Tribuna/Tribuna internacional
Conflictos étnicos y gobernabilidad: Guinea Ecuatorial
Por Muakuku Rondo Igambo, jueves, 1 de junio de 2006
El tema planteado en este libro –la gobernabilidad de los estados multiétnicos– es esencial en el mundo contemporáneo y de su resolución depende que sepamos legar a nuestros hijos un mundo justo, pacífico y rico culturalmente o un avispero lleno de violencia, odios culturales e injusticias. Al fin y al cabo el mundo es un territorio multiétnico llamado a ser gobernado con el mismo rasero para todos. Muakuku Rondo plasma este crucial dilema, aplicándolo concienzudamente a Guinea Ecuatorial y planteando la posibilidad de que un pequeño estado, con cinco o seis grupos étnicos muy diferentes en cuanto a concepciones culturales, en cuanto a número y en cuanto peso político, pueda ser gobernado en paz. Conflictos étnicos y gobernabilidad: Guinea Ecuatorial, intenta ir hasta la raíz de los problemas que aquejan a la mayoría de los gobiernos contemporáneos tomando como ejemplo a su país, Guinea Ecuatorial.
PRÓLOGO
Por José Membrive
La evolución de la economía mundial, a comienzos del siglo XXI ha supuesto la superación absoluta de las fronteras entre regiones, países y estados, actualmente no existe ningún país autárquico, ni es posible a ninguna colectividad mantenerse al margen de los movimientos económicos mundiales: las empresas cambian de zona geográfica y los medios de transporte permiten colocar cualquier producto en cualquier zona geográfica en cuestión de horas.
Igual pasa con los medios de comunicación, el cuarto poder, las noticias importantes son transmitidas al instante por todo el orbe, de manera que, en muchos aspectos, vivimos ya bajo el mismo poder planetario; formamos, en cierta manera un mercado único económico y mediático. Sería bueno que, quienes participan de un mismo sistema económico, compartieran también la misma garantía de justicia y protección social, es decir, un marco político-jurídico común.
Sin embargo, en este aspecto no sólo no avanzamos, sino que, al parecer, estamos retrocediendo. Mientras que la ley de la oferta y la demanda se extiende por el mundo por encima de etnias, culturas y religiones, los derechos humanos, por ejemplo, sólo se aplican a una parte de la humanidad, más bien pequeña, por intereses económicos y condicionamientos políticos.
En teoría todos están de acuerdo en que los derechos humanos han de tener una aplicación universal garantizada por un poder político, pero en la práctica ese necesario poder político garante de los derechos humanos es inexistente en la mayor parte del planeta. Y la democratización no puede esperarse de las multinacionales y grandes fuerzas económicas que, precisamente aprovechan los territorios en los que la falta de derechos políticos y laborales, les permiten plantar sus negocios en condiciones leoninas para los trabajadores, enriquecerse a la velocidad de la luz y levantar el vuelo cuando sus intereses lo demanden.
Es necesario que a esta globalización económico-empresarial, respondamos con una globalización de la justicia, de los derechos sociales, de la libertad y de la dignidad. Y este aspecto ha de ser garantizado por un poder político con autoridad, legitimidad y fuerza, para imponerse a caudillos, dictadores y gobiernos “populares” y “nacionalistas” que se aprovechan de su poder para negar el de sus ciudadanos y enriquecerse a costa del trabajo de éstos.
Es innegable que este poder político tiene un difícil reto: garantizar la igualdad de derechos de cada individuo respetando las creencias y la forma de entender la vida de las distintas culturas, religiones, naciones, etnias o individuos, siempre que éstas sean respetuosas con el resto.
Habría que distinguir entre dos conceptos que ahora se mezclan y confunden: Primero el necesario amparo político para todas las formas de entender la vida, tanto individuales como colectivas, la garantía para que los grupos, colectividades o pueblos, puedan vivir, respetando y siendo respetados, conforme a sus creencias, prácticas culturales o formas de entender el mundo o de divertirse. Esto requeriría la existencia de un poder político, neutral, que garantice la convivencia entre las distintas las lenguas, culturas, creencias y formas de entender la vida, vigentes en la sociedad representada.
