Juan Antonio González Fuentes
Para Jesús Alberto Pérez Castaños, que de nuevo entenderá
Otro libro en el buzón. Esta vez me lo envía desde Salamanca mi amigo el poeta
Juan Antonio González Iglesias, el último ganador del
Premio Loewe. Te trata de un ejemplar de pequeño tamaño de título
Rock me Amadeus, impreso con letras de plomo en la antigua imprenta Sur de Málaga, y con edición y cuidado de
Rafael Inglada. Las 34 páginas recogen una docena de poemas de autores españoles inspirados en
Mozart, su vida y su obra.
Cernuda, Gil-Albert, Martínez Sarrión, Juan Luis Panero, Antonio Colinas, Ana Rossetti..., son algunos de los autores.
Juan Antonio me llamó por teléfono y me anunció el envío: “seguro que está mejor en tus manos este pequeño libro de música”. Juan Antonio sabe de mi afición, de mi pasión bastante secreta y doméstica por la buena música. De música y compositores le hablo de vez en cuando, y en nuestras cartas cruzadas no son extraños las referencias musicales.
La música en mí no requiere tanto silencio como concentración. Puedo escuchar perfectamente una sonata o una concierto, una sinfonía o un cuarteto, una ópera o unas canciones..., y a la vez leer un libro o un revista, a la vez arreglar un viejo aparato o cepillar unos zapatos. Me concentro sin problemas en lo que escucho, por eso no me importa que alguien hable a mi alrededor, siempre y cuando, claro, no me imponga la altura de su discurso.
Glenn Gould y Leonard Berstein
Música y silencio. La música del silencio. El asunto me hace pensar inmediatamente en
Glenn Gould, el pianista canadiense que coprotagoniza como genio de carne y hueso la novela de
Thomas Bernhard,
El malogrado. En esta pasmosa novela, el escritor austriaco narra la historia de un triángulo formado por tres pianistas que estudian en Viena con una leyenda completamente real,
Vladimir Horowitz.
Uno de los muchachos es Gould, y acaba siendo un excéntrico genio del teclado de todos los tiempos. Otro es quien cuenta la historia desde una posición de medianía interpretativa insustancial, y el otro es el malogrado, el que se malogra desde todos los puntos de vista posibles al comprender que jamás alcanzará la genialidad de su compañero Gould.
Tiempo más tarde, después de leer la novela, mi amigo
Enrique Bolado me instó a adquirir ya la mítica grabación de las
Variaciones Goldberg de
Johann Sebastian Bach, que Gould grabó para la CBS en 1955 (cito de memoria). Bolado me dijo que el pianista se había aislado en una pequeña cabaña en mitad de un gigantesco bosque canadiense para que nada ni nadie le distrajese, y así leer la partitura una y otra vez, y así pulsar las teclas del piano hasta lograr una recreación sublime, personalísima, mítica. Ya no recuerdo si fueron meses o incluso años los que Gould pasó en la cabaña estudiando y tocando las Variaciones hasta grabarlas por vez primera en el año mencionado.
Johann Sebastian Bach
En el disco, que compré inmediatamente ya no recuerdo dónde, asistimos a un milagro sonoro. La matemática pura que estructura las Variaciones es descodificada por Gould insuflándole aire y lirismo contenido, hondo, cerebral, pero sin dejar de ser ni matemáticas ni fórmulas de abstracción sólida. La frialdad se torna en quemazón y al revés en los distintos pasajes. Repito, es un prodigio, en el que además Gould se permite el lujo, nada más y nada menos, de tararear las melodías mientras toca. Hay que subir el volumen un poco, pero es completamente cierto: en el arabesco matemático descrito por los sonidos de Bach en el aire, acompañándolos, una voz humana tararea alegre y concentrada.
Durante un tiempo, Glenn Gould buscó la soledad de los bosques para abordar la posibilidad del milagro en el trato con Bach y sus variaciones. Lo logró, a fe que lo logró. A veces su interpretación es criticada por las libertades que encierra, pero nadie discute más de dos minutos seguidos y con seriedad, el poder del pianista, su diabólica capacidad expresiva. Gould buscaba la soledad y el silencio, la perfección. Dejó de tocar pronto en público, y sólo acudía a los estudios de grabación. Buscaba en ellos el sonido inmaculado, sin distracciones, sin carraspeos, sin pianos encontrados y desconocidos, sin aplausos...
Hoy, leyendo unos minutos
En la belleza ajena de
Zagajewski, me topo con una reflexión del escritor polaco en la que nunca había caído y que me parece sobrecogedora. Bach, a lo largo de su vida, vivió dos matrimonios distintos y llegó a engendrar veinte hijos, algunos de los cuales sobrevivieron y con gran fortuna en la música. Siete hijos fuero fruto de su primer maridaje, trece nacieron del segundo. No sé cuantos de esos niños sobrevivieron y se hicieron adolescentes, jóvenes y adultos. Si sé que al menos tres se convirtieron en músicos también de extraordinaria calidad.
Glenn Gould buscó el silencio helado de los bosques canadienses para enfrentarse a las Variaciones para teclado compuestas por un hombre que llegó a tener veinte hijos, y que indudablemente debió escuchar los gritos, lloros, risas, disputas, correteos, carreras, balbuceos y charlas apelotonadas de los niños entre las paredes de su casa.
Paradojas, amo las paradojas, creo que en ellas se dibuja con trazo sabio y llamativo la complejidad inmarcesible de la vida, al menos de la que merece la pena vivir.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música...)