Juan Antonio González Fuentes
Terminaron unas de las navidades que menos he disfrutado de los últimos años, debido a la infección pulmonar que me ha mantenido en cama, o me ha sometido, en los mejores días, a un cansancio evidente y a una desgana generalizada. Para festejar el término de las fiestas, que ha coincidido precisamente con la recuperación física, decidimos ir al cine, y hacerlo además visitando no un gran centro comercial sino una de las pequeñas salas que han abierto no hace mucho en el mismo centro de la ciudad.
Saqué con antelación las entradas y, después de dar un breve paseo por las calles casi desiertas por la resaca navideña y tomar un café, nos encaminamos a la sala que, ante nuestra sorpresa, estaba casi al completo. Nos tuvimos que sentar en la segunda fila, y el dueño de la sala, al que conocemos por frecuentarla con alguna asiduidad, nos invitó a situarnos en butacas de filas más alejadas de la pantalla, pero claro, con el inconveniente de que debíamos separarnos. Rechazamos el ofrecimiento y nos acomodamos de la mejor manera posible para disfrutar de la película
María Antonieta, el último trabajo de la actriz, escritora y directora norteamericana
Sofía Coppola (Nueva York, 1971), hija del director y productor
Francis Ford Coppola, sin duda ninguna, uno de la decena de nombres clave en el cine norteamericano de las últimas tres décadas.
Sofía Coppola
Salvo el corto con el que inició su carrera detrás de la cámara,
Lick the star (1998), he visto todos los largometrajes que constituyen la incipiente carrera de esta niña prodigio del cine actual:
Las vírgenes suicidas (1999), la oscarizada
Lost in Translation (2003) (con la que se convirtió en la primera estadounidense nominada al Óscar a la mejor dirección), y ahora,
María Antonieta (2006), adaptación de la biografía de la última reina de la Francia del siglo XVIII, escrita por la historiadora británica
Antonia Fraser, y con apuntes también extraídos de la conocida biografía que escribió el gran narrador austriaco
Stefan Zweig.
He de decir que acudí a la sala vistiendo la armadura de la prevención, pues las críticas que había leído no adornaban el trabajo de Sofía Coppola con muchas alabanzas, y señalaban una serie de cojeras para parecían muy significativas y contundentes: el empleo de música rock como banda sonora de los bailes y orgías palaciegas de la Francia de finales del XVIII; el pasar casi por alto los graves problemas políticos que acontecieron durante el reinado de la joven pareja de reyes; la ausencia en la narración cinematográfica del pueblo parisino como protagonista clave en los acontecimientos...
Bien, una vez vista la película creo que todas las quejas enunciadas no sólo no constituyen elementos criticables en la construcción fílmica, sino que son verdaderos aciertos, verdaderos elementos que ayudan a definir y precisar mejor lo que Sofía Coppola quiere contar: la historia de una niña austriaca de catorce años que, de la noche a la mañana, es convertida por intereses de política internacional en delfina y reina de Francia.
Kirsten Dunst como María Antonieta
Así, como no podía ser de otra manera, Sofía Coppola traza un retrato infantil e irresponsable de un ser que, como la lógica indica, sólo podía comportarse como lo que en su fuero interno era: una niña, y una niña elevada por las circunstancias al rango de reina y, por tanto, con la posibilidad directa y real de dar rienda suelta a sus caprichos y deseos de niña, de ser humano en proyecto que, de repente, se encuentra ante el desempeño de responsabilidades para las que en modo alguno está preparada.
Rodada con brillantez y un llamativo despliegue de medios técnicos y materiales en los escenarios naturales en los que se desenvolvió la vida de María Antonieta (un Versalles fastuoso puesto a disposición de la industria cinematográfica americana por el gobierno francés), Sofía Coppola logra desde su espléndida madurez directorial, un acercamiento certero a la figura de María Antonieta, y muy probablemente, el más próximo a la plausible verdad histórica de los que el arte ha ofrecido hasta la fecha.
Coppola nos muestra una reina preocupada sólo, inconscientemente, naturalmente, por disfrutar de sus privilegios de reina. Privilegios materializados sabiamente a través de la mirada radicalmente femenina de la cámara detenida en reposterías fastuosas e imaginativas, en sombreros, copas rebosantes de champán, zapatos, pelucas, amantes, palacios, fiestas y orgías dieciochescas que, ilustradas con una banda sonora de grupos de rock actuales, bien podrían pasar por fiestas desarrolladas en cualquier macro discoteca de cualquier gran urbe actual.
Es decir, Sofía Coppola nos aleja a través de su mirada de una recreación teatral, envarada y acartonada del personaje histórico, y nos descubre a una niña reina que se comporta como hoy lo haría cualquier adolescente multimillonaria y alocada, una adolescente a la que además las circunstancias la sitúan al frente de un Estado, con las consecuencias fatales que dicho condicionante acabará teniendo para su propia vida.
Pero además, Sofía Coppola consigue mostrar con sutileza e inteligencia, en unos pocos planos, en dos o tres situaciones de guión, un tímido pero evidente proceso de maduración personal en el personaje de María Antonieta espléndidamente interpretado por la actriz
Kirsten Dunst. Me refiero a la importancia que van cobrando en la vida de la alocada Reina sus hijos y la vida de éstos; el paulatino peso que va teniendo en ella la conciencia de ser la reina de Francia y las responsabilidades y dignidades que dicho cargo conlleva (no abandonar, por ejemplo, a su marido el Rey en el proceso de derrumbamiento de la monarquía); y sobre todo yo subrayaría ese diálogo final con su marido el Rey, mientras la carroza que les lleva a la que sabemos muerte segura va transitando los espléndidos y aún dorados caminos del Palacio de Versalles, y ella le dice a él en qué está pesando mientras observa por la ventanilla ese mundo artificioso y espléndido creado para su disfrute y que va desapareciendo poco a poco con cada giro nuevo de la rueda del carruaje: “me estoy despidiendo para siempre de todo esto”.
María Antonieta, un nuevo y ejemplar eslabón en la obra cinematográfica de una mujer de talento indudable, Sofía Coppola.
NOVEDAD: Crítica de la película de Clint Eastwood,
Banderas de nuestros padres
La fotografía de
Joe Rosenthal en el monte Suribachi
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .