Juan Antonio González Fuentes
Las óperas del gran
Rossini del que escribió
Stendhal se han puesto de moda, y el belcantismo propuesto por
Bellini y
Donizetti en las primeras décadas del siglo XIX ha ganado muchos adeptos en los últimos tiempos, lo que sin duda ha favorecido que en apenas 8 años, el joven peruano
Juan Diego Flórez, se haya convertido en el tenor que mayor número de devotos ha conquistado, logrando algo que en el mundo de la ópera antes era bastante frecuente, pero que ahora es francamente inaudito: el que aficionados de cualquier parte del mundo se desplacen sin importarles el lugar para asistir a cada una de sus actuaciones.
Juan Diego Flórez
Ya hemos apuntado una razón para explicar el fenómeno: el repertorio del tenor peruano, el propio de los tenores ligeros o
di grazia, se ha puesto de moda, o al menos está despertando un nuevo e importante interés entre los aficionados, fenómeno muy reseñable que debe explicarse por diversos factores sobre los que ahora no voy a detenerme por evidente falta de espacio (por ejemplo el papel del Festival Rossini de Pésaro, el trabajo incansable del maestro y musicólogo
Alberto Zedda, etc…).
Pero es que además, en este peruano de poco más de treinta años de edad, nacido en Lima en 1973, se suman otros elementos y circunstancias que obran el milagro que lo acerca a su ídolo musical, el canario
Alfredo Kraus, el último gran tenor ligero que logró despertar pasiones y entusiasmo entre el público de todo el mundo, y hacerlo además, insisto, en un repertorio nada popular y muy exigente en comparación al que tenían tenores como
Caruso, Gigli, Di Stefano, Del Monaco, Corelli, Bergonzi o
Domingo, es decir, el compuesto por óperas “populares” que requieren voces de mayor peso y dramatismo:
Aida, Tosca, Bohème, Pagliaci, Trovador, Carmen, Don Carlo…
El crítico
Gonzalo Alonso apuntaba hace algún tiempo, en una entrevista al tenor peruano, unos cuantos de estos elementos de los que más arriba hablo: la belleza de una voz de timbre viril, la juventud, la naturalidad, la simpatía arrolladora sobre el escenario, el gusto en el fraseo, los agudos nobles, la musicalidad, la perfecta dicción, y la inteligencia de quien sabe muy bien cuáles son sus posibilidades y sus cartas para construir una carrera sólida y larga, su mayor deseo. Inteligencia y control en los que ha tenido mucho que ver su maestro, el también peruano e importante tenor
Ernesto Palacio. En este sentido, y como muestra de inteligencia, Juan Diego Flórez ya ha anunciado que, al menos, hasta el año 2008 no piensa hacer el Duque de Mantua de
Rigoletto, un papel de enorme exigencia vocal, aunque no requiere de una voz dramática.
Cuando tenía sólo 23 años, el maestro
Riccardo Muti contó con él para abrir la temporada de la Scala con
Armide de
Gluck;
Paravarotti le ha señalado en algún medio de comunicación como su posible sucesor, y le ha pronosticado que acabará cantando el papel de Rodolfo en
La Bohème de
Puccini, lo que le convertirá en una de las voces operísticas más populares de las primeras décadas del siglo XXI.
Juan Diego Flórez, además, es uno de los representantes más destacados de este fenómeno aún por explicar convenientemente que es el de la aparición en los grandes escenarios operísticos internacionales (Milán, Viena, París, Londres, Nueva York, Berlín...) de una triunfante generación de tenores hispanos que están arrasando por donde pasan:
Aquiles Machado, Rolando Villazón, Marcelo Álvarez, Ramón Vargas, José Cura...
Yo escuché cantar al peruano en el Festival Internacional de Santander hará ahora dos o tres años, y lo cierto es que me deslumbró. Cantó Rossini, Bellini,
Schubert, Beethoven, algunas canciones populares peruanas y, entre las “propinas”, se atrevió incluso con
La donna è mobile verdiana. Su presencia física en el escenario es apabullante: elegante, atractivo, dominador..., y su voz es hermosísima. Transmite en todo momento seguridad, ofrece una gran dicción, canta con mucho gusto, tiene unos agudos rotundos y una zona media más que consistente, proyecta muy bien la voz y, para colmo, en el escenario es simpático y modesto.
El próximo mes de agosto volveré a escucharlo en Santander, dentro de la programación del Festival Internacional. Estoy seguro que de nuevo será un acontecimiento, y la sala Argenta del palacio de Festivales volverá a abarrotarse de un público internacional, deseoso de escuchar a este fenómeno peruano cuyo arte asegura un futuro magnífico a la ópera en este nuevo siglo. Sigámosle la pista, no defraudará.