Juan Antonio González Fuentes
La muerte de
Luciano Pavarotti me sorprendió por partida doble. Primero porque no estaba al tanto del agravamiento de su enfermedad, y segundo porque me la encontré comentada en los periódicos mientras viaja de Madrid a Santander. Ahora, de un tiempo a esta parte, me enteró de las defunciones de los famosos leyendo el periódico en el autobús. Quién me lo iba a decir!
Si la muerte de
Francisco Umbral pasó casi desapercibida en la prensa nacional (ya saben, era un muerto a sueldo de la competencia), la de Pavarotti sin embargo ocupó páginas y páginas en todos los diarios, y minutos y minutos en todas las televisiones. ¿Por qué? No creo que la razón haya que buscarla en la gran afición por la ópera de los periodistas, la sociedad española, los directores de medios de comunicación, o por la trascendencia mediática que tiene en nuestro país todo lo relacionado con el arte del bel canto. Mas bien creo que hay que tener un poco de suerte hasta para morirse, y hacerlo en un momento de escasez de noticias llamativas. Y claro, seguro que también tuvo su importancia el hecho de que Pavarotti fuera el primero de los tres celebérrimos tenores en decirnos adiós, el que fuera a primera vista tan simpático y campechano, su gordura cuidada y exhibida, su sonrisa descarada, su carisma verdadero, su pelo y barba bárbaramente teñidos de negro, su pañuelo blanco y extendido colgando siempre de una mano, es decir, su puesta en escena entre cándida, descuidada, familiar, sincera y en principio poco artificial. Pavarotti era un personaje que caía muy bien, ni más ni menos.
Luciano Pavarotti
No, no creo que muchos de quienes han emborronado párrafos y más párrafos en torno a su muerte supieran poco o nada de ópera, supieran algo de lo que elogiaban con entusiasmo insaciable. Es más, me apostaría toda mi colección de discos de ópera a que más de uno se acercó en alguna ocasión a la tienda de música de El Corte Inglés para pedir que le dieran el disco ese del que tanto se habla, el de ese cantante llamado
Tutto Pavarotti. Bromas aparte, sí quiero subrayar la sorpresa que me ha causado el revuelo mediático causado por la desaparición del tenor, y sobre todo las hipérboles que se han escrito y comentado en torno a su persona y arte.
Decir que Luciano Pavarotti ha sido uno de los más grandes tenores del siglo XX, y que poseía una voz bellísima, es señalar una gran verdad que la inmensa mayoría de la gente, incluso de los aficionados, no sabe calibrar de verdad. Sí, Pavarotti ha sido uno de los grandes, lo que ocurre es que el listado de “los grandes” necesita de bastantes dedos de la mano para contarlos, y de muchas palabras para explicar líneas de canto, técnicas, repertorios, etc...
Empezaré diciendo algo muy simple: cuando hablamos de grandes cantantes de ópera, hablamos fundamentalmente de los cantantes a los que se ha podido oír en alguna ocasión, es decir, hablamos de los grandes cantantes de la historia de la fonografía, de la historia de los discos. Todos los anteriores, los que ocupan la mayor parte del siglo XIX y los del XVIII no sabemos cómo cantaban de verdad, pues tan sólo tenemos testimonios escritos sobre su arte y capacidades. El matiz es esencial. Y si nos ponemos exigentes, casi podrías hablar de que sólo se ha escuchado a los grandes cantantes a partir de los años 30 o 40 del pasado siglo, pues las grabaciones de años anteriores ofrecen demasiados problemas sonoros como para poder establecer con gran fiabilidad cómo eran aquellas voces.
Por otro lado los cantantes de ópera, o mejor dicho, la voces de los cantantes de ópera pueden asemejarse a los boxeadores, o al peso de los boxeadores que los sitúan en distintas categorías. Si alguien escribe que
Cassius Clay ha sido el mejor boxeador de todos los tiempos, inmediatamente se le va a decir que lo habrá sido en su peso (pesado), pero que en otras categorías, en otros pesos, las técnicas pugilísticas, la forma de maniobrar, moverse, golpear, esquivar, cintar..., son muy diferentes, y que en paridad no pueden establecerse comparaciones.
Con la voces de los cantantes de ópera ocurre algo semejante. Decir que fulanito ha sido el más grande, el mejor, es una completa idiotez, pues todo depende de los repertorios y de las clases de voz que los mismos exigen. Dentro de la misma cuerda, la de tenor por ejemplo, los hay dramáticos, di grazia, ligeros, líricos, lírico-spinto..., las voces son más ligeras, más pesadas, más ágiles, más broncíneas, más oscuras, claras, etc... Es decir, hay muy diferentes “pesos” en las voces, y cada repertorio, casi cada obra requiere un tipo de tenor distinto. Tal es así que el tenor que canta el papel de Tamino en la
Flauta Mágica de
Mozart es imposible que cante el
Otello de
Verdi (a no ser que se dé una evolución radical en la voz), o que quien canta el Conde de Almaviva de
El barbero de Sevilla rossiniano pueda cantar el
Tristán de
Wagner.
