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César Alonso de los Ríos: “Yo digo España” (LibrosLibres, 2006)

César Alonso de los Ríos: “Yo digo España” (LibrosLibres, 2006)

    AUTOR
César Alonso de los Ríos

    GÉNERO
Ensayo

    TÍTULO
Yo digo España. Contra la disolución nacional alentada por la izquierda

    OTROS DATOS
Madrid, 2006. 251 páginas. 16 €

    EDITORIAL
LibrosLibres



César Alonso de los Ríos

César Alonso de los Ríos


Reseñas de libros/No ficción
César Alonso de los Ríos: “Yo digo España” (LibrosLibres, 2006)
Por Rogelio López Blanco, jueves, 1 de febrero de 2007
Aunque el título de este libro es suficientemente expresivo en sí mismo, muy a contracorriente de lo que todavía se estila entre los medios progres, que no necesariamente progresistas, y no digamos ya en los ambientes de los nacionalismos periféricos, dadas las connotaciones que continúa teniendo el empleo de la palabra España, un lastre heredado del franquismo (pese a que la cosa venga de más lejos), conviene conocer su origen para situar las coordenadas históricas y políticas desde las que escribe César Alonso de los Ríos. También resulta pertinente reparar en el subtítulo, quizá el verdadero título de la obra: Contra la disolución nacional alentada por la izquierda.
César Alonso de los Ríos tiene a sus espaldas una larga trayectoria como periodista y analista político. Formó parte de la redacción de míticos órganos de prensa de la izquierda antifranquista, especialmente de la revista Triunfo (que agrupaba a José Ángel Ezcurra, Eduardo Haro Tecglen, Víctor Martínez Reviriego, Manuel Vázquez Montalbán, Luis Carandell, Fernando Savater...). Me refiero a la época en la que Franco vivía y mandaba todo lo que podía y más. Es decir, que César Alonso de los Ríos (¿para cuándo sus memorias sobre esos años?) fue un antifranquista de verdad, no como muchos de ahora que sólo lo son con carácter retrospectivo, y eso que unos cuantos tenían edad para haberse tomado la molestia en aquellos momentos. También formó parte de la revista que heredó aquel espíritu, La Calle. Hasta formó parte, como asesor del Ministerio de Cultura entre 1983 y 1987, de la gran ilusión atesorada por el proyecto socialista que arrasó en las elecciones de 1982 con Felipe González al frente.

Estas son, pues, las credenciales del personaje, mientras que las del título del libro, Yo digo España, tienen sus raíces en un artículo homónimo publicado en octubre de 1979 en la revista La Calle. En ese momento era una reacción atrevida y desafiante contra el ostracismo al que, por el complejo de inferioridad y de culpa de la derecha heredera del franquismo, los prejuicios de la izquierda y el intento de ambas de no “agraviar” a los nacionalistas oprimidos, como si fueran los más perjudicados, por cuarenta años de dictadura, se tenía sometida la noción de España. Es evidente que dicha noción de España y de lo español, de su significado histórico y colectivo, había sido secuestrada, tergiversada y monopolizada hasta extremos insufribles por el franquismo y era en cierto modo natural una reserva mental de tipo reactivo. Pero unos pocos, entre ellos el periodista autor de este libro, se percataron de que el fondo antiespañolista de los nacionalismos y lo que implicaba aceptar los presupuestos en los que se basaba, tanto para la derecha como para la izquierda, suponía una enmienda a la totalidad de la trayectoria histórica de España, la liquidación de toda su herencia, y que eso no tenía nada que ver con la monopolización del concepto por parte del franquismo, por más que éste diera un formidable empujón a sus designios. Los nacionalistas vascos y catalanes eran tan antiespañoles en la Transición como cuando en la Segunda República y la Guerra Civil socavaban el poder del Estado republicano por cuya supervivencia luchaban, entre otros muchos, Manuel Azaña, Indalecio Prieto o Niceto Alcalá Zamora.

