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    AUTOR
Gerry Adams

    GÉNERO
Memorias

    TÍTULO
Memorias políticas. El largo camino de Irlanda hacia la paz

    OTROS DATOS
Traducción Amado Diéguez Rodríguez. Aguilar. Madrid, 2005. 584 páginas. 29 €


    EDITORIAL
Aguilar



Gerry Adams

Gerry Adams

Martín McGuiness

Martín McGuiness

Rogelio Alonso: Matar por Irlanda (Alianza, 2004)

Rogelio Alonso: Matar por Irlanda (Alianza, 2004)


Reseñas de libros/No ficción
La paz en Irlanda del Norte
Por Rogelio López Blanco, martes, 7 de junio de 2005
El líder del Sinn Fein (“Nosotros mismos”) ofrece su punto de vista sobre las circunstancias que llevaron a la paz en Irlanda del Norte. Para el lector español, el libro tiene el interés particular de mostrar cómo era la situación allí desde finales de los 70 hasta el Acuerdo de Viernes Santo (1998), siempre desde un ángulo muy concreto, para establecer los paralelismo y diferencias en relación con el País Vasco. El problema estriba en saber interpretar qué hay de verdad y qué hay de manipulación de los hechos en lo escrito por Gerry Adams.
A cualquiera mínimamente familiarizado con el tema vasco le resultarán más que reconocibles expresiones como “causas subyacentes”, “escenario de paz” o las reiteraciones sobre la búsqueda del “diálogo” y la “paz”, junto a otras fórmulas con las que se pretende distorsionar la realidad a la medida de los intereses de los republicanos. La principal de ellas es atribuir el conflicto a la ocupación colonial inglesa cuando es palmario que se trata del problema de división entre católicos y protestantes. La primera constatación es, pues, que el lenguaje político del nacionalismo vasco, el terrorista y el moderado, bebe de la fuente norirlandesa. Un ejemplo: Adams admite tempranamente que para procurarse la iniciativa política el Sinn Fein ha de apropiarse de los conceptos de “paz” y “diálogo” por el enorme calado que tienen en la sociedad, dos términos totémicos del lenguaje político. Esta instrumentalización es muy útil para mantener al contrario en desventaja permanente. La conclusión lógica es que el nacionalismo vasco también tiene su inspiración política, para bien y para mal, en las fórmulas allí experimentadas. En este sentido, lo interesante del libro de Adams es su posible utilidad para descifrar lo que ocurre en el País Vasco, sobre todo si se llega a una búsqueda de “un escenario de paz” por parte de lo nacionalistas de todo signo en el que sean secundados por las demás fuerzas.

Sin embargo, en las comparaciones lo que destaca son las grandes diferencias entre una y otra situación, la distancia que existe entre una comunidad realmente escindida (Irlanda del Norte) y una en la que se busca la exclusión de una de las partes (País Vasco), excepto que sin los costes en muertes para uno de los lados. Porque, además de esa diferencia de partida de una comunidad dividida, en la zona de la isla irlandesa bajo soberanía británica existe un terrorismo de signo contrario que, pese al empeño de Adams en vincularlo en exclusiva a los servicios secretos británicos y a la policía norirlandesa (RUC), aunque algo de eso haya, retrata una situación de guerra civil larvada en la que el propio Adams y su familia han pagado un alto precio en sangre. No obstante, es un dato del todo significativo que en el balance final de muertes, hasta ahora hayan caído más católicos a manos del IRA que de los grupos terroristas lealistas.
Como fuera que plantease el asunto Adams, para el profesor Rogelio Alonso: “en Irlanda la paz sólo comenzó a abrirse camino cuando el IRA manifestó su voluntad de dar por terminada su campaña terrorista a pesar de no haber logrado sus ambiciones”

De todos modos, es necesario subrayar que la tesis de partida de Adams es una falacia completa. Aduce que la “lucha armada” era la única respuesta a la opresión de la minoría católica ante el fracaso del movimiento por los derechos civiles. No es verdad, el terrorismo interrumpió una acción pacífica que, a imitación del ejemplo norteamericano, donde también hubo muertos, probablemente hubiera conseguido resultados en el campo de la igualdad para los católicos discriminados. Lo que ocurre es que Adams se ampara en esa noble legitimidad “de origen” cuando trata de que se restablezca la paz en las mejores condiciones posibles para su partido y los objetivos políticos que persigue. El programa del IRA y del Sinn Fein es de tipo etnonacionalista, la reivindicación de los derechos civiles era meramente instrumental y la represión británica y, sobre todo, de la policía norirlandesa fue el humus que facilitó el arraigo social del terrorismo, pero no la causa.

