Magazine/Cine y otras artes
Crítica de la película "Borrachera de poder", de Cluade Chabrol
Por Eva Pereiro López, lunes, 4 de junio de 2007
Jeanne Charmant-Kilman ( Isabelle Huppert) es juez de instrucción. Se encarga de desentrañar un complejo escándalo de malversación de fondos públicos y abusos de poder que apunta directamente al presidente de un importante grupo industrial, un tal Humeau (François Berléand). Paso a paso, con tenacidad, fe en la justicia y sobre todo en su poder, parece que se va acercando al fondo del asunto. Mientras, en su vida privada, la pareja que forma con Philippe (Robin Renucci) se desmorona.
En Borrachera de poder, la última película del veterano Claude Chabrol, Isabelle Huppert –su musa incontestable - encarna a una juez “estrella”, manipuladora y manipulada, con esa dosis equilibrada de fuerza y fragilidad que la caracteriza. El director francés se aleja, así, de las intrigas burguesas que ha retratado tantas veces para centrar su crítica en el corrupto sistema empresarial, haciéndose eco del affaire Elf (1994) del que se inspira para esbozar sus personajes, aunque sin vocación documental. De hecho, revindica haberse alejado lo suficiente de la realidad como para crear su propia ficción, sin por ello perder verosimilitud, y por lo tanto interés.
La separación de poderes, según Chabrol, no está exenta de zonas de penumbra y tierras movedizas, en las que abundan intentos de manipulación y mediatización política, así como de utilización espuria de la maquinaria administrativa y judicial.
El acierto de esta película es sin duda que Chabrol presenta una historia a dos bandas entre lo público y lo íntimo
Cuando Jeanne al fin parece estar cerca de desvelar la trama, la retiran del caso y descubre que su independencia no es tal. Siempre habrá un poder inmediatamente superior que a su vez será presionado por otro en una ascensión interminable. Y debido a la complejidad de los mecanismos administrativos es difícil saber quién está realmente dando las órdenes.
Pero el acierto de esta película es sin duda que Chabrol presenta una historia a dos bandas entre lo público y lo íntimo. Lo primero transcurre mayormente en escenas cara a cara en el Palacio de Justicia, mientras que la frágil vida privada de la juez se contrapone a lo anterior al escenificar a los personajes que la forman los unos al lado de los otros, cercanos. Así como Jeanne es inflexible, resolutiva e implacable con las víctimas de su escrutinio, sean quienes sean éstas en la esfera pública, su vida íntima hace agua y no sabe cómo enfrentarse a ello.
Philippe y ella son dos fantasmas que se cruzan en un apartamento cualquiera, noche tras noche, un apartamento vigilado. El se siente minusvalorado por el poder de su mujer, y Chabrol salpimienta el film con una compleja relación de dependencia entre ambos con un fondo de “mal casamiento” – Philippe proviene de una familia burguesa mientras ella ha ido ascendiendo socialmente hasta alcanzar su estatus actual. Además, la relación ambigua, aunque sin connotaciones sexuales, que mantienen Jeanne y su sobrino Félix (Thomas Chabrol), resulta intrigante. Esta se siente atraída por él debido a su frescura y a su falta de preocupación y de ambición. Es, en suma, su contrario y a la vez su oyente más acérrimo y su intérprete de un mundo imprevisible que la rodea y que no logra comprender.
Cuando al final de la película, Jeanne se cruza con Humeau, ingresado por depresión, comprende la inanidad de todo el asunto, y acaba sintiendo tanta piedad por él, como él por ella. “Chapeau!” – cómo dirían los franceses.