Magazine/Cine y otras artes
Mira a lo lejos
Por Eva Pereiro López, martes, 15 de julio de 2003
Ann (Sarah Polley) tiene 23 años, dos niñas, un marido sin trabajo fijo, una madre solitaria y herida por la vida, un padre que lleva diez años en la cárcel, y una vida que no eligió y a la que parece haberse abandonado. Vive en una caravana en el jardín de su madre y trabaja limpiando por las noches una universidad a la que nunca asistirá. Un día, tras un reconocimiento médico, aprende que le quedan dos meses de vida.
El elegante título de esta película indica el tono narrativo de una maravillosa historia llena de vida. Desengáñense todos los que hayan supuesto el abismo; no se trata de una dolorosa caída hacia la muerte sino de un hermoso, cálido e íntimo canto a la vida. Isabel Coixet, como funámbulo en perfecto y ligero equilibrio, logra contarnos un cuento bellísimo de presente, de amor, de dulzura, sin ahogarse estrepitosamente en una base digna de melodrama de sobremesa.
Con una simpleza exquisita y la magia sutil de su mirada abre los pétalos de una flor que protege un secreto único: vivir. ¿Dónde empieza la vida? ¿Dónde acaba? ¿En qué momento nos hemos dejado llevar sin decidir el rumbo, sin ambicionar el destino de un barco a merced de tormentas pero cuyo timón es únicamente nuestro? Conmueve, estremece, despierta, interroga... pero ante todo se atreve a retar un final abrupto, injusto y todopoderoso, desafiándolo con esta sublime e íntima exposición que palpita en el presente.
Mi vida sin mí pertenece a esas cosas que nunca te dije, en ese bucear particular de Coixet en la sensibilidad humana
Ann decide vivir. Anota en su diario “cosas que tengo que hacer antes de morir” en una emotiva escena de cafetería cualquiera, en una calle sin nombre, decidida a cumplir con cada uno de los deseos del pasado, presente y futuro en el que se perpetúa a través de la vida de los suyos: sus hijas y sus futuros mensajes de feliz cumpleaños que graba en cintas encerrada en su coche bajo la lluvia, nada nuevo, es verdad, pero sublime; el encuentro con un amante cuyo camino cruzará en una desnuda lavandería; visitar a su padre en la cárcel; buscarle a su marido una mujer de la que se enamore y que será la madre de sus hijas... La sorprendente sencillez de sus gestos y decisiones en un ambiente común y a la vez protector, resulta deliciosamente natural y por ello extremadamente conmovedor. Emocionan palabras y actos sencillos de una belleza infinita, de una dulzura y sensibilidad perturbadoras que la lluvia se encarga constantemente de apaciguar, cordón umbilical de la realidad. Cierra los ojos y verás. Verás, desnuda, la vida.
Y qué decir de unos actores tan acertados, que se ganan al público con tanta nobleza abrazando unos personajes estremecedoramente humanos. Una Sarah Polley (Ann) desnuda y bellísima, un marido (Don, Scott Speedman) encantador, que no sospecha la tragedia, un príncipe de lavandería (Lee, Mark Ruffalo) sin caballo pero igual de majestuoso, una Leonor Watling convertida en hada-enfermera... y esa lluvia que no cesa, que se oye ininterrumpidamente para que los pies sigan pisando el asfalto de una ciudad que no duerme, de un tiempo que no se detiene con o sin los caramelos de jengibre de un médico humano que no puede decirle a su paciente que la vida se le escapa mirándola a los ojos, de una madre (Deborah Harry) cuyo carácter agriado por años heridos vive contándole a sus nietas clásicos de cine.
Mi vida sin mí pertenece a esas cosas que nunca te dije, en ese bucear particular de Coixet en la sensibilidad humana, desafiante, que da todo y más, vaciándose una y otra vez, y a la que siempre le agradeceremos la sinceridad con la que trata nuestro dolor.