Reseñas de libros/No ficción
Provoquemos a las masas, seamos mejores
Por Juan Antonio González Fuentes, miércoles, 9 de abril de 2003
El último libro publicado en español por el pensador alemán Peter Sloterdijk, es una intensa y rica reflexión sobre los elementos que hoy conforman y explican a las masas, reflexión ajena a la mansa corrección a la que al respecto nos tiene acostumbrada la izquierda. Sloterdijk plantea en este libro que las masas luchan sin cuartel y con desprecio contra la excepción, contra todo aquello que hace mejores a los mejores, buscando, precisamente, que no haya mejores. Sloterdijk cree que una de las obligaciones con las que se enfrenta el hombre culto contemporáneo es la de enfrentarse y vencer al hombre masa que lleva dentro, procurando que en él se desarrolle y crezca lo que le hace distinto.
En su recientemente publicada autobiografía Mira por dónde, Fernando Savater nos deja muy clara su opinión acerca de lo que piensa sobre la pretensión de sistematizar en filosofía: “precisamente en filosofía todo lo grandioso y alambicado me repele un tanto; especialmente cuando aspira sin ironía a ‘cimentar’, a ‘fundamentar’, a encontrar la clave que lo explica todo. La vocación de sistema no sólo me parece un fraude, como alguien con mayor autoridad que yo dijo, sino una auténtica ridiculez. Se lo perdono a los griegos –que a ratos fueron sistemáticos sin creérselo por completo, espontáneamente, como los niños juegan a ser arquitectos con trocitos coloreados de madera- y también a Spinoza, incluso a Schopenhauer..., pero ya a nadie más”.
Pues bien, a este respecto creo que el filósofo alemán Peter Sloterdijk no se mostraría en abierto desacuerdo con el que es uno de los más destacados filósofos-publicistas españoles de la actualidad. Los ensayos de Sloterdijk, en no pocas ocasiones resultado de previas conferencias públicas, están lejos de plantear un sistema que responda a “todo”, y “sólo” se plantean cuestiones de la manera menos inocente posible, procurando siempre desmenuzar razonablemente los hechos con la finalidad de ver y entender mejor.
Al igual que Fernando Savater, Peter Sloterdijk nació en el año 1947. Estudió Filosofía, Filología Germánica e Historia en las universidades de Munich y Hamburgo, siendo hoy catedrático de Filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe. En castellano se han editado bastantes de sus obras: El árbol mágico: el nacimiento del psicoanálisis en el año 1875 (1986), En el mismo barco: ensayo sobre la hiperpolítica (1994), Extrañamiento del mundo (Premio de ensayo Ernst Robert Curtius) (1998), Normas para el parque humano (2000), El pensador en escena (2001), o Eurotaoísmo (2001).
La constatación del cotidiano embrutecimiento de las masas es un elemento presente en el discurso de Sloterdijk desde tiempo atrás, aunque sólo es un componente más de reflexión que forma parte de su polémico y estimulante último libro traducido al castellano, El desprecio de las masas
En contra de lo que bien pudiera parecerle a algunos, la relación de Sloterdijk con Savater no está traída aquí por los pelos, pues los dos comparten, en mi opinión, muy significativos puntos en común: son filósofos provocadores que disfrutan polemizando y discutiendo en los medios de comunicación sobre temas de rabiosa actualidad, adoptando para ello con frecuencia posturas consideradas políticamente incorrectas. Ninguno de los dos se muerde la lengua a la hora de denunciar el infructuoso y romo academicismo en el que languidece dentro de nuestra sociedad la filosofía, entendida ésta tanto como disciplina enriquecedora de curriculum, como propicio método de verdad y conocimiento. Los dos señalan que los filósofos casi siempre ha halagado a la sociedad, y que es buena hora para provocarla. Los dos se quejan de la presente tendencia de los llamados “filósofos” a construir discursos morales que sólo permiten la adhesión y no toleran la crítica, propiciando, e incluso en ocasiones exigiendo, el linchamiento moral de los que muestran su disidencia con el discurso por ellos homologado. Además, con inusitada frecuencia a los dos se les reprocha en sus respectivos países la elección de asuntos incómodos para la Academia, así como el “desparpajo literario” con el que los tratan.
