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Lola López Mondéjar:  <i>Lazos de sangre</i> (Páginas de Espuma, 2012)

Lola López Mondéjar: Lazos de sangre (Páginas de Espuma, 2012)

    TÍTULO
Lazos de sangre

    AUTOR
Lola López Mondéjar

    EDITORIAL
Páginas de Espuma

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-8393-168-4. Madrid, 2012. 218 páginas. 17 €



Lola López Mondéjar

Lola López Mondéjar


Reseñas de libros/Ficción
Lola López Mondéjar: Lazos de sangre (Páginas de Espuma, 2012)
Por José Cruz Cabrerizo, martes, 2 de abril de 2013
A propósito del libro de Lola López Mondéjar me he puesto a pensar en la sangre, y lo único que se me ha venido a la cabeza es lo importante que es (la sangre), que todo lo llena. Por aquí de vez en cuando hay quien utiliza “llenar” por “ensuciar”, pero yo me refiero al llenar de “estar presente”.

Aunque antes de nada debo indicar que la sangre también está llena: además de los leucocitos, hematíes, plasma, y otras lindezas que nutren este tejido (no olvide que la sangre es un tejido) se compone de letras. “La letra con sangre entra”. O las letras de Bodas de sangre de Lorca, que se hermana con Letras de sangre de Lola López Mondéjar a través de la sangre, y a través de que ella es murciana, como el apellido “Lorca”. Porque el mundo es un pañuelo. Ese pañuelo de blanco nuclear que asoma en las películas cuando a alguno le revientan la nariz de un puñetazo. 

La sangre también me ha hecho recordar a un compañero de colegio de mi barrio que me dijo que si tomabas mucho limón la sangre se te hacía agua. La de años que reflexioné sobre el tema, ahora convenciéndome, ahora considerándolo un bulo (que hoy dado nuestro aislamiento en las redes sociales llamaríamos “fenómeno viral”).  Y también me he acordado de cómo años después, cuando a veces veía hacer el test de velocidad de sedimentación de la sangre en un laboratorio clínico, me acordaba (esto empieza a parecerse a un set de matriushkas rusas) de mi compañero de colegio: al cabo de un rato, la parte de abajo de las pipetas conteniendo las muestras de sangre era más oscura, y arriba quedaba un agüecilla. Cuanto más rápido aparecía el agüecilla, peor para el individuo o individua, más “velocidad en la sangre”  tenía. Y aún entonces, como por ensalmo, pensaba si aquellos habrían tomado demasiado limón.

 

Si todos los libros de relatos que he leído se pudieran someter al test de velocidad de sedimentación, y si lo que yo llamo “el agüecilla” fueran los relatos menos consistentes de los libros, observaríamos en cualquiera de ellos la formación de bandas de color (algo parecido a un cromatograma) en la pipeta. Quiero decir: los relatos más flojos, los que licúan la sangre narrativa del libro, están repartidos por toda la superficie escritoria. Pero curiosamente, el caso de la colección de relatos de Lola López Mondéjar es diferente: parece como si lo hubieran sometido a otro método de separación física, el centrifugado, que deja arriba el “sobrenadante” y abajo el “pellet”, dos bandas perfectamente delimitadas. Dicho en número de páginas: un 87% me ha colmado de una absoluta felicidad lectora. Dicho como si de una estación se tratara: al llegar a la sección Petits Fours me ha parecido que “El pacto”, Cuestión de olfato”, y “Sospecha” (este por su facilón final sorpresivo) hacen un flaco favor a su madre (la autora). Aun así no está de más que quien lea esto lo recuerde: en una novela se arriesga una vez, aquí la autora ha corrido en total 17 veces por el filo de la navaja.

 

Ya por el lado de lo bueno, lo primero que salta a la vista es ese aspecto transversal a todo el libro que se refiere a la exquisita construcción de unos personajes casi corporales que gozan de absoluta credibilidad. Pero antes de que se me olvide, otra cosa importante: Lazos de sangre pone sus miras más allá de su propio título. “Las invitadas” es el fondo de escala de este medidor emocional en forma de libro, un relato que en realidad no se refiere a las relaciones humanas. A ver si me explico: en nuestro subsconciente tenemos grabada la función de idolatría al dinero y a las posesiones materiales. Es algo natural, “consustancial a la vida”, que  diríamos. El catálogo de los becerros de oro a los que adoramos son los normales de todo el mundo. A poco que uno piense verá que se profesa un verdadero amor pasional que jamás decae por estos elementos. Sin embargo, hasta qué punto estamos dispuestos a ciertas transgresiones: quizá no le parezca raro que su vecino que trabaja de sol a sol en un andamio pierda la cabeza y se gaste un dineral comprándole al churumbel la equipación oficial de su equipo, pero sí que cuando lo lea, le va a resultar del todo ridículo y descabellado que esta madre se apasione con Venecia. ¿Estamos locos o qué? Desvelar aspectos de la realidad evidentes pero que nos pasan desapercibidos y normalizarlos es desde luego uno de los logros de la mejor literatura.  

