Emilio
Bonelli
Comercio esclavista
La
ocupación española del Sáhara occidental tuvo, como es bien sabido, tres
finalidades principales: la primera, que España no quedara relegada en el
proceso de expansionismo colonial iniciado en África por las potencias europeas;
la segunda, la protección de una actividad que se practicaba desde hacía siglos
por los canarios, cual era la de la pesca en el banco sahárico; y la tercera, la
apertura de una nueva vía para los intercambios comerciales entre Marruecos y el
Sudán
y entre éste y Europa, que abreviase la que se utilizaba por el interior del
desierto, mucho más larga y penosa. Pero para ésta última finalidad se alzaba un
grave inconveniente: la importancia –que ya había detectado Cristóbal Benítez en
Tinduf, durante su viaje con Lenz a Timbuctú- de las transacciones de esclavos
en este comercio transahárico. Francisco Quiroga y Julio Cervera lo subrayan
así:
“Una observación
(se) nos ocurre, a propósito del comercio del Sudán. Uno de los artículos
más importantes de su comercio consiste en esclavos negros; el mercado para
ellos es Marruecos; y como en Río de Oro no habían de recibirlos los barcos
españoles para descargarlos en los puertos del Mogreb, tal vez sea difícil,
mientras en el vecino Imperio subsista esa abominable institución, desviar e la
actual rutas a las caravanas del Sudán, que naturalmente llevan todo género de
mercancías. Sin embargo, a Trípoli y Argelia siguen llegando, como antes, las
caravanas, no obstante hallarse abolida la esclavitud en todos los países del
Mediterráneo”.
Si el esclavo era considerado un
bien mueble, más bien cabría decir un semoviente, podía ser objeto de
compraventa, intercambio, regalo y cualquier otra operación comercial o
graciable. Aunque la colonización supuso, desde luego, la desaparición de los
mercados de esclavos, al menos en el Sáhara Occidental, no impidió –o prefirió
ignorar– las transacciones y pignoraciones entre particulares.
Los autores han reflejado también
esta atípica actividad comercial y, en algunos casos, se han referido al precio
de los esclavos que dependía de su sexo, edad, estado de salud, capacidad para
el trabajo o la reproducción, equilibro o desequilibrio entre oferta y demanda,
etc., así como del medio de cambio que se utilizara en la transacción, que en el
siglo XIX no era todavía el dinero.
Emilio Bonelli hace referencia en
las memorias de su expedición, cuyo carácter oficial avala la publicación de
ésta por el ministerio de Fomento, a la recolecta de cierto molusco, el conus
pulicarius, como instrumento de cambio o dinero y su utilización para la
compra, entre otros bienes, de esclavos en Ualata, Timbuctú y Benigram, y
explica:
"La trata de
siervos no podía tener más denigrante representación. ¡A cuántas supercherías,
vejaciones e infamias se halla sometida la vida del hombre salvaje,
especialmente la del hombre de color! Un millar de conchas de estos animales
zoófagos (ciertos moluscos utilizados como moneda de cambio) representan el
valor de un esclavo y todavía he oído a algunos sheriffs, sectarios del Profeta,
lamentarse del subido precio que obtienen los de la raza sudanesa y de Guinea
como consecuencia de la excesiva demanda en el mercado. Este repugnante tráfico
aparece con los más horripilantes caracteres a medida que se descubre el fondo
de ese inmenso continente, que tanto tiempo ha de transcurrir antes de que la
civilización ejerza en él su verdadero dominio. Algunos individuos de la tribu
Ulad Sbá [sic], que referían detalles de estas compras, recibían con burlesca
sonrisa la indignación que su conducta me inspiraba, y cómo usaban, según ellos,
de un derecho que el Profeta les había concedido, ensalzaban la ventaja de poder
disfrutar, por 1.500 conchas de cefalidios, de una niña de diez años de robusta
salud, sumisa y obediente a todo género de trabajos hasta la vejez, que aprecian
en los 50 años próximamente".
En este mismo sentido se
expresaba Francisco Quiroga, aunque en su caso el instrumento de cambio es otro
mucho más conocido y más frecuentemente utilizado como tal: la sal. Dice
así:
“La
sebja es una depresión del terreno en
la que se reúnen las aguas de aquellos contornos después de las tormentas de
invierno. Entonces no se puede atravesar, porque está hecha de un barro salado,
en el cual perecería sin auxilio posible el infortunado que se atreviese a
cruzarla. Cuando pasamos por ella, a mediados de julio, estaba seca la
superficie, pero a un decímetro de profundidad ya se encontraba barro salado: la
cubría una capa de sal blanquísima que causaba agudos dolores en la vista por la
reflexión de la luz del sol y sonaba como la vajilla rota sobre la cual se
caminase bajo los pies de los hombres y los camellos. La constituyen capas
alternantes y horizontales de barro y piedra de sal. Los moros de esta región
explotan esta sal para comprar con ella esclavos en el Sudán, pero no para
usarla ellos como condimento, puesto que se alimentan casi exclusivamente de
leche de camella y no la necesitan por tanto. El que consigue un pico de hierro
en Senegal o en Marruecos pide permiso al dueño de la sebja –un moro bastante buen hombre, al
parecer, por cuyas venas corre alguna sangre de negro- y arranca sal en forma de
losas de 0’80 metros de largo por 0’20 de ancho y del grueso de la capa, que es
de 0’07, dando al dueño una losa de éstas de cada siete que corta; la seis
restantes constituyen la carga de un camello. En el Sudán y en Chinguetti
adquieren una negra joven y bien formada por 14 o 16 losas de éstas; un negro
joven y robusto, por 10 o 12; y una niña de seis a ocho años, por 4 o seis
losas”.
La compraventa de esclavos admitía
la práctica del regateo. Como el que se estableció entre la propietaria del niño
esclavo que quería cristianarse en secreto y el modesto pescador canario
empeñado en rescatarlo, a pesar de sus escasos medios económicos. Ocurría en los
años 30 y el caso fue conocido durante su estancia forzosa en Villa Cisneros por
el arcipreste Coll, impresionado seguramente por la posibilidad de no sólo de
liberar un esclavo, sino también de “salvar su alma”. La historia del muchacho
nos da varias claves para conocer no sólo el precio que podía alcanzar un
adolescente varón, sino también otro origen de servidumbre diferente a los que
hemos mencionado. En este caso concreto, el rapto.