El profesor Sloterdijk se ha granjeado desde hace años la animadversión de la academia filosófica dominante en Alemania, la escuela sostenida por Jürgen Habermas, muy probablemente la más egregia y emérita figura de la filosofía alemana de finales del siglo XX. Según Habermas y sus seguidores el pensador Sloterdijk es el mejor representante de la nueva filosofía conservadora alemana. Hay que deducir que a tal conclusión han llegado los “habermasianos” porque Sloterdijk, entre otras muchas cosas, piensa y asegura, tal y como resume con sumo acierto Teresa Rocha Barco en su prólogo al libro Normas para el parque humano, que “el ‘amansamiento’ humanístico del hombre mediante la lectura obligada de unos textos canónicos ha fracasado ante la sociedad de la información y ante el cotidiano embrutecimiento de las masas...; que el humanismo como ilusión de organizar las macroestructuras políticas y económicas según el modelo amable de las sociedades literarias ha demostrado su impotencia y se ha revelado, además, como una técnica para alcanzar el poder...”.
El ensayo de Sloterdijk, quien por cierto incomprensiblemente no hace ni una sola referencia en sus páginas a Ortega, parte del hecho de que ese advenimiento está consolidado, es decir, la masa ya se ha desarrollado como sujeto, protagonizando sin reservas la Modernidad
Como algunas líneas más arriba se ha señalado ya, la constatación del cotidiano embrutecimiento de las masas es un elemento presente en el discurso de Sloterdijk desde tiempo atrás, aunque sólo es un componente más de reflexión que forma parte de su polémico y estimulante último libro traducido al castellano, El desprecio de las masas, ensayo cuyo origen se encuentra en una conferencia pronunciada el 1 de julio de 1999 en la Academia Bávara de las Bellas Artes de Munich.
Como ya se han encargado de subrayar por escrito otros lectores de este breve ensayo de Sloterdijk, entre ellos Manuel Arranz en Revista de Occidente, existen al menos dos estupendos e insoslayables trabajos sobre el tema de la masa en la literatura ensayística del siglo XX. Me refiero a La rebelión de las masas (1930) de José Ortega y Gasset , y a Masa y poder (1960) de Elías Canetti. Ambos trabajos, de carácter más filosófico el primero y más sociológico el segundo, estudian el advenimiento al protagonismo histórico y social de las masas mediante, dicho de una manera directa y necesariamente superficial, el rechazo de toda norma superior y el desprecio por las élites y la inteligencia, olvidándose así en la masa cualquier noción de ‘deber’ y ‘servicio’, no ofreciendo además ninguna alternativa y logrando una resistencia negativa y parasitaria.
La conclusión a la que llega Sloterdijk acerca del actual estado de la cuestión es que la cultura de masas “presupone el fracaso de todo intento de hacer de uno alguien interesante, lo que significa hacerse mejor que los otros. Y esto lo hace de manera legítima, habida cuenta de que su dogma determina que sólo nos podemos distinguir de los demás bajo la condición de que nuestros modos de distinguirnos no supongan ninguna distinción real”
El ensayo de Sloterdijk, quien por cierto incomprensiblemente no hace ni una sola referencia en sus páginas a Ortega, parte del hecho de que ese advenimiento está consolidado, es decir, la masa ya se ha desarrollado como sujeto, protagonizando sin reservas la Modernidad. Para Sloterdijk el análisis de dicho proceso histórico ya está convenientemente realizado por autores como Canetti, por lo que no hace especial hincapié en el asunto. Lo que el filósofo alemán pretende en primer lugar en El desprecio de las masas es fijar su atención reflexiva, dejando a un lado las glorificaciones progresistas, en las claves configuradoras de la masa sobre las que ésta ha construido su éxito en la querencia por el protagonismo universal, y como si de las distintas piezas de una compleja máquina se tratase, extraerlas para contemplarlas mejor a la luz de la razón. Claves que Sloterdijk encuentra, presenta y comenta en un bien hilvanado discurso enmarcado dentro de un esclarecedor discurrir histórico, y de las que a continuación anoto las que me parecen principales: el principio de similitud de todos con todos, la exigencia de reconocimiento, la búsqueda a ultranza de la autoestima, el inextinguible deseo de autoconservación, la conciencia y universalización de la igualdad, la elevación de lo exento de interés al rango de interesante, la apuesta por la alianza entre trivialidad y ‘efectos especiales’, el papel desempeñado por los intelectuales como portavoces de la indignación formada, la vulgaridad y brutalidad convertidos en valores apreciados...
