Reseñas de libros/Ficción
Philip Roth: "Elegía" (Mondadori, 2006)
Por Juan Antonio González Fuentes, miércoles, 28 de febrero de 2007
Con llamativa puntualidad ha llegado a las estanterías de nuestras librerías el último libro firmado por el que sin duda figura entre los más grandes escritores norteamericanos contemporáneos, Philip Roth. Me refiero al título Elegía, y aunque éste sea el último escrito por él, no es el último en aparecer en los escaparates, porque a la hora de escribir estas líneas compruebo que ya hay otro libro en venta del prolífico autor americano. Se trata de Deudas y dolores (Mondadori, Barcelona, 2007), la que fuera primera novela larga publicada por Roth.
Pero centrémonos en reseñar Elegía, un libro muy especial, desconcertante se mire por donde se mire, un libro francamente difícil de situar dentro de la obra del autor, pues se aleja considerablemente de lo que estábamos acostumbrados a leer a través de las peripecias de personajes tan rothianos como Zuckerman o Kepesh.
Elegía narra con aparente sencillez estilística la tragedia más cotidiana que podamos imaginar: el proceso de envejecimiento y muerte de un hombre del que nunca sabremos el nombre, aunque sí sus más determinantes circunstancias vitales. A lo largo de las 150 páginas que contiene este breve libro, asistimos al progresivo proceso de deterioro físico de este hombre desconocido, jubilado, anciano, que simboliza al hombre contemporáneo con mayúsculas, que nos simboliza a todos nosotros en el mismo instante en el que le dejamos de ser útiles a la vida productiva y dinámica que exige desde hace décadas la vida urbana de los países desarrollados.
Roth nos cuenta con sólo unas precisas, determinantes y a veces líricas pinceladas la existencia entera de un hombre sin nombre, desde su infancia hasta su entierro, pasando por los eslabones que conforman la cadena de casi cualquier persona corriente de nuestro mundo: vida laboral más o menos exitosa (creativo publicitario en una buena agencia de publicidad de Nueva York), tres matrimonios insatisfactorios con dos hijos de una mujer y una hija de otra con los que mantiene relaciones muy desiguales entre sí, sueños de artista incumplidos, un hermano con el que sostiene una relación ambivalente, una notable pulsión sexual como expresión perfecta de vitalidad y energía...
un lector atento puede vislumbrar en Elegía una narración de un largo y natural Vía Crucis: el que sufre el ser humano contemporáneo en las sociedades occidentales al llegar a una determinada edad avanzada en completa soledad, gracias, paradójicamente, a los beneficios del alto nivel de vida logrado, y a la desintegración casi completa de la familia tal y como estaba concebida antes
Una vida por tanto bastante normal y corriente, no en exceso distinta en experiencias y sucesos de las que uno puede vislumbrar si mira a su alrededor, si tiene cierta edad y contempla con actitud crítica su propia existencia.
Ante la mirada y el entendimiento del lector, Roth hace avanzar la vida de este hombre haciendo especiales altos reflexivos en los momentos en los que la muerte hace acto de presencia en su vida, ya sea de manera tajante y directa (la aparición ante el protagonista niño de un hombre ahogado en la playa), o de forma más inclinada o tangencial, pero definitivamente preparatoria para el inevitable final (enfermedades, primeras hospitalizaciones...). Tal es así que un lector atento puede vislumbrar en Elegía una narración de un largo y natural Vía Crucis: el que sufre el ser humano contemporáneo en las sociedades occidentales al llegar a una determinada edad avanzada en completa soledad, gracias, paradójicamente, a los beneficios del alto nivel de vida logrado, y a la desintegración casi completa de la familia tal y como estaba concebida antes.
Este Vía Crucis al que hacemos referencia, como muy bien recoge Roth en algunos pasajes memorables de este libro, no sólo tiene que ver con las heridas físicas que le va señalando en su cuerpo el paso del tiempo al protagonista, sino también, y muy fundamentalmente, con la lenta pero inexorable desaparición del mundo al que pertenecía. Un mundo al que van abandonando los viejos paisajes del escenario personal, los compañeros de existencia, las pasiones motrices, los amores que en su día lo fueron todo.
Philip Roth, quien a sus setenta y cuatro años de edad está experimentando en carne propia lo que describe en Elegía, se muestra implacable con el enfermo desconocido, o mejor dicho, no da muestras de conmiseración hacia él, de entendimiento ternurista de su situación. Y ahí radica uno de los mayores aciertos narrativos de Elegía. Roth se limita a procurar entender a su personaje, a ponerlo en escena con sus conflictos y paradojas, absteniéndose de posicionarse o enjuiciar moralmente la vida del desconocido
La crítica más especializada ha señalado que a lo largo de su obra Philip Roth no da una explicación o visión de sí mismo, sino que traza una razón para sí de la existencia. En este contexto Elegía sin duda debe verse como el crudo y sutil aguafuerte en el que el escritor deja planteada para él y para nosotros sus lectores la crónica novelada de una de las mayores catástrofes a las que se enfrenta el ser humano: su propio proceso de extinción.
Así la vejez es descrita por Roth como una masacre sin posible salida alternativa; una masacre plasmada en un cuerpo antes fuerte y que ahora es humillado por la enfermedad y el cansancio, dando paso a una sensación terrorífica de dependencia y fragilidad, con la consiguiente hecatombe moral y espiritual, y con la necesidad de ternura infinita y de repasar con espíritu crítico los sucesos de la propia vida.
A tenor de lo dicho hasta aquí no es difícil deducir que estamos ante un libro nada fácil de leer, un libro tristemente lúcido y por momentos demoledor; un libro que es muy probable que sólo puedan entender de verdadera esencia los lectores de cierta edad, aquellos que ya hayan sufrido en su más directo contexto vital los estragos de la enfermedad y la muerte.
Philip Roth, quien a sus setenta y cuatro años de edad está experimentando en carne propia lo que describe en Elegía, se muestra implacable con el enfermo desconocido, o mejor dicho, no da muestras de conmiseración hacia él, de entendimiento ternurista de su situación. Y ahí radica uno de los mayores aciertos narrativos de Elegía. Roth se limita a procurar entender a su personaje, a ponerlo en escena con sus conflictos y paradojas, absteniéndose de posicionarse o enjuiciar moralmente la vida del desconocido. No, Roth describe y narra de manera acerada una situación muy determinada, y cargada, eso sí, de una considerable violencia psicológica. Y lo hace desde la honestidad del narrador que desea mantenerse al margen y ejercer sólo como cronista de una muerte anunciada.
Con todo hay imágenes o situaciones cargadas de un trazo poético arrebatador. Pienso por ejemplo en el protagonista niño cuando ingresa en el hospital con su madre, en la escena antológica del cementerio en la que el protagonista charla con quien enterró a sus padres y lo enterrará a él, en las reflexiones de una lucidez cegadora del protagonista a solas y humillado por su decadencia...
Hay casi un género por sí solo que es el de las últimas composiciones de los grandes músicos. Esa música generalmente siempre encierra un sentido de despedida y de entendimiento. Es como si los compositores hubieran llegado a comprender algo de la existencia que a los demás se nos escapa y aceptándolo, lo expresasen con sonidos de despedida tranquila, serena, acogida y abrazada.
Algo de eso hay en esta Elegía de Roth: hay algo de trágica, demoledora, asumida y conmovedora aceptación del final y de lo que éste significa. Elegía es, sencillamente, una devastadora, triste y lúcida obra maestra.