“Pepito es un
negrillo, simpático y vivaracho, como de unos diez años de edad, que quiere
hacerse cristiano. Su historia parece una novela. Pepito nació en el interior
del desierto, pero no sabe donde. No conoce a su padre ni a su
madre.
Siendo muy chiquito
—dice él— estaba un día debajo de una palmera, jugando con unas piedrecitas.
Pasó un moro, montado en un camello, y lo llamó, y para estimularle a que se
acercara le dijo que le iba a dar dátiles. Se acercó el niño al camello;
inclinose el moro sobre él, en ademán de darle los dátiles prometidos, y
tomándole de un brazo le subió al camello.
Pepito se echó a
llorar, pero el moro, con una cara que le inspiró terror, le mandó callar en el
acto, y sacando la gumía le amenazó con matarle si seguía llorando. El niño se
asustó y no volvió a llorar.
Siguieron caminando.
Cuando llegó la hora, comió con el moro y, siguiendo la marcha, llegaron a un
sitio que no sabe si era zoco o poblado, y el moro vendió a Pepito. Este segundo
dueño le vendió más tarde a una mora que vive en
Lanzarote.
No se sabe cómo,
sino pensando en la gracia de Dios únicamente, Pepito fue a una escuela
cristiana de Lanzarote, y allí conoció a un sacerdote; tal vez fuese el maestro,
que se llama Don Juan. Y a su lado Pepito aprendió la doctrina cristiana, la amó
después de conocida y hoy quiere ser cristiano y llamarse
Pepe.
Un buen hombre de
Lanzarote, patrón de una barca de pesca, simpatizó con Pepito y, con permiso de
la mora, se lo lleva varias veces con él, cuando sale de pesca. Y al conocer los
deseos que tiene el negrito de hacerse cristiano, le ayuda en sus deseos y te
protege con cariño de padre. Ha tomado el patrón tanto afecto a Pepito, que
visitó un día a la mora y empezaron a negociar la compra del niño. La mora pide
doscientos duros por él; el patrón no tiene o no le parece bien ofrecer más de
ochenta. Y en este estado se encuentra actualmente el negocio de la venta del
negrito. A todo esto el patrón tiene que ocultar a la mora de Lanzarote sus
proyectos y los del niño, porque de saberlo la mora, o no le vendería o pediría
más por él.
Este patrón, en una
de sus salidas de un mes por los mares, para dedicarse a la pesca, trajo a
Pepito a Villa Cisneros y lo dejó aquí, en casa conocida y de su confianza,
mientras él andaba por los mares en su oficio, para recogerlo a su vuelta y
decidir ya de una vez la compra del niño. Y Pepito, dando vueltas, ha venido a
parar a ser criadito de Jaime de Arteaga, quien está dispuesto a salvar esta
alma y ayudar al patrón.
Pepito vive en una
casa mora. El día lo pasa empleado en los recados, que le recomienda Jaime, y,
al llegar la noche, se va a la casa de los moros, donde le dejó el patrón.
Pepito se persigna y reza el Padrenuestro todas las noches. Pero, para hacerlo,
tiene que esperar a que se apague la vela que ilumina la raima en la que duerme.
Y allí calladito, cuando no le ven los moros, le ve Dios hacer la cruz sobre su
cuerpo.
Pepito, estando en
Lanzarote, llegó una vez a tener una peseta. Y con sus buenos nueve años se le
ocurrió gastarla en ir a una tienda y... comprar una cruz, que tiene
ahora escondida para que los moros no la vean y se la
destrocen.
¡Cuantísimas gracias
inutilizamos nosotros, y en cambio, Pepito qué bien aprovecha las pocas que
tiene a mano! Dios le ayudará y le salvará. Estoy seguro: me lo afirma la bondad
de Dios sin límites y esta cara de este niño, negra, muy negra, pero indicadora
de un alma muy blanca y angelical”.
Lamentablemente, el presbítero no
aclara el final que tuvo esta historia, acaso por haber regresado amnistiado a
la metrópoli antes de que concluyera.
Bastante después debió de ser el
caso de la compraventa que nos ha relatado Carlos Sáenz, bisnieto de Ignacio
Sáenz Marcotegui, fundador de la factoría de Güera, en 1920, y cuyo hijo, su
abuelo Carlos, continuó la actividad en dicho punto y fue, además, el
propietario de la goleta "Maruja", que suministraba agua potable a la población
española de cabo Blanco desde el archipiélago canario. En sus estancias, el
abuelo compró por cien pesetas un esclavo que respondía al nombre de Hadrami.
“Hadrami –explica Carlos Sáez– debía de ser menor de edad, y mi abuelo le dio la
libertad, lo que inicialmente parece le suponía una tragedia. Hadrami estuvo
trabajando un tiempo en la factoría y luego se trasladó con ellos a Gran
Canaria, donde se le enseñó a leer y escribir y aprendió el oficio de
practicante. Parece ser que al comienzo subía las escaleras a gatas porque le
daban miedo. Allí vivió durante varios años y, finalmente, volvió al Sáhara.
Hace algunos años mi padre entabló conversación con unos saharauis en Gran
Canaria, que parece ser que lo conocían y que comentaron que estaba en el campo
de refugiados de Tinduf, donde ejercía de practicante y que se hacía llamar
Ignacio, en honor a mi bisabuelo”.
En todo caso, el comercio de
esclavos parece que se practicaba en los años 30 y en Villa Cisneros sin ninguna
traba y con cotizaciones muy moderadas para la “mercancía” disponible. El
anarquista Cano Ruiz, que permaneció deportado en la colonia durante unos meses
en 1932 como consecuencia de los hechos acaecidos en el Alto Llobregat, envió
una crónica al diario Solidaridad Obrera,
portavoz de la CNT en Barcelona, en la que se escandalizaba por la
normalidad con la que la autoridad colonial toleraba la esclavitud y la
habitualidad con la que se practicaba el comercio esclavista en una colonia de
la República Española:
“El padre, la
mujer y los hijos negros son esclavos del padre, la mujer y los hijos árabes
verdaderos. Los compran por cuatro chavos. El pan, el tabaco, el vestido que
recogen han de entregarlos intactos a sus amos. Si lo hacen al pie de la letra,
éstos les pegan horriblemente, hasta dejarlos molidos. Sólo con el permiso de
los señores, pueden permanecer donde pise uno de éstos. Si dos niños, señorito y
esclavito, están juntos, es porque el primero tiene a bien tolerarlo. Y cuando
el segundo perciba lo que reciba de un tercero lo pondrá a disposición del hijo
del amo de su padre y del amo de su madre, amos también con
derechos absolutos, incluso de infanticidio. Es algo incalculable y fantástico
esta esclavitud dentro de otra esclavitud. Basta poseer unos céntimos para
comprar esclavos, moros, negros y de todos los colores. Las autoridades del
nuevo régimen saben que Villa Cisneros es un doble mercado de carne humana
mediante la compraventa de estos infelices, condenados a ser para siempre cosa
de alguien… Por humanidad, la miseria, la esclavitud, la corrupción y
compraventa de negros no debe continuar”.