En esos años de la Transición, César Alonso de los Ríos se mantuvo fiel a los postulados de la izquierda española, la que representaban Felipe González y Alfonso Guerra, aquellos a los que el Departamento de Estado norteamericano había calificado como “jóvenes nacionalistas”. No obstante, el periodista mantuvo su punto de vista crítico frente a la amenaza que suponían los nacionalismos y la creciente influencia que sus posiciones tenían sobre parte de la izquierda. De ello fue fruto su primer libro sobre el tema, Si España cae... Asalto nacionalista al Estado (Espasa Calpe, Madrid, 1994) Quien esto escribe tuvo la oportunidad de elaborar la recensión del libro para el suplemento cultural del periódico ABC (25-6-1994), texto del que extraigo los siguientes párrafos:
Según César Alonso de los Ríos, la pretensión de Zapatero es crear un nuevo régimen, que excluya la posibilidad de alternancia con la derecha, mediante alianzas con los diversas organizaciones nacionalistas, tanto en España como en las comunidades

“El libro es un alegato contra el proceso de desnacionalización por el que está atravesando nuestro país derivado de la convergencia de dos corrientes interpretativas que vienen a negar la significación de España como nación. La primera se genera en el discurso de los nacionalistas, fundamentalmente de Cataluña y país Vasco, que niega que aquélla represente algo más de lo que pueda suponer un armazón jurídico-político que integra los elementos verdaderos, reales, del conjunto: a saber: Castilla, Cataluña, País Vasco y Galicia. Esta visión es bien conocida y no requiere más descripciones.

La segunda corriente la origina la izquierda, y creo que la crítica sistemática de esta interpretación es la aportación más valiosa de de césar Alonso de los Ríos. Considera que está constituida por dos elementos. El primero de carácter endógeno. Debido al pacto que supuso la transición política y ya desde antes con la tesis de la reconciliación nacional, los progresistas se instalaron en el culto del olvido, abandonando la rica tradición liberal e ilustrada española que culmina e la concepción nacional democrática y reformista de Azaña. De este modo se dejó, sin impugnar la reaccionaria y asfixiante visión unitaria de España que el franquismo impuso como históricamente real.

El otro elemento es exógeno. A partir de los años sesenta, la izquierda decide abanderar los movimientos anticolonialistas y de liberación de las nacionalidades oprimidas. En España se utilizó para deslegitimar a franquismo en las zonas con mayor tradición nacionalista, País Vasco y Cataluña. Con este nuevo ingrediente y la desmemoria, el camino estaba definitivamente abierto para someter el concepto de nación española y todo lo que ella implicaba a un proceso crítico de aniquilamiento sistemático. Las consecuencias fueron funestas: la idea de España como nación había sido enajenada del patrimonio de la izquierda. En contrapartida, incorporó como elemento central de su bagaje algo que debería haber sido secundario, las reivindicaciones de las nacionalidades.

El autor de este meritorio ensayo regeneracionista propone para la izquierda la recuperación de la idea de España como nación. La propuesta hunde sus raíces en bases racionales. Se funda en la percepción de que si se sigue el camino que conduce a la superación del marco estatutario, la posibilidades de ruptura del pacto constitucional y de la convivencia se incrementan notablemente. Considera previsible que tal orientación dé lugar a reacciones de signo contrario por parte de un nacionalismo españolista trasnochado que todavía hoy carece de representación electoral. Como poco, la escalada reivindicativa de nacionalistas vascos y catalanes está generando en el país la pérdida del proyecto común hasta el punto de que se produce una debilidad general en la que cada porción del territorio tira para sí y para sus intereses.

