Reseñas de libros/No ficción
Para este viaje...
Por Rogelio López Blanco, jueves, 14 de octubre de 2004
José María Ridao, diplomático, escritor y analista, examina el estado actual de las democracias occidentales y denuncia su deriva hacia posiciones en la que su sustancia democrática se ve cada vez más mermada. El origen del deterioro reside en la ofensiva neoconservadora y neoliberal emprendida en los años 70 y personalizada en las figuras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los problemas que se han generado a escala mundial desde la última década del siglo pasado, la inmigración masiva, y principios del nuevo siglo, el terrorismo, o más bien la forma de concebir ambos, han agudizado, según el autor, el deterioro de los fundamentos de las democracias occidentales.
El autor parte de unas premisas dignas de encomio, predica, como punto de partida para efectuar un análisis riguroso, la apuesta por la descripción de la realidad y de la experiencia histórica y rechaza el uso ideológico de las palabras y las toscas comparaciones históricas que son empleadas para “proporcionar una apariencia de acierto y hasta de legitimidad a decisiones” determinadas, como presentar la declaración de las Azores como el reverso de la claudicación de Munich. Se impone la utilización a fondo de la razón y la inteligencia para interrogarnos y ser conscientes de lo que está ocurriendo y de lo que estamos haciendo.
Son muy lúcidos los análisis sobre el problema que plantea el velo para el mantenimiento del laicismo, la presentación del credo islámico como una amenaza para la civilización occidental --categorías que niega el autor--, la crítica a la concepción multicultural y el rechazo de la pobreza como causa del terrorismo. Por lo general, los textos están perfectamente fundamentados, tienen una carga crítica bien razonada, de ese tipo que crea incomodidad cuando uno se percata de la endeblez de algunas de las ideas asumidas. Merecen ser leídos con suma atención.
Las objeciones residen en el enfoque, que puede muy bien ser adscrito a esa izquierda convencida de su superioridad moral y de la consiguiente perversidad de la derecha neoconservadora, sea nacional o internacional. Nada de lo que ésta ha logrado durante su gestión, ni en el plano económico ni en el político, parece positivo. Hasta la caída del imperio soviético se presenta más bien como algo sobrevenido, sin vínculo causal.
Luego está la fragilidad de las alternativas que propone. Para despejar el problema que plantea la inmigración a la convivencia hay que “buscar un equilibrio entre los flujos de capitales, bienes y trabajadores”. Respecto al combate contra el terrorismo, la mejor manera es profundizar en los procedimientos democráticos, en concreto en los mecanismos de representación, subrayando que los criminales no tienen el mandato de nadie. Para este viaje...
Sin embargo, el autor a veces incumple los presupuestos de los que hace partir sus razonamientos, rehuye la realidad y emplea tópicos que la soslayan. Así, cuando sostiene que el Islam es un credo como otro cualquiera, desactiva una serie de hechos que están vinculados a esa religión y que le dan un sello particular respecto a otras. Por lo pronto, es irrebatible que el terrorismo internacional es mayoritariamente de sello islámico. Además, en torno a las fronteras del mundo musulmán, sea en Africa, Oriente Próximo o Asia, es donde se producen más conflictos y enfrentamientos con países de distinto credo religioso o en donde conviven diversas corrientes religiosas. Por último, mientras que en el País Vasco, según las encuestas, no se encuentra el terrorista Josu Ternera entre las personas más admirados, sí ocurre eso con Bin Laden en Marruecos, donde ocupa el primer lugar (según la profesora Gema Martín Muñoz en su intervención ante la Comisión parlamentaria del 11-M el 15-7-2004).
La alternativa que plantea raya en la candidez: la mejor manera para combatir el terrorismo es profundizar en los procedimientos democráticos, en concreto en los mecanismos de representación, subrayando que los criminales no tienen el mandato de nadie
Todo este forma parte de la realidad, omitirlo no casa con la pretensión de objetividad que alienta las intenciones de Ridao. Otro ejemplo, para el autor no hay antiamericanismo en la oposición a la forma en la que Estados Unidos respondió al 11-S, sino la convicción de que no llevaría a la victoria sobre el terrorismo y que crearía un mundo más inestable e inseguro. Por último, donde todavía se aprecia mejor el ejercicio de distorsión del autor, es su percepción del actual terrorismo, etapa inaugurada con el 11-S. Para Ridao la forma en la que viene siendo contrarrestado el terrorismo parte de un error conceptual que es el de haberle declarado la guerra, pues acerca día a día a la catástrofe: “Por mortíferas que puedan ser las acciones de Al Qaeda y organizaciones afines, el riesgo más grave al que se empieza a enfrentar el mundo” es “al incremento del componente de seguridad en materia de política exterior”, lo que en el fondo significa que “se está hablando de rearme” (pp. 247-248). Aparte de que el rearme no parece ser un patrón excepcional en los tiempos que corren respecto a la etapa anterior al 11-S, el autor sobrevuela con displicencia, para evitar entrar en su naturaleza, el componente masivo del nuevo terrorismo. Ridao no parece darse por enterado que, con la posibilidad de que los terroristas puedan acceder a armas de destrucción masiva, el ejercicio de la violencia política tiene hoy unos horizontes sustancialmente distintos de los que él contempla. Teniendo en cuenta que un país puede sufrir en cualquier momento un ataque terrorista que provoque millones de víctimas, la cuestión, de forma hiperbólica, se puede formular así, ¿de qué sirve una democracia cuyos electores han sido liquidados? La alternativa que plantea raya en la candidez: la mejor manera para combatir el terrorismo es profundizar en los procedimientos democráticos, en concreto en los mecanismos de representación, subrayando que los criminales no tienen el mandato de nadie. Así, puede que se frenen los efectos perversos del terrorismo sobre las democracias atemorizadas, pero no de acabar con el problema.
En definitiva, para Ridao, como para tantos intelectuales de izquierdas, el ansia por acabar con las injusticias sociales y mundiales y la perversidad como algo inherente a cualquier corriente de la derecha, que sólo busca restringir la democracia monopolizando el poder para sus oscuros designios, le sitúa en una posición de superioridad moral que le permite, haciendo gala de sus buenas intenciones, efectuar los análisis más exactos y extraer las conclusiones políticas más benéficas, con lo que la realidad, esa que reclama el autor en el prólogo del libro con tanto énfasis, queda al albur de las necesidades y deseos del taumaturgo de turno. En general, en el pensamiento de izquierda late una terrible arrogancia fruto de un espejismo moral que lleva a proyectar el mal sobre el adversario, que acaba convertido en enemigo, para librarse de sus propios errores y culpas. Esto es la que explica su sordera moral durante tantos años respecto al sistema soviético y ahora con Fidel Castro o el nuevo culto al incono mediático que es el subcomandante Marcos.