Hemos dicho que una de
las variables que podía determinar el precio era el sexo. Nos lo confirman dos
autores. En la década de los 30 lo hace Ramos Charco-Villaseñor, para quien los
esclavos “pueden
casarse, previa conformidad de los respectivos dueños, que imponen las
condiciones y hasta las personas; pero no varía por ello su triste condición.
Cada cual sigue perteneciendo a su moro, y los hijos del matrimonio nacen
ya esclavos del dueño de la mujer; razón por la cual siempre las negras tienen
más valor que los negros”.
Caro Baroja, en sus Estudios
saharianos, puntualiza a su vez:
“Es provechoso subrayar que, en un
mundo en el que las mujeres están en proporción de inferioridad numérica con
relación a los hombres, esta norma se rompe tratándose de negros. Puede
buscársele a esto una explicación de carácter económico. Abolida la trata ya
desde hace tiempo y estando en vías de extinción la servidumbre,
parece más provecho cuidar y conservar a la mujer como productora de hijos, que
al hombre, de la misma manera que el pastor en la hembra, en la camella, ve una
fuente de riqueza mayor que en el camello. Casi todos los negros han nacido en
la misma familia, no han sido comprados… (por lo que) se puede llegar a la
conclusión de que es, en general, gente madura la que los tiene, conservando
algunos negros (y sobre todo negras) muy viejos”.
¿Cuánto podía costar una
esclava jovencita? He aquí la valoración que se le dio de una pobre criatura en
los años 60 sin que el testigo presencial, el soldado gitano Jesús, pudiese
hacer nada por evitarlo:
”De aquellos días
del Sáhara tradicional recuerda el buen Jesús cómo presenció la compra de una
muchacha de raza negra a cambio de una jaima, una cabra y un burro. “No te diré
si era guapa o fea –añade- porque estaba con la cara tapada”.
Y como cabe suponer con cualquier
bien, su propietario tenía plena capacidad para desprenderse de un siervo a
título gratuito. Dicho de otra manera, un esclavo podía ser objeto de regalo,
como el que recibió, seguramente atónito, el para nosotros conocido teniente
García Llinás:
“Después
de haber estado soportando durante horas el azote de la terrible tormenta de
arena, finalmente, el belicoso siroco deja de soplar, y la patrulla puede
reanudar la marcha.
Mientras
nuestros camellos dromedarios empiezan a andar, todavía sentimos nuestros
cuerpos maltrechos por los efectos de la reciente tempestad, a cuya fatiga ahora
se añaden los rayos que el ascendente sol deja caer a plomo sobre nosotros.
En
medio del inmenso silencio y de las soledades del desierto, desde lo alto de la
montura, y hasta donde la vista alcanza, todo es amarillo ocre, el color del
Sáhara.
Al
entrar en un terreno pedregoso vemos a una serpiente lefoa (sic),
de mordedura mortal, que se aleja describiendo rápidos y ondulados movimientos
zigzagueantes. Los camellos también se han percatado de la presencia del reptil
mostrando su nerviosismo.
-
En esta zona abundan mucho las serpientes - me comenta el guía nativo.
Al
rato pasamos junto a unas jaimas habitadas por pastores nómadas, a cuyo
alrededor vemos varias cabras y camellos. Ante lo inusual de la presencia de
viajeros, varios niños salen a saludarnos seguidos de su jovencita y esbelta
cuidadora, cuya mirada se cruza con la mía.
Junto
a la entrada de la tienda principal nos recibe el chej
del frig acompañado de su hijo mayor, quien nos ofrece su hospitalidad
invitándonos a tomar el té, pero, sintiéndolo mucho, le manifiesto que no
podemos pararnos. La tormenta de arena nos ha hecho perder un día sobre el
itinerario previsto.
Al
día siguiente, mientras proseguimos nuestro largo caminar, me avisan de que un
desconocido jinete está haciendo todo lo posible para damos alcance. Es el hijo
del pastor que encontramos el día anterior. Por las palabras del muchacho se
denota que viene muy excitado y dando muestras de cansancio por la apretada
marcha.
El
guía me traduce su mensaje: "Necesitar médico, lefa morder su hermano pequeño, niño
morir, su padre llamarte".
Después
de dejar la patrulla a cargo del sargento Mohamed, me adelanto acompañado del
sanitario y el intérprete. Cabalgamos a marchas forzadas, pues hay unas horas
prescritas para poder suministrar el antídoto. Por el camino le pregunto al
joven saharaui a qué hora ocurrió el incidente, pero sabe poco de husos horarios
y no puede contestarme con exactitud.
Al
llegar, el padre que nos estaba esperando ansiosamente, nos dice que su hijo
está muy grave. Entramos en la jaima, donde encontramos al niño muy cargado de
fiebre y observamos que los remedios habituales del desierto no han surtido
ningún efecto; mientras, sin pérdida de tiempo, el sanitario le inyecta el
antiveneno.
Mientras
esperamos la reacción del medicamento, el saharaui me lleva a ver la serpiente
que ha sido abatida por los certeros disparos efectuados por su hijo con una
vieja escopeta. Allí me cruzo por segunda vez con aquella jovencita que junto
con los niños también está observando el cuerpo del reptil.
Soraida,
que así se llama aquella joven cuidadora de los niños, acababa de servimos otro
té, cuando irrumpe la madre del pequeño para notificamos que su hijo evoluciona
favorablemente. El padre se pone muy contento y nos lleva a comprobar por sus
propios ojos lo que le ha dicho su mujer.
En
la otra tienda encontramos al resto de la familia.
En
el interior, al ver a su benjamín ya curado, el padre no puede disimular su
alegría y no sabe cómo agradecemos que se lo hayamos salvado.
