Juan Antonio González Fuentes
Edith Stein había conocido en el círculo de Gotinga a la filósofa
Hedwige Conrad Martinus, quien con el tiempo se había ido a vivir junto a su marido al campo, en el Palatinado. Stein comenzó a pasar largas temporadas con ellos trabajando la tierra. En casa de los Conrad fue cuando en el verano de 1921 Stein leyó, como otros fenomenólogos habían hecho ya, a
Santa Teresa de Jesús. “Cogí al azar un libro de la biblioteca –escribe Edith Stein-. Se titulaba
Vida de Santa Teresa, por ella misma. Nada más comenzar su lectura, el libro me cautivó poderosamente y no pude dejarlo antes de llegar a su fin. Cuando cerré el libro, me dije: aquí está la verdad”. La lectura de Santa Teresa fue, en opinión de la biógrafa
Elizabet de Miribel, “el punto culminante y el límite final de su marcha hacia la luz”. Un texto publicado por la filósofa en aquel tiempo en los
Anales Husserl, deja entrever muchas cosas: “Hago planes para el porvenir y organizo, en consecuencia, mi vida presente. Pero estoy en el fondo convencida de que va a producirse algo, algún acontecimiento que se desbordará por encima de todos mis proyectos. En la fe, auténtica y viva, a la que aún me niego a dar mi consentimiento”.
Si un libro de
Husserl fue clave en su evolución como filósofa, parece evidente que un libro de Santa Teresa marcó un punto y a parte en su camino hacia la conversión, aunque interrogada años más tarde sobre las razones últimas de su llegada al catolicismo, Edith Stein dijo estas enigmáticas palabras: “Mi secreto me pertenece a mí sola”.
Así el 1 de enero de 1922, a los 30 años Stein se bautizó en la iglesia de Bergzaben, en el Palatinado, recibiendo los nombres de Teresa (en honor de la santa) y Hedwige, en recuerdo de su amiga y madrina en el bautismo. Stein comunicó a su madre el hecho y ante el cataclismo decidió pasar 6 meses con ella, durante los cuales debió aguantar un constante tira y afloja con el judaismo ortodoxo de su madre y de una de sus hermanas.
Pasados los seis meses Stein regresó a Friburgo, donde reconoció que la vida intelectual ya no le llenaba como antaño, por lo que, decidida a dedicarse por entero a la oración y la intimidad con Dios, le buscaron un retiro en el colegio de las Dominicas de Santa Magdalena en Spira, en el que entró como profesora. A la sombra del monasterio pasó 8 años de su vida, desde 1923 hasta 1931, encargándose de los cursos superiores de alemán y de las conferencias destinadas a la formación de las religiosas. En esa etapa también tradujo al alemán una importante selección de la obra del
Cardenal Newman.
Sobre esos años escribió Stein en 1928: “En el tiempo que inmediatamente precedió y siguió a mi conversión, deseaba entrar en la vida religiosa, es decir, dejar a un lado los sucesos del mundo para no ocuparme más que de las cosas de Dios. Sin embargo, poco a poco fui comprendiendo que nos era exigida otra cosa en el mundo y que aún en una vida contemplativa, es necesario mantener alguna relación con el exterior. La lectura de Santo Tomás me reveló que era posible poner el conocimiento al servicio de Dios y fue entonces, sólo entonces, cuando pude resolverme a reemprender seriamente mis trabajos. Comprendí, en efecto, que mientras más atraída por Dios sea una persona más debe proyectarse hacia el mundo, a fin de llevarle a éste el amor divino”.