Pero hay que volver al líder del Sinn Fein, porque la principal dificultad a la hora de abordar el libro se encuentran en las explicaciones del autor. Rechaza tajantemente que nunca haya pertenecido al IRA y que su partido sea el brazo político de ese grupo terrorista. Sin embargo, en el texto se advierte fácilmente la estrecha trabazón entre ambas organizaciones, la justificación del terror sembrado por los “voluntarios” y, por mucha farfolla con la que adorne las dificultades de los encuentros, la facilidad con que los dirigentes del IRA aceptan las propuestas de la cúpula del Sinn Fein para acordar los “alto el fuego”.

Por si no fuera suficiente, lo que un lector avisado puede extraer del texto, en España tenemos el privilegio de contar con las obras y artículos de uno de los mejores especialistas en la cuestión, Rogelio Alonso, para quien no existe duda de que Gerry Adams y Martin McGuiness forman parte de la jefatura del IRA. Además, Alonso desvela que la pretendida buena voluntad de buscar un camino para la paz nace menos de la benevolencia que del cálculo político, cuando Adams y sus compañeros se percatan de que su lucha está abocada a la derrota y tratan de sacar rentabilidad política al silencio de las armas, sin ceder en ningún momento en la cuestión del desarme mientras negocian los Acuerdos de Viernes Santo (10 de abril de 1998) que los republicanos sólo reconocen como un paso más, un “documento transitorio”, de cara a su objetivo final, la salida de Gran Bretaña y la creación de una nueva Irlanda. Como fuera que plantease el asunto Adams, para el profesor Rogelio Alonso (véase en el link entrevista en la Revista “Hasta Aquí”): “en Irlanda la paz sólo comenzó a abrirse camino cuando el IRA manifestó su voluntad de dar por terminada su campaña terrorista a pesar de no haber logrado sus ambiciones”
De nuevo, hay que recurrir a Alonso para aclarar dos factores fundamentales. El más importante fue que “tanto el nacionalismo democrático en el norte como en el sur de Irlanda evitaron radicalizar sus reivindicaciones a modo de estímulo para el grupo terrorista, actor que sí varió su actitud relegando el absolutismo ideológico que le guió hasta entonces”

El libro tiene interés en la parte dedicada al proceso de negociación y los dilatadísimos preliminares. Los canales de comunicación permanecen abiertos pese a los atentados. La negociación para el Sinn Fein, incorporándolo a la mesa con los demás grupos, sólo empieza cuando se produce el cese de los actos criminales. Lo intrincado del proceso en el que aparecen cinco partes no homogéneas: dos gobiernos (el de Londres y el de Dublín, con su respectiva dependencia de las circunstancias políticas en las que se desenvolvía la política interior), dos grupos católicos, nacionalistas (SDLP –Partido Laborista Social Democrático-- de Hume) y republicanos (Sinn Fein), y los unionistas, a su vez fragmentados (cuyos grupos principales eran el UUP –Partido Unionista del Ulster— encabezado por David Trimble y el, más minoritario y recalcitrante, DUP –Partido Democrático del Ulster-- del reverendo Ian Pasley), que fueron los actores más torpes. Se comprueba que la iniciativa la mantienen los gobiernos británico e irlandés. Que los nacionalistas moderados de Hume y los distintos gobiernos de Dublín eran reacios a servir de tontos útiles al Sinn Fein en su estrategia de crear un “bloque nacionalista”. Que el partido de Adams representa a una minoría dentro de la comunidad católica y que es consciente de su limitada capacidad de acción en las negociaciones. Que reconoce de hecho, en ningún momento explícitamente, que los siempre reacios unionistas, no Gran Bretaña, constituían el verdadero obstáculo en la negociación. Y que el resultado de los Acuerdos tuvieron un alcance limitado para sus intereses.