Acto
seguido, y de forma decidida, el saharaui pone el brazo sobre el hombro de la
joven, como si quisiera adelantarla unos pasos, mientras se dirige a mí con unas
palabras cuyo significado no comprendo.
-
Dice que estarte muy agradecido y que darte a Soraida para llevarte contigo - me
traduce el guía.
-
¡Pero... ! Yo no puedo aceptar a una persona como regalo - respondo estupefacto.
-
Mi teniente, tener que aceptarla. Son nuestras costumbres. Lo contrario
significar el peor de los desprecios me increpa el guía con voz convincente.
De
regreso al campamento observo a la joven saharaui que marcha hacia el nuevo
horizonte que acaba de tomar su vida. Cabalga ligera de equipaje hacia un mundo
nuevo desconocido para ella, donde quizá le espere un futuro más prometedor del
que le deparaba la vida nómada en medio de las soledades del desierto.
Su
bello y juvenil rostro es el de una mujercita. Pero apenas me han hablado de
ella, tanto es así que ni siquiera sé si ya es mujer”.
El joven teniente no aclara qué
destino dio al hermoso, pero comprometedor regalo que le habían
hecho…
El caso
“Jatri-Quenti”: un parlamentario español del siglo XX propietario de
esclavos
Otro caso
de “donación”, aunque bien diferente, fue el que vivió el delegado gubernativo
en Tichla cuando vinieron ciertos familiares de la tribu de Jatri uld Said uld
Yuimani a reclamar unos esclavos que eran nada menos que la mujer y los hijos
del conserje de la escuela. Se planteó entonces una situación verdaderamente
surrealista puesto que en pleno siglo XX un funcionario español se enfrentó a un
caso de esclavitud en el que el principal implicado era el Presidente del
Cabildo provincial de Sáhara –es decir, de una corporación de la Administración
Local, puesto que el Cabildo era en Sáhara el nombre que recibía la Diputación-
y que, además, unía a esa condición la de procurador en Cortes, por lo que
disfrutaba, como parlamentario, de la condición de aforado. Para mayor inri, la
reclamación venía avalada por un documento oficial cheránico traducido al
español y cuya ejecución ordenaba ¡el delegado gubernativo de la
provincia!. El caso, cuyo eco llegó
nada menos que al entonces ministro secretario general del Movimiento, José
Solís, es relatado pormenorizadamente por Alonso del Barrio en sus memorias.
Todo empezó con la cita que recibió un día el oficial a cargo de la oficina
administrativa del puesto de Tichla para que se presentase a despachar en Villa
Cisneros con el delegado gubernativo de la región sur, a la sazón el comandante
Hipólito Fernández Palacios:
“Con tu permiso,
mi comandante.
-Pasad y sentaos.
¿Quieres un güisqui o prefieres
otra cosa? -Servidas las bebidas, Hipólito empezó el diálogo- En la estafeta
pasada no has recibido instrucciones porque están aquí -dijo, abriendo un sobre
en cuya portada se leía estampada la palabra reservado-. Resulta que
Quenti, para congraciarse con Jatri, que le ha avalado no sólo ante la
Delegación provincial y el gobernador general, sino que en Madrid habló con
Villegas,
y éste con Carrero,
para que el dichoso Quenti fuese admitido en España con toda su troupe,
le ha hecho en compensación, agradecimiento o llámalo como quieras, una
serie de dádivas en camellos, dinero y bienes, incluso esclavos, y éste es
nuestro caso. Pues bien de todas las entregas, débitos o compromisos han
levantado un documento cheránico que han presentado en la provincial y fíjate lo
que firma Ramírez: Cúmplase cuanto se ordena en el fallo cheránico. Es
que no han ido a una fórmula de otras veces como “”Se homologa cuanto se ha
fallado, con la reserva de…”; o “Pasa al asesor jurídico a fin de que
proceda a informar”. Para mí, con la complicidad de alguien cercano, lo han
metido a la firma sin otro trámite y ha “colado”.
-Mi comandante, para
mí esto es grave en dos sentidos: que Jatri porta un documento con
reconocimiento del gobierno español y sus sellos en que se hace referencia a la
transacción de esclavos y Jatri es nada menos que el presidente del Cabildo
provincial. Ese documento cae en manos de alguien de Naciones Unidas y nos
brean.
-El otro punto es si
Jatri se presenta en Tichla a buscar a los morenos.
-Yo, mi comandante,
no se los doy –interrumpió Esteban-. Se ordena cumplir algo que es contrario a
la normativa del Estado español y a la de Naciones Unidas, de las que España es
miembro…
-Y yo tampoco,
Esteban, pero te doy traslado de lo que viene de El Aaiún, dando cuenta de que
se ordena el cumplimiento de un ejecutivo contrario al Derecho de gentes por
mucho que España haya reconocido la justicia cheránica entre los saharauis por
un precepto público.
-Bien, mi
comandante, recibo al fallo cheránico con el cúmplase y ¿qué hago? ¿lo cumplo?. Porque no sirve
que tú eleves una comunicación en la que digas que se ha mandado ejecutar una
orden “no cumplible” pero, de ti para abajo, ¿yo sigo la
rueda?...
-Se trata de ganar
tiempo, Esteban… Salgo mañana para El Aaiún y saben lo que llevo en cartera. Tú,
si aparecen dales largas: que hay una contradicción que subsanar, que tengan
paciencia, que hay que comprobar el fallo y si de verdad Ramírez ha firmado y si
es su firma y rúbrica auténticas, que están preguntando por la emisora… Lo que
quieras… Y si puedes, les quitas el papel”.
Pues bien, Jatri no fue
personalmente, al menos en primera instancia como se verá más adelante, a
recoger a los esclavos amablemente cedidos por Quenti, sino que fue el donante y
en un principio a través de algún mandatario, con lo que el oficial de Tichla
hubo de hacer frente a una situación increíble, pero no por ello menos delicada.
Sigue Alonso del Barrio:
“Aquel sábado había hecho calor y,
mientras las gruesas paredes del fuerte rezumaban el acumulado durante el día en
el exterior, se había puesto una mesa y unas sillas de tijera y los oficiales
tomaban unas cervezas cuando un nativo llegó corriendo y muy alterado dijo
jadeante: «Han venido a llevarse a los morenos de Hassen-na». Aunque la
distancia al fric acampado detrás del edificio de la escuela era solamente de
cuatrocientos metros, Esteban se subió en el coche en unión de los dos tenientes
de Nómadas y el todo terreno salió como una exhalación.
