Magazine/Cine y otras artes
Mediocridad trazada
Por Eva Pereiro López, miércoles, 9 de abril de 2003
Warren Schmidt (Jack Nicholson) acaba de jubilarse después de dedicar su vida a la compañía de seguros Woodmen de Omaha en la que ha sido sustituido por un jovencito sabelotodo. Poco después, su mujer, con la que llevaba casado 42 años, muere inesperadamente dejándole, si cabe, todavía más perdido en esta nueva etapa de su vida, mientras, su hija Jeannie (Hope Davis) sigue adelante con la preparación de su boda con Randall (Dermot Mulroney), un mediocre comerciante de colchones de agua al que Warren no tiene mucho aprecio.
Enfrentarse a la jubilación va a provocar en Schmidt una lógica mirada retrospectiva sobre lo que ha sido su vida hasta el momento, y este punto de inflexión en su, hasta ahora, normalidad recorrida llevará a nuestro personaje a una introspección dolorosa y sin antecedentes que le hará contemplar, horrorizado, el lamentable sendero de mediocridad por el que se ha dejado arrastrar sin ni siquiera planteárselo. Una mediocridad disfrazada de confort, de caras sonrientes de rebaño dirigido por el buen camino –el políticamente correcto-, de una clase media embrutecida por el aislacionismo, los medios de comunicación tergiversadores, y la cultura de la incultura rápida, cuya toma de realidad llega ya demasiado tarde para Warren.
¿Crítica a la sociedad estadounidense? Sin ninguna duda. Alexander Payne nos presenta en ésta, su tercera película, un seguimiento psicológico del personaje desde que da su primer paso alejándose de su despacho el último día de trabajo, hasta la cruel toma de conciencia de esta oveja que acaba por primera vez de abandonar el camino recto de su colectivo.
La rutina se ha roto después de innumerables años dedicados en exclusiva a su oficio, años en los que Warren llegaba cansado a una casa normal que hubiese podido ser la de cualquier ciudadano de clase media, en un barrio residencial tranquilo, en donde le esperaba una familia que parecía haberse formado a pesar de él, y desde luego fuera de él. Desestabilizado por horas interminables desocupadas, vagabundea de recado en recado observando por vez primera las ocupaciones de su mujer hasta convencerse de que lleva compartiendo 42 años de vida con una persona totalmente desconocida y sin embargo necesaria. La muerte de ésta va a desencadenar una búsqueda de orígenes, de amistades y de todas esas cosas que pasaron por su lado sin apenas rozarlo.
El boceto de familia media que se nos describe a lo largo del guión es desalentador, incluso este desaliento se traduce en la manipulación de la cámara que nos devuelve imágenes en tono hueco de un sueño americano inexistente, de cáscara vacía que se deshace pedazo a pedazo. No hay trucos originales de imagen, un plano amplio y sobrio, que se mueve con parsimonia y se concentra periódicamente en el rostro del personaje, cuya expresión recordaremos largo tiempo como la de la normalidad lastimosa y conformista, ni ornamentos que distraigan la atención de un peso ineludible que se abate sobre sus hombros y los nuestros de espectador, exceptuando algunas situaciones cómicas acertadas que aligeran el lastre envenenado de esa mediocridad mareante y vacía durante tantísimos años de vida.
Jack Nicholson encarna, a lo largo de todo el largometraje, la esencia y el peso de la historia, y no encuentra réplica hasta que la genial Katy Bates aparece en escena dando forma a la futura suegra multiorgásmica, papel que a pesar de su brevedad deja evidencia de su excelente trabajo. Y es que este reparto de lujo eclipsa completamente a los demás personajes, minoritarios en cualquier término, aunque sin obstaculizar por ello el buen pero desgraciadamente arrítmico desarrollo. Algunas caídas de ritmo, o simplemente la falta de un “in crescendo” claro impide la total culminación del guión cuya envolvente lastimera contada es precisamente la reina de esta película que, sin ser inolvidable, merece robarnos dos horas de atención y hacernos reflexionar sobre nuestra propia experiencia y esos caminos trazados a nuestro alrededor que ambicionamos.