La convivencia en un mismo territorio entre pueblos con diversidad cultural es tan vieja como la humanidad y, como ahora, ha oscilado siempre entre la mutua hostilidad y la seducción, entre el enriquecimiento con lo diverso y el enfrentamiento para salvar lo propio.
El segundo concepto es el de nacionalismo, que preconiza la necesidad de establecer diferentes gobiernos acordes con el “espíritu” particular de cada comunidad. Surgido del movimiento romántico alemán, fue desarrollado en el siglo XIX con el nacimiento de reivindicaciones nacionalistas. Hitler, en el siglo XX, trató de ponerlo en práctica estableciendo un estado germánico.
Hoy día el mito decimonónico de comunidad de personas unidas por lazos étnicos, que habla una misma lengua, profesa creencias y rasgos culturales comunes, que participan del mismo origen y comparten un mismo territorio es totalmente impensable, a no ser que se busque en algún rincón perdido de la selva amazónica. Basta echar un vistazo por alguna de las grandes ciudades de cualquier parte del mundo: la diversidad de razas, creencias y modos de entender la vida es un hecho consolidado a lo largo del siglo XX e imparable en estos primeros años del XXI. Difícilmente encontraremos en el mundo algún estado monoétnico y monolingüístico.
Con el actual proceso de globalización, el auge de los nacionalismos –con un lenguaje remozado después de la debacle hitleriana– es un hecho creciente producido por el miedo de ciertos pueblos y sociedades a ser asimilados por los imperios o por otras culturas más potentes. Y la paradoja no es pequeña: como defensa de unas peculiaridades culturales de pueblos, normalmente minoritarios, se recurre a una ideología que, cuando tuvo el poder, trató de borrar del mapa precisamente a las culturas minoritarias. Hecho que se ha repetido después en los Balcanes y que se viene repitiendo sistemáticamente en el África negra, sin que nadie quiera darse por enterado y muchas veces, con el beneplácito de los gobernantes europeos, cuyos intereses en la explotación de recursos africanos, están por encima del interés por dignificar la vida de dichos pueblos.
El tema planteado en este libro –la gobernabilidad de los estados multiétnicos– es esencial en el mundo contemporáneo y de su resolución depende que sepamos legar a nuestros hijos un mundo justo, pacífico y rico culturalmente o un avispero lleno de violencia, odios culturales e injusticias. Al fin y al cabo el mundo es un territorio multiétnico llamado a ser gobernado con el mismo rasero para todos.
Muakuku Rondo plasma este crucial dilema, aplicándolo concienzudamente a Guinea Ecuatorial y planteando la posibilidad de que un pequeño estado, con cinco o seis grupos étnicos muy diferentes en cuanto a concepciones culturales, en cuanto a número y en cuanto peso político, pueda ser gobernado en paz.
Por diferentes razones históricas, muy bien analizadas en este libro, África Subsahariana en general y Guinea Ecuatorial en especial, llevan sufriendo en sus carnes, durante siglos, unos problemas que ahora están resurgiendo con fuerza en Europa. En este sentido podemos y debemos aprender las lecciones africanas extraídas de sus duras experiencias. Pero también podemos aprender de la forma rigurosa planteada por Muakuku Rondo.
Conflictos étnicos y gobernabilidad: Guinea Ecuatorial intenta ir hasta la raíz de los problemas que aquejan a la mayoría de los gobiernos contemporáneos tomando como ejemplo a su país, Guinea Ecuatorial.
Uno de los principales motivos de reflexión que se desprenden de este libro es precisamente si el ultra-nacionalismo, plasmado en los discursos de Macías o de Nguema, es la organización política más adecuada para garantizar el respeto y la convivencia de todas las manifestaciones multiculturales que conviven en Guinea Ecuatorial. Los resultados los verá el lector.
Por último, unas reflexiones personales, al hilo de la lectura de este libro: La historia nos muestra que el secreto de los grandes logros de la humanidad (desde la labor civilizadora del Imperio romano, hasta el impresionante dinamismo de Nueva York) consiste en integrar en el mismo proyecto a diferentes pueblos con distintas sensibilidades. La inteligente resolución de este problema en Estados Unidos, les ha permitido proclamarse como la primera potencia mundial. En el lado inverso, la disolución de Al-Andalus en reinos de taifas en los que distintas comunidades se disputaban la preponderancia, les ocasionó la desaparición de todos ellos. Igual ocurrió con el imperio Romano y algo parecido puede pasar en los estados europeos.
Con la atenta lectura de este libro podremos sacar conclusiones de la más candente y decisiva actualidad política. De la resolución inteligente en el tema de la gobernabilidad, española, europea, y mundial, abocada a la convivencia inexorable de las distintas sensibilidades, dependerá la felicidad de nuestros hijos.
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LOS DISTINTOS NACIONALISMOS EN GUINEA
El nacionalismo Bubi
“No hemos encontrado una horizontalización de los recursos y de su distribución, sino una invasión de nuestro espacio, como se registra ahora. Los bubis se sienten como invadidos, primero por los colonizadores españoles y ahora porque no nos dan la oportunidad de participar en la cosa pública” (Justo Bolekia, periódico El Muni, 10/06/04).
Si el nacionalismo ndowe es integrador, no puede decirse lo mismo del bubi. Su nacionalismo es excluyente o separatista, si se prefiere. Para ellos lo único que importa es la isla de Bioko, que según ellos es su isla. Lucharán, y no cesarán en ello, hasta recuperarla. Después decidirán con quién o quiénes quieren convivir o asociarse. Como fechas precursoras de este movimiento caben destacar las reuniones del 27 de agosto de 1964 en Baney y la del 18 de agosto de 1966 en Rebola. En la primera de ellas se discutirá y aprobará, como único punto del orden del día, la Separación de la isla de Bioko del conjunto del territorio colonial español en el golfo de Biafra. Desde entonces sus máximos exponentes (Edmundo Bossio, Aurelio Nicolás Itoha, Luis Maho Sicahá etc, como precursores) defenderán incisivamente la autodeterminación de Bioko, tierra de sus antepasados, y su derecho a la libre asociación con cualesquiera otra región o estado. El tiempo, favorecido con la política nguemista, ha dado la razón a los temores de Edmundo Bosio contra su pueblo: “sus hermanos de color no respetarán su cultura y arrasarán con todo sus tierras”. La división administrativa–económica del país en dos provincias y posterior unificación en un sólo gobierno autónomo, unido a los desequilibrios acentuados durante el gobierno autonómico, no acababan de satisfacer sus intereses. La economía de la isla de Fernando Poo (y por tanto su nivel de desarrollo) estaba por encima del conjunto del país. Independientemente de que la población fang llega en Fernando Poo obligada por el sistema colonial como mano de obra barata, el privilegio económico de la isla pronto se convirtió en el imán que atraería a la población riomunense. Su presencia, que por otra parte no respetará las costumbres locales, empezaba a crear problemas de convivencia con los autóctonos y amenazaba la continuidad de su cultura. Los bubis que habían huido de la servidumbre a la que fueron sometida por las tribus del continente, aprovechándose de su mayoría numérica y que llegaron a Fernando Poo haciéndola tierra suya, veían con preocupación el incremento de la población riomunensa. La supervivencia de su población pasaba por un control de esta inmigración. Edmundo Bosio fue claro en ese sentido: ...“otra vez las tribus continentales, abusando de su mayoría, tratan de someternos a servidumbre, lo malo es que ahora ya no tenemos tierra a donde ir”. “Si nos dejáis abandonados (refiriéndose a España), sabed que echáis sobre nosotros un porvenir de hambre y de miseria” (Edmundo Bosio, Conferencia Constitucional, 6 noviembre 1967). Además los bubis, siempre han esgrimido su hecho diferencial y han censurado la profanación de su cultura por parte de la inmigración procedente de Río Muni.
