En opinión de Dámaso López, una opinión fundada y trabajada como pocas de las
que yo he conocido hasta la fecha, los franceses seguían generando los trabajos
más arriesgados, avanzados e iluminadores, situándose por delante de otras
tradiciones tan sólidas como la anglosajona o la germana. Pero al cabo de un
momento, fruto sin duda de una meditación poco menos que instantánea, apostilló:
“claro que siempre hay que tener en cuenta a los italianos; no es que sean
legión, es cierto, pero los que han sobresalido en el panorama europeo del
último medio siglo siempre han hecho gala de dos características muy
interesantes y definidoras: su multidisciplinareidad humanística y la asombrosa
sutileza incisiva y natural de sus análisis”. E inmediatamente puso sobre la
mesa algunos ejemplos de este tipo de intelectuales italianos a los que
podríamos calificar como “letraheridos”, para diferenciarlos así de los
intelectuales que desarrollan su labor en ámbitos relativos a las ciencias
naturales y experimentales. La lista de ejemplos incluía a Mario Praz, Claudio
Magris, Norberto Bobbio, Italo Calvino, Massimo Cacciari o Umberto
Eco…
La verdad es que esta importante nómina de intelectuales italianos
presenta contundentemente los rasgos que les adjudicaba hace diez años mi amigo
Dámaso López. Todos han publicado trabajos fundamentales en sus respectivas
disciplinas, todos hacen gala de una solidez argumental que se plasma en el
papel con singular naturalidad, y casi todos suman a su labor de ensayistas de
prestigio internacional otras condiciones en las que también han destacado al
menos en su país de origen. Así algunos han ejercido como profesores
universitarios, políticos, periodistas, novelistas…, e incluso alguno ha
desempañado más de dos de estos oficios a la vez. El intelectual italiano de
esta altura parece disfrazarse con los ropajes del diletante como si considerase
de pésimo gusto hacer académicos alardes de conocimiento. El intelectual
italiano cuando reflexiona parece hacerlo no desde la cátedra ampulosa o el
púlpito consagrado, sino con la voz distendida y mesurada de quien pela una
naranja, se toma un café, juega una partida de cartas o contempla con la mirada
acostumbrada los deslumbrantes frescos de un maestro del
Renacimiento.
El concepto “belleza” que se maneja
en esta obra está aplicado en un amplio recorrido histórico casi exclusivamente
en dos grandes direcciones: su plasmación plástica a través de pinturas,
construcciones y objetos, y finalmente su proyección en la figura humana y su
representación artística
Perteneciente a esta clase italiana de finos intelectuales es
el autor del libro que aquí comentamos, Umberto Eco. Nacido en el Piamonte hace
72 años, en la actualidad es profesor de semiótica y presidente de la Escuela
Superior de Estudios Humanísticos en la prestigiosa Universidad de Bolonia.
Entre sus ensayos pueden destacarse los libros Obra abierta, Tratado
de semiótica general, La búsqueda de la lengua perfecta, Kant y el
ornitorrinco, Sobre literatura…, y las novelas El nombre de la
rosa (un bestseller a escala planetaria que fue incluso llevada al
cine con enorme éxito por el director francés Jean Jacques Annaud), El
péndulo de Foucault, La isla del día antes, Baudolino y en
breve aparecerá en las librerías españolas su última obra de ficción, La
misteriosa llama de la reina Loana.
El último libro del profesor Eco
publicado en España lleva por título Historia de la belleza. Y quizá lo
primero que haya que decir del tomo es que en sí mismo es una belleza.
Desconozco si el escritor italiano ha pedido a las editoriales que, dada la
naturaleza del trabajo, cuiden con especial ahínco su edición. En todo caso a la
publicación española sólo cabe adjuntarle el calificativo de espléndida, tanto
por la calidad de las reproducciones y el muy cuidado diseño de la páginas, como
por el tamaño y manejabilidad de la obra. En suma, nos encontramos con una
maravillosa y no muy costosa edición realizada por Lumen que se encuentra en las
antípodas de las por general no muy afortunadas ediciones con las que en España
suelen lanzarse al mercado los ensayos.
