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D´Elia dirige la palabra a la multitud en un mitin bolivariano en Buenos Aires

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Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Néstor Kirchner

Néstor Kirchner

Hebe Bonafini

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Luis D´Elía

Luis D´Elía

Hugo Chévez

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Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Estampas argentinas (II): Un viaje con los piquetes de Irán a Venezuela, pasando por la AMIA
Por Carlos Malamud, jueves, 4 de enero de 2007
En noviembre pasado, el embajador de Venezuela en Buenos Aires, Roger Capella, debió abandonar de forma bastante precipitada la capital argentina, después de que el presidente Néstor Kirchner expresara su malestar por unos actos que desde ámbitos gubernamentales fueron considerados injerencia en asuntos internos. Ocurrió que tras el fallo de la justicia, ordenando la captura y extradición de un ex presidente iraní y siete funcionarios más, el entonces subsecretario de Estado de Tierras para el Hábitat Social, Luis D´Elía manifestó su total respaldo y solidaridad con Irán, con posterioridad a una comida celebrada en la Embajada de Venezuela.
Luis D´Elía es un líder del movimiento piquetero, uno de los más recientes aportes argentinos a la historia de los movimientos sociales. Los piqueteros surgieron hace algunos años atrás reivindicando formas de lucha no democráticas que solían pasar por la instalación de piquetes, de ahí su nombre, que cortaban el tráfico en las rutas y carreteras del país. Su accionar se intensificó al final del gobierno de Fernando de la Rúa, como consecuencia de la grave crisis económica que se estaba viviendo y que aumentó considerablemente el número de desocupados y condenó a la pobreza a capas importantes de la población.

Si inicialmente los piqueteros concentraban su accionar en las provincias del interior, terminaron llevando su protesta a las grandes ciudades, comenzando por la capital, Buenos Aires. Había épocas que resultaba aconsejable, si uno pensaba salir de casa con el coche, consultar el cronograma de las protestas a fin de trazar mejor el itinerario, intentando evitar los atascos. El problema de los piqueteros no era únicamente su metodología, centrada en los cortes y bloqueos de calles y carreteras. El problema eran los propios piqueteros y sus violentos métodos de acción y, sobre todo, de coacción. Intentar pasar por encima de un piquete implicaba el riesgo, como ocurrió en bastantes ocasiones, de que el vehículo implicado quedara sin cristales y totalmente abollado. No en vano algunos piquetes estaban compuestos por encapuchados que blandían gruesos palos y barras de metal. Se trataba de unos “adminículos” incorporados al ritual de los piquetes. En alguna ocasión, los intentos policiales de reprimir la violencia piquetera terminaron con muertes, lo que llevó al gobierno interino de Eduardo Duhalde a moderar sus métodos a la hora de combatir a los piquetes. Otra forma de presión consistía en montar campamentos en predios urbanos o en plazas, con la consiguiente interferencia en la normalidad de la vida cotidiana.

Si la paz social no se puede conseguir mediante la negociación y el diálogo, entonces se la compra al precio que sea


Comenzó a forjarse así la singular teoría, aplicada prácticamente a rajatabla por el gobierno de Néstor Kirchner, de que a los movimientos sociales no se los reprime. Y esta teoría vale aunque dichos movimientos violen sistemáticamente las leyes. Por eso, se optó por la cooptación y el establecimiento de relaciones clientelares. Si la paz social no se puede conseguir mediante la negociación y el diálogo, entonces se la compra, al precio que sea. Los planes asistenciales, como los de Jefes y Jefas de Hogar, cumplieron ese objetivo, especialmente con aquellos grupos piqueteros que se mostraron más sensibles a las orientaciones del gobierno. Un elemento central en esta cadena de favores era que si los desocupados querían cobrar los subsidios debían prestar servicios, disciplinadamente, en los piquetes.

En realidad, grupos piqueteros los hubo y los hay de diverso pelaje. Los hubo y los hay más peronistas y más de extrema izquierda y, en general han terminado conformando un espectáculo variopinto de siglas, tendencias, intereses y objetivos. En marzo de 2004, la Liga Comunista argentina señalaba que “Sólo en el último año en la Provincia de Buenos Aires casi se quintuplicaron los grupos piqueteros. Pasaron de 14 a 62 grupos en los últimos doce meses, de ellos, 43 son desprendimientos de grupos ya existentes y 19 son nuevos grupos. El MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados) Aníbal Verón se ha escindido en: MTD Aníbal Verón, MTD Evita, MTD Luchar y MTD Resistir y Vencer, este último recientemente ha tenido una nueva escisión, el MTD 26 de junio. La CTD Aníbal Verón se ha escindido en CTD La Plata y CTD Lanús. Algunos de los nuevos grupos surgidos son: Asociación de Trabajadores Varelenses (ATV), Barriadas del Sur, Frente de Organizaciones Comunitarias, Asamblea de Desocupados de Ezeiza, Organizaciones Libres del Pueblo (OLP), El Kadri”.

Pero no todos los piquetes son proletarios o desocupados. También los hay de clase media, en este caso mucho más elegantes. En determinados parajes, algunos sectores de la burguesía han decidido subirse al tren piquetero, como ocurre desde hace algún tiempo en Gualeguaychú y otras ciudades de la provincia de Entre Ríos. Los pequeños y medianos propietarios entrerrianos han decidido bloquear los puentes que comunican a Argentina con Uruguay en protesta por la instalación de dos fábricas de pasta de celulosa en la orilla de enfrente del río que separa ambos países y que amenaza sus inversiones turísticas. A fin de completar el círculo, algunos de estos originales piquetes, tras contemplar que el presidente venezolano acudía al rescate de una corporativa lechera, la Sancor, que estaba amenazada de caer en las guerras del capital extranjero (especialmente de un tipo tan peligroso como Soros), solicitaron la mediación de Hugo Chávez en el conflicto bilateral, algo que, afortunadamente, fue rechazado por el gobierno de Kirchner.