Por otra parte, el modelo autonómico empezaba a decantar los recursos generales en proporción desigual hacia las infraestructuras de la región continental. Para la población de Fernando Poo este reparto no correspondía con la capacidad de generación de ingresos de ambas provincias. No se apreciaba una voluntad de construir un proyecto global ni de respetar el reparto de poderes bubi–fang. Cada uno tiraba por su parte y pretendía imponer su voluntad sobre la otra. Los demás no contaban. En este juego, Fernando Poo tenía todas las de perder. La influencia de los riomunenses (concretamente los fang) en los estratos de poder amenazaba por sobrepasar. Y aunque desde un principio el bubi mostró su discrepancia con el modelo de gobierno que se gestaba a iniciativa de España, el mal sería menor mientras se mantuviera una cierta correlación de fuerzas. Pero el nguemismo, como el capitalismo, es implacable. Los ha ido arrinconando y poco a poco también su presencia en los órganos de poder se ha ido difuminando. El sistema era malo entonces (porque ignoró a las demás naciones) y ahora es horrible, porque excluye a todos. Con el paso del tiempo la nación bubi ha ido intensificando su mensaje, no siempre entendido por el régimen que se ha encargando de satanizarlo tacándolo de separatista. Tampoco en el escenario internacional, poco propenso a aceptar el desmembramiento del diminuto estado de Guinea Ecuatorial, atendería las reivindicaciones bubis. De ahí que la nueva corriente bubi, escasa por eso, apueste por un sistema Federal de naciones como aquel modelo de Estado que permitirá el concurso de todos en aquello que el profesor J. Bolekia denomina “cosa pública del Estado”. Porque le permitirá defender su lengua, cultura e idiosincrasia y a vivir libremente en su territorio (Justo Bolekia, periódico El Muni, 10/06/04).
El nacionalismo Fang y el N’goo ête
Para los fang “la independencia era buena noticia, ya que el pueblo quedaba libre y el nuevo presidente era fang, pero Macías defrauda las esperanzas del pueblo fang cuando trata de favorecer solo a los suyos, los demás fang eran de segunda mano...
(Monttes, El Semanal Guineano, 30/03/04)
El nacionalismo fang parte de la idea de la mayoría numérica para imponer una cultura única. Estamos ante un nacionalismo absorbente y sectario o regional. Con esta base tanto Teodoro Obiang como su antecesor Macías, y todos los fang nacionalistas, defenderán e impulsarán la uniformidad étnica del estado y a partir de un poder coactivo. Su proyecto de transformar Guinea en un Estado-Nación va camino de consolidarse, si no se median medidas correctoras a partir de las reivindicaciones de los demás grupos étnicos. La Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en su 61º periodo de sesiones (11 de marzo de 2005) advierte del empeño de la dictadura por “convertir a Guinea Ecuatorial en un país mono-étnico” y recomienda releer su historia (origen y asentamiento de sus pueblos) “para entender y encontrar una solución de convivencia consensuada”. Las bases para su consecución, algunas ya comentadas, consisten de imponer su lengua o idioma y reservar los puestos marginales de la vida pública y privada a aquellos que se identifiquen o se relacionen en idioma fang. Muchos de esos nacionalistas abiertamente se pronuncian solicitando que ya es hora de que en Guinea Ecuatorial se hable en idioma nacional. A la pregunta de ¿cuál debe ser ese idioma? Responden sin escrúpulos: –El que se vote mayoritariamente–. O sea, que la democracia de un hombre un voto tendría que ser la que dicte sentencia.
Pero este nacionalismo es además regional, de ahí que una reflexión negligente haría pensar que el fang como etnia o nación es la responsable de los males de este país o que todos los fang son depositarios de los beneficios del sistema. Y no lo es. En términos absolutos los fang han sido y siguen siendo los más castigados por el régimen, porque la visión sectaria del Estado impulsado desde Macías también se extiende hasta los confines clánicos. La dictadura, desde Macías, se preocupó primero de hacer una división étnica: por un lado los fang y por otro el resto. En principio casi todos los fang aplaudieron el modelo. Porque siendo todos “hermanos” pensaron, era su victoria frente a los demás. Se equivocaron porque a renglón seguido Macías separó los fang en: ntumu y okak. Enseguida a estos últimos, que se les identificó con el Nkô de Ondó Edú, empiezan a sentir la frustración y la persecución. Los fang marginados, no obstante, deberán conformarse sólo con la sombra que les brinda el hecho de ser de la misma etnia (fang) que la del presidente. Alguna ventaja acabarán teniendo frente a los annoboneses, bubis o ndowe. Mientras que los otros fang (ntumu en su mayoría) festejaban la táctica de Macías porque ahora habría más pastel por repartir.