Después de estudiar a Santo Tomás, Stein no podía regresar a sus trabajos filosóficos anteriores, debía conjugar la noción fenomenológica de las cosas con la doctrina tomista, de ahí sus esfuerzos por armonizar ambas concepciones, por ejemplo en su
De la fenomenología de Husserl a la filosofía de
Santo Tomás, y su obra filosófica fundamental
Ser finito y ser eterno, en la que trata de prolongar la filosofía de Santo Tomás, que no el tomismo, con las conquistas de la fenomenología. A este respecto Stein escribio: “Husserl y Tomás de Aquino creen que la misión de la filosofía es darnos una comprensión del mundo de carácter sólido y universal. Husserl busca su punto de partida absoluto en la inmanencia de la conciencia; para Tomás, al contrario, este punto de partida es la fe. La fenomenología quiere constituirse como una ciencia del ser y mostrar cómo una conciencia, gracias a sus funciones espirituales, puede construir un mundo y eventualmente todos los mundos posibles; en esta perspectiva, nuestro mundo representa para ella una de estas diversas posibilidades. ¿Cuál es la constitución concreta de nuestro mundo? Es a las disciplinas positivas a quienes compete decirlo... El punto de partida unificador a partir del cual se despliega todo el conjunto de la problemática filosófica, y al cual no cesa de referirse, es para Husserl la conciencia trascendentalmente purificada, y para Tomás, Dios y su relación con las criaturas”.
Así, Stein, partiendo en su formación de Husserl y la fenomenología, pasando luego por el contacto con Santo Tomás, Santa Teresa de Ávila y
San Juan de la Cruz, acaba ingresando en el Carmelo, en una evolución cuya cronología podemos establecer en unos diez años, los que pasó en el colegio y monasterio de las Dominicas de Spira, desde 1923 hasta 1931. Daré ahora algunos testimonios que nos hablan de cómo era Stein en aquellos años de Spira: “Stein fue nuestra profesora de alemán desde 1926 a 1929. Desde el primer momento nos sentimos ante una personalidad muy fuerte, una gran pedagoga. Sus cursos eran de una claridad tal, que era imposible no asimilarlos ni carecer de estímulo en el trabajo...” “El hacer el bien era en ella una emanación natural que llegaba hasta los menores detalles. Los domingos y días de fiesta, cuando las religiosas eran llamadas al locutorio, les descargaba del trabajo de fregar los platos. Se pasaba horas enteras distribuyendo la sopa de los pobres”... “Ejercía una notable influencia sobre las Hermanas, comparable a la de una maestra de novicias, y supo revelar y luego desarrollar personalidades que aún hoy son fuerzas vivas en el monasterio... Cuando el convento de Santa Magdalena –el más antiguo de la diócesis de Spira- festejó su jubileo, Edith no parecía una auxiliar extraña, sino una dominica entre las dominicas. Lo que no le impedía llevar en lo más profundo de su corazón la vocación del Carmelo”.
El retiro en Spira tocaba a su fin, ya que en esos últimos años había nacido en ella el deseo de realizar apostolado, impulsada por el padre
Abad Walzer, entonces su mentor espiritual, una labor que comenzó gracias a dar conferencias, ocupando gracias ellas un lugar muy destacado en la enseñanza católica alemana.
Así Stein llegó a la Abadía de Beuron, a orillas del Danubio, en la semana santa del año 1928. Esta abadía fue entre las dos guerras mundiales un centro de oración y apostolado católico que trascendió incluso las fronteras alemanas. Beuron fue también un centro impulsor de la renovación litúrgica y un punto de encuentro imprescindible para los intelectuales. Además, el Abad de Beuron era uno de los pocos que se había dado cuenta de los peligros crecientes del nacionalsocialismo, y en 1933 no participó en el plebiscito a favor de
Hitler, denunciando también la política y el sueño hegemónico de Hitler y el Tercer Reich. En 1935, el abad Walzer tuvo que escoger entre someterse a Hitler o dimitir de su cargo. Dimitió, abandonó Alemania y durante la guerra fue capellán de los prisioneros alemanes e italianos en el norte de África, nacionalizándose francés en 1944.
Entre 1928 y 1933 Stein pasó largas temporadas en la Abadía de Beuron. El Abad Walzer la describe así: “Había heredado de su madre la fortaleza y energía de carácter; formada desde muy niña en las minuciosas prescripciones judaicas, se adaptó sin ningún esfuerzo a la ascesis cristiana. Esto era en ella algo natural, no se trataba en absoluto de batir un récord. Era muy introvertida, toda concentrada en Dios. Nada traicionaba externamente las profundidades de su vida espiritual, sino el perfecto equilibrio entre los dones del corazón y los de la inteligencia, la gravedad ante los problemas de su tiempo, la verdadera compasión...”.