Generalmente cuando avanzamos en el tiempo los papeles de tenor en las óperas requieren cantantes con voces más pesadas y dramáticas, entre otras razones porque el desgarro dramático de los papeles así lo va imponiendo, y porque las voces deben imponerse, debe poder oírse junto a orquestas cada vez con mayor número de músicos y con partituras más “estruendosas”. Las óperas de Mozart,
Rossini o
Bellini no requieren de grandes orquestas, y los tenores protagonistas deben desarrollar líneas de canto en las que abundan las agilidades, los agudos, y en las que el dramatismo de la acción no va implícito en el decir, en la línea de la voz que debe ser casi como el cristal. Por el contrario, la primera intervención de
Otello en la ópera homónima verdiana, el conocido
Exultate!, requiere de un tenor con un auténtico “vozarrón” por así decirlo, pues debe imponerse al sonido emitido por una gran orquesta, y el dramatismo y evolución psicológica del personaje implica estar en posesión de una voz capaz de gran dramatismo, una voz ancha, oscura, casi de bronce.
Estoy subrayando con auténtico trazo grueso, pues la sofisticación para encajar voces en repertorios es variadísima, llena de matices y posibilidades. En este sentido no es lo mismo la ópera francesa que la italiana, la rusa o la alemana: no se emiten los sonidos igual, cada idioma es un mundo. No es lo mismo la ópera de finales del siglo XVIII que la de las primeras décadas del siglo XIX, y no digamos si hablamos de la ópera del siglo XX. Pero es que la óperas de Wagner requieren un determinado tipo de tenor (
heldentenor), el tenor perfecto para Puccini no lo es para las óperas veristas, el tenor idóneo para el repertorio bel cantista no encaja ya con el verdiano, pero es que las óperas de Verdi requieren distintos tipos de tenor, distintas voces, dependiendo de las etapas creativas del compositor: poco tienen que ver los protagonistas de
Rigoletto o
La Traviata con el de
Otello o
Aida.
Decir que Pavarotti ha sido el mejor tenor es verbalizar una memez que encaja a la perfección con el deseo humano de clasificar, encajonar, adjetivar y etiquetar. La voz de Pavarotti hubiera hecho de él un lamentable tenor mozartiano, fuera de estilo continuamente; y si se hubiera dedicado a querer cantar óperas de Wagner hubiera arrasado su voz en pocos años. La voz de Pavarotti no encajaba bien en los papeles veristas, y no tenía ni la anchura ni el dramatismo preciso para encarnar en escena al
Otello de Verdi por poner un ejemplo. En esencia la voz de Pavarotti era la de un tenor lírico, adecuada para el
bel canto (Bellini y Donizetti), algunos papeles verdianos (
Rigoletto, Don Carlo, Luisa Miller, Un ballo...) o puccinianos (
La Bohème, esencialmente). A este repertorio se le pueden añadir algunos otros papeles, pero no muchos más.
La voz de Pavarotti es de una belleza sobrecogedora, y desde finales de los años 1960 hasta la mitad más o menos de la década de los 1980 su reinado en los grandes teatros del mundo fue indiscutible. Era sin embargo un actor bastante malo, con recursos y movimientos expresivos muy limitados, por lo que en escena recurría a su carisma personal y al prodigio de su voz. Le recuerdo por ejemplo cantando
El Trovador o
Un ballo en el Metropolitan de Nueva York y la encarnación de los personajes es de puro cartón piedra. Siempre estuvo mucho mejor, muy cómodo, en los papeles de ingenuo muchacho poco complejo: su Rodolfo de
La Bohème y su Nemorino de
Elixir de amor son sencillamente memorables, quizá inmejorables.
Entre los tesoros de Pavarotti que guardo en mi discoteca están algunos momentos que cuando los evoco me emocionan sin remedio. Pienso en su poco estiloso pero desbordado canto en
Manon de
Massenet, cantado en italiano en La Scala en los años sesenta junto a
Mirella Freni. Su Rodolfo en grabación pirata en La Scala con
Carlos Kleiber en el foso, o su "Cielo e Mar" de
La Gioconda de
Ponchielli que es emoción en estado puro de la primera a la última nota.
Luciano Pavarotti ha sido uno de los más grandes tenores del siglo XX, clasificación exacta y real que comparte sin embargo, así a vuela pluma, y mezclando estilos, repertorios y épocas, con unos cuantos amigos: Caruso
, Windgassen, Vinay, Melchior, Di Stefano, Del Monaco, Martinelli, Corelli, Wunderlich, Dermota, Raimondi, Gedda, Lauri-Volpi, Carreras, Jerusalem, Kraus, Alva, Bergonzi, Gigli, Aragall, Simoneau, Peerce, Vickers, Schippa, Lorenz, Pertile, Fleta, Bjorling, Flórez, Tucker..., y
Plácido Domingo, sin discusión posible, le pese a quien le pese, se pongan como se pongan, el tenor más importante hasta la fecha de la historia de la fonografía, es decir, de las grabaciones en disco.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.