También estos últimos se equivocaron porque el sistema acabó atrincherándose en su clan y comarca. De esta manera ser fang, ntumu e incluso de Mongomo ha pasado a ser una mera condición necesaria, pero no suficiente para los beneficios del sistema. Hay que identificarse aún más. Hay que pertenecer al club de los “elegidos”. Lo llaman N’goo ête, algo así como las entrañas del sistema, y lo exaltan con jactancia. Es el círculo íntimo donde se cuecen todas las maldades del régimen. Gozará de todos los derechos porque son los dueños del patrimonio nacional, incluso de la vida del resto de la población. En definitiva el sistema ha acabado marginando a más del 95% de la población, cierto es que en diferentes niveles de exclusión. De ahí que también este colectivo, defraudado por un modelo de gestión que a priori les iba a garantizar las mismas ventajas que a los demás, reclame el fin de la dictadura. Un cambio en la dirección del país, pero sin cambiar el modelo. La fórmula de un estado centralizado o una descentralización administrativa y de una democracia de mayoría numérica sigue siendo su apuesta. Nada que ver con la apuesta de la otra mayoría: la mayoría de las etnias.
El nacionalismo Annobonés
Los annoboneses defiende la unidad nacional, siempre que sean tenidos en cuenta también como parte de un todo. Caso contrario, “si no contamos en nada o para nada, mejor que nos dejen marchar y buscar por nuestra cuenta nuestro destino” – me repite un amigo, que por razones de confidencialidad prefiero mantenerlo en anonimato–. De manera que el nacionalismo annobonés está a caballo entro el ndowe y el bubi. Abogan por una estructura de país a partir de la pluralidad étnica, caso contrario estarán más próximos a las tesis de los bubis. Este doble posicionamiento está relacionado con sus orígenes y sobre todo con la evolución política del país desde la colonia. A partir del periodo colonial, a pesar de todas las inclemencias, los annoboneses perseveraron en formarse pero descuidaron la lucha reivindicativa. Como los ndowe, se conformaron con los retales de poder y esperaron la clemencia de los que regían los destinos del país. A Macías no le resultó difícil zanjar el problema. Su lejanía es una variable añadida al abandono que les viene sometiendo el sistema. Los 670 kms. que separa esta isla de Malabo serían suficientes para aislarlos e incomunicarlos del centro de decisiones del Estado y de privarles de todas las ventajas que pudieran ofrecer un Estado de derecho. Con Obiang la cuestión era tan sencilla como dar visto bueno a la política de su antecesor y carpetazo. Los diferentes gobiernos de Teodoro Obiang, incapaces de dar cobertura asistencial a las poblaciones de Guinea Ecuatorial, menos se preocuparán por la suerte que les pudiera tocar a los annoboneses. Abandonados a su suerte padecerán epidemias, insuficiencias sanitarias y de educación. A cambio serán premiados de vez en cuando con una legión de hombres del sistema para profundizar en el mestizaje unidireccional. Con este panorama el nacionalismo annobonés se cuestiona la viabilidad del actual modelo de estado con un posicionamiento claro: “Si somos parte del todo, también queremos participar de los beneficios que genera ese todo; de no ser así, debemos y tenemos el derecho de organizarnos libremente”. Su modelo de estado ajustado a la pluralidad étnica es el Federal en cuatro estaduales: Annobón, Bioko, Litoral e Interior (Partido Democrático Federal de Guinea Ecuatorial).
PROPUESTA DE GOBERNABILIDAD PARA EL FUTURO DE GUINEA
El derecho de los pueblos y de las minorías
“Las minorías nacionales tienen el derecho de administrar soberanamente el eje central de su identidad: su cultura. Esto incluye asuntos de idioma, educación, tradiciones culturales y credo, que es el factor crítico de su identidad” (Liberal Report, 2000,56).
Se puede concluir por lo tanto que en Guinea Ecuatorial ningún pueblo, etnia o región es soberano. El esquema actual de servidumbre a favor de una minoría en el poder es justo lo contrario de lo que debe ser una sociedad plural y tolerante, frente al cual nadie se siente legitimado sobre otros y nada debe comprometer al resto a aceptar sus dictados. Este análisis hubiera sido innecesario si los gestores de Guinea Ecuatorial gobernaran con criterios igualitarios. Eso no es así porque la cultura tribal que invade a sus mandatarios y los lazos familiares que sobreviven en estos ambientes les impedirán proyectar sus mentes hacia fuera. En estas condiciones los antagonismos étnicos juntamente con esta visión sesgada de Estado no permitirán crear una idea de un estado plural. “Las naciones cívicas, afirma Will Kymlicka, serán “neutrales” con respecto a las identidades etnoculturales de sus ciudadanos, y definirían la pertenencia nacional en términos de adhesión a ciertos principios de democracia y de justicia”.
