En las pantallas españolas puede verse estos días su última película tras el éxito internacional de Las invasiones bárbaras, me refiero a L'Age des ténèbres (2007), que aquí se titula La edad de la ignorancia, no sé si jugando de forma premeditada con el título de la novela más célebre de la escritora Edith Wharton, La edad de la inocencia.
Se trata de una coproducción franco-canadiense, dirigida y escrita por nuestro hombre, que cuenta la historia de Jean-Marc, un mediocre funcionario cuarentón que vive en una urbanización a la afueras de Québec junto a su mujer y sus dos hijas, para las que es casi un molesto cero a la izquierda. Para evadirse de una realidad tan ramplona y lamentable, tan gris y burocrática, Jean-Marc se pierde en frecuentes ensoñaciones en las que se imagina a sí mismo en distintas circunstancias como un hombre fascinante y de éxito al que las hermosas mujeres que habitan su cotidianeidad no se le pueden resistir y sucumben a sus poderosos encantos. Su jefa en la oficina, su amiga lesbiana, una famosa modelo de la que sabe por las revistas..., todas, en sus ensoñaciones, se doblegan a los deseos y fantasías de un Jean-Marc que ora es un novelista aclamado, ora un político en la cumbre, ora un hombre al que su preciosa mujer rubia espera en casa con la chimenea encendida llena de comprensión y amor...
El conflicto entre la vida real y la vida de las ensoñaciones se hace tan insostenible y dramático para Jean-Marc, que decide en un momento dado, a partir de la muerte en la terrible soledad de un asilo de su madre, romper tanto con la realidad de su vida en familia como con la ensoñación, dándose otra oportunidad en una vida real completamente distinta a la que había llevado hasta la fecha.
Esta comedia revestida de drama, o quizá sería mejor decirlo al revés, este drama con trazos de comedia, viene a cerrar la trilogía de Denys Arcand iniciada hace casi dos décadas y que incluye los dos títulos ya mencionados más arriba. Una trilogía en la que Arcand reflexiona con crítica y desesperada ironía sobre la vaciedad espiritual y ética de la vida contemporánea en la sociedad americana desarrollada, símbolo del resto de las sociedades del bienestar que configuran occidente, y que son hoy la materialización palpable del fracaso de los sueños ilustrados y sesentayochistas, en gran medida, de toda nuestra civilización como espacio real para la vida plena.
La película de Arcand se deja ver, y es probable que su visionado salga beneficiado y reforzado con el de la trilogía completa. El tono del drama es agridulce, muy en la línea del resto de trabajos del canadiense, y algunas de la secuencias oníricas resultan a partes iguales simpáticas y reveladoras, efectistas y concluyentes con respecto a la tesis que se quiere plasmar. Pero el problema de la película, que lo es del guión y de su plasmación en imágenes, es precisamente ese: se nota en exceso que el artista nos presenta una tesis, una reflexión cultural y política con moraleja incluida, y por ahí la cinta hace agua sin remisión.
Los planteamientos reflexivos de Arcand son en este sentido tópicamente cargantes, llenos de lugares comunes, de ideas manoseadas hasta la extenuación y la emoción emerge de los planos en contadas ocasiones. Pero quizá lo más molesto del intento es su pedantería adornada de comicidad, su tendencia a lo trascendental analítico pero envuelto en píldoras humorísticas, con secuencias como la del torneo medieval que uno no sabe muy bien qué demonios hacen en el trabajo, cuál es su objeto, además de estirar el metraje.
Las metáforas visuales, además de ser forzadas, están construidas mediante lugares comunes previsibles hasta en los jardines de infancia, logrando que la tesis defendida (algo que no le suele sentar nada bien al cine de primer nivel: defender tesis) suene a reiterativa, a ejercicio académico, a cine antiguo, anoréxico y a falta de toneladas de vitaminas.
Creo que el tiempo pasará rápido y mal por esta película en la que los actores, encabezados por el espléndido y creíble Jean-Marc de Marc Labreche, están francamente bien. Pero si desde aquí pronostico que el tiempo hará envejecer mal esta Edad de la ignorancia, es probable que también ejerza de tabla de salvación, pues en universidades y en otros ámbitos de estudio, qué duda cabe, la trilogía de Arcand ofrecerá elementos de estudio en abundancia a eruditos y estudiosos. Ahora, cine, lo que se dice cine, más bien poco.
De todas formas, y teniendo el panorama en el que nos desenvolvemos, estamos ante una película de indudable dignidad que encontrará sin duda su público, un público dispuesto a que le den una clase de ciencia política y social sobre nuestro tiempo mientras esboza, de vez en cuando, alguna sonrisa. Tampoco está tan mal el plan.
Tráiler de la película La edad de la ignorancia, de Denys Arcand (colgado en youTube por keane43)