Reseñas de libros/No ficción
Jon Juaristi: “Cambio de destino” (Seix Barral, Barcelona, 2006)
Por Rogelio López Blanco, viernes, 10 de marzo de 2006
La biografía de Jon Juaristi es, en cierto modo, un elemento muy representativo del abanico de la vida política, social e intelectual española de los últimos cincuenta años. Vasco, nacido de verdad en Bilbao en 1951, fue un joven nacionalista que rápidamente se alineó con ETA. Estuvo entre los primeros en percatarse de la abominación del recurso al terror y abandonar las filas de la banda, precisamente poco antes del atentado que costó la vida al presidente de gobierno de Franco, Carrero Blanco (20-12-1973), cuando unos criminales bisoños se convirtieron en verdaderos profesionales del terrorismo.
La disidencia respecto a los métodos del nacionalismo terrorista poco a poco se transformó en una discrepancia de fondo en torno al propio discurso del nacionalismo vasco, basado en la distorsión de la historia y el culto del mito identitario que él mismo ayudó a socavar a través de significativos estudios que alcanzaron notable eco público, principalmente el volumen titulado El bucle melancólico, que obtuvo en 1997 el prestigioso premio Espasa de ensayo.
Juaristi empezó militando en la ETA de 1967 y la abandonó en 1972, siguiendo a la facción mayoritaria de la VI Asamblea liderada por Patxo Unzueta, persona hoy vinculada al diario El País, que se adhirió a la línea trotskista, con los años se convirtió en un enemigo de los criminales y acabó, como tantos otros de sus ex-compañeros, teniendo que ser escoltado y exiliándose de la región que le vio nacer. La situación histórica de España en los años 60, los orígenes familiares, el régimen político dictatorial y un largo cúmulo de circunstancias, hicieron que alguien con un temperamento tan individualista y rebelde, renuente a las adhesiones inquebrantables, con un agudo sentido de la crítica y particularmente socarrón e irreverente, acabase profesando un activismo que, aparentemente, según se desprende de la lectura de estas memorias, no encajaba precisamente con su personalidad. El título del libro cobra todo su significado, pues, en este contexto.
Sólo los tiempos de la dictadura hicieron que alguien tan independiente en sus criterios se involucrase políticamente. El correlato de esto es que, de modo gradual, fruto de su inconformismo crítico, a partir de una evolución moral que repugnaba del uso de la violencia, fue recorriendo todo el espectro político hasta el alejamiento definitivo del nacionalismo, de la izquierda y de Bilbao, quizá lo más difícil
En las memorias de Jon Juaristi tanto los sucesos políticos como el análisis de la explicación del “conflicto vasco” y sus propias contribuciones a ese debate sólo ocupan una parte del espacio total del libro, otras porciones se centran en los antecedentes familiares, en su formación académica, en las controversias de carácter filológico, especialmente en torno al euskera, en sus amigos y gente notable que ha conocido, salpicado en ocasiones el conjunto de anécdotas reveladoras. Así pone al alcance del lector las controversias políticas e intelectuales con Juan Aranzadi, Patxo Unzueta, Mario Onaindía... Por el contrario, es difícil encontrar algo de relativa importancia relacionado en este ámbito con representantes de la izquierda abertzale o del PNV, gente, por lo general, de cortos alcances.
Como es lógico, Jon Juaristi empieza remontándose a sus ancestros, algo muy vasco, sus bisabuelos. En ese clan aparecen todas las etiquetas políticas, liberales, carlistas, euskalerriacos, nacionalistas, republicanos... que constituyen un ejemplo de la pluralidad y riqueza de la vida social y pública vasca. También sus formas de ganarse la vida, si bien este aspecto tiene menos rango que las cuestiones políticas, otra perspectiva que denota el particular devenir histórico de la provincias vascas en los últimos cuarenta años. En las autobiografías el autor, cuando trata de sus predecesores suele abordar las ocupaciones y sus peripecias vitales, en las que la política no suele ser algo predominante. En País Vasco, por causas obvias, ocurre lo contrario. Por poner un ejemplo, en Galicia haber tenido un abuelo carlista no pasa de ser una anécdota, en Euskadi es un rango que gravita sobre el presente. Para quien piense en las consecuencias, una auténtica lata.
Este es el preludio más adecuado para entrar en la militancia política del autor. Juaristi, influido por su abuelo y por el ambiente intelectual que le rodeaba, fue un niño prodigio nacionalista. Aprendió por su cuenta el euskera y se empapó tempranamente de lecturas relacionadas con aspectos históricos y literarios del País Vasco, empezando por el autor cimero del romanticismo nacionalista vasco, Chaho. No por eso dejó de absorber como una esponja todo tipo de lecturas que caía en sus manos, lo que recuerda a esa infancia gozosa que relata Savater en su autobiografía.
