Juan Antonio González Fuentes
Cuenta la leyenda que en un examen realizado en sus años de conservatorio, a la pregunta ¿cuántas sinfonías compuso
Chaikovsky?, un joven
Igor Stravinsky respondió que tres. El examen del futuro genio musical era perfecto, y los examinadores no entendían semejante fallo en un chico tan brillante: cualquier aficionado a la historia de la música sabe que Chaikovsky compuso 6 sinfonías, siendo la última probablemente la más famosa y popular, la conocida con el sobrenombre de “la Patética”. Pero es que para agravar la cosa, la pregunta se refería al considerado sinfonista ruso más importante de la historia, y no saber el número de sinfonías escritas por el más famoso compatriota era intolerable. Y ya para sacar de quicio la cuestión, se daba la circunstancia pública y notoria de que Stravinsky adoraba a Chaikovsky, e incluso el joven compositor fue uno de los pocos que velaron el cadáver del maestro muerto.
El tribunal examinador, perplejo y confuso, llamó al orden a Stravinsky, y le recriminó abiertamente el fallo intolerable. El futuro genio de la música del siglo XX se quedó mirando a los examinadores y les aseguró que eran ellos los equivocados: Chaikovsky sólo compuso tres sinfonías, -reiteró el muchacho-, la Cuarta, la Quinta y la Sexta.
Johannes Brahms
Junto a esta anécdota siempre me viene a la mente otra que poco tiene que ver con la primera, y es la siguiente. Aseguran los aficionados que de las cuatro sinfonías escritas por
Brahms, son los movimientos correspondientes al número de cada sinfonía los mejores, los más hermosos. Así, el mejor movimiento de la Primera sinfonía brahmsiana sería el primero, el segundo de la Segunda, el tercero de la Tercera y el cuatro de la Cuarta.
Es muy probable que estas anécdotas o comentarios sean apócrifos, meros bulos, o respondan sólo a la mente calenturienta de algún aficionado a la gran música con mucho tiempo libre y alguna imaginación. La verdad es que nos da lo mismo. Como anécdotas o historias de raíz musical son curiosas y atractivas, y además me sirven para incitarles a todos ustedes a una compra y a una posterior audición. Me explico.
El sello discográfico
Diverdi, dentro de su colección
United Archives, acaba de poner a disposición del público tres discos compactos que son tres joyas que hay que cazar al vuelo sin dejarlas escapar, bajo ningún concepto, pase lo que pase. Se trata de todas las sinfonías de Brahms, las oberturas y las conocidas
Variaciones sobre un tema de Haydn, en versión de una de las cinco grandes orquestas norteamericanas, la
Filarmónica de Nueva York , y uno de esos directores cuya sola mención hace evocar toda una época, quizá la última verdaderamente grande de la historia, de lo que se conoce como música clásica:
Bruno Walter (Berlín, 1876-Beverly Hills, 1962), el legendario músico, el pianista, el director de orquesta, el escritor y atinado crítico, el último discípulo de
Gustav Mahler, y sin duda uno de los mejores traductores de la historia de la obra orquestal del que fuera director de la Ópera de Viena.
Bruno Walter
Los discos a los que hago referencia se grabaron entre el mes de febrero de 1951 y el de diciembre de 1953 en Nueva York, capital cultural del país en el que Walter se refugio y trabajó tras la eclosión del nazismo en su Alemania natal. Los tres discos brahmsianos de Walter pueden ser considerados como referencias absolutas dentro del repertorio, quizá por encima de los que él mismo grabó algunos años más tarde con la
Orquesta Sinfónica Columbia. En ellos Bruno Walter cincela en la música del maestro de Hamburgo sus principales características como director de orquesta: lirismo, espontaneidad, fluidez, efusividad, transparencia, arrebato, fuerza, pasión, teatralidad... Walter no ofrece en estos discos el resultado de un ejercicio intelectual, no es un director analítico, preocupado fundamentalmente por convertir de manera estricta e impecable en sonido las grafías dejadas por los autores en la partitura. No, en Bruno Walter, director de la gran escuela alemana que tuvo en el mítico y extravagante defensor de Wagner,
Hans Von Büllow, a uno de sus representantes más insignes, prima el sentimiento por encima de la interpretación cerebral, y el resultado, en el que caso que nos ocupa, es decir, las cuatro sinfonías de Brahms con la Filarmónica de Nueva York, es sencillamente inconmensurable: arde la música en un interpretación arrolladora, pasional, cargada de fuerza y lirismo de muchísimos quilates, algo casi inaudito en un hombre que estaba ya acercándose a los 80 años de edad.
Estos discos son imprescindibles y no deberías estar ausentes de ninguna discoteca de un melómano que se precie de serlo de verdad. Y para colmo de alegrías no son carísimos. Escuchen el Bramhs de Walter, no se lo quitarán de la cabeza, no se lo podrán quitar de los oídos.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.