La soberanía un derecho inherente de los pueblos
La soberanía de un pueblo o de una región no se crea, sencillamente es un derecho intrínseco que o se ejerce o no se ejerce. Si un pueblo no disfruta de su independencia simplemente es un pueblo sometido y le corresponde por derecho denunciar las injusticias de las que es objeto y por deber luchar por su liberación. Desde esta perspectiva, las reivindicaciones de las minorías no son una simple cuestión de capricho como se sostiene a menudo. Al contrario, la defensa de sus derechos y el fomento de cualquier unidad atómica están basados en los Derechos Humanos internacionalmente admitidos. Porque ninguna sociedad ni país puede llamarse una democracia si no reconoce, aplica y respeta también los derechos de las minorías. La libertad individual y la dignidad humana se postulan como la base de todos los derechos, un derecho universal e intrínseco al mismo hecho del ser humano. Las sociedades modernas son cada vez más heterogéneas en términos raciales, étnicos, culturales, o religiosos, debido a esta diversidad, siempre habrá grupos mayoritarios y unas minorías. La lucha por la reafirmación (del poder o de la identidad) o simplemente por la supervivencia en uno u otro caso a menudo desemboca en conflictos cuyo arbitraje corresponde al poder central; el de todos y para todos. Es por lo que un estado debe ser aquella estructura que dé amparo a todos sus ciudadanos y sensibilidades, independientemente de su condición o procedencia. Esto implica la obligación de los gobiernos de abstenerse de todos los intentos de asimilación coactiva y de proteger a las minorías contra otras formas de asimilación forzada (Liberal Report, 2000, 53). Porque dondequiera que existan minorías la mayoría debe respetar su ser diferente como parte integral y de su innato e inalienable derecho a ser diferentes y libres. Si estas reglas básicas se ignoran sistemáticamente, es cuando surgen recelos por el modelo y reivindicaciones nacionalistas o de identidad. Especialmente ahora que el debate respecto de un nuevo modelo de estado que atienda los derechos de los pueblos va tomando cuerpo en muchas partes del mundo frente a ese centrismo rancio.
El fracaso del modelo Estado–Nación, en su afán de crear culturas únicas y los desequilibrios económicos mundiales, como consecuencia del pensamiento único, ha acelerado la idea de autogestión locales y regionales. El resurgimiento del nacionalismo étnico en la Europa del Este tras el fin de la guerra fría, los derechos de los indígenas en latinoamérica o las reivindicaciones nacionalistas en la Europa Occidental, han contribuido en reabrir este debate, también en África, especialmente sobre el derecho de las minorías. Se observa además cómo en las democracias occidentales el derecho de estas minorías y grupos etnoculturales va siendo cada vez más una cuestión normativa. África por razones obvias no es una excepción, menos Guinea Ecuatorial, porque las sociedades africanas previo al hecho colonial (incluso posterior a él) se adecuan fundamentalmente sobre la base de sus valores culturales. Por su parte la dinámica internacional evoluciona hacia ese concepto de estados libres, plurales e interculturales. Porque la libertad es diversidad y democracia. Es por lo que hay que caminar hacia formas de vida más tolerantes donde también las minorías, cualquiera que sea su dimensión, puedan sentirse cómodas y suficientemente representadas.
La democracia
“En la práctica los africanos (mayoritariamente) no se identifican, todavía, con ideologías políticas como en Occidente...”
