Reseñas de libros/No ficción
Isabel la Católica
Por Inés Astray Suárez, martes, 13 de enero de 2004
Manuel Fernández Álvarez publica una biografía de la reina Isabel I de Castilla cuando está a punto de cumplirse el quinto centenario de su muerte: una extensa, amena y bien documentada obra sobre la soberana y la mujer.
No sé por qué mientras leía esta biografía me vino a la memoria un día hace muchos años en la facultad en que mi profesor de Historia de América (cuyo nombre no es que no quiera recordar, es que desgraciadamente he olvidado) en uno de esos momentos de confidencias de los que los profesores siempre acabamos por arrepentirnos, nos confesó que había dormido muy poco y estaba muy cansado porque había pasado gran parte de la noche preparando unas oposiciones (eran otros tiempos evidentemente) que le obligaban a saber cosas tan estúpidas como el nombre de las mujeres de Felipe II (“creo que tuvo cuatro”, añadió para que nos percatáramos de sus progresos ). Yo que llevaba tres años copiando con mucho cuidadito y cierto entusiasmo datos sobre nacimientos, defunciones y precios del trigo debía conservar una cierta independencia de criterio (o influencia de las monjas, nunca se sabe) porque pensé que no era un dato tan baladí para quien aspiraba a una plaza en un Departamento de Historia Moderna. Supongo que ahora que habrá alcanzado ese estado feliz en el que uno puede permitirse no leer más que las cosas que realmente le resultan interesantes no va a leer este libro. Aunque no pueda recordar su nombre, si guardo un excelente recuerdo de sus clases. En ellas aprendí, entre otras cosas, que la historia es algo mucho más complejo que los hechos de sus gobernantes. Pero desde luego también es eso.
La imagen que uno tenga de la reina, estará por tanto condicionada por la que tenga de los resultados de esa unión política que contribuyó a crear. La consecuencia es que todavía hoy, quinientos años después de su muerte, resulta difícil referirse a ella de forma completamente desapasionada
Por lo demás, seguramente es ocioso recomendar este libro. Ya está en los escaparates de todas las librerías invitándonos a que lo envolvamos en papel de regalo. A Manuel Fernández Álvarez le cabe sin duda el mérito de convertir las biografías de los reyes del Renacimiento español en grandes éxitos de ventas. Primero fue Carlos V, el Cesar y el Hombre, después su madre Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas y ahora su abuela Isabel. No es que esto sea El señor de los anillos, pero la biografía histórica también tiene sus adeptos.
Una de las claves del éxito está evidentemente en lo oportuno de las fechas de publicación. El 26 de noviembre de 2004 se cumplen 500 años de la muerte de Isabel la Católica (como cuando se publicó la biografía de Carlos V rondaba el quinto centenario de su nacimiento) y los estudios históricos, por más que algunos lo lamenten, le deben mucho a este tipo de efemérides. Otra y de peso, la entidad del propio personaje, clave para la creación del estado Español. Su figura, popular y polémica como pocas, está indisolublemente asociada a una determinada forma de explicar la historia de España que pasa por Viriato, don Pelayo y las Navas de Tolosa para concluir en una unidad política que era algo así como el destino manifiesto. La imagen que uno tenga de la reina, estará por tanto condicionada por la que tenga de los resultados de esa unión política que contribuyó a crear. La consecuencia es que todavía hoy, quinientos años después de su muerte, resulta difícil referirse a ella de forma completamente desapasionada. Si más de un político se llevará este libro de vacaciones no faltará quien tiré pedradas al escaparate de la librería que ose exponerlo. Todo ello por supuesto sin garantías de que ni uno ni otro la lean. Eso es dejar huella.
Manuel Fernández que conoce a la perfección las fuentes del reinado parece saber donde estaba la reina y que estaba haciendo cada día de su vida. Y lo que es más discutible, a veces parece saber también lo que estaba pensando
Fiel a su estilo Manuel Fernández (y esa es sin duda la razón definitiva de su buena acogida de sus obras entre el público no especialista) se acerca a Isabel como reina y como persona. Aunque es evidente que la admira y que no es de los que considera la unidad de los reinos hispánicos como un error (recuerda en varias ocasiones, alguna sin que venga mucho a cuento, el apoyo que los vascos brindaron a Isabel en la guerra de Sucesión), no pretende llevarla a los altares. Difícilmente debía aspirar a ello una mujer que en su testamento creyó necesario encargar veinte mil misas por el perdón de sus pecados. Tampoco pretende convertirla en una reina humanista al estilo, por ejemplo de lo que hizo en su día Henry Kamen con Felipe II, ni busca disculpas para la expulsión de los judíos o el establecimiento de la Inquisición. Si destruye algunos tópicos al recordarnos que tan católica señora no tuvo reparos en falsificar una bula pontificia que la autorizara a casarse con su primo segundo Fernando de Aragón y que la imagen de una reina que supuestamente juró no cambiarse de camisa hasta la caída de Granada encaja mal con los encargos de costosas telas que hacía en media Europa, en esencia no cambia la visión que un lector medianamente informado pudiese tener previamente. Pero desde luego la amplia.
Manuel Fernández que conoce a la perfección las fuentes del reinado parece saber donde estaba la reina y que estaba haciendo cada día de su vida. Y lo que es más discutible, a veces parece saber también lo que estaba pensando como si, en su afán de explicarnos de una forma gráfica y entusiasta no pudiese ceder a la tentación de forzar un poco las cosas. Al comentar su testamento hace un extraordinario hincapié en el encabezamiento de la parte dispositiva que (como no podía ser de otra formas) reza : Por ende, sepan quantos esta carta de testamento vieren como yo, doña Isabel, por la gracia de Dios, reyna de Castilla, de León, de Aragón…Esa alusión al origen divino de su poder resulta para el autor muy ilustrativa: “Con lo cual ya nos está declarando que no había sido por un azar, o por la industria y la astucia de los hombres por lo cual ella, en principio solo Infanta de Castilla, se había convertido en la Princesa heredera al trono y, en definitiva, en la Reina de Castilla y de León. Era Dios, y solo Dios, quien la había puesto en lo más alto." Es posible que Isabel pensase que Dios la había ayudado mucho (a ganar la guerra civil, por ejemplo) pero no parece muy extraordinario que utilizase una fórmula que llevaban usando desde hacía varios cientos de años sus antepasados y que seguirían usando varias centurias después sus descendientes hasta que algún que otro contratiempo les obligue a utilizar una un poco más larga (por la gracia de Dios y de la constitución).
Por lo demás resulta una obra extraordinariamente interesante que se completa con una introducción sobre la Europa del Renacimiento y un extenso apéndice sobre los recursos y estructuras de la Monarquía Católica.