Todo este proceso discursivo le importa sobremanera a Sloterdijk porque le conduce hasta el punto que realmente despierta en él un verdadero interés, y que aparece con suma claridad expresado en el subtítulo de su libro: las luchas culturales en la sociedad moderna, o dicho de otro modo, las luchas por la imposición de modelos culturales en la sociedad de masas. Luchas que según Sloterdijk “no pueden ser reducidas a proyecciones culturales de una guerra civil universal entre los partisanos defensores de la idea de libertad y los de la idea de igualdad, un combate que, en términos globales, ha constituido el acontecimiento más conflictivo del siglo XX. Todo revela, antes bien, que el fenómeno de la lucha cultural en cuanto tal es una disputa que se libra en torno a la legitimidad y procedencia de las distinciones en general”, fenómeno en el que el concepto ‘desprecio’ se aparece como elemento clave, dedicándole Sloterdijk todo el segundo capítulo de su ensayo.
El diagnóstico al que finalmente llega Sloterdijk es que la cultura del desprecio establecida por la masa pone en serio peligro, entre otras muchas cosas, el programa de convivencia establecido por las democracias, es decir, la admisión de la igualdad de derechos entre los seres humanos y el delicado respeto a las diferencias existentes entre ellos
El desprecio como síntoma de los sujetos colectivos adquiere carta de naturaleza cuando éstos comienzan a exhibir una irrefrenable pasión por la autoestima y ponen sobre el tapete la exigencia de reconocimiento. Esta toma de postura conduce con el tiempo a que el desarrollo de la masa como sujeto implique necesariamente que todo sistema de “distinción” se ponga de manifiesto sólo como distinción de la masa, y con el triunfo de ésta en la Modernidad, se exige la transmutación de todos los valores a través de la abolición de toda diferencia de tipo vertical, permitiéndose únicamente las diferencias de tipo horizontal. A este respecto Sloterdijk recalca: “Una vez que (la masa) se arroga la completa potestad de hacer diferencias, las hace siempre y sin ambages a su favor”.
Pero para Sloterdijk el concepto desprecio adquiere un sentido más complejo gracias a la aparición en escena del Zaratustra de Nietzsche y su principio del resentimiento, entendido éste como refugio de los débiles (la masa) en el desprecio moralizador de los fuertes. Este tipo de desprecio se pone en escena de un doble modo. Por un lado como desprecio a las élites por parte de la masa que hace de su modo de vivir la medida justa de todas las cosas. Y por otro, como desprecio a las masas a cargo de los últimos elitistas que sospechan que el inapelable triunfo de la cultura de masas está sepultando para siempre todo objeto de su interés.
La conclusión a la que llega Sloterdijk acerca del actual estado de la cuestión es que la cultura de masas “presupone el fracaso de todo intento de hacer de uno alguien interesante, lo que significa hacerse mejor que los otros. Y esto lo hace de manera legítima, habida cuenta de que su dogma determina que sólo nos podemos distinguir de los demás bajo la condición de que nuestros modos de distinguirnos no supongan ninguna distinción real”. Sin embargo, la sociedad contemporánea, en virtud de necesitar encauzar los impulsos competitivos de sus miembros y su envidia primaria, se ve impelida a establecer un sistema de escalas de valores, rangos y jerarquías destinado a compensar y regular las peligrosas tensiones que tales impulsos generan. En opinión de Sloterdijk los grandes estadios deportivos, los macroconciertos, la Bolsa y las galerías de arte, por ejemplo, sirven para distribuir entre los diversos competidores el éxito y el reconocimiento.
El diagnóstico al que finalmente llega Sloterdijk es que la cultura del desprecio establecida por la masa pone en serio peligro, entre otras muchas cosas, el programa de convivencia establecido por las democracias, es decir, la admisión de la igualdad de derechos entre los seres humanos y el delicado respeto a las diferencias existentes entre ellos. Según Sloterdijk el desafío más importante que tiene hoy planteada la democracia es precisamente la admisión y el reconocimiento de las diferencias en su seno; la lucha contra el ciego dictado de la masa empeñada en mostrarse hostil ante la diferencia, incapaz para su percepción.
Ante esta realidad la cultura, en su sentido normativo, se erige para Sloterdijk en la más firme posibilidad de provocar a la masa que a todos nos habita y luchar contra ella. En la cultura es donde está encerrada la diferencia que nos puede hacer mejores.