Juan Antonio González Fuentes
Coincidiendo en el tiempo con la publicación en español de la biografía de la actriz
Audrey Hepburn, escrita por el especialista en biografías
Donald Spoto (Lumen, Barcelona, 2006), llega la noticia de que en Londres, la casa
Christie’s, le ha vendido en subasta pública a un pujante anónimo, y por la nada despreciable cantidad de 691.550 euros, el vestido negro creado por el diseñador
Givenchy que la actriz lucía (luce) en las primeras escenas (títulos de crédito si no recuerdo mal) de la conocida película de
Blake Edwards Desayuno con diamantes (1961).
El montante de la operación irá destinado a ayudar a las gente más pobre de Calcuta, con lo que parece que el círculo del
glamour subastado se cierra con una buena y caritativa acción.
La guapa y delgadísima Hepburn, quien a todas luces no hubiera desfilado luciendo palmito y vestidos este año en la Pasarela Cibeles, la verdad es que bordó en la película el papel de
Holly Golightly, el personaje creado por el casi seimpre excesivo
Truman Capote, y por el que siempre será recordada, puro icono cinematográfico de la elegancia y la nueva mujer que emergía ya haciendo cola para cambiar de papel sexual tras la revolución parisina y californiana del 68.
El personaje interpretado por la Hepburn y escrito por Capote, Holly Golightly, es una especie de
Traviata verdiana, pero más sana, neoyorkina, cantante de canciones empalagosas y relamidas (me dan ganas de patear a
Henry Mancini cada vez que escucho en un ascensor su
Moon river), y con un gran sueño metido en la cabeza: ser algún día buena clienta de Tiffany, es decir, ser rica, sueño nada original, por otra parte, y que tienen en mente la mayoría de los mortales, al menos los que pagamos hipoteca, llegamos justitos a fin de mes, y no tenemos para cambiar de coche.
La señorita Golightly, epítome del sueño americano inventado por un listo
snob al que casi siempre le dieron gato por liebre, no duda en venderse con tal de poder comprar en Tiffany, sólo que, imposición de la industria hollywoodiense, al final se redime, al menos mientras dura el plano con
The end, por el amor de un pobre escritor, elemento que a su vez no vivía del todo mal vendiéndose a una rica exitosa y madurita diseñadora. Vamos, la
Comedia humana del señor
Balzac, sólo que ambientada en el Nueva York de comienzos de los Sesenta, o en el París de los Setenta, o en la Marbella del siglo XXI, y es que como decían los antiguos romanos, no hay nada nuevo bajo el sol.
Así que de encarnar el sueño americano-occidental, materializado contundentemente en una joven vestida de lujoso luto y decidida a prostituirse para poder comprar en la joyería de una esquina de Nueva York, pasamos ahora a vender por teléfono el carísimo luto de la prostituta para que puedan comer una larga temporada los pobres de Calcuta.
Pobre
Marx, don Karl, que ciego estuvo siempre ante las tretas fabulosas e insospechadas del capitalismo para sobrevivirse, incluso ante sus más evidentes miserias, y hacerlo además, reconozcámoslo, con un glorioso toque de sofisticación y preciosismo.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .