Magazine/Cine y otras artes
Kilos de humanidad
Por Eva Pereiro López, jueves, 9 de octubre de 2003
Ana (América Ferrara) está en su último verano antes de ir a la universidad, sus notas prometedoras auguran una brillante carrera pero sabe que ésta le está prohibida. Su familia tiene su futuro bien atado: ha de ayudar en la fábrica de costura de su hermana Estela (Ingrid Oliu) y buscar marido. Sus ilusiones la enfrenterán a su madre, Carmen (Lupe Ontiveros), poniendo en entredicho tradiciones nunca hasta ahora contestadas. Vive en el barrio chicano del East Los Angeles en el que nació, creció (excesivamente, según su progenitora) y del cual nunca debió ni debería volver a salir.
Ana es una adolescente entrada en carnes a la que le falta reconocimiento por parte de los demás pero con una idea clara de cómo vivir su vida. Sin embargo el cariño por su familia y el sentimiento de lealtad hacia ésta, hacen que acepte ciertas decisiones maternas que no acataría si de ella sola dependiese. El conflicto surge cuando, al acabar el último curso en un instituto de Beverlly Hills al que no debería haber acudido excepto por sus meritorias notas, decide, sin consentimiento familiar, seguir estudiando y pedir una beca completa que le permita hacerlo en la Universidad de Columbia, Nueva York, en la otra punta del país. Pero su madre tiene otros planes para ella: cuidar de su familia, traer dinero a casa y casarse virgen son algunos de ellos.
Hasta ese momento, Ana ha vivido su vida dentro de unos límites prefijados, aunque nunca se ha sentido excesivamente presionada por ello, pero el tiempo se agota y ha de tomar una decisión. A lo largo del verano, logrará creer en sí misma y enfrentarse a un destino que considera injusto, haciendo entender a los suyos que ha llegado el momento de tomar el rumbo de su propia vida. Para ganar la batalla tendrá que derrocar la autoridad materna más anclada en épocas pasadas, en el desarraigo y en el núcleo familiar, aun habiendo acuñado a su manera el sueño americano. Pero alrededor de este tema, epicentro del argumento, se cuentan otras tantas verdades.
Patricia Cardoso, una primeriza en largometrajes, logra una dinámica, fresca y sincera película rodada al ritmo de los idiomas naturales de la protagonista
Apunta, este film modesto, a conflictos cotidianos como la apariencia y su esclavitud, la satisfacción personal sin esperar miradas de aprobación, y sobre todo el sentirse bien con su cuerpo y con una misma, sin complejos, asumiendo la realidad y dando la cara por lo que se es y las expectativas de cada uno.
Patricia Cardoso, una primeriza en largometrajes, logra una dinámica, fresca y sincera película rodada al ritmo de los idiomas naturales de la protagonista. Se suceden las frases que cabalgan hábilmente el dulce canturreo mexicano y la rapidez y acortamiento indomables anglosajones. El entramado sonoro es de una riqueza espectacular y marca el paso acotando o dilatando el tiempo de las escenas. Buen humor y desparpajo es lo que destilan réplicas agudas no exentas de sentido. Y qué decir de unos personajes exquisitamente humanos y naturales.
No hay un verdadero trasfondo de crítica en esta película, sino más bien una muestra lógica de relevo generacional, probablemente la realidad de buena parte de la comunidad latina estadounidense
Magníficas son las actuaciones de América Ferrara y Lupe Ontiveros, pero uno sale recordando el granito de arena que todos los actores han aportado al construir este pedacito de vida. Hay escenas memorables, como los espontáneos desnudos “boterianos” un día de calor en la fábrica de costura, cuando apremia el finalizar el pedido que les dará de comer y aprieta la ropa que se tiene puesta. Y es que las curvas son, sobre todo, saber llevarlas.
No hay un verdadero trasfondo de crítica en esta película, sino más bien una muestra lógica de relevo generacional, probablemente la realidad de buena parte de la comunidad latina estadounidense, que sin duda directora y guionista han podido experimentar si no en sus propias carnes, sí en personas cercanas. Se trata también de exponer el engarce de culturas originalmente muy distintas que están abocadas al entendimiento y la convivencia; el acoplamiento resulta, lógicamente, más suave y sencillo para la gente joven.
Es “Las mujeres de verdad tienen curvas” una simpática película, rebosante de sentido común, de humildad y buen hacer, de la que sobre todo fluyen kilos de humanidad.