Reseñas de libros/No ficción
Una defensa del sistema constitucional y autonómico español
Por Rogelio López Blanco, miércoles, 2 de noviembre de 2005
La lectura de este libro no puede ser más apropiada para los tiempos que corren, ahora precisamente que con la apertura del nuevo curso político se aborda el comienzo del proceso de reforma constitucional. Sin embargo, no se trata de un producto de coyuntura, por fundamental que esta sea. Al contrario, es fruto de una larga meditación y logro de una amplia labor de investigación y debate, con la ventaja añadida de su accesibilidad, por su brevedad y fluidez, para el lector medio.
Ello no obsta para que haya una parte que pueda resultar algo árida, como la dedicada a explicar las diferentes vías de acceso a la autonomía a tenor de las disposiciones constitucionales y las decisiones e intenciones de los agentes constituyentes, pero afecta solamente a un capítulo y es absolutamente imprescindible para entender el contexto general. Nada hay de criticable en ello.
El constitucionalista Blanco Valdés, de quien se pueden leer excelentes artículos de análisis político todas las semanas en La Voz de Galicia, además de contribuciones en revista de pensamiento y otras más especializadas en materia de su competencia estrictamente profesional, de la que hay mucho y bueno en este volumen, establece en el libro objeto de este comentario dos grandes líneas paralelas que compara y disecciona. Por un lado, aparece la concepción el sistema federal de corte autonómico que es hoy el Estado español, consecuencia de una auténtica revolución territorial que ha tenido lugar en poco más de dos décadas y que, a juicio del autor, se ha coronado con gran éxito en cuanto a las mejoras que ha introducido. La contrapartida, el aspecto negativo, que no tiene que ver con el funcionamiento del sistema en sí, es que los nacionalismos periféricos, pese al enorme caudal de transferencias, poder y garantías que han alcanzado, permanecen hasta tal punto disconformes que llegan a sostener el esperpéntico discurso de que parecen estar peor que al principio del proceso que llevó a la creación del propio sistema autonómico. La razón de esto no afecta tanto a la nueva distribución territorial del poder como a la naturaleza de dichos nacionalismos, a sus expectativas y a la necesidad de mantener la tensión que indefinidamente les alimenta.
Detrás de toda la palabrería y la patrañas de muchas de la pretensiones de los nacionalistas no existe más que la ausencia de razón y el cultivo del victimismo como instrumento político
Blanco Valdés desvela las contradicciones de sus peregrinas reivindicaciones, su falta de sentido, el vuelo gallináceo de sus pretensiones y del discurso de sus líderes, y proporciona un arsenal de refutaciones y el dispositivo sicológico para defenderse de la incesante ofensiva. Uno de sus argumentos suena particularmente lleno de sentido común y, por ello, poco refutable, para aquellos a los que la ofensiva de los nacionalismos periféricos no quieren verse empujados hacia las redes de un nacionalismo español de signo contrario, por justificado que pueda estar debido a los terribles excesos en que han incurrido los periféricos, que en que el caso vasco alcanza unos extremos inaceptables para cualquier persona que se considere demócrata.
Se trata del reconocimiento objetivo “de las clarísimas ventajas convivenciales de nuestro actual Estado democrático sobre las que se derivarían de una eventual estatificación de las naciones que pretendidamente lo componen”, pues dicho Estado es producto de una decantación histórica de “varios siglos de convivencia en armonía y/o en conflicto”. Finalmente, “la inmensa mayoría de los ciudadanos” “ha terminado aceptando su pluralidad”. “Sería una catástrofe, y una soberbia estupidez, romper y separar, para sustituirlo por espacios construidos sobre supuestas identidades nacionales hoy sencillamente inexistentes, que solo podrían ser reconstruidas, por lo tanto, a golpe de política estatalizadora. Sabemos ya lo costoso que fue ese proceso para la construcción del actual Estado español como para lanzarnos a repetir esa historia llena de sufrimientos y desgracias”. Imposible más sensatez y sentido común.
Detrás de toda la palabrería y la patrañas de muchas de la pretensiones de los nacionalistas no existe más que la ausencia de razón y el cultivo del victimismo como instrumento político. Fernando Savater, autor del exquisito prólogo de este magnífico libro, lo explica con su particular ironía crítica: ¿Hay mayor ridiculez que oír calificar una y otra vez como “rancia” cualquier mención a la imprescindible unidad legal del estado de Derecho, mientras cualquier mención a la imprescindible unidad legal del Estado de Derecho, mientras que pasan por modernos y aún por progresistas” los que legitiman sus aspiraciones con referencias prehistóricas a los que ningún decurso histórico logra por lo visto afectar?”