Allí estaban el
camión de Embareck con tres de su fracción y otro gran camión Berliet con el
conductor y otros cinco hombres. Todos iban armados con mosquetón. El camión
debía de ser de Jatri, uno de los que cogió en la razia a los «petrolitos».
«Creo que fue a los italianos», comentaría alguien. Nada más apearse del yip,
llegó Hassen-na dando grandes y sentidos gritos: «¡Mi capitán! ¡Mi capitán! Han
venido a llevarse a mi mujer y a mis hijos». «Calma, de aquí no se lleva nadie
nada si no es legal lo que quiere».
El grupo de Embareck
y los del camión empezaron parsimoniosamente con el largo saludo saharaui.
Mientras tanto, Mahayuba y sus tres hijos se acurrucaban en el fondo de la jaima
muertos de miedo. La noticia había corrido como la pólvora por el
puesto.
Zurrug,
que había terminado ya aquel día con los trabajos de la casa de madera que se estaba construyendo,
llegaba apresurado. Aunque fuese de la misma tribu que los propietarios
de los camiones, todos ellos erguibis,
Esteban se alegró de que como intérprete actuase Zurrug, más calmado y
prudente que el sargento Mohamed, capaz de imponer rápidamente orden.
Además, Zurrug era el intérprete oficial del puesto. Después de que se
tranquilizara la situación, este explicó:
—Traen un documento
cheránico
con un aval, cumplido, o como se llame, que parece dice que se le autoriza a
llevarse a los morenos.
—Bueno, un poco de
calma y vamos a la oficina, donde debían haberse presentado si quieren que aquí
se cumpla algo.
—Dice, mi capitán,
que «cabeza tuya tiene manía a Embareck»... y no querían
follones.
—Si a cumplir con
cuanto está mandado le llama Embareck tener manía, estamos arreglados... —En un
aparte Esteban dijo al teniente Hornero—: No va contigo ni con tu unidad este
asunto, pero quédate por si estos tíos en mi ausencia se toman la justicia por
su mano.
Enseguida se
trasladaron al fuerte y, una vez en la oficina, el conductor del camión extendió
sobre la mesa un documento cheránico redactado por uno de kateb
que había sido vertido al castellano por el servicio de traducción de la
Delegación gubernativa en El Aaiún. Como todos los documentos, empezaba
con la alabanza al Todopoderoso:
“Loor a Dios único.
Se han reunido los que se nombran a continuación: Jatri u. Said u. Yumani, de la
tribu Erguibat, fracción El Boihat, Ahel Yumani y Al Quenti u. Mohamed u. Sidi
Mohamed de la misma tribu, fracción de Ulad Musa, Ahel
Jalil.
En virtud de cuanto
dicen y exponen, el último con arreglo al Derecho consuetudinario admitido por
el cheraá, tiene propiedades grandes, como grande es su familia y, entre
ellos, transferida por sus antepasados como familiar de raza pobre la llamada
Mahayuba, hija posible de Moilid en el seno de la misma familia del Quenti.
Normalizada la situación de la familia, Quenti uld Mohamed uld Jalil cede como
familiar a Jatri uld Said uld Yumani a Mahayuba, así como a sus hijos, como
compensación de favores anteriores recibidos de este”
Continuaba el
documento con otras disquisiciones terminando con la fórmula
tradicional:
“Y la Paz. El Aaiún,
12 de marzo de 1961. Ante mi el katib del Cheraá de distrito. Firmado:
ilegible.
CÚMPLASE: Cuanto se
ordena en el presente documento.
Por el delegado
gubernativo provincial.
Rubricado”
El tan esperado
documento estaba por fin en manos del capitán Manso y por su imaginación pasaron
un montón de ideas.
—Zurrug, pregúntales
por qué la traducción se ha hecho en las oficinas de la delegación norte en
Aaiún y no en la del fric.
—Dicen que la
«papela» se redactó por el kateb del kodat
de distrito; es normal que sea el intérprete de la oficina de la Delegación el
que lo traduzca.
—Entonces, ¿por qué
el «cúmplase» a una cuestión que no es un fallo del kadi o de un tribunal
sino un acuerdo entre ambos viene firmado por la Delegación provincial, que es
una autoridad muy superior a la que ha redactado el documento, y no por la
Delegación gubernativa de la región, que sería lo normal?. Debió presentarlo en
la oficina del fric y visarlo en la Delegación.
Hicieron un aparte
y, después de ponerse de acuerdo, el que llevaba la voz cantante
expuso:
—El documento se
firmó en El Aaiún y Mahayuba y sus hijos están en Tichla; era en el ámbito de la
provincia en el que se iba a actuar y por eso Jatri lo solicitó en la Delegación
provincial.
El capitán Manso de
Arrabal se estaba cansando y ya tenía tomada la decisión hacía mucho tiempo.
Dobló lentamente el documento, lo metió en el cajón superior derecho de la mesa
de despacho y empezó a hablar:
— Zurrug, diles que
para mí este documento no es válido. Veladamente, una donación o transacción de
esclavos, disfrazada con el artilugio del «seno de la familia» y los «familiares
pobres» pero, con claridad, Quenti cede a Jatri su antigua esclava aunque sea mauritana (y
esta nación tampoco tiene reconocida la esclavitud), pero casada con un español
debidamente documentado, que tiene puesto remunerado como ordenanza de la
escuela, con todos sus derechos. Los casó Rabbani, no el cadi
de Villa Cisneros, sino su hermano pequeño, que ha estudiado derecho en
Nuackchot y sabe de esto mucho más que nosotros. Su marido Hassen-na la ha
inscrito como esposa, así como a sus hijos, y en España, y que se enteren,
miembro de las Naciones Unidas, ¡no está permitida la
esclavitud!
Cuando Zurrug
terminó de traducir la perorata, los tres erguibis presentes en la
oficina se pusieron en pie como un resorte en actitud amenazante y
vociferando.
— ¡Cabo de guardia!
— gritó con su vozarrón Esteban.
Unos segundos más
tarde aparecía en la puerta.
— ¡A la orden, mi
capitán!
— Estos señores, que
salgan inmediatamente del fuerte, y no quiero verles más por aquí. El sargento
Mohamed, que se presente de inmediato.