Juaristi ingresa en ETA a los 16 años, en 1967, cuando ya se sentía capacitado para aceptar la invitación de unos familiares. Tipo pundonoroso, no se somete a las jerarquías, menos si van acompañadas de la pantomima representada por tipos que presumen de duros. Ya, pues, desde la primera toma de contacto política, algo que también se había manifestado en el propio colegio, se constata que el personaje siempre se mueve como pez en el agua en los márgenes, en lo fronterizo, con una impenitente inclinación hacia el inconformismo y, en consecuencia, la disidencia. Visto desde estos tiempos, nadie encajaba tan mal, por su carácter indómito e inconformista, como Jon Juaristi para militar disciplinadamente en las prietas filas de una organización sólidamente jerarquizada. Sólo los tiempos de la dictadura hicieron que alguien tan independiente en sus criterios se involucrase políticamente. El correlato de esto es que, de modo gradual, fruto de su inconformismo crítico, a partir de una evolución moral que repugnaba del uso de la violencia, fue recorriendo todo el espectro político hasta el alejamiento definitivo del nacionalismo, de la izquierda y de Bilbao, quizá lo más difícil.
Juaristi distingue en los sesenta entre la ETA del Bilbao, la del Ensanche, y la plebeya, la de los suburbios y pueblos, la conformada por aquellos carentes de “estirpe” que nutrieron las filas de los más aguerridos, una distinción que se borra en los setenta. Su valoración de aquella ETA no puede ser más cruda, profundamente negativa y pesimista: la actuación de la organización terrorista fue absolutamente contraproducente y negativa, casi tanto como en tiempos democráticos
Juaristi distingue en los sesenta entre la ETA del Bilbao, la del Ensanche, y la plebeya, la de los suburbios y pueblos, la conformada por aquellos carentes de “estirpe” que nutrieron las filas de los más aguerridos, una distinción que se borra en los setenta. Su valoración de aquella ETA no puede ser más cruda, profundamente negativa y pesimista: la actuación de la organización terrorista fue absolutamente contraproducente y negativa, casi tanto como en tiempos democráticos. Cualquier salvedad, como dice él mismo de su amigo Mario Onaindía, cuando señala que éste encarna el deseo de aliviar el alma de su generación subrayando el carácter antifranquista de su militancia, no parece ser una tergiversación, sino más bien una confusión que permite alguna posibilidad de abrigo. El componente antifranquista y el antiespañol apenas se podían separar en los sentimientos de los activistas, tal era la innegable disposición del régimen dictatorial. La contradicción sólo se resuelve desde la perspectiva histórica, no desde luego de la que disponemos hoy en día, bastaba con la que se podía tener a comienzos de la Transición. ETA, con el consentimiento afectuoso y hasta el apoyo de las otras organizaciones nacionalistas y de izquierda, sobre todo de la más extrema y algo del PCE en Euskadi, pervirtió de tal forma los procesos políticos y sociales en el País Vasco que se puede decir que ha logrado plantear la “cuestión vasca” en las coordenadas que más le han convenido, es decir, en los términos de lo que se ha denominado el “conflicto vasco”, un proyecto de violencia totalitaria que ha transformando profundamente mentalidades y modos de socialización de la población, afectando incluso a la estructura económica de la región.
En mi opinión, la cuestión ha tenido tal entidad y calado que se puede plantear la hipótesis de que su derrota, la de ETA y sus organizaciones satélites, significaría el derrumbamiento del proyecto nacionalista vasco en cualquiera de sus manifestaciones. De tal modo ha impregnado la organización terrorista el escenario vasco, que su final, en forma de liquidación política, supondría un giro histórico radical. Por esta razón es poco concebible que se acaba la coacción violenta, aunque no el asesinato, como se ha demostrado clamorosamente en el caso norirlandés, muy bien estudiado por Rogelio Alonso.
Antes de terminar este comentario, creo que es muy oportuno destacar un episodio, al que se ha aludido más arriba, que Jon Juaristi cree fundamental. Para él, nadie como su fraternal amigo Mario Onaindía (condenado a muerte en el juicio de Burgos, en 1970), por su prestigio y autoridad moral dentro del ámbito del antifranquismo vasco, podía ser tan adecuado para desacreditar “públicamente la historia de ETA, desde sus orígenes”: “Bastaba que hubiera dicho algo como nos equivocamos; aquello fue un desatino trágico desde que empezó”. Pero no lo hizo, porque la “memoria de la ETA del franquismo estaba totalmente distorsionada en aras de la tranquilidad de conciencia de sus antiguos militantes”. En fin, que para cada uno de ellos “ETA había sido una honrada organización revolucionaria, democrática y antifranquista, todo a la vez, hasta el momento en que decidió abandonarla”. En el año 1986, Bandrés, uno de los jefes de filas de Euskadiko Ezquerra, partido de la izquierda vasca contrario al terrorismo, leyó en un mitin unos versos de Juaristi:
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes
Y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: esos es todo
Tras otra intervención de Kepa Aulestia quien empezó proclamando “Nosotros que tomamos las armas en defensa de la democracia...”, Juaristi acabó estallando cuando Onaindía le preguntó qué le habían parecido las intervenciones: “Nuestros padres mintieron, nosotros mentimos y, a este paso, nuestros hijos seguirán mintiendo. ETA nunca luchó por la democracia. Lo sabes bien y es tu responsabilidad decírselo a éstos”.
Desde luego Jon Juaristi sí ha cumplido con la suya, con creces.