El imaginario
condado de Wessex, trasunto de la Inglaterra rural de Hardy, es el escenario de
la historia de la joven Grace
Melbury, cuyo padre, un próspero comerciante maderero, ha enviado a la gran
ciudad para que reciba una buena educación lejos de lo que él considera un
entorno tosco y poco refinado. A su llegada a su pueblo natal, Little Hintock,
se reencuentra con el que desde niña estaba destinado a convertirse en su
marido, el comerciante de sidra Giles
Winterborne, quien, pese a amarla sin condiciones, parece no estar ya a la
altura de Grace; la educación y las vivencias fuera del hogar paterno la han
situado entre dos clases sociales en las que no termina de encontrarse cómoda.
La entrada en escena del ambicioso y misterioso médico de la región, Edred Fitzpiers, aristócrata de
nacimiento, compondrá un complejo triángulo de amores y desamores en los que el
paisaje y la naturaleza serán reflejo de las emociones de los
personajes.
El escenario en el
que sitúa a sus criaturas Thomas
Hardy no es, por tanto, gratuito. En Los habitantes del bosque la naturaleza cobra un especial
protagonismo y la historia fluye marcada por sus ritmos: sus habitantes
viven el ciclo de las estaciones, que marcan el inicio de la tala, la producción
de la sidra o de la caída de la hoja, más allá de lo que implica en su trabajo.
En este sentido, Hardy consigue modelar el paisaje de su imaginario Wessex
transmitiendo al lector las tonalidades y las texturas que emanan de éste y, por
tanto, de las emociones de sus personajes: la melancolía y la laboriosidad del
otoño, la alegría de la primavera, la calidez del verano…
Los habitantes del bosque narra una
historia de fuerza evocadora y potencia narrativa; ninguna descripción es
gratuita y cualquier detalle está medido. La naturaleza se describe más allá de
lo ornamental: está viva y emociona como
los personajes. Así, en un momento de la novela el personaje de Grace
reconoce que “Hintock tiene el curioso
efecto de embotellar las emociones hasta que uno ya no puede contenerlas”
(2). En su recorrido narrativo Thomas Hardy es capaz de evocar ese espacio
natural y darle vida sin caer en el sentimentalismo, impregnando la historia de
los olores, sonidos y colores de la comarca de Wessex y del pueblo de Little
Hintock.
En este sentido, lo
rural y la naturaleza, de la mano de Hardy, alcanzan estatus de espacio
primigenio, frente a la corrupción de la ciudad, estableciendo un diálogo con
Virgilio en su cálido retrato de su Inglaterra rural.
No obstante, no es
esta novela un retrato feliz de una Arcadia imaginaria. Thomas Hardy impregna su historia de cierto pesimismo y
en ella se observa la importancia del destino como motor e influencia en los
personajes, marcados por una suerte de determinismo social. Los habitantes del bosque se construye a
través de un retrato sutil de personajes a los que une un destino de infelicidad y un cierto halo de
soledad producto de muchas de sus luchas internas. Así, Grace Melbury se
debate entre sus pasiones y la obediencia hacia su padre, quien le impone un
matrimonio sin tener en cuenta sus verdaderos sentimientos, que Grace no
consigue reconocer de forma honesta. Por su parte, Giles Winterborne se resigna
a la nueva situación de su amada y no es capaz de luchar por ella avergonzado
por su condición social. Tampoco es feliz el médico Fitzpiers, enamorado de una
mujer con la que en su juventud vivió un romance, la señora Charmond,
propietaria de las tierras donde Winterborne trabaja. Este entramado de
infelicidades y amores no correspondidos entreteje una historia de regusto
amargo en la que los límites de las clases sociales se imponen sobre las
criaturas de la novela sin que éstas sean capaces de romperlos con
determinación.
No es de extrañar,
con estos mimbres, que la novela supusiera, como lo fueran sus obras posteriores
Tess d’Uberville (1891) o Jude el Oscuro (1895), un escándalo en
su época, y que Hardy, cansado de una crítica corta de miras, tirara la toalla y
se dedicara a la poesía en exclusiva. En Los habitantes del bosque el escritor
británico no critica ni denuncia, pero pinta en su fresco rural cuestiones que en la época causaron
desagrado: el papel de la mujer como objeto de transacción, las servidumbres
del matrimonio o el determinismo social. Y, de manera patente, todo un torrente
de pasiones y anhelos que hacen que los personajes de la novela intenten
trasgredir su clase social. Como apunta el traductor Roberto Frías en el
postfacio de la edición de Impedimenta, hay una “cadena de amores y deseos no
correspondidos” (3) que actúa como hilo invisible que une el collar que
agrupa a los personajes. El que Hardy mostrara esos impulsos capaces de vencer
los muros del determinismo social supuso un escándalo mayúsculo y la crítica
feroz de muchos intelectuales.
Pero de eso ya han
pasado más de cien años y Los habitantes
del bosque demuestra que sigue en plena forma y que ha envejecido de manera
envidiable. Reencontrarse con una novela tan decimonónica en el buen sentido de
la palabra, donde el placer de leer surge más que de su historia, de la
evocación de los paisajes y las emociones contenidas de sus personajes, es un
regalo al alcance de todos. A veces utilizar una frase manida resume a la
perfección la necesidad de acercarse a una novela. Y es que los clásicos nunca
mueren. Y Hardy lo es. Vaya si lo es.
NOTAS
(1) Nostalgia de ser
ludita, por Pilar Vera. Publicado en el Diario de Cádiz
(21/01/2013).
(2) Thomas Hardy, Los habitantes del bosque (traducción y
postfacio Roberto Frías), Madrid, Impedimenta, 2012, página 230.
(3) Ibidem, página 450.