Lo cierto es que comencé a leer Shibumi mientras el pequeño autobús de
la biblioteca volvía por la ajetreada autopista, seis carriles por sentido, a
San Diego. No pude dejarlo, lo recomendé a todo el que quiso escucharme y me
compré el resto de la corta obra de Trevanian, un tipo misterioso del que como
Salinger o Thomas Pynchon apenas se sabía nada. De repente dejó de publicar y
sus libros desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra. Ni en
librerías españolas ni en mi favorita Blackwell’s de Oxford, ni siquiera en las
de segunda mano de Nueva York. Nada, hasta que de pronto el pasado 13 de
diciembre de 2006, abro, como todos los miércoles, el suplemento cultural de
La Vanguardia y encuentro desplegado a doble página un texto de Lilian
Neuman en el que destacado en negritas se lee el siguiente título a tres
columnas: “Un ermitaño que vendió millones de libros”. Y, más arriba, a dos
columnas: “’Shibumi’ es un título de culto de las novelas de espías que vuelve a
las librerías. Su autor fue una figura enigmática, que residió a temporadas en
el País Vasco francés y escribió otras dos obras de espionaje
fascinantes”.
Las dos obras de espionaje a las que se refiere Lilian
Neuman son La sanción de Eiger, llevada al cine con Clint Eastwood de
protagonista bajo el título Licencia para matar, y La sanción de
Loo. Dos textos de indudable interés, también editados ahora por
Entrelibros, pero que carecen de la grandiosa arquitectura de Shibumi. No
sé a que se debe, pero La Vanguardia no menciona dos obras más de
Trevanian: The Main, ambientada en Montreal, y The Summer of
Katya, creo que editada por el desaparecido sello Noguer (tengo la obra en
mi biblioteca de Pamplona y escribo desde Madrid) y cuya acción discurre en
parte en el País Vasco francés. A través de La Vanguardia me entero de
que Trevanian murió en 2005 y que The New York Times le dedicó un sentido
obituario. Ese mismo año publicó The crazyladies of Pearl Street, una
novela con mucho de autobiografía, aún por traducir.
Shibumi es mucho más que una novela
de espías o un thriller al uso. Es una amplia y profunda reflexión en torno a
los cambios que modifican el mundo tras la Segunda Guerra Mundial
Lo que ahora he podido averiguar sobre Trevanian a través de lo leído
en La Vanguardia y de internet no es mucho. Su nombre era Rodney William
Whitaker y en la solapa del volumen que nos ocupa puede leerse que nació en
Granville, estado de Nueva York, el 12 de junio de 1931. Sirvió en la Marina
durante la guerra de Corea de 1949 a 1953. Cursó un doctorado en Comunicaciones
en la Northwestern University, Illinois. Director de diálogos y dramaturgo para
varios estudios cinematográficos, fue profesor en el Departamento de
Cinematografía de la Universidad de Texas. Tras vivir en el País Vasco francés y
el oeste del Reino Unido, murió el 14 de diciembre del 2005 en Inglaterra a
causa de distintas enfermedades pulmonares.
Shibumi es mucho más
que una novela de espías o un thriller al uso. Es una amplia y profunda
reflexión en torno a los cambios que modifican el mundo tras la Segunda Guerra
Mundial. El hilo conductor de este texto es Nicholai Alexandrovich Hel, un niño
que nace en el Shanghai de los años treinta, ocupado por las grandes potencias,
hijo de madre rusa y padre alemán. Huérfano siendo casi un niño, es adoptado por
un general japonés que ante el desarrollo de la guerra le envía a Japón para ser
educado, en un remoto pueblo, por un gran maestro de go, un juego más complejo
que el ajedrez y que constituye una metáfora de la filosofía de la vida. Vencido
y humillado el Imperio del Sol Naciente, Hel pierde a su maestro y debe ayudar a
su padrastro a morir con dignidad. Él mismo deberá acabar con su vida utilizando
un sutil pero efectivo método. Los rusos han hecho prisionero al general japonés
en Manchuria y le condenan a muerte acusándole de acciones de guerra de las que
es inocente. A consecuencia de este acto de compasión para con el general
japonés, Hel es brutalmente torturado y encarcelado durante años en Japón. A su
salida de la cárcel se convierte en un sofisticado y complejo asesino a
sueldo.
Tras una tensión narrativa que no tiene nada
que envidiar a la que saben dar a sus textos los Le Carré, Forsyth, Michener o
Clavell, Trevanian ofrece al lector una visión crítica de la sociedad
contemporánea de una agudeza excepcional
Hel vive retirado en un castillo situado en los Pirineos vascofranceses.
Trata de conseguir su viejo anhelo de infancia, llegar a alcanzar la calidad
espiritual que en la filosofía japonesa se conoce por el término shibumi.
Mientras cuida su jardín y hace espeleología en el macizo de Larrau, se ve
envuelto en el conflicto entre árabes y judíos. Los grandes intereses del
petróleo deciden sancionarle y para ello utilizan a la CIA. Hel es brutalmente
castigado y se ve empujado a tramar una venganza igualmente
terrible.
Esta es la trama, a grandes líneas, de Shibumi, pero
como ya hemos señalado, tras una tensión narrativa que no tiene nada que
envidiar a la que saben dar a sus textos los Le Carré, Forsyth, Michener o
Clavell, Trevanian ofrece al lector una visión crítica de la sociedad
contemporánea de una agudeza excepcional. Se ha escrito -es lo más evidente- que
es demoledor con la sociedad norteamericana. Es cierto, pero hacer trizas la
cultura estadounidense no era algo tan excepcional en los años setenta, que es
cuando escribe Trevanian. Sus agudas observaciones en torno al papel de Japón o
de la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial merecen ser leídas. Con
los franceses no es muy piadoso. Tampoco lo es con la relación entre los curas
vascos y ETA. Xavier, el párroco rural pirenaico, justifica ya lo que vale este
libro. Las reflexiones de Trevanian sobre la ineficacia de los árabes no son,
desde luego, políticamente correctas.
Releído ahora, casi treinta años
después de ser escrito, este volumen sigue despertando enorme interés y emoción.
Volvemos a ver, esta vez en Irak, la ineficacia de la CIA, los intereses de la
industria del petróleo, la miseria moral del terrorismo, el valor de la
espiritualidad oriental o de la mezcla de razas. De la presente edición cabe
lamentar la desaparición de la dedicatoria de Trevanian a sus principales
personajes. Tampoco figura el plano de la cueva pirenaica que juega un papel
central en la trama. Por desgracia, no aparece el nombre del autor de la
traducción de la presente edición. Hay que señalar que mejora la que hizo para
Plaza y Janés, en 1980, Montserrat Solanas de Guinarte, traductora también,
según se lee en La Vanguardia, de la edición que ahora manejamos de
Entrelibros. En todo caso magnífica lectura para comenzar el año con tensión
positiva.