La apuesta editorial hecha entonces no debió de resultar un fracaso
absoluto, dado que con cierta frecuencia aparecen en nuestras librerías obras de
los autores que han salido más favorecidos con la aventura, me refiero
especialmente al propio Stefan Zweig, Sándor Márai, Joseph Roth o Arthur
Schnitzler, representantes todos ellos de lo que podríamos denominar humanismo
burgués y europeo.
El dramaturgo y narrador Arthur Schnitzler (Viena
1862-1931), nació en el seno de una familia perteneciente a la rica y cultivada
alta burguesía judía (el apellido original, Zimmermann, lo había cambiado el
padre por considerarlo judío en exceso). Estudió medicina y se interesó mucho
por el incipiente psicoanálisis de su convecino Freud, aunque los rotundos
éxitos obtenidos con sus obras de teatro, le decidieron a abandonar
paulatinamente la práctica profesional de la medicina y dedicarse por entero a
la literatura.
Schnitzler fue uno de los fundadores del movimiento Jung
Wien (Joven Viena), movimiento del que al poco brotaron los primeros impulsos
del impresionismo literario austriaco. Su abundante obra está plagada de
personajes amenazados y envueltos por la tragedia cotidiana y la caída, por el
sempiterno conflicto entre la ilusión y la vida (la realidad y el deseo,
escribió Cernuda), por la irónica y cínica desconfianza en los sentimientos y su
prolongación en el tiempo, por el relativismo ético de la sociedad burguesa, por
la paulatina separación del yo personal e intransferible de la realidad
circundante... Durante muchos años, la crítica consideró a Schnitzler sólo como
uno de los máximos plasmadores literarios de la figura del Lebeman, es
decir, del señorito vividor y consentido de la rica burguesía mundana vienesa,
pero el tiempo finalmente lo ha señalado como uno de los autores más
significativos y rupturistas del fin de siglo europeo, y un lúcido y
significativo anticipo del tema del finis Austriae de la literatura
centroeuropea de entreguerras.
La obra literaria de Schnitzler no es un
mero cuadro de costumbres típicas vienesas, sino que es una sutil puesta en
práctica de la forma mental vienesa de analizar con distancia la realidad por
medio del planteamiento del problema de la comunicación, es decir, del juego
vienés, y hasta cierto punto “freudiano”, del decir y el callar
Como ya ha quedado dicho más arriba, varias son las obras de Schnitzler
publicadas en castellano a lo largo de los últimos años: Relato soñado, La
señorita Else, El regreso de Casanova, Morir, Juventud en Viena..., aunque
creo que falta por editar la que para muchos es considerada su obra narrativa
más importante, la novela de 1908 El camino de la libertad, un penetrante
análisis de la situación vivida por la burguesía liberal judía en la Viena de
los albores del siglo XX.
Muy recientemente, sin embargo, sí ha visto la
luz otro de los trabajos emblemáticos del gran escritor judío, me refiero a
El teniente Gustl (Gustavo o Gustavito), nouvelle de 1901 que
edita ahora en español, con traducción de Juan Villoro, la editorial barcelonesa
Acantilado, cuya labor de difusión de la narrativa centroeuropea de la época
señalada está siendo impagable.
Ya ha quedado sugerido de algún modo que
Schnitzler fue, entre los escritores de su tiempo, el mayor artífice de la que
podría denominarse “literatura psicológica”, una literatura muy cercana a los
postulados e influencia de Freud. La principal afinidad entre estos dos
vieneses, es que ambos, como señala por ejemplo José María Valverde en su
estudio Viena, fin del imperio (Planeta, 1990, pág. 118), asumen el
lenguaje como medio e instrumento, pero sin detenerse a tomar conciencia de la
inevitable condición parlante de la vida mental, a diferencia de lo que, muy
marcadamente, sucede con la obra de Hofmannsthal o Karl Kraus.
Así es, en
1906, Freud le escribe a Schnitzler una carta en la que le dice que desde hace
años está admirado de la enorme coincidencia entre las ideas de los dos en lo
referente a cuestiones psicológicas y eróticas, y subrayándole que lo acababa de
manifestar públicamente en un estudio reciente: “Me he preguntado a menudo de
dónde podía sacra usted esos secretos conocimientos que yo he logrado con
fatigosa investigación, y finalmente he llegado a envidiar al escritor al que
antes admiraba”.