— No hace falta, mi
capitán, estaba esperando fuera.
— Coge una patrulla
mixta de saharauis y europeos, y comprueba que los dos camiones del Boihat se marchan
y, por si durante la noche retornan, deja una pareja en los alrededores de la
escuela, que lancen un disparo al aire si vieran algo.
— Y hablando de
disparos, ¿podría darme mi capitán unos cuantos de
fogueo...?
— Mohamed, que te
veo venir…
— Es que se irían
más deprisa y quizás asustados.
— Vete al carajo,
Mohamed, y comprueba cuanto te he dicho.
Esteban se sentó a
la mesa y redactó un radiograma que cifró a continuación dirigido a su
comandante, Delegado gubernativo. Aunque quiso extractarlo, siempre le salía
largo cuando lo terminaba de cifrar y añadía la frase: «Correo
detalles».
Hassen-na apareció
en la puerta.
— Con su permiso, mi
capitán —traía los ojos enrojecidos, había llorado- Mi capitán, venían a por mi
mujer y mis hijos.
— Ya lo sé,
Hassen-na, ya lo sé...
Aunque Esteban quiso
evitarlo, se arrodilló en el suelo y por sorpresa le besó la mano
musitando…
-¡Muchas gracias, mi
capitán! -Hasssen-na lloraba de nuevo.
Esteban tampoco pudo
contener las lágrimas y lloró también con él. Ambos se fundieron en un cálido
abrazo”.
Con el fin de aclarar tan
desagradable asunto, el oficial estimó oportuno llamar a capítulo al tal Quenti,
beneficiario de la transacción, que nomadeaba en los alrededores. Así fue el
encuentro entre ambos, habido en torno los tres tradicionales
tés:
“El segundo té,
algo más azucarado, ya humeaba sobre la mesa y la conversación se hacía más
distendida.
-Bueno Quenti, creo
que te une gran amistad con Jatri uld Said desde que os presentasteis en el
fuerte francés con la idea de exponer las vuestras, contrarias a la ocupación
por las bandas de los territorios español y francés.
Entonces Mauritania estaba bajo mandato de Francia y muy posible serías tú quien
abogase por Jatri ante las autoridades francesas.
Quenti nuevamente
empezó a ponerse nervioso y desvió la conversación…
-Algún día de te
contaré… Pero si. Soy amigo del chej de Boihat, que es la fracción más
numerosa de los erguibis; además que no puede extrañar que tenga tratos
con un notable cuyo prestigio le ha llevado a ser designado presidente del
Cabildo provincial y al que el gobierno vuestro ha
condecorado.
-Pues bien, mi
querido amigo, las pruebas de amistad las refrendáis con la targuiba
(presente del agradecido) y en este caso creo que has hecho unos buenos
regalos a nuestro presidente del Cabildo.
-No puedo negar que
la sorba (embajada) que me precedió le llevó camellos –contestó Quenti-.
Yo, cuando me lo encontré, le hice presentes en especias y dinero francés
(francos CFA), por si tenía que viajar o desplazarse. Como no tengo hijas que
casar, le ofrecí a mi hermana en matrimonio, que rechazó, pues aunque todavía es
joven, es ya viuda, y él estaba nuevamente casado con
joven.
Parecía como si al
fin fuera a salir el dichoso documento de la cesión de esclavos, a lo que se
resistía. El tercer vaso de té con hierbabuena, que cultivaba Ahmed, el policía
cocinero, en macetas, se estaba ya saboreando cuando, como si fuera cosa suya y
no pregunta del oficial, Zurrug le interrogó:
-Dicen que le has
dado unos morenos…
-¡Pero si los
morenos ya no eran míos…! Mira, Mahayuba casó con un hombre libre de mi misma
familia y huyeron a España (Sáhara español) donde oficialmente no existen los
familiares de raza pobre (nombre que dan a los esclavos del entorno). Han tenido
hijos y yo no puedo reclamarlos; los casó Rabbani el pequeño, aún a sabiendas de
que Mayahuba no era libre. Su hermano Abderrahman no lo hubiera hecho y eso que
es el cadi regional, pero el pequeño Rabbani, es un “progre” y, claro,
Jatri se ofreció a recuperarlos y repartirlos… y le firmé un documento que, ante
no tener nada y ser míos, y de otro lado mi agradecimiento… y si algo lograba
mejor para los dos…
Empezaba a verse un
poco lo que había pasado, pero quedaba todavía por saber el tipo de
documento extendido y por quién.
Los pinchos habían abierto el apetito y la conversación y la siguiente pregunta
no se hizo esperar:
-¿Quién redactó el
documento cheránico y como se hizo?
-Jatri quería que lo
hiciese Al Gal-laui, que es el cadi territorial, pero Gal.laui, aunque no
tiene escrúpulos, es un hombre muy listo y no quiso comprometerse. Así que creo
que se llama Abdelkader uno de los kateb, el que lo redactó. Gal.laui se
limitó a meterlo entre los documentos a visar por la Delegación del Gobierno y
se lo devolvieron con el cumplido.
-Bueno, bueno, pero
Abdekader no es qadi, ni adul,
sólo un kateb, es decir, un escribano, y lo único que ha hecho es dar fe
de cuanto Jatri y tú habéis pactado y presentarlo en la oficina para
visarlo.
-Pues una cosa así
debe ser, pero fíjate en el papel de Jatri: lleva la firma y sello del
mahzen…
Se refería al sello
estampado al lado del cúmplase. ¡Jatri puede mucho!.