Lo más probable es que la situación no hubiera sido diferente si un Bonifacio Ondo Edu, algún ndowe, bubi o annobonés hubiese sido el Presidente de la Guinea Independiente. Porque el problema de este país es fundamentalmente social–étnico, aunque su solución requiera además herramientas políticas. Cuando se independiza Guinea Ecuatorial el desencuentro entre etnias y regiones, y por lo tanto la fractura social, era de tal magnitud que cualquiera que hubiese sido el Presidente seguramente se habría amurallado con los suyos, y a resistir. Las prisas que dieron paso a su independencia prematura y unificada favorecieron después un sistema que ha castigado a casi todos. Por lo que hay que acabar con él. Una nueva reordenación de Estado a favor de la ciudadanía y en contra de la exclusión serán las grandes cuestiones que en el día después del nguemismo se deben resolver como punto de partida hacia la democracia. Esta se debe entender como aquella caja de herramientas que permitirá corregir los errores del pasado y proporcionar mecanismos adecuados para la construcción de un estado multinacional.
Un sistema de “gobierno del pueblo, hecho para el pueblo, por el pueblo y responsable ante el pueblo” es el modelo defendido por Daniel Webster (1830) como el menos malo. A partir de aquí a este sistema se le bautizó como democracia por su cualidad de responder a las preferencias de los pueblos. La democracia –afirmó Churchill– “puede ser un sistema imperfecto o deficiente pero al menos permite que todos vivan en él”. La democracia también es: a) Dignidad. El respeto a los derechos fundamentales de cualquier persona es la base sobre la que se debe sustentar cualquier ejercicio de justicia. b) Diversidad. Es una característica inherente a la propia definición de Estado y al derecho de libre movilidad de las personas. A su vez, es lo que nos hace únicos (no tenemos por qué ser iguales, pero sí estar sujetos a las mismas reglas de juego) y nos permite examinar nuestra capacidad tolerancia. c) Diálogo. Esencial para llegar a acuerdos que a su vez darán paso a una sociedad justa. Digamos en este sentido que la democracia es un juego de equilibrios en el que todos deben ceder parte de sus posiciones estratégicas en beneficio del bien común. La negativa a esta cualidad, en una sociedad heterogénea y profunda, donde por otra parte los criterios étnico-regionales son más importantes, se entenderá como una pseudo-colonización hacia los excluidos. d) Derecho a la autodeterminación. Tiene que ver con el derecho a la existencia humana, su libertad y con la defensa de su identidad. Por ser un derecho de los pueblos, les permitirá la libre elección de su gobierno y tener soberanía sobre sus recursos. c) Desarrollo. La realización de toda persona, aquello que llaman empoderamiento, a partir de sus propias capacitaciones. Es la expresión suprema de la libertad humana y la fase última de la democracia. Una sociedad es demócrata si sus habitantes están en disposición de realizarse libremente conforme a las reglas de juego establecidas y a partir de sus capacidades.
Sin embargo, no todas las formas de organización y gobierno responden al mismo estilo de democracia. Cada pueblo o estado debe adecuarlo a las particularidades de su población. Fundamentalmente hay dos posiciones de las que se pueden derivar otras formulaciones: a) La democracia de las mayorías. Sus defensores afirman que es la que mejor responde a un modelo de gobierno del pueblo y para el pueblo. Goza de mayor aceptación y se defiende sobre todo en sociedades homogéneas o, en su caso, siempre que se puedan evitar vías de exclusión de las minorías. b) Democracia de consenso. Sus partidarios consideran que las democracias de mayorías son excluyentes y altaneras. Porque la esencia fundamental de la democracia es que todos los que están afectados por una decisión deberán tener la oportunidad de participar en la toma de esa decisión de manera directa o a través de sus representantes elegidos. “Impedir que los grupos perdedores participen en la toma de decisiones –dice Artur Lewis– es una clara violación del significado primordial de democracia”. “Que prevalezca la voluntad de las mayorías es el significado secundario de la democracia” (Arend Lijphart, 2000).
Las democracias clásicas basadas en la voluntad mayoritaria del pueblo no se ajustan a las características de la mayoría de los países africanos. En estos países las fuerzas nacionalistas, regionalistas, tribales o religiosas son más profundas y poderosas que los conceptos ideológicos; las mayorías absolutas en estas sociedades son antidemocráticas porque su gobierno (de la mayoría) presagia, más que una democracia, una dictadura encubierta de la mayoría. Una deficiencia ideológica que condiciona la actuación de los dirigentes en beneficio de su identidad étnica, regional o de su religión. Pero también es la razón fundamental por la que las minorías siempre se verán relegadas a todo tipo de marginación. Porque estas diferencias subdividen a la sociedad en verdaderas subsociedades. Además, a partir de la definición de Daniel Webster, la democracia en las sociedades heterogéneas (como las africanas) se debe entender como sistema de gobierno de los pueblos y para los pueblos. Ello supone la obligatoriedad de que esos pueblos discutan las claves de dicho sistema. La ausencia de este requisito hará que se esté en un estadio de imposición de voluntades y de que algunas naciones se sientan invadidas o colonizados por los que en teorías son sus connaturales.