Durante esta etapa de su vida Stein se dedicó a rezar y a convertirse en una notable influencia para los medios intelectuales católicos. En este sentido, Beuron y Stein tuvieron por finalidad principal hacer descubrir a los cristianos el gran poder de la oración y el redescubrimiento del profundo sentido del sacrificio de la Misa, y la defensa de la llamada oración silenciosa y secreta (la conocida como devoción subjetiva) frente a la litúrgica y objetiva. Pronto el nombre de Stein comenzó a ser conocido en los medios intelectuales y los círculos femeninos católicos de lengua alemana, a través de sus conferencias en ciudades como Friburgo, Munich, Colonia, Zurich, Viena o Praga. Charlas en las que, según ella misma apunta, seguía el ejemplo de Santa Teresa de Ávila, es decir, realizar el apostolado dando testimonio de valor cristiano, y todo en una época de enorme confusión política y un antisemitismo superlativo.
Una vez impartidas las charlas y realizada por tanto su labor de apostolado, Stein regresaba a Spira donde descansaba y corregía los exámenes y demás trabajos de las alumnas. En Spira, en la primavera del año 31 escribió: “Si no me sintiera obligada a hablar de las cosas sobrenaturales, nada me decidiría a subir a la tribuna... Pero hay en el fondo una verdad muy sencilla que tengo que decir: cómo se puede comenzar a vivir, abandonándose en manos del señor...”. Su decisión de entrar en el Carmelo y consagrarse a Dios cada vez estaba más cerca.
En marzo de 1931, por consejo del padre Walzer, Edith dejó definitivamente Spira para dedicarse por completo a traducir el
De Veritate de Santo Tomás y continuar con sus conferencias. Marchó a vivir unos meses a Breslau con su familia, meses que volvieron a ser muy duros por las notables divergencias religiosas existentes con diversos miembros de su familia. Es en esos meses cuando le escribe a una amiga: “Pensaba, cuando me decidí a abandonar Spira, que la vida fuera del claustro me parecería insoportable, pero no podía imaginar que esto fuera tan duro”.
En otoño hizo gestiones para ser nombrada profesora de la Universidad de Friburgo, y logrando el apoyo para lograrlo de
Heidegger y
Honnecker, también de Husserl. Sin embargo, las reticencias eran muy grandes. Así que cuando el decano de la Facultad de Teología de Munster, y director a la vez del Instituto de Pedagogía, de acuerdo con la presidenta de la Unión Católica Femenina de los Profesores de Alemania, le propuso la dirección de una sección del Instituto destinada a la formación de una elite profesoral, Edith no lo pensó dos veces y aceptó el trabajo, que debía comenzar en la primavera del año 1932.
Todo el invierno del 31 al 32 lo pasó traduciendo a Santo Tomás y trabajando en futuras conferencias en una celda del monasterio de las Benedictinas de Santa Lioba. De esa etapa data también la redacción de
Las vías del silencio, páginas en las que Stein analiza su propia vida interior, y aconseja con la finalidad de ayudar a organizar el tiempo de las mujeres, de forma que haya en ellos lugar para Dios.
Orientada cada vez de forma más decidida hacia la vida espiritual, Stein no dejaba de estar atenta a los problemas históricos y políticos de su país. Stein era consciente de que el nacionalsocialismo se hacía con Alemania, y en sus intervenciones públicas intentaba poner sobreaviso a quienes la escuchaban. Si en su primera juventud Stein defendió los derechos de la mujer, apoyó el derecho de huelga, militó en el partido demócrata y se adhirió a la república de Weimar, ante las leyes raciales y la creciente persecución antisemita de los nazis, Stein animó el sionismo como forma de resistencia.
