Magazine/Cine y otras artes
Crítica de la película "Babel", del director Alejandro González Iñárritu
Por Eva Pereiro López, jueves, 1 de febrero de 2007
Un disparo es el comienzo de la tragedia, el epicentro, de nuevo, de tres historias que ocurren esta vez en continentes e idiomas distintos. Los personajes, sin embargo, se verán sometidos al mismo destino hecho de aislamiento, fragilidad, dolor e incapacidad de amar. Susan (Cate Blanchett) y Richard (Brad Pitt) se han escapado unos días a Marruecos buscando salvarse del naufragio que ha desencadenado la muerte del más pequeño de sus hijos. En su casa de San Diego, Amelia (Ariadna Barraza), cuida de los otros dos pequeños. En Tokio, Cheiko (Rinko Kikuchi), una chica sordomuda intenta desesperadamente sentirse una más.
Babel ha obtenido ya numerosos premios en el Festival de Cannes (mejor guión) y en los Golden Globe (mejor película), la próxima carrera es la de los Oscar. En cualquier caso, esta última película del director mexicano Alejandro Gónzalez Iñárritu y de su guionista Guillermo Arriaga no está pasando desapercibida, como ya anteriormente ocurrió con sus otras dos películas. Ha habido, sin embargo, una evolución hacia un cine más global manteniendo una estructura semejante: un relato de historias cruzadas partiendo de una tragedia. Del México DF más crudo en un Amores Perros rabioso e impactante, su ópera prima, pasando por el peso del alma, en 21 gramos, hasta este Babel intercontinental, hay sin duda una voluntad de abarcar este mundo globalizado, de crear una película que trascienda culturas, fronteras y conflictos.
Sin duda es un trabajo descomunal que ha sido rodado en cuatro idiomas principales, en tres continentes y con actores no siempre profesionales que destacan por su realismo tanto como las estrellas. Tonos y matices distintos - no es lo mismo la atmósfera de Tokio que la luz cegadora del desierto de Sonora, ni por supuesto la tierra marroquí roja como las entrañas - caracterizan cada lugar logrando una separación clara de las historias que no siguen, como es costumbre, un desarrollo cronológico, ayudando a acotarlas tanto o más que los idiomas, unas lenguas que dificultan el entendimiento de la humanidad mientras que el sufrimiento del ser individual se nos presenta universal. Pero lo cierto es que la torre cojea ligeramente con una imperceptible inclinación de cabeza, y es que la historia nipona está molestamente insertada en el conjunto con alfileres, aunque luzca plenitud por sí sola.
Así como las historias que transcurren en Marruecos y México encajan sobrecogedoramente como las piezas de un puzzle, el relato nipón se percibe extraño a los otros dos
Volvamos al principio. Dos chicos marroquíes deciden probar el alcance de un Winchester que el padre acaba de adquirir para matar los chacales que acechan el rebaño de cabras familiar. Eligen como diana - ¿algo inverosímil? - un autobús repleto de turistas, hiriendo de gravedad a uno de ellos, concretamente a Susan Jones, norteamericana. De la tragedia al terrorismo más internacional hay un paso teniendo en cuenta la situación mundial actual, y el desencadenamiento es verosímil.
A Amelia lo ocurrido va a obligarla a tomar una decisión irresponsable. No quiere perderse el casamiento de su hijo en Tijuana pero tampoco puede dejar a las dos cabecitas rubias que tiene a su cuidado en San Diego, solas en casa. Hay un paso entre las dos ciudades, tan sólo un paso, pero también una frontera altamente vigilada con el fin de cazar inmigrantes ilegales, posibles secuestrados y todo tipo de tráfico.
Y, sin embargo, el dolor de Cheiko está espeluznantemente bien descrito, como el de los demás personajes de la película
Cheiko no tiene una vida fácil, es sordomuda pero a ello se añade el suicidio de su madre y la incomprensión que parece recibir de su padre, incapaz de ayudarla a superar el drama. El círculo de Babel se cierra algo forzado cuando descubrimos que el Winchester fue comprado por el padre de ésta, porque hace tiempo estuvo de caza por el país norteafricano.
Así como las historias que transcurren en Marruecos y México encajan sobrecogedoramente como las piezas de un puzzle, el relato nipón se percibe extraño a los otros dos, frágilmente hilvanado con estos, lejano, como si González Iñarritu y Arriaga hubiesen querido rizar demasiado el rizo. Y, sin embargo, el dolor de Cheiko está espeluznantemente bien descrito, como el de los demás personajes de la película. No cabe duda. Pero también es cierto que “Cheiko” es un ente con vida propia. Y es esa ligera fisura que se perfila en el conjunto de la obra, la que puede incomodar al espectador que se rindió ante Amores Perros.