El consenso
La política llevada a cabo desde la independencia consiste en defender un Estado abstracto y con una cultura homogénea. De ahí que este tipo de Estado y las instituciones que lo sustentan haya perdido toda su legitimidad porque son incapaces de salvaguardar el principio de la neutralidad etnocultural que sustenta cualquier Estado plural. Uno de los ocho criterios que propone Robert A. Dahl para medir la efectividad de la democracia es el derecho a ser elegido (Arend Lijphart, 2000). En Guinea Ecuatorial, la ausencia de una concepción ideológica impedirá cualquier tipo de gobierno dirigido por un candidato de etnia minoritaria. En consecuencia, el actual modelo de Estado no funciona; es excluyente. Hay que sustituirlo. Se seguirá languideciendo con él, si se quiere, pero ya no da más de sí. Es decir, si un político perteneciente al grupo minoritario, o a una determinada región, por la sencilla razón de serlo, no puede ser elegido o invitado a formar parte de los órganos de decisión o gestión, entonces estamos ante un sistema agotado. Fue mal concebido porque partió de bases equivocadas. Ahora cabe reformularlas. Además, las estructuras de un estado no deben ser estáticas. No tienen por qué serlo. Han de ir acomodándose a la voluntad del pueblo que las hizo posible. Si durante la Conferencia Constitucional (Madrid, 1967) la “mayoría” de las naciones guineanas optaron por un estado centralizado, es esa misma mayoría, habida cuenta de los nefastos resultados de casi cuatro décadas, la que ahora solicita la revisión de ese pacto.
Lo que pretendo sacar a la palestra es la gobernabilidad del Estado de Guinea Ecuatorial. Un Estado cuyas instituciones sean capaces de maximizar el bienestar social de todos. Porque si aceptamos que el modelo actual es insolidario y genera ingobernabilidad, parece razonable construir otro marco de concentración socio–político que elimine la marginación y la violencia de la que es objeto gran parte de la población. Una fórmula, en definitiva, que permita consensuar la gobernabilidad y convivencia de todos. “La voluntad de las personas que forman una comunidad plural permitirá fórmulas para resolver controversias e incompatibilidades. Hará posible objetivos comunes sin dejar de preservar sus identidades respectivas”. Tomo prestado el razonamiento político del Partido Federal Democrático de Guinea Ecuatorial. La fórmula democrática que permitirá corregir las imperfecciones del actual sistema será aquella que surja de un Pacto Social entre las diferentes naciones o etnias. Es decir una democracia de consenso, basado en reconocimiento y respeto de esa diversidad étnica y en la participación plural de todos. Incluso en la definición del modelo de estado. Permitirá maximizar la representatividad de la mayoría gobernante y responder al modelo del gobierno por y para los pueblos. En ese ejercicio se requiere, dejando al margen todos los movimientos y organizaciones políticas, sentar en pie de igualdad a annoboneses, bissio, bubis, fang y ndowe para consensuar entre todos un nuevo marco de interrelación. Porque la mayoría numérica no puede, ni debe, suplantar los derechos históricos de los pueblos. La política o políticos se limitarían a dar forma a esa voluntad plural. La democracia entendida en estos términos entraña una dimensión de relaciones e interlocución entre el gobierno y la sociedad civil a partir de un diálogo y negociación permanente entre los representantes regionales y sociales desde las bases.
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NOTA: Estos textos pertenecen al ensayo escrito por Muakuku Rondo Igambo, con prólogo de José Membrive, que lleva por título Conflictos étnicos y gobernabilidad: Guinea Ecuatorial (Ediciones Carena, Barcelona, 2006). Queremos agradecer a Edciones Carena su gentileza por facilitarnos la publicación en Ojos de Papel.