La propuesta de recuperación de la nación española tendría que ver con un concepto de la misma en el que los valores de la izquierda tuviesen expresión. Solidaridad, cooperación, redistribución serían los componentes de una España de ciudadanos que reequilibraría la situación compensando la fuerza de la otra España de nacionalidades y regiones. Los estatutos y la Constitución deben ser el marco de ese proyecto común.
Para César Alonso de los Ríos la política desestabilizadora de Rodríguez Zapatero supone una amenaza temible que pone en peligro, una vez más en nuestra historia, la convivencia civil al destruir el fundamento sobre el que se sostiene y que sirve para encauzar los conflictos, el Estado-nación (pese al reconocimiento de la pluralidad regional), para él un artefacto prescindible

La crítica a la izquierda en estos términos avanzaría en su siguiente libro sobre el tema. Con La izquierda y la nación. Una traición políticamente correcta (Planeta, 1999), en palabras del propio autor: “...expliqué un hecho que la inmensa mayoría de las gentes no quería aceptar y que iba a ser corroborado por la experiencia posterior de forma abrumadora. Me refiero al antiespañolismo de la izquierda, a su obsesión por identificar España y reacción; España y autoritarismo; España y antiilustración; España y antieuropeísmo. La periferia y los nacionalismos representarían la contrafigura histórica de España”.

En este último libro, Yo digo España (LibrosLibres, 2006), junto con una larga y sustancioso prólogo (VÉASE LINK) en el que vierte su visión sobre el problema, César Alonso de los Ríos reúne los artículos que ha venido publicando en el ABC desde el año 2000, cuando José Luis Rodríguez Zapatero se encarama por los pelos en la jefatura del PSOE. El volumen agrupa los textos del periodista bajo cuatro grandes epígrafes: “La izquierda y España”, “¿Se disuelve España?”, “Lo que salió del miedo” y “¿Resiste España?”.

Según César Alonso de los Ríos, los fundamentos de la democracia española está siendo desestabilizada por dos graves problemas de rango político-institucional que traen como consecuencia la sobre-representación de los nacionalismos centrífugos por dos vías. El primero es el de una Constitución abierta que permite continuas cesiones, sin prácticamente límite, de las atribuciones del Estado central a las administraciones autonómicas, lo que permite una constante escalada de reclamaciones por parte de los nacionalismos, principalmente catalán y vasco, con el consiguiente efecto contagioso sobre las demás comunidades. Es un proceso constante e insidioso que, además de erosionar las competencias del Estado central, vaciándolo de verdadero poder para ejecutar políticas de interés general, ha estimulado la pugna entre las autonomías, fomentando una constante sensación de agravio y de recelo por ver quién obtiene más ventajas comparativas. El fenómeno va acompañado por la expansión de un neocaciquismo de perfiles muy visibles en las extensas redes clientelares y de control social (el caso vasco es paradigmático) de los partidos hegemónicos en cada lugar. El cambio político en las comunidades se hace cada vez más difícil y son incontables los casos de corrupción encubierta por redes de intereses entre las castas políticas y los profesionales de la información que no ejercen su función de contrapoder.

El otro gran problema es el de la Ley Electoral que prima a los partidos regionalistas y nacionalistas y dificulta, por no decir imposibilita, la creación de mayorías a los dos grandes partidos nacionales, el PSOE y el PP. Es cierto que el impedimento para obtener fácilmente una mayoría absoluta es un hecho positivo, pues sólo se llega a ella cuando uno de los dos grandes partidos se deblita y cae en el faccionalismo, con lo que el castigo sirve de estímulo para su reunificación, superación de los errores que ocasionan el derrumbe y planteamiento de programas moderados asumibles por sectores más amplios de la sociedad. No obstante, la dependencia del partido que está en el gobierno de alianzas coyunturales con fuerzas nacionalistas, que representan comparativamente a sectores electoralmente muy reducidos, contribuye a reforzar la sensación de inestabilidad permanente de la estructura del Estado debido a las cesiones a las que se ha de plegar el gobierno de turno para mantener un respaldo parlamentario suficiente.

Una de las razones está en que los partidos nacionalistas, al contrario que en otros momentos de la historia de España, Restauración (con Cambó) o Segunda República, no desean formar parte del Gobierno, no asumen la responsabilidad de gestionar carteras que les obliguen a hacerse cargo de las dificultades comunes, zonales y sectoriales que se extienden por todo el país, vedándose así el embarazo de reconocer que son mucho mayores los de otras comunidades que los de la suya propia. Bien por considerar que la competencia en los subsistemas partidarios de sus regiones les pueden hacer perder la hegemonía (por ejemplo, la rivalidad entre CiU y ERC en Cataluña o entre PNV y EA o Batasuna en País Vasco), bien por actuar con una política de principios que niega de raíz la posibilidad de la coalición de gobierno de un Estado que quieren demoler o, cuando menos, neutralizar, bien por ambas razones a la vez.

Este es en sustancia el principio del problema del que trata César Alonso de los Ríos, pero sólo es su punto de partida. Lo fundamental para él estriba en el comportamiento de la izquierda española, del partido socialista, en lo referente a la cuestión nacional desde la incorporación de Zapatero al liderazgo de su partido. Hay antecedentes en la etapa anterior a la de la hegemonía del leonés en el partido, pero la lealtad del socialismo encabezado por González y Guerra a los pactos de la Transición y las sucesivas mayorías absolutas no habían más que permitido vislumbrar, y César Alonso de los Ríos fue de los primeros, la calamidad que venía encima con el llamado por algunos reputados opinadores, no sin cierta maldad, presidente por accidente.

Lo que para unos, como quien esto firma, inicialmente no era más que una táctica para restar base electoral a la derecha, obligándola a radicalizarse a través del uso y la práctica de una retórica izquierdista aplicada mediante declaraciones y leyes más aparatosas que sustanciales, se ha ido perfilando como una estrategia de exclusión que partía de la base, primero, de considerar caducado el pacto de la Transición con una derecha considerada heredera directa del franquismo, sin legitimidad por tanto para gobernar en democracia Y, segundo, de recuperación de la tradición radical de la Segunda República, considerada “verdadera democracia” por ser impuesta por una mayoría, interrumpida por la Guerra Civil y cuarenta años de dictadura. La manipulación y tergiversación de la historia, aprovechando la reivindicación, inicialmente minoritaria, de la pésimamente denominada “memoria histórica”, servía de botafumeiro ideológico para la operación de deslegitimación de una derecha que ya había mostrado una trayectoria impecablemente democrática en sus años de gobierno de 1996 a 2004.

Según César Alonso de los Ríos, la pretensión de Zapatero es crear un nuevo régimen, que excluya la posibilidad de alternancia con la derecha, mediante alianzas con los diversas organizaciones nacionalistas, tanto en España como en las comunidades, objetivo para el que se serviría de las propias diferencias entre las facciones en que se dividen los movimientos nacionalistas (ERC vs CiU, PNV-EA vs Batasuna, etc.) y la transustanciación de las federaciones regionales socialistas en grupos filonacionalistas (como el PSC). Su partido sería la gran referencia que amalgamaría todo ese conglomerado de siglas. El precio sería olvidar España como proyecto de interés común y el desmantelamiento de la estructura del Estado central, que quedaría como un simple armazón sin sustancia competencial relevante, un cascarón vacío que encubriría en un formato confederal una distribución del poder que beneficiaría particularmente a las regiones o “naciones” más poderosas políticamente, aquellas que sustentarán parlamentariamente el nuevo régimen..

Esta auténtica revolución se pretende llevar a cabo de forma incruenta, a través de las instituciones, por medio de las reformas estutarias que, apoyadas en el sistema plebiscitario de los referenda, superaría cualquier obstáculo que plantearía la anticonstitucionalidad de las reformas ante el Tribunal Constitucional. Es obvio que para ello la máquina gubernamental se vería obligada a forzar la Constitución hasta límites imposibles y a violar los principios del Estado de Derecho. Así se comprueba en los dos caminos empleados hasta ahora por Zapatero, el de la reforma del estatuto catalán y, esencialmente, en el “proceso de paz” para el País Vasco, donde se apuesta, bajo la invocación mágica de fórmulas como “diálogo” y “paz” por vincular el fin del terrorismo a una negociación política (las dos mesas y el reconocimiento del “derecho a decidir” de los vascos). Zapatero da por hecho que la “pacificación”, aparte de las cuestiones sicológicas que atañen a un temperamento político visionario, radical hasta la temeridad, le reportará unos réditos electorales tan cuantiosos que le permitirán consolidar el nuevo sistema político, la exclusión terminante de la “derecha extrema” y la definitiva armonía entre las partes de lo que fue un todo plural pero unido y vinculado entre sí.

