Juan Antonio González Fuentes
De memoria no sé cuántos viejos elepés de los
Beatles andan metidos en sus correspondientes carpetas en casa de mi madre. Pero es más fácil intentar recordar cuáles son los que me faltan: creo que sólo dos de los oficiales. Y luego tengo al menos media docena de recopilatorios, desde su concierto en directo en el Star-Club de Hamburgo del año 1962, hasta su álbum doble con canciones de amor, o el dedicado al
rock and roll, o uno que no he vuelto a ver por esos mundos y cuyo título es
The Beatles in Italy.
Muchos de estos elepés son de la época, ediciones que, según me ha comentado algún aficionado a eso de las subastas por internet, alcanzarían estimables precios si los pusiera en venta, algo que no pienso hacer, pues con la educación sentimental ni se juega ni se comercia, y con aquellos viejos vinilos negros empecé a salir a la vida, a las ilusiones y a las decepciones.
Hace mucho que no escucho aquellos discos. No tengo en casa “tocadiscos”, y los cedés han arrasado en mi discoteca, en la que además, la música pop está representada de forma muy, muy pobre. Sin embargo, este verano, cuando cumplí años, ella me regaló en formato cedé los famosos álbumes rojo y azul, es decir, los recopilatorios de los grandes éxitos de las dos etapas del grupo: 1962-1966 y 1967-1970, resumiendo, la época
ye-ye y la
hippie.
He vuelto a escuchar las canciones del grupo, y un inevitable aire de nostalgia me ha llenado los pulmones y la mente. Vaya por delante que su música ahora me aburre. Quiero decir que ya no puedo escuchar un disco entero, que todo acaba sonándome igual, como si de una comida insípida se tratase.
Esta mañana de domingo, por ejemplo, antes de bajar al despacho a escribir estas líneas, he escuchado por enésima vez este año el final de
Las bodas de Fígaro de
Mozart, y siempre me emociono, siempre descubro algo nuevo, siempre hay un momento que pellizca sutil mis entrañas. Eso ya no me ocurre con el cuarteto de Liverpool, y si sucede, es una remembranza, algo toca la cuerda tensa y tenue de un momento que ya no es real, o que sólo lo es como parte de un pasado que pasado está, y además bien pasado.
De vez en cuando escucho alguna de sus canciones sueltas, con ánimo nostálgico, y me descubro disfrutando más de los primeros e ingenuos temas, que de los últimos, “elaborados”, “barrocos” y quizá “demasiado conscientes de su trascendencia”. Me hace infinita más gracia el sonido guitarrero y de garaje juvenil de sus primeros tiempos, que el “sinfónico” y un tanto pretencioso de los últimos años, aunque reconozco, eso sí, que esa última etapa es la más personal, innovadora, creativa, influyente y universal, siendo, al mismo tiempo, la menos deudora de toda la tradición heredada de la música negra y de los primeros rockeros americanos y británicos.
Quien más influyó en ese elaborado y no previsible devenir musical, fue sin duda el músico y productor
George Martin, el verdadero “quinto beatle”, alguien que no escribió ninguna de las canciones del célebre cuarteto, pero que sí dejó su enorme impronta en la obra del grupo como padrino, asesor y sabio artesano en todo lo que se refiere al entramado musical de las piezas.
George Martin y los Beatles
Ahora, George Martin ha realizado el que probablemente sea su testamento musical,
Love, la banda sonora del espectáculo del mismo nombre que ha puesto en pie
El circo del sol en la ciudad de Las Vegas.
Love es un montaje circense y teatral sobre The Beatles, y para sustentarlo musicalmente, Martin ha trabajado-experimentado con la música del cuarteto, fundamentalmente con la de su etapa final, y ha dado con un nuevo trazo musical mezclando, añadiendo, explorando, jugando, releyendo lo ya escrito y grabado hace décadas. Y lo ha hecho, con el apoyo y permiso de los miembros vivos del grupo, sabiendo éstos que se lo debían, que al “quinto beatle” no podían negarle el trabajo con un material que, en gran medida, también es suyo. Martin, como ha escrito
Jesús Lillo, “rentabiliza la porosidad de la última etapa de los Beatles, cuyo entorno mágico le permite fundir, casi al natural, el cuerpo melódico de las mismas canciones que se encargó de modelar hace casi cuarenta años”.
En otras palabras, George Martín coge parte del material último del grupo y lo reelabora siguiendo su propio sentido y gusto, añadiendo, por ejemplo, violines a
While muy guitar gentle weeps, introduciendo en
Get back un acorde de
A hard day´s night, presentando
Yesterday con el sonido de la guitarra de
Bluebird, etc...
El resultado, según parece, no sólo es un experimento tecnológico apto sólo para los fans más rendidos del grupo, o la excusa laxa para montar un nuevo espectáculo de circo y teatro con la mirada y apoyo mediático asegurado. No, todo indica que estamos ante uno de los acontecimientos discográficos de la temporada, casi podría decirse que de este comienzo de siglo, pues es la materialización, por parte de alguien que asistió a la elaboración primigenia de los materiales, de un singular experimento con mucho de riesgo y osadía, con mucho de juego y provocación, demostrando que la música de los Beatles es música clásica en el sentido más estricto, en el sentido de que, cuarenta años después de su escritura (cuarenta años de nuestro tiempo, que equivalen a muchas décadas más de otros siglos lejanos), aún resiste manipulaciones, juegos y aventuras, y lo que es más importante, aún se escucha proponiendo lecturas y verdaderas ensoñaciones.
Love (Apple/EMI), de los Beatles y George Martín, por fin el disco del “quinteto de Liverpool”, un acontecimiento discográfico para colocar la música de los Beatles (cuatro o cinco) en el nuevo siglo.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .