Reseñas de libros/No ficción
La Tierra: alojamiento por temporada
Por Inés Astray Suárez, martes, 6 de abril de 2004
Del polvo de estrellas al calentamiento global. ¿Qué sabemos realmente sobre nuestro pequeño y acogedor planeta? Un periodista interroga a un astrofísico, un geológo y un agrónomo sobre la larga evolución de un planeta en que probablemente sólo somos un éfimero episodio.
Anagrama traduce al castellano un nuevo volumen de la la colección "La plus belle historire de…" publicados en versión original por Éditións du Seul. La fórmula es la misma que en los títulos anteriores, a saber un periodista Jacques Girardon entrevista a tres científicos, que desde sus respectivos campos del saber analizan cuestiones relacionadas con un mismo tema, en este caso el Planeta Tierra. La división en tres partes y cada parte en tres capítulos y cada capítulo en 50 o 60 preguntas asegura, como es preceptivo en los libros de divulgación, que la materia no se nos indigeste. Por lo demás y sin perder un ápice de rigor, ni los científicos dudan en acudir a todo tipo de metáforas ni el periodista en preguntar las obviedades que todos nos callaríamos por ese mal entendido sentido del pudor. Son libros, por ejemplo, perfectamente adecuados para señalar como lecturas recomendadas en los cursos de bachillerato.
En la primera parte, el astrofísico André Brahic, profesor de la universidad París VII y colaborador de la NASA, nos lleva al principio, al nacimiento del planeta hace cuatro mil quinientos millones de años cuando un Sol primitivo empezaba a brillar y la fuerza centrífuga frenaba la contracción del resto de la nebulosa originaria para formar un disco de gas y polvos, que se aglomeraban poco a poco en pequeños planetoides que chocaban violentamente. Nos habla de la privilegiada situación de nuestro planeta girando alrededor de una estrella soltera, algo relativamente excepcional en un universo donde el ochenta por ciento de las estrellas viven en pareja, a una órbita lo suficientemente lejana para que no nos abrasemos y lo suficientemente cercana para que no nos muramos de frío. Un planeta con una energía interior que le permitió crear una atmósfera y con una masa adecuada para conservarla, un planeta dotado más que de un satélite de una compañera fiel, la Luna, que le ha ayudado a estabilizar la inclinación de su eje de rotación.
Por más que nos esforcemos no acabaremos con un planeta que ha pasado por cataclismos bastante más incómodos que nuestra depredadora pero insignificante presencia (...) Cuando hablamos del daño que la acción humana le está haciendo al planeta, en realidad hablamos de algo mucho más concreto y más modesto: de las condiciones para que nosotros mismos podamos seguir viviendo en él
En la segunda parte, el geólogo Paul Tapponnier, director del departamento de tectónica del Instituto de Física del Globo, de París, nos traslada a los años de la ira cuando el planeta estaba cubierto de un mar hirviente y una atmósfera tórrida, densa y turbulenta. Un mundo hostil que poseía, no obstante ese gran tesoro del agua líquida, procedente del vapor de agua que expulsaba su corazón ardiente pero también de la multitud de cometas que como bolas de hielo llovían sobre ella. En el fondo de aquel océano van surgiendo verdaderos rosarios de islas volcánicas que aumentan poco a poco la superficie como los anillos de los árboles. Y después ,¿cuándo?, la vida. Tapponnier nos anuncia el nacimiento de una nueva y fascinante ciencia: la geobiología que considera el gran tema de investigación del siglo XXI. Nos informa también de las oscilaciones de nuestro joven planeta entre un fuerte efecto invernadero y las glaciaciones totales. Y nos lleva por fin por la ruta cada vez mejor conocida que siguieron, y siguen, las placas terrestres, cuando el Monc Blanc era una playa, cuando la India se hundió bajo Asia produciendo esa inmensa inflamación que es el Himalaya…
Por su parte la intervención de Lester Brown, agrónomo y fundador del World Watch Institute, se centra en la Tierra de los hombres y en las posibilidades de que siga manteniéndonos durante mucho más tiempo. Empieza, ante todo con una cura de humildad: por más que nos esforcemos no acabaremos con un planeta que ha pasado por cataclismos bastante más incómodos que nuestra depredadora pero insignificante presencia. Con nosotros o sin nosotros los continentes continuaran derivando y nacerán los océanos, se alzarán montañas y nuevas especies se las arreglaran para desarrollarse en los nuevos nichos ecológicos. Cuando hablamos del daño que la acción humana le está haciendo al planeta, en realidad hablamos de algo mucho más concreto y más modesto: de las condiciones para que nosotros mismos podamos seguir viviendo en él. El panorama no es de momento muy alagüeño, pero en cualquier caso es optimista. Confía en nuestra capacidad para reaccionar cuando por fin estemos realmente asustados y nos recuerda un ejemplo tranquilizador: la drástica reducción de la producción de CFC cuando la comunidad científica consiguió convencer a la opinión pública y a la clase política de que lo del agujero de ozono no era una broma.