El horizonte se
despejaba e iba a ser mucho más fácil de lo que parecía después de haber oído al
chej. Se trataba de una transacción redactada por un escribiente o
escribano, por muchos sellos que llevara”
Sigue relatando Alonso del
Barrio:
“El capitán
Manso de Arrabal redactó un amplio informe al delegado gubernativo y le escribió
una carta aclarando puntos de vista: “Te he remitido un amplio informe el que
acompaño el documento famoso de la cesión de la esclava del Quenti a Jatri, con
el cúmplase de la Delegación provincial. Lo he retirado sin violencia,
pero no quieras imaginar la que se ha armado después, cuando lo he metido en el
cajón de la mesa, razonándole las incongruencias que tenía. Les he dicho que no
lo devolvía… y hasta el sargento Mohamed hablaba de fuegos artificiales. El
documento es muy sencillo y no obligaba a nada. Lo que no entiendo es el
empecinamiento después de que se les haya dicho que el cúmplase no debía haberse puesto, ni firmado, y
que si se les retiraba, con echarme la culpa a mí, que estoy a punto de
marcharme del Sáhara, estaba todo solucionado. Como verás, la retirada la
justifico ante la duda que se me presentó de si el documento cumplía en todo la
legislación española y, en particular, las Ordenanzas del Sáhara…”
El asunto había de traer mucha
cola. Por de pronto el oficial Manso de Arrabal, a punto de cesar en su cometido
por haber sido admitido a un curso de ascenso, fue convocado de nuevo por el
delegado gubernativo en Villa Cisneros “para disfrutar de las fiestas patronales
militares”. A su llegada, fue citado por éste informalmente en su domicilio
particular con el fin de “tomar café”:
“Servidos el
café el coñac, encendido el puro y
retirado el asistente, Hipólito inició la conversación:
-No sé qué interés
político existirá en satisfacer a Jatri, pero, chico, así es. He estado en El
Aaiún y Ramírez me dice que te has extralimitado al retirarle el documento a los
enviados de Jatri, que echaste a un primo suyo a la cola con las mujeres, que lo
has puesto en ridículo, y que si el que hubiese ido a retirar a los morenos
fuese Jatri, no se sabe qué hubiera pasado…
-¡Y yo que creía
haber hecho un favor retirándolo!... Y respecto a Jatri, pues se hubiera ido,
como el otro. A lo mejor el trato hubiese sido más elevado, pero el tío se va
escaldado, por muy presidente del Cabildo que sea, puedes estar seguro, y sin
los morenos.
-No me lo jures que
lo creo. En fin, tú te libras de la situación. El día 10 de enero empiezas el
curso de jefe; pues bien pasarás las Navidades con la familia, para lo cual ya
tenías concedido el permiso. El día 18 saldrás desde aquí en un avión del
coronel Wells, agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, que
efectúa una gira de información y confraternidad y cuyo último punto de destino
en el Sáhara es Villa Cisneros. Desde aquí saldréis hacia Ifni, donde
pernoctaréis y dan una fiesta. Creo que te gustará, y al día siguiente, a
Madrid.
Esteban pensó
enseguida: Todo demasiado programado… ¡Querrían retirarlo cuanto antes del
asunto!
-Bueno, mi
comandante, pasado el día 10, que es la patrona de Aviación, ¿yo qué hago aquí?
Tengo que entregar la oficina, el economato, hacer inventario, los sueldos de
los chiujs, y quiero además
despedirme del puesto.
Hipólito, creyendo
interpretar cuanto su subordinado pensaba, comentó:
-Tengo concedida una
corta
de la que no voy a disfrutar todos los días. Mi presencia en Las Palmas
coincidirá con la del ministro Solís, al que voy a explicar todo lo que aquí
está pasando por si vuelven a intentarlo. Esclavitud en España en un territorio
donde yo soy su delegado, rotundamente ¡no!, beneficie a Jatri o al chej
Bunana o a Perico de los
palotes.
Con Solís Ruiz eran
amigos desde hacía tiempo y a fe que por el sistema que fuese le iba a dar
cuenta de la anómala situación”
Manso de Arrabal recogió sus
bártulos en Tichla, hizo entrega de la oficina y marchó a la península. A
primeros de febrero del año siguiente (las memorias de Alonso del Barrio finen
en 1963, por lo que debe entenderse que lo ocurrido fue antes de entonces) fue
sustituido por el teniente Ferreira quien, nada más llegar a su destino, recibió
una importante visita: la del Excelentísimo señor Presidente del Cabildo
provincial de Sáhara. Seguimos citando a Alonso del Barrio:
“Había llovido
algo y se observaban jaimas y ganado en la demarcación, entre ellas personal de
Erguibat. Pocos días después, el jefe del Boihat y flamante presidente del
Cabildo llegaba procedente de Auserd con dos Berliet del Gobierno general
para reparto de ayuda… El recibimiento a Jatri fue espléndido: se mataron un
camello y tres cabras. El té y los pinchos corrieron por doquier. Ya existía una
jaima preparada con alfombras y vientos y mantas de vivos
colores.
No efectuó su
presentación de la oficina pero, por tratarse del presidente del Cabildo
provincial, el teniente Ferreira acudió a cumplimentarle en medio de la
algarabía de los tambores y cánticos. Jatri le invitó a cenar, pero después de
los tres vasos de té, el oficial se retiró a fuerte excusándose. La ayuda fue
repartida entre los erguibis con profusión y ostentación y a los que no
eran suyos, pero constituían fuerzas vivas, como el maestro de escuela coránica
y hasta el maharrero, les llegó lo suyo. Las muestras de adhesión se
multiplicaban.
El teniente encargó
a Mohamed que vigilase la jaima de Hassen-na
-¿No será mejor que
esta noche duerma con su familia en la escuela? Es más fácil de defender en el
supuesto caso de que intentaran algo.
-Pues sí. Habla con
él. Que se cierren por dentro y díselo al cabo Ángel (el cabo era de reemplazo,
maestro nacional, (y) daba en la escuela unitaria las clases de español). Si
durante la noche se observa algo, que me avisen. ¡Ah! Los de Ulad Delim y
Arosien que duerman en el fuerte…
-Mi teniente, hay
también de Ait Lahsen y Tendega…
-No me jodas
Mohamed, se va a ver que no nos fiamos de los erguibis, si metemos dentro
a todos los que no son de ellos.
La fiesta continuó
hasta entrada la noche y cuando los ecos de los tambores, cánticos gritos se estaban apagando, un
componente de la patrulla de vigilancia nocturna entró corriendo en el fuerte:
“¡Están forzando la puerta de la escuela!”.
Los agentes nativos
que pernoctaban en el fuerte con el teniente en cabeza cruzaron los metros que
los separaban (de la escuela), de la que ya sacaban entre lloros y lamentos
Mahayuba y sus tres hijos. Hassen-na había sido reducido entre cinco personas y
le habían tapado la boca.
-¡Quedan todos
detenidos!. El clásico sonido del chasquido al montar los mosquetones de los
policías territoriales acompañó la frase:
-Son la familia del
presidente del Cabildo y nos los llevamos. ¡Cuéntaselo a Jatri! –dijo uno de los
asistentes envalentonado.