Pero una vez que hemos hablado
del continente, y la ocasión desde luego lo requiere, pasemos al contenido. El
mayor y quizá único gran pero que tiene este esfuerzo de Umberto Eco nace
precisamente del título (Storia della belleza dice el original italiano),
un título que conduce a la confusión y que a fin de cuentas no ofrece lo que su
ambiciosa construcción promete.
Hay que comenzar señalando que en modo
alguno estamos de verdad ante una historia de la belleza, propósito que de
llevarse rigurosamente a cabo sería imposible no realizarlo mediante un
amplísimo equipo de colaboradores y cuya realización implicaría decenas y
decenas de volúmenes. Otras dos precisiones necesarias acotan sobremanera las
expectativas que podría despertar el título de la obra: por un lado el trabajo
de Eco sólo trata la “belleza” desde un punto de vista o concepción occidental,
y por otro, el concepto “belleza” que se maneja en esta obra está aplicado en un
amplio recorrido histórico casi exclusivamente en dos grandes direcciones: su
plasmación plástica a través de pinturas, construcciones y objetos, y finalmente
su proyección en la figura humana y su representación artística. Este
planteamiento deja además de soslayo la aplicación del término “belleza” a otras
manifestaciones tanto del mundo físico o natural como del creado por la mano del
hombre, y me refiero en este punto a la música, la literatura,
etc…
Umberto Eco repasa con singular
concisión y claridad asuntos tales como la belleza de los monstruos, la luz y el
color en la Edad Media, la razón y la belleza, la religión de la belleza, lo
sublime, la belleza romántica...
Quizá quien haya llegado hasta aquí en este juicio crítico
tenga ahora mismo la impresión de que la historia de la belleza de Umberto Eco
no tiene mayor interés, y si pensara tal cosa se estaría equivocando de medio a
medio y yo habría hecho muy mal mi trabajo. No, el libro de Eco es muy valioso
en lo que sí ofrece, lo criticable es que, y espero no estar siendo en exceso
reiterativo, no ofrece lo que anuncia. Pero el logro principal de Umberto Eco es
haber conseguido escribir una pequeña y utilísima enciclopedia de urgencia sobre
muchos de los asuntos clave que desde los griegos hasta nuestros días han girado
en occidente en torno a la idea de belleza.
Eco estructura el libro
atendiendo a dos cauces paralelos: la cronología y los asuntos clave de cada
momento histórico relacionados con la plasmación, fijación, representación,
difusión y evolución del concepto belleza. Así, viajando en el tiempo desde el
ideal estético en la antigua Grecia hasta las formas abstractas de la belleza o
la belleza en los mass media en nuestros días, Umberto Eco repasa con
singular concisión y claridad asuntos tales como la belleza de los monstruos, la
luz y el color en la Edad Media, la razón y la belleza, la religión de la
belleza, lo sublime, la belleza romántica, la belleza de las máquinas, damas y
héroes..., ayudándose para hacer comprender mejor su exposición o discurso de
decenas de ilustraciones y de textos alusivos firmados por “colaboradores” como
Platón, Petrarca, Boccaccio, Dante, Heine, Cervantes, Hume, Kant, Goethe, Hegel,
Delacroix, Gautier, Oscar Wilde, Baudelaire, Kafka, Marinetti, Barthes, y un
largo, largo, etcétera.
En este sentido, puedo abrir el libro dejándome
guiar por el azar y tropezar, por ejemplo, con una concisa definición en apenas
dos páginas de “la dialéctica de la belleza en el siglo XVIII”, mientras a la
vez contemplo una magnífica reproducción de una pintura de 1770 de Fragonard y
leo unas líneas de Rousseau. Y si vuelvo a recurrir al azar me topo con unos
párrafos sobre el Art Nouveau y el Art Déco ilustrados por un
dibujo de Philippe Wolfers y un texto de Dolf Sternberger acerca del
Jugendstil.
Vuelvo a insistir para terminar. En modo alguno nos ha
dejado Umberto Eco una historia de la belleza en el sentido ajustado de la
frase. Pero sí ha creado una herramienta hermosa y eficaz para acercarnos con
sentido y oportunidad a un conjunto de variados aspectos relacionados con la
idea occidental de belleza a través de los siglos. Si este logro es valioso o no
dependerá del juicio personal de cada cual, a mi me parece un acierto al alcance
sólo de uno de los grandes.