El teniente Gustl presenta una
cuidadosa coherencia dramática interna, sin ningún tipo de digresión o de
automatismo. Por medio de una sencilla trama contada en forma de monólogo,
Schnitzler desarrolla dos de sus temas favoritos, la muerte y el hablar-callar,
en este caso presentados como vasos comunicantes con consecuencias
interrelacionadas
En efecto, la obra literaria de Schnitzler,
como ya ha quedado dicho, no es un mero cuadro de costumbres típicas vienesas,
sino que es una sutil puesta en práctica de la forma mental vienesa de analizar
con distancia la realidad por medio del planteamiento del problema de la
comunicación, es decir, del juego vienés, y hasta cierto punto “freudiano”, del
decir y el callar (J. M. Valverde, pág. 123). Un juego que tantas y tantas veces
vamos a ver traspasado, por ejemplo, al mundo cinematográfico de Hollywood en
los guiones y en la puesta en escena de directores como Ernest Lubitch o Willy
Wilder.
Dentro de la narrativa de Schnitzler, el ejemplo más famoso de
este protagonismo del lenguaje en sí mismo es, precisamente, El teniente
Gustl. En esta nouvelle de tan sólo sesenta páginas en la edición que
reseñamos, Schnitzler utiliza la técnica del monólogo interior que dos décadas
después empleará Joyce para abordar extensas partes de su Ulises, aunque
éste deja que fluyan las palabras de forma natural, es decir, inconexa y sin
rumbo definido, de la mente de su principal personaje y así las plasma en el
papel, intentando fijar el automatismo pensante de la mente del personaje.
Por el contrario, El teniente Gustl presenta una cuidadosa
coherencia dramática interna, sin ningún tipo de digresión o de automatismo. Por
medio de una sencilla trama contada en forma de monólogo, Schnitzler desarrolla
dos de sus temas favoritos, la muerte y el hablar-callar, en este caso
presentados como vasos comunicantes con consecuencias interrelacionadas. Este
hablar-callar que conduce y luego exonera de la muerte, lo combina el escritor
con un deambular (de nuevo Ulises y La Odisea) por las calles de
la ciudad de Viena, que sirve también para cincelar con precisión ajustada el
momento histórico en el que se desarrolla la acción, y el decorado urbano y
social en el que se desenvuelve.
El teniente, cumpliendo una promesa,
acude a un concierto en el que se aburre soberanamente: piensa que dos días
después debe batirse en duelo con un médico, probablemente judío y de
izquierdas, que había puesto en duda el amor por la patria de los militares. Al
salir de la sala de conciertos, el teniente tiene un simple encontronazo con un
empresario panadero, al que conoce del café al que ambos acuden. El panadero,
conociendo la posible reacción del soldado, le agarra el sable para que no lo
pueda desenvainar y le amenaza con darle una paliza y enviar sus restos a sus
superiores. El teniente se siente y sabe deshonrado según la ética militar
imperante, por lo que no tiene más remedio que suicidarse inmediatamente. Una
vez tomada la fatal decisión, vaga por distintos puntos de la ciudad esperando
el momento oportuno, y mientras, piensa en cómo despedirse de sus padres, de su
hermana y de un amor del que no está muy convencido. Pero cuando amanece, antes
de suicidarse, acude a su café habitual para hacer el último desayuno de su
existencia. Y es en el local donde se entera de que el panadero sufrió un
infarto nada más salir del teatro y ha muerto. La vida, de nuevo, vuelve a ser
hermosa y plácida para el teniente, quien ya piensa en darle su merecido al
médico judío y de izquierdas.
Ante este resumen argumental, que en nada
estropea, créanme, el interés de la lectura del relato, no debe extrañarnos que
cuando el relato se publicó en el número de la navidad de 1900 de la Neue
Freie Presse, un tribunal militar de honor despojase a Schnitzler de su
condición de médico militar, por considerar que la historia ofendía gravemente
al ejército imperial austro-húngaro.