 

Bueno, pues que digo yo que un relato no es más que un personaje al que le pasan cosas que consumen tiempo. El tiempo no importa en estas primeras narraciones tan largas (salvo en el muy futurista y realista “El huerto”, con su logrado e inquietante mensaje); importan los actores (sic) y las cosas que les pasan en su mundo interior que al fin y al cabo van a determinar las circunstancias de su mundo exterior. O las cosas de su mundo exterior, que fueron antes, y determinan su mundo interior. En ese sentido “Vicolo D’Orfeo” es un relato así de bidireccional que se hace grande desde la sencillez asalariada de una familia. La madre de Renzo cree que enterrado su marido, con él se enterró su crimen, y si no, la negación puede hacer el resto. Un crimen familiar sin sangre (salvo la del himen, eso nunca lo sabremos) ya masticado por el cine, la literatura, las fotonovelas, y los seriales, y que de primeras, sin saber más, podríamos considerar narrativamente oportunista y la mar de manoseado (a partir de esta palabra no estoy tratando de hacer una gracieta con el terrible trasfondo incestuoso del relato). Lola López Mondéjar como escritora inteligente que es, saca del relato lo que podría haber resultado un rentable y cómodo molde a base de amarillismo de revista femenina de baja estofa, y agarra el sentimiento de culpa para formar una especie de cinta de Möbius. Uno no es culpable por omisión o denegación de auxilio si duda de la veracidad de algo. Pero si te sientes culpable por que dudas, y la culpabilidad te lleva a pensar finalmente que no hay duda posible, que eso ocurrió, y ahora dudas de que en caso de que lo hubieras sabido antes habrías actuado de forma contundente, entonces eres Renzo, una cinta con una sola cara.

 

La mayoría de los ignorantes nombramos a Freud como si este fuera de la familia. Por eso yo me voy a atrever a decir que este relato anterior, así como “El hermano gemelo” y “La herencia” tienen un marcado matiz sicoanalítico. Primero, a pesar de la correctísima y bien adornada ambientación exterior los relatos se nutren del mundo interior de los personajes. Segundo, por diversos motivos la vida sexual de estos progenitores sobresalta a los hijos. Tercero, los lazos de sangre son una mera formalidad administrativa equiparable al Libro de Familia. Los hijos parecieran poseer a los padres a partir del conocimiento que creían tener de ellos: no conocía a mi padre, no conocía a mis padres, no conocía a mi madre. A partir de ese momento algo se quiebra en los personajes, la sangre zozobra. Suponga por un momento que se entera de que su padre tuvo una amante o de que su madre tuvo un hijo antes del matrimonio que dejó al cuidado de las monjas de un hospicio (nada de esto se refiere a los relatos). Antes de enjuiciar moralmente el hecho ya habrá dicho “¡Qué poco lo/la conocía!” y en ese momento sentirá que ha perdido la posesión de algo. Vamos, digo yo, que hablo desde la pura intuición.

 

Volviendo sobre “El hermano gemelo”, pues ahora tengo que contradecirme. Bueno, si no contradecirme al menos matizarme. Ese relato además de un final contundente y acertadísimo (dejarlo abierto lo habría marcado con un regusto romanticón que no beneficiaría lo más mínimo), es sensorial hasta la médula (es que antes me refería a que la autora les chupaba los sesos a los personajes para alimentar el motor de la narración). El frío de Oslo se nos cuela en los huesos.

 

Otra cosa: la exquisita y nórdica-racional administración de la información suministrada nos devuelve cierta atmósfera equívoca y brumosa en el entorno de las relaciones entre la fallecida madre de la protagonista y esa especie de amigo. Y la muerte de la madre nos devuelve a una hija mujer española que en plan racional-nórdico no es capaz de derramar una lágrima, y que como buena española que cree que debería llorar en plan plañidera. Esa abundancia de miradas estrábicas, de no saber a dónde está mirando, es la que termina armando personajes que el lector puede hacer suyos.

 

Las fórmulas reconocidas, convencionales y gastadas de la narrativa breve hicieron (para mi gusto) fracasar los tres muy breves relatos que citaba al principio. Las mismas características señaladas para “El hermano gemelo”, además del libre albedrío y la absoluta falta de contención en las historias colaterales (tipificado como delito por los manuales de escritura creativa al uso) que se abren en él, hacen del relato “Lazos de sangre” (siempre para mi gusto) el segundo más importante de la colección. Ese deambular por la periferia de los asuntos que se alejan de la historia, el ramoneo anecdótico, la contorsión ornamental que nos convence de que es más importante el envoltorio que el regalo, son nada más y nada menos que pura y gozosa transgresión que amplía el campo de visión lectora.

 

Una cita de Zygmunt Bauman recogida en el libro determina que “la afinidad de una generación se convertirá en parentesco en la siguiente”. O sea que yo elijo a mi pareja pero mis hijos no van a poder elegir a sus padres, tal como señalaba la autora en su presentación. Pienso en el conjunto intersección, aquel que se formaba por los elementos comunes del conjunto A y del conjunto B al unirlos. Digo yo entonces, que quien lee un libro establece un lazo de afinidad con quien lo escribe.  ¿Quién comenta un libro establece entonces afinidad con quien lo escribe y quien lo lee? ¿Es el elemento común del conjunto intersección? No sé, mejor me callo aquí y le dejo que descubra el resto del libro por su cuenta, antes de que usted que me lee, en su desesperación se corte las venas, y la sangre lo llene todo, y al final usted y yo que no tenemos lazos de afinidad tengamos lazos de sangre.
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