En Munster, ocupado ya su puesto de profesora, animó a los alumnos a formar un núcleo anti estudiantes nazis, y tomó parte en sus reuniones. Con todo, los problemas no tardaron en llegar. El 25 de febrero de 1933 salió de Munster para pasar las Pascuas en Beuron. No volvió nunca a dar clase. Le había escrito al padre Walzer una carta para el Papa en la que narraba la miseria del pueblo judío y las proporciones inconcebibles que estaba tomando el exterminio de judíos y cristianos. A su regreso a Munster fue despedida por el administrador del Instituto de Pedagogía. Stein lo cuenta así: “De nuevo en Munster, el 19 de abril, fui al Instituto al día siguiente. Me recibió el gerente en sustitución del director, que había ido de vacaciones a Grecia. Me llevó a su despacho, y allí me comunicó sus preocupaciones. Hacía semanas que estaba disputando con el Estado, metido en negociaciones difíciles, y parecía estar ya al cabo de sus fuerzas. ¿Creerá usted, señorita, que se ha presentado en mi despacho una persona para decirme: Esperemos que el doctor Stein no continuará dando sus clases aquí...? Añadió que creía preferible que yo renunciara a dar mis clases de verano para dedicarme enteramente a mis trabajos filosóficos. Quizá las cosas mejoraran de aquí al otoño. Si el Instituto consiguiera que la Iglesia se hiciera cargo de él, oficialmente, no habría ningún impedimento a que ella volviera a su puesto. Acogí tranquilamente estas noticias. Pero, por mi parte, no creía en las posibilidades de mejora y le dije: Si mi enseñanza no es tolerada aquí, en este establecimiento, es que no existe para mí cátedra en Alemania... Unos días después de mi regreso a Beuron, se apoderó nuevamente de mí la idea de entrar en el Carmelo. ¿No había llegado el momento?... Hacía doce años que pensaba en esto. Desde aquel día del verano de 1921, cuando la vida de Santa Teresa al caer en mis manos puso término a mis largas peregrinaciones hacia la verdadera fe. El día 1 de enero de 1922, el día de mi bautismo, sabía que aquello no constituía sino el principio, una etapa, una preparación a mi entrada en el Carmelo...”.
Es decir, Edith Stein salió del Instituto de Pedagogía de Munster para ingresar directamente en el Carmelo. Pero dejemos que sea ella quien lo cuente: “El día 30 de abril de 1933 fui a la iglesia por la tarde, diciéndome a mí misma: no saldré de aquí antes de saber si ha llegado el momento, sí o no, de entrar en el Carmelo. Y cuando el sacerdote impartió la bendición del Santo Sacramento, clausurando la fiesta del día, yo había recibido ya el asentimiento del Buen Pastor”.
Stein pasó un año preparándose para ingresar en la orden: tenía que liquidar todos sus asuntos, permanecer un mes en el Carmelo de Colonia como invitada, regresar a su casa para despedirse y entrar en clausura. La despedida en su casa fue muy dura: “Mis hermanas estaban ocupadas en fregar los platos. Ella –su madre- se sentó y, con la cabeza entre las manos, rompió a llorar. Detrás de ella, tomando esta preciosa cabeza de cabellos blancos, la apreté contra mi corazón... Estuvimos así hasta que se hizo hora de dormir. Conduje a mamá hasta su habitación y, por primera vez en mi vida, la ayudé a desnudarse. Después me senté sobre su lecho... Al fin me dijo que me fuera a descansar. Ninguna de las dos pudimos dormir aquella noche”.
El padre Walzer también cuenta algo importante con respecto al ingreso de Edith Stein: “Ella amaba el Carmelo desde hacía mucho tiempo y su más ardiente deseo era entrar en él. Realizó este voto cuando las condiciones de vida del III Reich no me permitieron retenerla más en el mundo. Ella había oído la voz de lo Alto y siguió su llamada, sin preocuparse de adónde le llevaría el camino”.
Edith Stein, filósofa, judía, víctima nazi y santa (I)
Edith Stein, filósofa, judía, víctima nazi y santa (y III)
______________________________________________________________________
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.