Las bases de este irresponsable proyecto, según el autor, se apoyan en considerar como unidades básicas de convivencia y, por tanto, depositarias de la soberanía a las comunidades autónomas, con un plus de legitimidad para las antiguas nacionalidades (Cataluña, País Vasco, Galicia, a las que se añade Andalucía, granero electoral del PSOE), arrumbando el sujeto de la soberanía nacional constituido por el conjunto de los ciudadanos españoles.

Esta locura “confederalizante” no puede acabar de otra forma que en un proceso de balcanización, puede que incruento, según matiza César Alonso de los Ríos. Sin embargo, uno se plantea en función de qué principio se va a mantener una mínima cohesión confederal en un juego de poder entre comunidades que está concebido sobre la base del privilegio de algunas de ellas por medio del control, a través del gobierno y el parlamento, de los pocos recursos y mecanismos comunes que resten en poder del gobierno central. ¿Cómo impedir las tentaciones anexionistas de las más poderosas cuando fuercen la situación en momentos de debilidad del partido socialista? Una organización, la socialista, que, por la lógica centrífuga del funcionamiento del nuevo sistema, tenderá a fraccionarse y, cada vez más, a perder peso, como de forma análoga les ocurrió, añado por mi parte, a los partidos de la Restauración, liberal y conservador, a medida que los oligarcas y sus sistemas de redes caciquiles fueron arraigando hasta poder desafiar la presión y las manipulaciones electorales del ministro de la Gobernación en la etapa final del sistema canovista.

En definitiva, para César Alonso de los Ríos la política desestabilizadora de Rodríguez Zapatero supone una amenaza temible que pone en peligro, una vez más en nuestra historia, la convivencia civil al destruir el fundamento sobre el que se sostiene y que sirve para encauzar los conflictos, el Estado-nación (pese al reconocimiento de la pluralidad regional), para él un artefacto prescindible en tanto que cuestionable. Y no está desencaminado el autor cuando se sitúa en el terreno del más negro pesimismo al vaticinar que los designios presidenciales abocan a una nueva confrontación entre las “dos Españas”.

Afortunadamente, no todo es desmoralizador, la prueba está el mismo trabajo que aquí se comenta y en la voluntad de que contribuya a atajar esa temeraria huida hacia adelante del presidente del gobierno. Hay mucho de retórica huera, de tacticismo simplista (palpable en el apuro con que sacó adelante la reforma estatutaria catalana, que enredó la política en Barcelona más de lo que lo hicieron los propios políticos catalanes, auténticos expertos en la materia) y de oportunismo irresponsable (en cómo ha llevado de mal los contactos con los terroristas y sus organizaciones satélites que culminaron con el atentado de la T-4) en la acción de gobierno de Zapatero respecto a la distribución del poder territorial, debilidades y errores que unidas a los contrapoderes y la fuerza del Estado de Derecho, en concreto la resistencia del Poder Judicial a someterse a los intereses del Ejecutivo, permiten tener una cierta esperanza en que fracase esa descabellada política territorial.

No obstante, las redes de resistencias cívica y contrapoderes democráticos se oponen a la diaria constatación del persistente sectarismo del presidente Rodríguez Zapatero, siempre revestido con ese halo de entrega y abnegación que tan bien escenifica, que, combinado fatalmente con un estilo de acción política ofuscado e imprudente, hace de la contumacia altruista un signo distintivo de un modo de gobernar del que no cabe esperar nada bueno en el terreno de la cuestión nacional.
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