrante que regresa a casa confiado.
Y porque sé que todavía estoy vivo
aguardaré, esperanzado,
a que por fin y de nuevo
mañana
sea el mismo día.
2. MYSTERIUM TREMENS ET FASCINANS
Muchas veces me he confesado agnóstico
en el amor; nunca he tenido sentido alguno
de su corporeidad real. Tampoco la he tenido de Dios.
Pero sí he sentido su ardiente garra despiadada,
su devastadora fuerza en el corazón humano:
–Si no quieres morir, ama, pues vivirás en el otro.
Dolor y gozo, Mysterium tremens et fascinans,
fuerza oceánica de mil mares dentro del pecho,
dolorosa embriaguez,
platónica locura de reconocerse
desnudo,
indefenso,
esclavo del amor.
Y a él me someto dulcemente. A su agradable tiranía de luz
me debo.
Con fuerza me sujeto a la columna de mis convicciones
y me veo un ser real de carne y hueso
incapaz de resistirse a tanto vértigo.
Toco con mis labios
el oscuro perfume del misterio,
mientras descanso.
Cara al cielo,
por momentos, me embriago de todos los abismos
que me habitan.
¿Cómo dar cuerpo y razón a tan múltiple
y variado universo?
Definitivamente descreo de la teoría amorosa de Stringberg,
de ese amor volcado hacia sí mismo
incapaz de polinizar las flores.
3. HUÉRFANOS DE COMPAÑÍA AUTÉNTICA
Tanto ayer, como hoy, como mañana…
Ir con una mujer, no para amarla,
sino para demostrarnos que la amamos;
salir del encierro de la casa
para encerrarnos en un cine;
dejar en casa nuestros propios fantasmas
para comprar, a precio de saldo, los fantasmas de los otros.
Salir a la calle con el ánimo de pasear
y encontrarnos sentados en una barra cualquiera,
descubriéndonos
huérfanos de compañía auténtica.
Renunciar, en nuestra soledad, a la presencia del mundo
y aturdidos constatar que nuestro otro yo
es poca compañía.
Amontonar libros que nunca se leen,
acumular proyectos que jamás se realizan,
fijarse metas altruistas que apenas esbozadas
ya hemos borrado (aunque, eso sí, todavía doy
mi insignificante donativo mensual a una ONG de confianza).
Hacer confidencias a medias a los conocidos
y de veras sincerarse ante los desconocidos.
Precipitar falsos consuelos y esperanzas truncadas
en el abismo de lo que somos…
y no colmarlo nunca.
Permitirse el entusiasmo auténtico
no porque lo poseamos,
sino para persuadirnos de su posesión.
Volver a la misma y eterna Mujer, al recurrente orgasmo,
no para nuestra felicidad, sino para la suya.
Ser hipócritas hasta en eso,
ser cínicos hasta en el placer que nos procura un beso.
Todo esto es el único extravío de nuestra certidumbre,
la única certeza de animal en la que se persevera.
Decir que hacemos felices a alguien
es un vil atentado a nuestra sinceridad de eunucos.
4. HE ALLÍ EL PERRO CENICIENTO
He allí el perro ceniciento
ladrando al cielo gris.
De alguna manera es inmortal como su propia cárcel.
Me lo atestigua la especie que uniforma la vida
y el cristal de mi ventana que da color a la mía.
El perro ladra,
ladra inútil, eternamente, al vacío.
Igualmente, yo no puedo liberarme
del destino insobornable de ser como soy.
Pienso,
pienso, inútilmente,
sin encontrar más límite
que el de mis propios pensamientos.
Como no tengo dinero solo puedo viajar
con los recuerdos y mi imaginación a cuestas
a países remotos en la geografía y en el tiempo;
todos mis viajes son un desdoblamiento
en los que también
soy
un turista accidental
que pasa a mi lado y me saluda con la mano alzada,
y yo le devuelvo el saludo
y él me devuelve una sonrisa
y luego desaparece para siempre entre la multitud
mientras yo regreso exhausto a mi diaria rutina.
Y entonces veo una luz que no tiene celdas
y espejos que son ventanas
por donde entra la naturaleza
con su cielo gris
y un perro en el terrado que me despierta
del vanidoso trayecto de existir.
Nota de la Redacción: el texto del Prefacio y los poemas corresponden al libro de Zamir Bechara, Desayunos de tedios con café y azúcar (Ediciones Carena, Los Libros de Acidalia, 2007). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento al director de Ediciones Carena, José Membrive, por su gentileza al facilitar la publicación de dicho texto en Ojos de Papel.