D´Elía jugaba con dos camisetas. Por un lado, la del probo, o casi, funcionario público, por el otro, la del arrojado dirigente piquetero, que tanto podía atacar instalaciones policiales como estancias propiedad de ciudadanos extranjeros


Por supuesto que la cercanía con el poder es un elemento importante, ya que de ella depende el número de planes sociales a repartir y su capacidad de influencia. Por eso, el mayor número de los grupos piqueteros gira en torno a la órbita peronista, ya que de ese color es tanto el gobierno central, como un gran número de gobiernos provinciales. Otro mecanismo para ganarse el favor de los piqueteros, especialmente de aquellos grupos más cercanos a las esferas gubernamentales, es colocar a sus dirigentes en la Administración. Así es como Luís d´Elía, principal dirigente del grupo Federación de Tierra y Vivienda (FTV) llegó a ser subsecretario de Estado. Pero no es el único dirigente piquetero que circula en vehículos oficiales.

D´Elía se mostró como un gran entusiasta del pensamiento bolivariano del presidente Chávez. Con cargo a los presupuestos venezolanos, D´Elía viajó repetidamente a Caracas, para participar en distintos foros y eventos. Según el diario bonaerense Clarín, D´Elía es un “fanático” de la cruzada chavista y en julio de 2004 el propio dirigente piquetero admitió haber viajado a Venezuela para hacer campaña a favor del presidente Chávez "con todos los gastos pagos por el gobierno bolivariano". Ese viaje tuvo lugar pocos días después que liderara el ataque contra una comisaría, en La Boca, que le valió un procesamiento. En realidad, D´Elía jugaba con dos camisetas. Por un lado, la del probo, o casi, funcionario público, por el otro, la del arrojado dirigente piquetero, que tanto podía atacar instalaciones policiales como estancias propiedad de ciudadanos extranjeros.

La gota que colmo el recipiente de la calma que ha acompañado la mayor parte de su gestión fue la declaración del líder piquetero en contra de la justicia argentina, a la que el presidente había respaldado en este caso concreto


Pese a ello, el presidente Kirchner seguía contando con él para formar parte de su gabinete. Bien por aquello de evitarse enemigos y también, cómo no podía ser de otra manera, porque a los movimientos sociales, y eventualmente a los líderes piqueteros, no se los reprime, ni aún en el caso de que delincan. Es más, después de su salida del gobierno, su organización, la FTV, mantiene tres directores generales y otros abundantes cargos, como un gerente en el Canal 7 de televisión y decenas de funcionarios y asesores en la Secretaría General de la Presidencia y el Ministerio de Desarrollo Social.

Sin embargo, el presidente Kirchner vio como en el caso de D´Elía el vaso de su paciencia terminó por rebasar. La gota que colmo el recipiente de la calma que ha acompañado la mayor parte de su gestión fue la declaración del líder piquetero en contra de la justicia argentina, a la que el presidente había respaldado en este caso concreto. Y para más inri, el incidente que motivó sus declaraciones había sido gestado en la Embajada venezolana. Según Página 12, el entonces embajador, Roger Capella, mientras estuvo en su cargo en Buenos Aires, tuvo una conducta diferente a la de su antecesor, Fredy Balzán. Si Balzán privilegió como interlocutores a los representantes del kirchnerismo que ven con buenos ojos a Chávez, Capella no puso esos límites. Así, colaboraba con Hebe Bonafini y las Madres de Plaza de Mayo, de buena relación con Kirchner desde hace algún tiempo (a tal punto que recientemente el presidente fue entrevistado por la radio de las Madres de Plaza de Mayo), pero también recibía a los desocupados del Movimiento Territorial de Liberación (organización que supo estar alineada con el Partido Comunista) o auspiciaba el viaje a Venezuela de estudiantes de la Federación Juvenil Comunista. Este sesgo a favor de opositores al régimen fue lo que terminó molestando a Kirchner y fue el elemento que llevó a tomar la decisión de pedirle a Chávez que retire a su embajador.

La decisión del presidente en contra de la Venezuela bolivariana, que es vista con muchas simpatías por parte de la izquierda peronista que apoya a Kirchner, pero también por parte de la extrema izquierda que no lo apoya, generó un cierto malestar en la vida política argentina. Sin embargo, no era algo nuevo. Venezuela debió cambiar a su embajador en Chile, después que éste criticara a la Democracia Cristiana por su apoyo al golpe de Pinochet y comparando esa actitud con la negativa a apoyar la candidatura venezolana al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El embajador en Bolivia también fue duramente cuestionado luego de afirmar que tropas venezolanas podían acudir en respaldo del gobierno de Evo Morales. Pese a sus diferencias, no deben olvidarse los casos de México y Perú, de donde debieron salir los embajadores bolivarianos después de las crisis bilaterales ocurridas. Por tanto, la pregunta que queda en el aire es la de si el presidente Chávez, con su actitud exacerbada, une o divide a los pueblos latinoamericanos a los que enfáticamente dice querer unificar, siguiendo la teórica estela de Simón Bolívar.
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