-Pero esto es un
edificio del Estado español: su puerta ha sido violentada por la fuerza, y eso
es un delito de allanamiento. La cheráa rige para cuestiones entre
musulmanes, pero habéis asaltado un edificio del gobierno y ahí intervendrá la
justicia española, así que al fuerte, detenidos todos para hacer el
atestado.
Con sumo gozo los
policías territoriales nativos encañonaron a los autores que, brazos en alto,
cruzaron las alambradas penetrando en el fuerte.
El capitán Lobo
comentó a Ferreira:
-Ha sido una buena
idea meterlos en la escuela, pues se han visto obligados a forzar la puerta, y
ya no es que estuvieran allí alojados y cupiera el allanamiento de morada como
delito, sino que han violentado un edificio del gobierno….
-Eso mismo les he
dicho yo. Avisad a Jatri, que venga a la oficina…
En aquel momento, el
jefe del Boihat cruzaba exaltado la puerta del fuerte.
-Mira, Jatri,
cálmate, pues eres el presidente del Cabildo y procurador en Cortes, tienes
inmunidad y no se puede proceder contra tí… Así que tomamos un refresco, pues de
té estarás harto y… hablamos.
El tratamiento dado
por el teniente sosegó al notable y con ello su esperanza de obtener algo
positivo de la entrevista, y poco
después se sentaban en el pequeño patio de la residencia de
oficiales.
-Con todo respeto,
hay dos soluciones –le diría Ferreira-, que regreses por dónde has venido en
olor de multitud, desde luego sin los morenos, dando la explicación a los tuyos
de que como estaban en la escuela que es edificio del gobierno, se cometía una
infracción si insistías en penetrar en ella y llevártelos.
-¿Cuál es la otra,
teniente?
-Pues instruir un
atestado por allanamiento al violentar los tuyos un edificio de carácter
oficial. Los mando a El Aaiún debidamente esposados después de tomarles
declaración, a disposición del juez territorial… Y aquí hay corrida de pólvora…
Pero entre nosotros, tú el primero, al ordenar el incumplimiento de la
legislación vigente, has cometido una infracción y propondré al juzgado recabe
de las Cortes el “solicito” para poder procesarte, dada tu inmunidad de
parlamentario. Quizás no lo concedan, pongan pegas o lo retrasen nuestras
autoridades y a mí me pidas responsabilidades, el cese en mi destino y lo pase
mal, pero tú… tú, ante tu gente no quedarías de una forma muy
brillante.
El semblante de
Jatri enrojeció, bebió el refresco y dijo:
-No me convencen
ninguna de las dos soluciones, teniente. He venido a por los morenos que son
míos con arreglo a mis creencias y a nuestra justicia, reconocida por
España.
-¿Traes un nuevo
documento? Los que tú llamas “mis morenos” son la familia legal de un
funcionario del Estado español debidamente documentado.
-Sí, para que me lo
quiten, como a Embareck la otra vez.
-No habrá ningún
nuevo documento, porque lo anterior fue en “embolado” al que se puso la firma
del delegado y éste no podía firmar una cosa que en España no está
reconocida.
-¿Y entonces de qué
me sirve que las leyes españolas reconozcan los dispuesto en la cheráa?.
Mauritania se titula República Islámica de Mauritania y no tiene reconocida la
esclavitud, Y ¡síi! la mitad son morenos y encima mandan. Pero, entre nosotros,
¡hay morenos!
La conversación fue
menos violenta y cuando Jatri se despidió lo hizo sin haber tomado ninguna
decisión. Una hora más tarde se recibió a un emisario que dijo a Ferreira:
“Jatri ruega que suelte a los detenidos por romper la puerta de la escuela; él
ya se ha marchado”. En efecto, minutos antes se había recibido la novedad de que
los dos Berliet habían
iniciado la marcha hacia Auserd.
Eran las cinco de la
mañana y el oficial redactó tranquilamente un radio con los incidentes. Para un
amplio informe disponía de 24 horas más hasta la llegada del avión estafeta. Y
así lo hizo. Una vez más pensó en qué es lo que pudiera estar relacionado con la
obsesión de Jatri de llevarse a los morenos y las concesiones efectuadas por
Quenti. ¿A cuento de qué ese empecinamiento? ¡Ya era demasiado! Nunca dijo
Hipólito si fue él quien contó aquella anómala situación al ministro secretario
general del Movimiento, José Solís.
El viaje a Las
Palmas estaba ya lejano, pero lo cierto en que en la Comisión de Leyes
Fundamentales de las Cortes se dijo una frase que levantó ampollas y dio origen
a una serie de transformaciones y cambios. “En una provincia española y en pleno
siglo XX se protege la esclavitud”. Solís llevaba un documentadísimo dossier
sobre los esclavos del Quenti… la frase de Solís surtió efecto y enseguida se
recibieron veladas instrucciones que hacían referencia al caso. En lo sucesivo,
en caso de duda, cualquier mandato de cumplido de una decisión grave tomada con
arreglo a los preceptos cheránicos debería ser informada, antes de ser visada y
ordenado su cumplimiento, por el asesor jurídico del Gobierno general, por si
transgredía leyes nacionales e internacionales y cuya ejecución pudiera dar
origen a conflictos. En caso afirmativo, se devolvería a los representantes de aquella justicia
con los correspondientes razonamientos por los que el fallo no podía ejecutarse.
Los hijos de Hassen-na no volverían a ser molestados”.
Quiroga y Cervera, “Comercio, factoría, ferias”,
Revista de Geografía Comercial, Madrid, nº 25-30, julio-septiembre 1886,
pág. 38.
Bonelli, Emilio, El Sáhara. Descripción geográfica,
comercial y agrícola desde cabo Bojador a cabo Blanco, viajes por el interior,
habitantes del desierto y consideraciones generales, edición oficial del
Ministerio de Fomento, Tipolitografía Plant e hijos, Madrid, 1887, págs,
121-122.
Quiroga,
Francisco, “El Sáhara Occidental y sus moradores”, Revista de Geografía
Comercial, II, nº 25-30, págs. 66-72.
Andrés Coll, obra citada, pág.
173-175.
Ramos Charco-Villaseñor, Aniceto, obra citada, pág. 106 a 108.
García Llinás,
Alejandro, obra citada, pag. 11 a 13
Alonso del Barrio, obra citada, pag.II/
361-365
Alonso del Barrio, obra citada, pag.
II/374-378.