Con todo Chesil Beach ha sido mi primer acercamiento a la literatura de McEwan, y he de decir que la sensación obtenida no ha sido de entrega absoluta a su escritura. Quizá convenga comenzar señalando que no estamos ante una novela propiamente dicha, y lo digo en cuanto a sus dimensiones. Tampoco nos enfrentamos a un relato o cuento, si no que la definición que le encaja mejor a Chesil Beach es la de novela corta o nouvelle, probablemente una “distancia” que no ofrece muchas posibilidades para desarrollar complejidades narrativas de hondo calado. No sé. Lo que es indudable es que el libro no ha logrado hacerme sentir el pellizco que a estas alturas de mi “carrera como lector” le pido anhelante a toda lectura.
El tema de la nouvelle en su capa más superficial desde luego no me ha ayudado en demasía, pues la falta de apetito sexual de la protagonista, Florence, que se revela de forma dramática durante la noche de bodas con su marido, el inexperto y torpón Edward, en una aciaga noche de verano de 1962 en la habitación de un hotel junto a Chesil Beach, no logró ni conmoverme ni despertar en mí un interés verdadero casi en ningún momento, situándome a bastante distancia del apasionamiento que, según algún crítico de prestigio, levanta esta novela en modo alguno perfecta.
Mucho más interés tiene en mi opinión la cuestión más profunda que plasman las páginas de McEwan y de la que los sucesos de la noche de bodas en el hotel de Chesil Beach son metáfora, símbolo o triste y dramática materialización. Me refiero a la forma de ser y comportarse de los británicos de clase media a comienzos de los años Sesenta, muy influida todavía según McEwan por los usos y costumbres victorianos, cortados por el patrón de la hipocresía, la falta de información sobre asuntos sexuales y una ausencia enorme de comunicación entre clases sociales y entre los distintos sexos.
¿Por qué creo que este es un libro que no va a funcionar excesivamente bien, por ejemplo, entre los lectores españoles? Pues porque a mi juicio McEwan ha confeccionado una historia demasiado imbricada en la realidad de una determinada época de la reciente historia británica, y no ha logrado ni a través de la plasmación de los aromas del ambiente, ni a través del dibujo perfilado de los personajes, el trascender “la pulsación local” del drama y mucho menos llegar a emocionar
En 1962 en Inglaterra aún seguía prohibida por obscena la novela de Lawrence El amante de Lady Chatterley, y los Beatles todavía estaban trabajando en la grabación de las que serían sus primeras canciones. Canciones y música vendrían a expresar la aparición de unos nuevos ingleses con ganas de vivir y, como dijo el poeta Philip Larkin, de follar a sus anchas. Las Islas eran entonces un país viejo, masacrado y debilitado por haber estado en primera línea de choque en el frente de dos guerras mundiales devastadoras. Gran Bretaña había dejado definitivamente de ser la primera potencia mundial, perdía a borbotones de independencia los países de su antiguo imperio, la imagen y sensación de prosperidad de otras potencias europeas hacía mella en sus gentes, y su envejecida sociedad se regía, insisto, de alguna manera por conceptos y estereotipos decimonónicos.
Pues bien, ese ambiente encorsetado e hipócrita en lo ético y en lo estético, en las formas de vivir y pensar de buena parte de la clase media británica ya iniciada la sexta década del siglo XX, es lo que retrata con acierto y maestría McEwan en esta novela breve. Los sucesos que le acontecen a los jóvenes de poco más de veinte años Florence y Edwards, ella una violinista de clase alta, y él un historiador de clase baja, en el hotel situado en el alegórico paisaje de Chesil Beach (playa solitaria de guijarros y de restos de tiempos pasados), conforman el discurso central, el meollo narrativo y lírico de esta historia sin duda bien construida por medio de eficaces saltos temporales que ayudan a contar las circunstancias, vicisitudes y final del evolucionar de la pareja como tal.
¿Cuál es el problema entonces? ¿Por qué creo que este es un libro que no va a funcionar excesivamente bien, por ejemplo, entre los lectores españoles? Pues porque a mi juicio McEwan ha confeccionado una historia demasiado imbricada en la realidad de una determinada época de la reciente historia británica, y no ha logrado ni a través de la plasmación de los aromas del ambiente, ni a través del dibujo perfilado de los personajes, el trascender “la pulsación local” del drama y mucho menos llegar a emocionar, a pellizcar el interior del lector con las desventuras físicas y morales de la pareja protagonista.
El crítico Germán Gullón ha señalado sin duda con justeza que las novelas de McEwan tienen un encanto especial, al crear una atmósfera del tiempo presente nacida de un dinamismo narrativo muy personal. Prosigue Gullón subrayando que McEwan no responde a por qué sus personajes actúan cómo lo hacen, y se limita a hacerlos actuar revelando sus motivos y personalidad a través de sus propias acciones, característica muy propia de la forma de narrar anglosajona, diferente desde luego a la francesa o rusa. Algo parecido a lo que en cine lograron hacer con singular maestría cineastas tan grandes como John Ford o Howard Hawks. Gullón sugiere incluso que detrás de la forma de escribir de McEwan se vislumbra al fondo la genial figura de un escritor tan grande como Henry James. Tendría desde luego que leer más a McEwan, pero visto lo visto, leído lo leído, me parece que a McEwan, al menos en esta buena e interesante nouvelle que es Chesil Beach, lo que no hay es, precisamente, grandeza de indiscutible maestro.