No es país para viejos es el último largometraje de los hermanos Coen después de la floja Ladykillers (2004). La pausa ha sido larga, tres años, pero la espera ha valido la pena. Basado en la novela homónima de Cormac McCarthy y probablemente tan fiel a ésta como les ha sido posible - los lectores que hayan disfrutado de alguno de sus libros de la Trilogía de la frontera, por ejemplo, reconocerán la perturbadora desolación de los paisajes, los escuetos pero concisos e incisivos diálogos y la violencia inherente aunque siempre distante -, los Coen se han acercado mucho a lo que se espera de un film de acción, aunque lento, un poswestern en el que aquellas emboscadas propias de los enfrentamientos con los indios se han visto sustituidas por la guerra sin cuartel del tráfico de drogas organizado.
Tejas parece sostenerse gracias a acciones ilícitas y sus habitantes viven ávidos y a la vez temerosos de los sucesos sanguinarios en los periódicos. El sheriff Bell (un Tommy Lee Jones sabio y grandioso) identifica enseguida la naturaleza demoníaca de Chigurh que persigue a su presa hasta agotarla, dejando por donde pisa un rastro de sangre interminable. Es la encarnación propia del mal, jugándose las vidas humanas de las personas con las que cruza una mirada a cara o cruz, un dios de la muerte que decide dónde y cuándo. Los monólogos de Bell, espaciados a lo largo del film, narran la desolación y cochambre moral a la que ha llegado el ser humano. Habla, por ejemplo, de un joven al que acompañó a la silla eléctrica sin haber expresado nunca el más mínimo remordimiento.
Javier Bardem es Anton Chigurh, de una pasmosa frialdad, su cara y gestos tan escuetos como su habla resultan escalofriantes, y la pulcritud de sus zapatos y su peluca, perturbadores; sólo un demente puede tener ese aspecto, y a esto se añade el arma inusual que utiliza: una pistola neumática de matadero. Chigurh persigue a Moss y es perseguido, a su vez, por Carson Wells (Woody Harrelson), contratado para acabar con Chigurh, por si acaso éste fallase o decidiese hacerse también con el dinero, y Bell cabalga detrás, anticipando lo que inevitablemente ocurrirá pero sin lograr detener las explosiones de violencia en cadena.
La falta de empatía con los personajes es absolutamente pasmosa, un logro mayor, así como la incisiva y cruda ironía en boca de Bell y la excepcional belleza de los paisajes. El ángel exterminador, Bardem, sin duda, merece su estatuilla. Y los Coen vuelven a brillar en la pantalla como hacía tiempo que no ocurría.
Tráiler en español de No es un país para viejos (vídeo colgado YouTube por Villa221984)