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La isla del rey del chocolate
Por Pablo-Ignacio de Dalmases, viernes, 1 de junio de 2007
Las crónicas sociales son generosas en informaciones sobre las excentricidades de ciertos millonarios parvenus, pero la mala fama de algunos no debe extenderse a todo el colectivo. También hay gente que ha sabido hacer dinero y ha tenido la sensibilidad de utilizarlo en finalidades útiles desde el punto de vista cultural o de conservación del medio ambiente. Mencionar el apellido Cadbury es traer a la memoria y a las papilas gustativas el recuerdo del buen chocolate. Pues bien, fue el señor Christophe Cadbury quien decidió invertir parte de su fortuna en comprar la isla de Aride, perteneciente al archipiélago de Seychelles, y cederla a la Real Sociedad para la Conservación de la Naturaleza con el fin de convertirla en una reserva natural.
Situada frente a Praslin, una de las tres islas mayores de este país, Aride es francamente pequeña: tiene una superficie de 68 hectáreas con 1’6 kilómetros de largo por 0’6 de ancho. De origen volcánico, emerge ligeramente sobre el mar, siendo su máxima altura la de Gros la Tête a tan sólo 134 metros. Fue junto a la playa sur que el señor Cadbury mandó construir unas modestas cabañas para sí mismo y sus colaboradores más inmediatos en las tareas naturalistas que se había propuesto, cabañas que se conservan en parte en pie y en las que viven los cuidadores de esta reserva.
Llegamos a Aride desde Praslin en un bote a motor que, a falta de resguardo natural alguno, embarranca sobre la arena, momento desde el que hay que saltar al agua y, según esté la mar, pero por lo general mojados hasta medio cuerpo, se alcanza tierra firme. Lo primero que llama la atención es la abundancia de cangrejos cocoteros, que corren raudos por la arena huyendo de la presencia humana y se entierran en ella, después de haber dejado una huella claramente perceptible de su recorrido. Por cierto, que estos cangrejos son un peligro cuando las tortugas desovan en esta misma playa porque se comen sus huevos y se dice incluso que con sus pinzas son capaces de romper un coco.
Pero Aride es, sobre todo, la isla de los pájaros, gracias a que en ella no hay depredadores. Lo más hermoso de todo es pasear por el sendero interior de Aride junto a los pájaros, ver a las hembras cuidar de sus crías sobre un nido de hierbas recién formado en cualquiera de las ramas que tenemos al alcance de nuestra mano, contemplar como en la espesura del bosque, la algarabía del canto de las aves es deliciosamente ensordecedora
Aride, que como tantas otras islas de este océano fue refugio de piratas y corsarios, no fue colonizada hasta 1851 y sus primeros propietarios devastaron la escasa vegetación con el fin de plantar cocoteros y explotar los huevos que ponían las tortugas marinas y aves migratorias. Pero la naturaleza es sabia y las deyecciones de las aves fueron creando un sustrato nutritivo que permitió el renacimiento de la naturaleza salvaje.
Recorrer una isla de tan reducidas dimensiones como Aride es sencillo. Hay una ruta preestablecida por su zona sur que empieza en Punta Desiré y acaba en Punta Anse, porque los caminos del interior están en zona protegida y por tanto vedados al foráneo no dedicado a tareas investigadoras. En nuestro paseo por Aride, entre ramas de bois citron –un árbol desaparecido de América que Cadbury redescubrió aquí– encontramos mapos, limoneros, manzanos, plátanos, canelos y matas de “citronelle”, hierba que los seychellenses usan para hacer una reconfortante infusión, mientras inofensivas lagartijas y lagartos de hasta 20 centímetros de largo se cruzan en nuestro camino.
Pero Aride es, sobre todo, la isla de los pájaros, gracias a que en ella no hay depredadores. Lo más hermoso de todo es pasear por el sendero interior de Aride junto a los pájaros, ver a las hembras cuidar de sus crías sobre un nido de hierbas recién formado en cualquiera de las ramas que tenemos al alcance de nuestra mano, contemplar como en la espesura del bosque, la algarabía del canto de las aves es deliciosamente ensordecedora. Nos encontramos en la naturaleza en estado puro, donde nada, ni nadie la agrede. La fortuna del rey del chocolate ha encontrado un destino feliz.