De nuevo, hay que recurrir a Alonso para aclarar dos factores fundamentales. El más importante fue que “tanto el nacionalismo democrático en el norte como en el sur de Irlanda evitaron radicalizar sus reivindicaciones a modo de estímulo para el grupo terrorista, actor que sí varió su actitud relegando el absolutismo ideológico que le guió hasta entonces”. Aunque cabe añadir algo más, en el libro de Adams se percibe que los dos grandes partidos políticos del sur, el Fianna Fail (que actualmente dirige Bertie Ahern) y el Fine Gael, temían una alteración sustancial del ecosistema político irlandés con un Sinn Fein reforzado por algún gran triunfo simbólico, además del lógico temor a su maximalismo y a la sombra amenazante que representan quienes han empleado el terror. No hay que olvidar que el Sinn Fein también estaba políticamente instalado en el sur, si bien con una presencia minoritaria. El otro factor importante consistió en que “fueron muy notables las críticas y condenas hacia el terrorismo por parte de destacadas autoridades de la Iglesia católica en el norte y sur de Irlanda que contribuyeron enormemente a deslegitimar la violencia y a quienes la perpetraban”.

Es interesante resaltar dos aspectos que tienen una especial relevancia, la situación social de Irlanda del Norte y el papel que tuvo la dimensión internacional del conflicto. Respecto al primer asunto, es preciso reconocer la pésima situación de discriminación social, cultural, educativa y de oportunidades en las que vivía la comunidad católica, aquel conjunto de condiciones lamentables que precisamente pretendía combatir el movimiento por los derechos civiles del los sesenta y principios de los setenta. A esto se sumaba la represión indiscriminada contra los activistas católicos por parte de una policía comprometida con los intereses unionistas más intolerantes, junto con una legislación penal excepcional y rigurosa que mantuvo a los presos republicanos, no sólo a los terroristas, en unas condiciones durísimas y al hecho cierto de que, desde algunas instancias del aparato administrativo británico en Irlanda del Norte, se alentó la guerra sucia a una escala que deja el caso GAL en un episodio menor, aunque no menos grave.

Por último, se encuentra la dimensión internacional. La influyente comunidad irlandesa en Estados Unidos actuó presionando y dando cobertura al proceso de paz. La Casa Blanca se involucró muy especialmente alentando las negociaciones y estimulando a los gobiernos de Londres y Dublín. Bill Clinton, que llegó a visitar Belfast y se vio en varias ocasiones con Gerry Adams, quien mantuvo hilo directo con altos responsables del gabinete del presidente a lo largo de las negociaciones. El mismísimo senador norteamericano, George Mitchell, experimentado portavoz de la mayoría del Senado, presidió las negociaciones que desembocaron en el Acuerdo de Viernes Santo. También cabe destacar el papel del modelo sudafricano de negociación de la paz. Las visitas al país de Nelson Mandela y el intercambio de delegaciones con Irlanda, son buena muestra del interés del Sinn Fein por aprender de una experiencia que había llevado al poder al Congreso Nacional Africano, un ejemplo más de cómo los líderes de los grupos radicales, en este caso Gerry Adams, deforman la realidad y proyectan sus expectativas en fórmulas que poco o nada se parecen al caso en el que están involucrados.

Algo similar a lo que ocurre en el País Vasco respecto a Irlanda del Norte, fijación del nacionalismo vasco a la que Adams responde con una omisión completa del problema español en las 515 páginas del libro. Nada tan revelador: o desprecia la lucha y “el ejemplo” vasco o le parece que, en tanto tal modelo, funciona tan bien como marco posible para la convivencia que socavaría, o incluso anularía, el desarrollo de su programa máximo. Porque en ningún caso, salvo el sudafricano, que implica la creación de un nuevo país, aparece alusión alguna a un modelo federal o autonómico de cualquier país deseable como objetivo final para poner fin al problema de la violencia. Para Adams solo hay una salida: que Gran Bretaña abandone, pues este país es la única causa real del conflicto. Sin embargo, el estado británico, como indica uno de los ex-miembros del IRA a Alonso, que no tiene ningún interés material ni estratégico en el norte, así lo ha reconocido solemnemente en público el gobierno en varias ocasiones, no puede desamparar a los partidarios de la unión y jamás se le persuadirá por muchas bombas que pongan. Así de simple.
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